Sabían que estaba mal, que era un pecado, pero no importaba, no mientras la noche ayudara a ocultarlo. Talvez algún día dijeran algo, no ahora. El mundo todavía no estaba listo, aun eran incapaces de comprender que el amor, así como no conoce de sexos, tampoco se detiene a considerar lazos sanguíneos.
Lo que más odiaban de todo esto era que el tiempo juntos, juntos de esta manera estaba contado. Que cuando el sol volviera a sorprenderlos in fraganti con su brillante luz, tendrían que volver a disimular.
O tratar.
Y es que en el día seguirían actuando con normalidad, ó en el caso de los Kaulitz, algo que le parezca, pero el deseo era cada vez más fuerte, tanto que ya ni en medio de un concierto atestado de gente podían controlar del todo las lascivas miradas.
Cuando Tom acariciaba su guitarra con los dedos, soñaba que era a Bill a quien hacía vibrar, que cada acorde, era en realidad la voz de su hermano pidiendo por más.
Cuando Bill cantaba, lo hacía para y por Tom. Por eso se le hacía imprescindible tener que mirarlo a los ojos al menos una vez, para que a él no se lo olvidara nunca que cada letra de la canción en turno había sido escrita pensando en su hermano En su gemelo.
Que tal vez alguien pueda descubrirlos, pero ya se preocuparían por eso después. Después, luego de que sus labios dejen de encontrarse, luego de que sus cuerpos dejen de estrujarse el uno contra el otro, luego de que detengan el vaivén y que la habitación deje de dar vueltas. Después, cuando vuelva a reinar el sol en el cielo.
