LOS MARINEROS DEL CIELO
Unión fraternal
Cuando crezca, quiero ser como mi Nii-sama. Tan fuerte, tan talentoso, tan respetable, tan inteligente… y quiero también ejercer lo que él. Por supuesto que nunca llegaré a ser como él, ¡porque Nii-sama es el mejor! Sin embargo, quiero acercarme a un parecido, quiero que él me guíe hasta que pueda volar sola y entonces se sienta orgulloso de mí. Porque quiero estar muy, muy cerca de mi Nii-sama.
Rukia miró la foto que estaba en el cuaderno abierto, entre hojas amarillentas. Contuvo un sollozo, con una mano en el pecho, frente a la capitana de la Policía Especial de las Fuerzas Aéreas, que tenía una mirada de leve desesperación por la actitud sentimental de la joven.
A juzgar por su expresión, en efecto el objeto encontrado pertenecía al Capitán de las Fuerzas Aéreas Kuchiki Byakuya, ¿no es así? – ella asintió, llevándose una mano a los ojos, preocupada. – Si lo reconoce, entonces acompáñeme. Le mostraré otros objetos que fueron encontrados en el área del accidente. Sígame. – dijo, tomando el cuaderno que le había mostrado a Rukia. Entraron a una cámara que estaba completamente cerrada.
¡Capitana, acaban de reportar que encontraron tres heridos y dos cuerpos, uno de ellos no ha sido identificado! – Soi Fong frunció el ceño.
Tsk, esto va peor de lo que imaginé. – se dirigió al obeso y tosco hombre, ni siquiera se veía como hombre de milicia o algo parecido – Ya deberías saber qué hacer, teniente Omaeda. Es una vergüenza para el segundo escuadrón.
Perdóneme…
¡¿Qué espera?! Avise a los capitanes de los demás escuadrones y convoque a una junta con el general Yamamoto.
¡Sí, capitana! – el hombre se retiró enseguida. Soi Fong miró a Rukia.
Me disculpo. Qué vergüenza que haya visto esta escena.
No hay problema. – contestó Rukia, siguiéndola, más preocupada por lo que el torpe teniente había dicho acerca de lo encontrado.
En una mesa iluminada por lámparas del centro yacían otros objetos en bolsas de plástico selladas. La capitana tomó una por una, y se las fue mostrando a Rukia, para ver si reconocía los objetos dentro. No hubo respuesta hasta la tercera: un dije de plata que, al parecer, podía abrirse. Rukia lo miró dentro de la bolsa.
¿Podría tocarlo? – Soi Fong sacó dos pares de guantes de látex, uno se lo puso ella y el otro se lo dio a Rukia. Sacó con cuidado el objeto y se lo ofreció. Observó el hexágono con dos aves -cisnes- grabados en el dije, enjuiciados como la insignia de los Kuchiki; y cómo era abierto por Rukia. Dentro, había una foto suya, de cuando tenía unos diez años.
¿Quién es la niña de la foto? – Rukia miró sus manos con nostalgia.
Yo, cuando era niña. Byakuya Nii-sama siempre cuidó de mí, incluso cuando nuestros padres murieron. – se quitó su propio dije, uno exactamente igual, y los puso juntos a la poca pero firme contraluz – Es por eso, capitana, que tiene que ser encontrado a toda costa. Él es mi única familia.
Comprendo. – dijo ella, poniendo la mano sobre la mesa. Dejó salir reiatsu en pequeñas cantidades, e hizo que un orificio circular se hiciera en el centro de la mesa, transportándose y abriéndose paso a lo largo de ésta, hasta llegar frente a la mano de la capitana. Soi Fong puso las otras dos bolsas dentro de ese orificio, que fue hasta entonces que Rukia se dio cuenta de que era una especie de bandeja, y volvió a poner la mano para que retornara su camino.
¿Este no lo va a poner con los demás?
Puede conservarlo, señorita Kuchiki. Después de todo, las pistas que necesitamos de su hermano, el Capitán Kuchiki, no podemos sacarlas de ese dije. Ya lo revisamos y no presenta ninguna anomalía, sólo estaba levemente embarrado de sangre – señaló la parte trasera del artefacto plateado – Y con eso comprobamos que era de él. No sustancias tóxicas, no plomo, no nada. Por ahora puede intentar descansar, nosotros le avisaremos cuando encontremos más pistas o la necesitemos.
Gracias, capitana.
No es nada. – le dijo, y después se dirigió a un joven – Subteniente Hisagi.
¡Sí, capitana!
Escolte a la señorita Kuchiki hasta su hogar.
¿Hasta allá?
Bueno, ¿acaso es el día de cuestionar las órdenes de la capitana Soi Fong? Sí, subteniente, hasta allá. Y procure que su regreso sea inmediato.
¡Sí, señora! – se dirigió cortésmente a Rukia – Acompáñeme, por favor.
Rukia yacía en su cama, no aburrida, eso hubiera estado bien. Al menos mucho mejor de cómo estaba ahora. Abrumada, cansada, preocupada, triste… alguien tocó la puerta.
¿Rukia-sama? ¿Puedo entrar? – ella se sentó, poniendo la almohada sobre sus piernas.
Adelante. – la joven mujer entró.
Le traigo la cena.
Gracias, Matsumoto, puedes retirarte. – ella dejó la charola en la mesa, hizo una reverencia y se fue. Matsumoto Rangiku tenía cerca de seis años trabajando para la casa Kuchiki, era la asistente personal del joven capitán desaparecido, pero sólo en asuntos administrativos de la familia. Era astuta, buena para los negocios y la administración, y también buena en imagen y presencia. Su belleza traía babeando a más de uno, y era un arma perfecta para hacer lo que se le antojara con quien fuera… menos con Kuchiki Byakuya.
En el pasado, los Kuchiki habían sido un gran clan noble, una familia esplendorosa, y ahora sólo estaba la enorme casa y Rukia abandonada a la deriva entre un montón de sirvientes. Miró el dije de su hermano.
Nii-sama, ¿de verdad tienes que irte? Acabas de regresar ayer en la tarde. – Byakuya miró a la jovenzuela frotándose los ojos a la tenue luz de la luminaria que atravesaba los cristales y las cortinas. Según él, había hecho todo en silencio para que no lo escuchara ni lo viera partir.
Son órdenes, Rukia. Tú te quedarás en casa a cargo de Mariko-san y de Matsumoto.
Pero, Nii-sama, desde que eres capitán ya ni siquiera tenemos tiempo para estar juntos. – Byakuya suspiró, cansado. Era cierto que su relación con su pequeña hermana era distante, pero también que la adoraba, aunque no se lo demostrara a ella directamente. Metió los largos dedos en el cuello de su camisa y jaló una cadena plateada que brilló en medio de la oscuridad.
¿Ves esto, Rukia? – ella asintió.
La insignia de nuestra familia. – el hombre hurgó entre sus ropas y sacó una cajita.
Sabía que algún día tendría que usar esto. – se la dio – Mira. – Rukia abrió la cajita y se emocionó con el contenido: un dije exactamente igual al de su hermano.
¿Para mí? – Byakuya se permitió sonreírle. – Ay, ¡te amo, hermano! – lo abrazó con apego y euforia.
Así la distancia será menos dolorosa, ¿ne? Así que déjame partir, Rukia, o se me hará tarde, y ya sabes que yo…
Que tú nunca eres impuntual. – Rukia tomó el rostro de su hermano entre sus manos. – Lo sé. Ve con cuidado, aquí estaré esperando. Regresa con bien, ¿sí?
Lo haré. Es una promesa. – la pelinegra sonrió y besó su mejilla, volviendo a abrazarlo.
Hasta entonces. – Y desde ahí tuvo el dije, su preciado tesoro. Ella misma había descubierto que podía abrirse, y guardaba dentro la foto de su hermano. Siempre que le preguntaba a Byakuya qué llevaba dentro de su dije, él le decía que nada, pero en el fondo también supo que algo que de verdad los uniera.
Un ringtone la despertó de sus recuerdos. Se removió en la cama, miró el reloj. Medianoche y unos veinte minutos, no puso mucha atención ya que notó que estaba llorando. Un sueño. Había sido un hermoso sueño que dolía no tenerlo ahora.
Contestó, con pereza.
¿Quién habla?
¿Cómo que quién habla, enana del demonio? ¿Qué no puedes ver mi nombre y mi número en tu teléfono o es que no los tienes registrado en tus contactos? – Rukia se molestó.
¡No vi el número, idiota! Además tú tienes la culpa, ¿quién demonios habla a medianoche? – un silencio corto. Después, un suspiro.
Me enteré de lo de tu hermano. – cambió el tono de su voz – Y lo siento. Si hay algo en lo que pueda ayudarte, dímelo, amiga.
No, Ichigo, no te preocupes. Muchas gracias por todo. – la voz temblorosa de ella.
¿Quieres que vaya a tu casa?
No, Ichigo…
Bueno, voy para allá. – iba a protestar, pero el cabellos de estío ya había colgado. Dejó caer su mano con el móvil en su regazo.
Idiota, no tienes por qué venir hasta acá, y menos a medianoche… - miró la ventana entreabierta – Aunque debo admitir que tu compañía es lo que necesito ahora.
