Conociendo a un alfa

Grrrrrrrrrr. Después de una relación fallida, Candice Alexandra White no tiene ninguna confianza que dar a los hombres. Pero no había contado con la determinación de Terrence Graham. Su resistencia va decayendo hasta que finalmente cede a su deseo, solo para descubrir que Logan, aparte de ser atractivo y autoritario, es también un hombre lobo alfa. Lleno de una necesidad primitiva por hacerla suya, Logan atrevidamente la reclama en cuerpo, mente y alma.

Confusa y haciendo frente a la declaración arrogante y aparentemente imposible de Terry, Candice se encuentra poniendo el máximo empeño en aceptar la realidad de su naturaleza y su fiera lujuria, en un esfuerzo para superar su pasado y aprender a confiar en el lobo.

Nota: los personajes de Candice no son mías y ni siquiera en mis raros sueños disfrútenla pequeña historia, este es un aviso para aquellos que son susceptibles a las relaciones entre adultos ( o sea hay sexo en la historia si lo lees se maduró para leerlo y la morbosidad y otras cosas aquí no son obra mía heeee bueno... mejor lean con discreción ) :?

Conociendo a un alfa

Cap1

He terminado con los hombres —declaró Candice

¿Eso significa que tu cita de anoche no funcionó? —preguntó su amiga Paty O´brien comprensivamente.

Candy y Paty eran socias de la Librería The home pony, además de ser casi como hermanas. Su íntima amistad se remontaba al momento en que se conocieron, en quinto curso.

El dodge ball, un conocido juego habitual entre el atemorizante grupo de niños de once años, terminó con la enemistad de dos de sus miembros. De esta manera había comenzado aquella amistad larga y duradera.

Tomando un descanso de su floreciente negocio, las mujeres se habían instalado en un reservado del mejor restaurante de la ciudad, el O'Neill. El lugar estaba abarrotado. Las camareras corrían de un lado para otro con los menús y la comida, entre un continuo flujo de clientes que menguaban y crecían con la habitual prisa de la hora del almuerzo.

Fue un desastre —contestó Candy a la pregunta de Clare sobre su cita. Se retiró de la cara un mechón de su cabello rubio

Fuimos a tomar una pizza a Antonia, antes de ir a ver la película. Comió como un cerdo.

¿Exactamente cómo de parecido a un cerdo? —preguntó Paty, de-teniendo el tenedor sobre una jugosa rebanada de tomate.

¿Conoces a ese tipo de personas que pueden comer con los dedos, y, aun así, permanecer limpias? No es de ese grupo. Consiguió ponerse todo pringado de salsa y comida. ¡Fue de lo más vulgar! —aseguró Candy con un dramático estremecimiento.

Clare rió tolerante.

¿No crees que eres un poco remilgada?

¡Espera y escucha el resto! — exclamó Candy con el ceño fruncido

Fuimos a ver el estreno de una película de fantasía. ¿Has oído hablar de esas películas basadas en cuentos infantiles? Bueno, pues colocó uno de sus brazos sobre mis hombros. Le doy gracias a Dios, porque se lavó las manos antes de que saliéramos de Antonia. De cualquier manera, no paró de tamborilear los dedos sobre mi hombro. ¡Y no paró de hablar! Se pasó el tiempo haciendo estúpidos comentarios sobre sus acentos británicos e intentando imitarlos.

Candy estaba totalmente lanzada.

Entonces va y me dice, «deberías salir en la película». Desde luego, como una idiota voy y le pregunto por qué y me dice… «Eres tan guapa que pareces una fantasía». ¡Eewww! ¿No es la frase más poco convincente que has oído en tu vida?

Oh, no sé, creo que es algo muy dulce —contestó Paty con fingida sinceridad, agitando sus pestañas.

Candy fijó la vista en ella con gesto disgustado. La diversión chispeó en los ojos de Clare, provocando una pequeña chispa como respuesta, hasta que ambas comenzaron a reírse disimuladamente.

Paty cogió su vaso de agua.

¿Y qué le contestaste?

Le dije que era tonto y que me perdonase pero tenía que ir al baño para vomitar. —Ante la elevación de cejas de Clare confesó—: Bueno, no vomité, aunque tuve verdaderas ganas. — Candy se recostó en su silla con un suspiro.

Después de la película me preguntó si quería parar en algún sitio para tomar el postre. Pero, ¿tenía ganas de volver a verle comer? De ninguna manera.

Entonces te llevó a casa… ¿Y? —la animó Clare.

Y me besó. Fue como besar a una trucha. ¡Yuck! … La mueca de aversión de, Candy hizo reír de nuevo a Clare

Paty, eres muy afortunada al tener a Brian.

Cariño, no tienes por qué decir eso. —Una mirada tierna apareció en sus ojos al pensar en su marido.

Cuando se conocieron en el colegio, Brian había elegido filología inglesa. Era alto, de pelo oscuro, y sus ojos parecía que siempre reflejaban una expresión serena, calmada. Era estudioso y tranquilo, no de una manera que le hiciera ser poco sociable, sino que reflejaba sosiego y masculina seguridad.

Después de casarse, tras la graduación, se trasladaron a la ciudad de Stear, Lakewood Illinois, chicago.

Candy era muy feliz por Paty y Stear. Tenían la relación que había esperado para ella misma cuando se casó hacia cuatro años. Durante su periodo universitario había salido con algunos chicos, pero sin llegar a encontrar a nadie por el que sintiera verdadero apego, hasta que conoció a su ex marido al final de su último año de carrera. Tenía Candy un trabajo de media jornada en una oficina y él era un asesor informático contratado para mejorar el sistema de la empresa en la que ella trabajaba.

Pasaron algún que otro rato charlando durante las horas de oficina, mientras él trabajaba en las mejoras, y cuando un día la invitó a salir, ella aceptó encantada. Al principio le recordaba a su padre. Tenía un gran sentido del humor y una personalidad muy sociable. Disfrutaron del proverbial torbellino romántico y Candy se encontró arrastrada hacia él, por emociones que nunca había sentido. Después de un corto compromiso, y una boda que presenciaron la familia y un grupo de amigos, a los diez meses de haberle conocido, Candy se encontró en el papel de esposa.

Cualquier semejanza con su padre palideció y desapareció demasiado pronto. Con el tiempo, Candy averiguó que carecía de cualquier lealtad u honor.

Demasiado tarde descubrió su actitud egoísta y su ostensible indiferencia hacia los votos matrimoniales. Se reveló como una persona insegura y fanática. El sentido del humor que disfrutó al principio, se transformó en malvado y cruel.

Respecto al sexo en su relación, nunca había sido espectacular. Al principio se mostró impaciente y atento, y aunque el acto mismo pareciera siempre ir tan rápido que nunca llegó a alcanzar el orgasmo, se dijo a sí misma que era feliz porque le amaba.

Y le había amado profundamente, a pesar de sus defectos de personalidad. Por lo que quedó devastada cuando descubrió que, tras solo dos años de matrimonio, había tenido una aventura.

Al comprender que su matrimonio era una farsa, consiguió el divorcio. Necesitando un cambio, aceptó enseguida la proposición de Clare de trasladarse a Lakewood. Siempre habían hablado de abrir una librería, juntas y este pareció el momento perfecto. Candy se encontró iniciando una nueva vida en otra ciudad, con su mejor amiga como socia de un negocio.

Perdidas en sus pensamientos, Candy y Paty se despejaron de sus ensoñaciones y se rieron la una de la otra.

Bueno, está decidido —reiteró Candy —. Mi juicio, en cuanto a hombres se refiere, es un desastre total. De ahora en adelante no me separo de mi vibrador. —Hizo una pausa meditabunda—. Aunque, para que lo sepas, hasta eso comienza a perder su atractivo. ¿Crees que es posible estar sobre-vibrada? Creo que la otra noche mi clítoris estaba adormecido.

Clare estalló en risas, tapándose la boca con la mano cuando los rostros de algunos comensales se giraron hacia ellas.

¡Dios, Candy , no me puedo creer que hayas dicho eso!

No te atrevas a decírselo a Brian —le exigió, con la cara sonrojada, mientras observaba a Clare secarse las lágrimas con una servilleta—. No sé qué me pasa. Quizá mi antiguo marido tuviera razón. Tal vez soy frígida.

Espera un minuto —comenzó Paty, haciendo una pausa cuando la camarera, que había traído la cuenta, les preguntó si querían postre. Después de contestar negativamente, prosiguió—: ¿Vas a sentarte ahí y decirme que vas a creer en un tipo al que has descrito diciendo que tiene diez centímetros de pene y un plazo límite de cinco minutos?

Candy frunció los labios mientras consideraba la pregunta.

Bueno… pensándolo mejor, no. Pero algo debe andar mal en mí —declaró—. Los tipos que pienso que son especiales, se vuelven ranas. Y nunca he sido capaz de llegar al orgasmo mientras practicaba el sexo con un hombre. No creo que pueda volver a tenerlo sin un vibrador.

Viendo la angustia de su amiga, Clare comentó quedamente.

Candy, dulzura, ¿Con cuántos hombres has tenido sexo?

Ya conoces la respuesta —contestó Candy, encontrando la sensata mirada de Paty

-Dos.

-Exacto; Un amante en el instituto; Un adolescente que no tenía ni idea sobre sexo. Y después un egoísta, un mujeriego del culo, que no se tomó el tiempo, y seguramente no tenía la habilidad necesaria, para satisfacer a su propia esposa. —Colocando su mano sobre, Candy continuó—: Cariño, simplemente no has encontrado todavía al hombre indicado. Necesitas a alguien maduro y seguro de sí mismo. Alguien como, digamos… ¿Terrence Graham?

Los ojos de Candy se dilataron mostrando gran temor.

Ah, no. No, no. Me asusta como el demonio —exclamó— Es tan grande, y hermoso y… y grande —repitió incapaz de expresarlo mejor—. Además, ya sabes que le rechacé cuando me invitó a cenar.

Sacudió la cabeza con decisión—. No me preguntará de nuevo.

Si no recuerdo mal, le dijiste que estabas ocupada, él contestó que quizás en otro momento y tú respondiste que de acuerdo. Esto, me parece a mí, era una invitación a que te volviera a preguntar —puntualizó Clare de manera triunfal.

Aun así, si me volviera a preguntar, seguiría contestándole que no —sostuvo Candy.

Por el amor de Dios, ¿por qué? —Preguntó Paty incrédula—. Si un hombre así me lo preguntara a mí, tendría que tomarme un minuto para recordar que soy una mujer felizmente casada.

Candy estudió la cuenta y calculó la propina. Buscando en su monede-ro, hizo una pausa.

Siento repetir ese estúpido dicho, pero hay algo peligroso en ese hombre.

Candy, dulzura, permites que tu imaginación se desboque. —Paty estudió a su amiga pensativa—. Pudiera ser que ese «peligro» que sientes sea una simple amenaza a tu paz mental.

Y a mi corazón —refunfuño Candy resentida—.Terrence Graham no es el tipo de hombre que se larga y deja a una mujer con el corazón intacto.

¿Y quién te asegura que te dejará? —la desafió Paty.

No puedo esperar mantener el interés de un hombre como él —suspiró Candy.

Paty sacudió la cabeza negativamente.

Tienes la mala costumbre de infravalorarte. Y presupones mal comportamiento en alguien que ni siquiera conoces. Sal con él una vez y mira a ver que pasa. Y en lo referente a mantener su interés. —Extendió la mano y le dio un toque a la nariz de Candy —. ¿Por qué no le dejas ser el que juzgue eso?

Arrugando la nariz, Candy no dijo nada mientras ella y Paty salían del reservado para dirigirse de nuevo al trabajo, Sentado en un reservado paralelo al que Candy y Paty acababan de desocupar,

Terrence Graham se encontraba bebiendo su té helado, con aire pensativo.

Sí, Candy —murmuró—, ¿por qué no me dejas ser juez en ese tema?

Terry tenía treinta y tres años, y era un hombre grande. Alto, fuerte, musculoso. De cabello castaño, con una ondulación natural, le rozaba los hombros y reflejaba a veces mechas rojizas. Sus ojos, de un azul con pequeñas gotas en dorado, se encontraban en un hermoso y duro rostro. En estos momentos mostraban una relajada calma, pero esos mismos ojos, en situaciones de tensión, pasión o cólera, cambiaban a un reluciente y dorado ámbar.

Inhalando profundamente, los sentidos de Terry filtraron los diferentes olores que llenaban el restaurante, hasta encontrar el que buscaba. Candy.

Nunca llevaba perfume. Se deleitó con el olor natural, cálido y fresco de ella. Bajó las pestañas sobre unos ojos que comenzaron a brillar con una luz dorada. Una satisfecha sonrisa se mostró en los duros labios masculinos. Desde luego, ser hombre lobo tenía muchas ventajas. El acentuado sentido del olfato era una de ellas.

Terry no era un inexperto en cuanto a mujeres se trataba. Disfrutaba de ellas, se deleitaba con ellas donde y cuando surgían sus necesidades. La mayor parte de sus compañeras eran lupinas, solo unas pocas habían sido humanas, pero todas con la absoluta convicción de que su unión era temporal. Estuvo más que satisfecho de esa situación hasta que llegó Candy

Como conocía a Stear y a Paty personalmente, había oído de primera mano los entusiasmados proyectos de Clare con respecto a la librería que ella y su amiga Candy iban a abrir. El entusiasmo que había sentido ante la llegada de su amiga, y su deseo de que la apertura del nuevo negocio la ayudara a dar por finalizado un doloroso divorcio. Siendo un voraz lector, Logan le prometió estar allí para la gran inauguración.

Cuando el día señalado llegó, Terrence entró en la librería junto con el resto de impacientes clientes. Fueron recibidos por unas originales estante-rías repletas de libros, proveedores de maravillosos conocimientos y hospitalidad.

Varías rinconeras, mesas y sillas se hallaban situadas estratégicamente por toda la librería, para comodidad y placer de los clientes. El olor del café recién hecho flotaba en el aire.

Pero para terrence, una esencia de una naturaleza mucho más intrigante capturó su atención. A hembra. Una atrayente y sutil fragancia que le fascinó. Literalmente olfateó su olor hasta que le condujo a Candice Alexandra White.

Al verla, ciertas partes de su anatomía comenzaron a rebelarse. El lobo de su interior comenzó un bajo y retumbante gruñido, que rápidamente se convirtió en aullido, declarando su intención de reclamar a su compañera. Terrence tuvo que luchar para mantener a raya a su animal. Su compañera. No había ninguna posibilidad de poder confundir el delicioso e incitante aroma. Paty, al percatarse, de su presencia le hizo señas y realizó las presentaciones.

Aunque amistosa, Candy demostró cierta cautela, como si quisiera mantener las distancias. Consciente de su pasado, Terry refrenó su impaciencia, manteniendo una conversación impersonal, sin realizar ningún movimiento ostensible que la pudiera asustar o alarmar. Estaba determinado a darle tiempo para que se acostumbrase a él. Comprendía el valor y la virtud de la paciencia. Con esto en mente presentó sus excusas y las dejó, prometiéndose el placer de futuras visitas.

Ahora, mientras terminaba su almuerzo, Terry reflexionó sobre los interesantes temas que por casualidad había oído. ¿Era culpa suya, la particular agudeza de su audición?

Mientras que la descripción de su cita le había resultado divertida, su cuerpo se tensó por la rabia que sintió con la simple imagen de otro hombre tocando lo que consideraba suyo. Había llegado el momento de realizar su reclamación. Primero apartaría su miedo. Después la demostraría todo el placer que un compañero apropiado podía traerle.

El vibrador de Candice estaba a punto de jubilarse.

Cuando terrence regresó a casa, se encontró con algunos problemas que le esperaban.

¿Me estás escuchando, Terry?

Mirando distraídamente por la ventana, mientras el murmullo de la conversación continuaba por el altavoz del teléfono, se relajó en el cómodo y familiar ambiente de su despacho. La cálida brisa de mediados de agosto, agitaba las hojas de los arces que protegían la casa del sol que descargaba por las ventanas abiertas.

Las cortinas ondeaban sobre las paredes pintadas en crema, suavizan-do la oscura influencia de la madera de roble. Un largo y ancho sofá tapizado en un balsámico verde y con cierto tono dorado se asentaba perpendicular-mente a la chimenea. Enfrente, una mesita de café y el correspondiente par de sillas acolchadas a juego. El pesado escritorio de roble de Terry se encontraba en un rincón, presidiendo la habitación. Respaldada por una estantería baja repleta de libros, se encontraba su área de trabajo.

Enderezándose en su silla, se giró para afrontar el teléfono.

Estoy escuchando Albert, y realmente no veo el problema. La manada de Los Pinos Gemelos quiere una recompensa. Acepta esa deuda. Págala. Final de la historia.

Ese es el problema. Esta mañana recibí una llamada de esa puta beta de Los Pinos Gemelos, Melissa. No solo quieren la recompensa, quieren un espectáculo de sumisión de la manada de Torre de Hierro. Sobre todo del alfa de Torre de Hierro. —Un gruñido bajo retumbó al otro lado de la línea telefónica—. No expondré la garganta para Delancy, que es un sucio zorro metomentodo, un roba gallinas que se escuda en ser un alfa.

Albert Andrew era el mejor amigo de Terrence y el macho alfa de la manada de Torre de Hierro. Consiguió ese puesto gracias a su fuerza y sabiduría, cuando el padre de terrence decidió renunciar. Por suerte, Albert tenía gran inteligencia y paciencia, pero hasta él tenía sus límites.

Con un suspiro, terrence se pasó la mano por la frente, frotándosela en un intento de calmar el incipiente dolor de cabeza.

¿Conseguiste al ciervo?

Sí, lo hicimos anoche. De hecho, lo hicieron los mismos cachorros que cazaban en el territorio de Los Pinos Gemelos, después le mataron. Arch los castigó y frustró, dejándoles con los rabos entre las piernas.

Terrence pudo escuchar la diversión en la voz de Albert.

Necesitan aprender. Tu beta es bueno, y realizó el trabajo.

El bienestar de la manada es lo más importante. Archie lo sabe, igual que el resto de los adultos. La educación de los cachorros forma parte de ese bienestar. —Albert hizo una pausa—. Además, Archie no quiso perderse toda esa diversión.

Terrence se rió entre dientes.

Haz que les acompañe a Los Pinos Gemelos. Que ofrezcan al ciervo como disculpa y apropiada sumisión. Delancy se tendrá que conformar con eso.

El tono de Albert se volvió duro.

Comprende esto. Tampoco quiero que mi beta se humille. —Hubo una pausa y una imaginativa maldición crujió sobre la línea. —Lo siento, Terrence. Delancy me saca de mis casillas.

Siento lo mismo, Al. Me ocuparé de eso.

No te envidio el trabajo, amigo. Ser el enlace entre las manadas, con la obligación de tener que tratar con todos los tercos alfas, incluido yo mismo.

Los alfas se pasan el tiempo repartiendo o recibiendo patadas en los culos —replicó Logan con fingida severidad.

Oooh, tipo duro. Quizá sea hora de que tengamos otro asalto1.

Considerando el estado en el que quedamos después de nuestro último enfrentamiento, ¿no preferirías a cambio una ronda en Morgan? Trae a Archie cuando regrese de degradarse en la fiesta.

Morgan era el antro preferido para beber entre las manadas locales. También era distinguido por ser una zona libre, pues no se permitían ningún tipo de discusiones. Aparcabas tu ego fuera o conseguías que lo hiciera tu culo.

Ah, sí, seguro que para entonces necesita un trago —concordó Al—. Entonces hasta dentro de un par de horas, Terry. Ve tú primero, que luego iré yo.

De acuerdo.

Terrence se acercó para colgar.

Y ni si quiera has tenido que darme patadas en el culo —bromeó Al—. Tus habilidades están mejorando.

Evapórate —refunfuñó Logan, terminando la llamada entre las risas de Albert.

Diez minutos más tarde colgó tras hablar con el otro alfa.

Jodido engreído —refunfuñó.

Tener que finalizar la discusión con Delancy amenazándole con una nueva pelea, en vez de poder solucionar el problema de manera diplomática, le había dejado con un sabor amargo. De todos modos, pensó con una sonrisa de satisfacción, Delancy se había echado atrás rápidamente. Este trabajo algunas veces tenía sus recompensas.

Aun siendo un igual o superior a otros alfas, en fuerza, astucia e inteligencia, Terrence no deseaba en absoluto regir ninguna manada. Su naturaleza demasiado independiente, tanto como su tendencia al aislamiento, hacían imposible el trato constante con la actividad de la manada. Fue una suerte, considerando que cuando su padre cedió su puesto hubiera tenido que luchar contra su mejor amigo por el liderazgo de la manada de Torre de Hierro. No era fácil adivinar cómo hubiera terminado un combate entre Terry y Albert.

Sus cualidades alfa eran lo que le hacía perfecto para ser el enlace entre manadas. Era especialista en solucionar problemas, un hombre con la suficiente capacidad diplomática y fuerza física como para mantener la paz entre las volátiles manadas. Habían pasado esos días en los que las discusiones se decidían mediante sangrientos combates o silencios. En estos tiempos más modernos, en los que el mundo parecía empequeñecer, y pasar desapercibidos resultaba más complicado, habían tenido que evolucionar y utilizar métodos menos llamativos. Después de todo, las inexplicables muertes y las heridas causadas por dientes y garras eran difíciles de ocultar. Y, aun cuando tenían una red de doctores formada por lupinos o gente de confianza, las murmuraciones podían llamar la atención.

Altamente respetado, y algunas veces temido, Terrence realizaba su trabajo con confianza, evitando el derramamiento de sangre y abiertas hostilidades. Entonces, ¿por qué tener que decirle a una humana obstinada que era su compañera le causaba una punzada de incomodidad?