Bienvenidos a otra idea loca que desde que llegó a mi cabeza no me ha dejado en paz. Si no escribo esto, probablemente explote. Ginny es uno de mis personajes favoritos de Harry Potter, y el Capitán América el héroe que más amo de Marvel, al menos en las versiones cinematográficas. Así que aquí estoy, uniendo a ambos en esta historia que espero que les guste.
Dissclaimer: Ni Harry Potter ni Los Vengadores y el Capitán América me pertenecen. Son propiedad de J. y Marvel respectivamente.
Capítulo 1. Lo que queda.
Londres, 1 de noviembre del 2010.
Ginny Potter abrió los ojos despacio, la habitación en la que se encontraba era demasiado luminosa, todo lo que veía era el blanco en el techo y en las paredes… al intentar levantarse, sintió un fuerte dolor en todo el cuerpo.
Entonces recordó.
Se encontraba preparando la cena de Halloween cuando aquel hombre vestido con la máscara de mortífago, había llegado a casa. Ginny, estúpidamente, había dejado su varita junto a la cama, y entonces James había bajado a buscarla, el mortífago había apuntado hacia él, y Ginny se había interpuesto entre los dos antes de que un fuerte golpe le diera justo en el pecho.
¿Por qué no estaba muerta?
¿Y sus hijos? ¿Dónde estaban Al y James? ¿Y Harry? Su esposo no había llegado aun cuando el ataque ocurrió, aunque normalmente nunca se quedaba en el trabajo después de las siete.
Ginny intentó levantarse, cuando la puerta se abrió y sus padres ingresaron a la habitación.
- ¡Ginny, querida! ¡Has despertado!
- Mamá, ¿qué ha pasado? – preguntó ella. - ¿Dónde están Harry y los niños?
Entonces los rostros de Molly y de Arthur se ensombrecieron.
- Ginny, verás… - comenzó su madre – lo importante es que tú estás a salvo… - pero entonces su rostro se llenó de lágrimas.
- Molly. – dijo su padre, severo, pero tomando la mano de su madre. Luego miró a Ginny, con pesar, y dijo las palabras que la perseguirían por el resto de su vida. – Ellos se han ido, Ginny.
Ellos se han ido.
Muertos.
Y nunca volverían.
Ginny escuchó un grito que le parecía ajeno, aunque saliera de su garganta. Y todo se volvió oscuro de nuevo.
Ella había acabado de empacar, guardando todas sus pertenencias dentro de la cartera que llevaba colgada al hombro. Luego de despedirse de sus padres y sus hermanos, asegurándoles que estaría bien y que necesitaba ese tiempo para alejarse, fue a la oficina de Kingsley, donde él le proveería de todos los documentos que necesitaría para comenzar su nueva vida en América.
Todo estaba arreglado, y debido a su status como heroína de guerra y considerando su seguridad luego de los últimos eventos, el Ministerio Muggle había llegado a un acuerdo con el Ministerio de Magia y a través de este con el gobierno americano (a pesar de informar al Mágico Congreso de USA en líneas generales, tanto Ginny como Kingsley estuvieron de acuerdo en que el mundo muggle sería más seguro para ella), para crear una nueva identidad, un nuevo pasado para ella. Querían mantenerla con vida, luego de que aquel maniático seguidor de Voldemort hubiera escapado, querían mantener con vida a la última Potter.
Ginny no estaba segura de querer seguir viviendo, pero casi podía oír la voz de Harry, impulsándola a seguir. Era lo que él hubiese querido.
Pero muy dentro suyo, donde una vez hubo espacios para risas y bromas, para besos y caricias, para reprimendas y abrazos y cuentos antes de dormir, donde antes habían estado sus hijos, Albus y James, y donde antes había estado Harry, su esposo, sólo quedaba un gran hoyo negro.
¿Valdría la pena seguir viviendo, intentar seguir adelante cuando ella sabía que ya nunca podría ser feliz?
Ginny Potter había sobrevivido a toda la guerra mágica contra uno de los magos oscuros más perversos y mortales de todos los tiempos, para perder todo lo que había construido en una sola noche, repentinamente, cuando todo parecía estar marchando perfectamente. No le importaba que el maldito hijo de puta ya estuviese siendo buscado por todo el departamento de Aurores. No le importaba que de entonces en adelante debiera vivir como una muggle, escondida del otro lado del mundo. Ella encontraría al desgraciado que asesinó a su familia y le haría pagar, con sangre y dolor.
Nueva York, Septiembre de 2011.
Había estado viviendo en esa misma rutina por dos meses. Entrenar, asistir a esas clases de "reintroducción al mundo", como Fury las había llamado, visitar la ciudad que alguna vez había sido su ciudad, en compañía de dos agentes encubiertos que siempre le seguían de cerca. Al menos, después de su última conversación con Fury ese día, ese último detalle estaba a punto de cambiar.
Hacía dos meses Steve Rogers, quien durante la segunda guerra mundial fuera el Capitán América, había despertado para encontrar que había pasado más de sesenta años congelado. Ese mundo en el que vivía no era el suyo, parecía extraño, más hostil de lo que él recordaba, todo parecía estar fuera de lugar. Excepto que el único que estaba fuera de lugar era él.
Buck ya no estaba. Nunca había asistido a su cita con Peggy. Lo único que podía considerar bueno era que la guerra había acabado, pero en las últimas semanas había aprendido que el mundo era mucho más peligroso de lo que había sido en los años 40.
Estaba completamente solo.
¿Qué le quedaba en ese mundo? ¿Por qué lucharía ahora? ¿Realmente quería seguir luchando? Si, quería. La última pregunta era la única que era capaz de responder con certeza: él daría su vida por su nación y por salvar otras vidas (y ni siquiera eso podía hacer, hasta acabar el entrenamiento impuesto por SHIELD para que recuperase las fuerzas y se adaptara al mundo actual). Mientras, el resto de su vida parecía un vacío… un gran vacío, que no tenía idea de cómo llenar.
