Mención de otros personajes de Disney a lo largo del fic. Modern AU. Helsa.
Disclaimer: Lastimosamente nada de esto es mío, solo mi cada vez más alocada imaginación.
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Una sorpresa no muy grata
Cuando Elsa Sorensen se había despertado esa mañana, había tenido un mal presentimiento. No sabía explicarse porque exactamente. Afuera, el día se veía radiante a pesar de estar en pleno invierno, la cual era por cierto, su estación favorita del año. Los amplios tejados de las casas que rodeaban a la suya en aquel tranquilo y elegante vecindario de Oslo se hallaban cubiertas de nieve y las ventanas estaban parcialmente adornadas con escarcha, algo que a ella siempre le había gustado ver.
Aun así, la sensación de que algo saldría inminentemente mal persistía. Y desafortunadamente, su sexto sentido adolescente jamás se equivocaba con aquellas cosas.
Poco después no tardaría en darse cuenta de como ese presentimiento iba confirmándose mediante pequeñas señales. Primero, al descubrir que su único par de audífonos había sido mordisqueado por su gato de tal manera que los había dejado inservibles y eso para la rubia, era una catástrofe, pues no podía sobrevivir sin su música.
Aquel era el último día de clases antes de las vacaciones invernales y lo que normalmente solía hacer en los descansos, era perderse en las canciones de su iPod hasta que entrara el maestro en turno, ignorando a sus compañeros.
Las cosas no habían terminado allí. Mientras refunfuñaba por sus audífonos en la regadera, inesperadamente había resbalado dándose un fuerte golpe que le dolió hasta el alma. Aunque no tanto como su orgullo. Después de arreglárselas para salir de la ducha y prepararse para ir al colegio, su madre había soltado la bomba.
Idun la había recibido en la cocina con su habitual y deslumbrante sonrisa, anunciando que le tenía una sorpresa preparada cuando regresara a casa.
Desconfiada, la muchacha había tragado pesadamente los waffles que le había servido, no sabiendo si aquello era algo bueno o malo. Hacía dieciséis años que conocía a esa mujer y tenía muy en claro que ambas no poseían la misma impresión acerca de las sorpresas.
Y a Elsa no le gustaban en absoluto.
El mal presentimiento volvió a emerger en su subconsciente, mandando una señal de alerta que ella prefirió ignorar.
Al menos, se había dicho a si misma de camino al colegio, estaban a punto de comenzar las vacaciones y Dios sabía que ella las necesitaba después de haberse esforzado tanto para los exámenes. El último día no podía ser tan terrible.
Error. La jornada escolar había sido interminable.
No era como si matemáticas o historia la fastidiaran precisamente, pero ilusamente se había olvidado de que los viernes también tenían la clase de deportes, una materia que ella odiaba con toda el alma. Porque si había algo que se le diera realmente mal, eran los deportes.
Elsa podía dejar a todos impresionados con sus habilidades en la clase de música o resolver un problema de álgebra en cuestión de minutos, pero definitivamente daba asco corriendo y ni hablar de agarrar una pelota.
Aquel día, el profesor había decidido que todos jugarían una amistosa partida de quemados antes de despedirse por las siguientes semanas. La chica todavía se preguntaba como era posible que continuaran permitiendo un juego tan barbárico en la escuela. ¿Qué ganaban con golpearse los unos a los otros con un balón, además de un ojo morado o un cardenal en las costillas?
Obviamente el resto de la clase no pensaba lo mismo, en especial su mejor amiga, Anna Dahl, que a diferencia de ella amaba los deportes y más cuando jugaban quemados. La hiperactiva pelirroja de trenzas gemelas siempre parecía tener un montón de energía y de manera misteriosa, se las arreglaba para esquivar los pesados balones que le lanzaban y aventarlos con una fuerza descomunal para su pequeño cuerpo, (a Anna le encantaba golpear a la gente, por alguna razón que no entendía).
—¡Vamos!—exclamaba amenazadora—¡Tengo balones de sobra para todos!—acto seguido eludió la pelota que le envió un chico de cabello castaño y a los tres segundos, el mismo cayó de bruces en el suelo, "quemado" por ella.
Elsa temblaba de miedo y miraba constantemente el reloj de pared del gimnasio, rezando porque aquella tortura acabara. Había hecho lo posible por mantenerse a salvo detrás de la muchacha de pelo cobrizo pero eso no había sido suficiente cuando finalmente, un balón le había golpeado en el costado, derribándola bruscamente.
¡Maldito fuera ese jodido profesor y su jodido juego de quemados!
Al salir de la escuela, su buen amigo Olaf Rohde, un chico de piel tan pálida como la suya, cabello negro y alborotado y gafas, se había ofrecido a acompañarla hasta su casa en vista del feo golpe que había recibido.
Ella agradeció el gesto e insistió en que podía regresar sola, despidiéndose de él y de Anna, que la observaron un poco preocupados cuando emprendió el camino de vuelta.
A su parecer, ya no había nada que pudiera salir mal aquel día. Solo restaba llegar a su hogar, acurrucarse frente al televisor con su gato, su manta de lana azul y una humeante taza de chocolate para dar inicio a las vacaciones, aliviándose de no tener que lidiar con balones ni tareas por un largo tiempo.
Entonces, ¿por qué ese negativo presentimiento no desaparecía?
"La sorpresa de mamá", recordó y mientras sus pies se hundían en la nieve, frunció el ceño.
La última vez que Idun le había dicho que quería sorprenderla, había sido para presentarle a su pareja, un amable hombre pelirrojo de cuarenta y tantos años que a diferencia de sus anteriores pretendientes había llegado para quedarse. A Elsa no le había agradado para nada la idea, no obstante había callado porque quería ver a su madre feliz. Era algo que le debía, por más que le desagradara tener que convivir con un desconocido de buenas a primeras.
Meses después, ambos se habían casado en una ceremonia civil pequeña y muy discreta, a la que solo habían asistido unos cuantos amigos. Ni ella ni su mamá tenían otros familiares.
Por su parte, Adgar Westergaard ya había estado casado y un par de años atrás se había separado de su mujer, la cual vivía en la ciudad vecina de Drammen al igual que varios de sus hijos; los cuales según tenía entendido, eran trece. Extrañamente ninguno se había presentado a la boda. Y eso había sido bueno, porque no le habría apetecido tener que estar con más gente extraña por obligación.
Fuera de eso, la verdad era que no había ningún pero que pudiera ponerle. Honestamente, el sujeto era un buen tipo. Se veía que se preocupaba mucho por su madre y que la quería de verdad, además de ser trabajador y mostrar un excelente humor todos los días. La pareja se había conocido cuando Idun había sido contratada por la popular empresa farmacéutica Isles Corp.; una de las más importantes en Noruega, gracias a su especialización en ciencias químicas. Su actual esposo era uno de los socios mayoritarios. Por si fuera poco con todas las virtudes que su progenitora veía en él, el señor Westergaard estaba forrado en dinero y era muy generoso. Varias instituciones benéficas recibían ayuda año con año.
Aun así a Elsa no le gustaba. Celos de hija, probablemente. Por mucho tiempo solo habían sido ella y su mamá, y que un intruso llegara de repente a alterar la ecuación no le hacía la menor gracia.
Por eso era que se limitaba a tolerarlo, siempre esperando que a su nuevo padrastro no se le ocurriera extender el núcleo familiar de la misma manera que con su ex-mujer. Porque, ¡¿quién demonios tenía trece hijos en esas épocas modernas?!
La joven resopló. Ya se estaba acercando a casa y fuera lo que fuera lo que su madre le tenía preparado, no podía tratarse de nada bueno. Ella lo sentía.
Al llegar hasta la elegante y bonita construcción de dos pisos con un amplio jardín, sus ojos azules se posaron de inmediato en el lujoso convertible rojo que yacía estacionado frente al porche. Su ceño se arrugó con recelo.
¿Sería esa la sorpresa de la que hablaba Idun? ¿Acaso había decidido comprarle un auto?
Lo dudaba bastante. Elsa apenas y sabía conducir y de haber pedido un vehículo, no habría sido uno que llamara tanto la atención como ese y menos de color rojo. No, allí había algo más, algo que le olía muy pero que muy mal.
Dubitativamente, sacó las llaves de su bolso y lentamente ingresó a la casa. En el recibidor se desprendió de su abrigo azul y lo colocó en el pequeño armario que había al lado. Marshmallow, su gato persa blanco, no tardó en aparecer alertado por el sonido de la puerta y de inmediato acudió a restregarse contra sus tobillos. Se escuchaban voces desde la sala de estar.
—¡Elsa, ya estás aquí!—su madre se asomó desde la puerta de la mencionada estancia y se acercó hasta ella.
Parecía de muy buen humor.
—¿Cómo te fue en la escuela?—le preguntó.
—Estuvo bien—contestó ella de modo neutral mientras se enfocaba en acariciar el níveo pelaje de Marshmallow, a quien había recogido del suelo. También prestaba atención a los sonidos que llegaban desde la sala.
Reconoció de inmediato la voz animada de su padrastro y una que no le resultaba familiar en lo absoluto, al parecer de algún muchacho. Ahí estaba de nuevo ese mal presentimiento.
—¿Solo bien?—Idun la observó inquisitivamente y ella se encogió de hombros. Entonces la castaña volvió a sonreír—Ven, quiero presentarte a alguien. ¿Recuerdas que te dije que te tendría una sorpresa para cuando volvieras de clases?
—Como olvidarlo—apuntó la chica irónicamente, dejando que la mujer la tomara del brazo y soltando a su mascota para dejarse arrastrar por ella.
La sala de estar era un sitio amplio y muy acogedor de paredes en tonos cálidos, en el que resaltaban los muebles de madera oscura y una bonita chimenea, que en ese momento se encontraba apagada.
Los bondadosos ojos de Adgar fueron lo primero que la recibió al entrar en la habitación. Al hombre se le veía todavía más contento que de costumbre. Entonces reparó en que a su lado había alguien más, sentado en el confortable sofá de cuero.
Un joven alto y de buen porte, un poco fornido por lo que podía apreciar a través de su chaqueta negra. Tenía el pelo tan rojo como el de su padrastro y recortado a los costados en dos elegantes patillas, que en cualquier otro chico podrían haber resultado anticuadas, pero a él le sentaban espléndidamente bien. Poseía una mandíbula fuerte, la nariz atractivamente perfilada y un rostro apuesto en el que destacaba un par de ojos verdes.
En definitiva, el tipo era perfecto. Parecía la clase de chico que uno podría encontrar en los anuncios de las revistas de moda y al mirarlo, Elsa se sintió ruborizar ligeramente. Aun así había algo que no le gustaba en él.
—Mira hijo, ella es Elsa, la hija de mi esposa, de la que ya te había hablado—Adgar se dirigió hacia el cobrizo señalándola con la mano y después sonrió para hablarle a ella—. Elsa, él es Hans, el menor de mis hijos. Va a quedarse con nosotros.
¿Así que el recién llegado era uno de sus hijos? Eso explicaba el leve parecido que se notaba entre ambos, especialmente por su pelo pelirrojo… un momento, ¡¿qué acababa de decir?! ¿Iba a quedarse con ellos? ¿En su casa? ¿¡Por qué nadie le había avisado de ello?!
La platinada parpadeó al procesar todas estas preguntas en su mente con disgusto, mientras Hans la observaba esbozando una tierna sonrisa.
—Tu hija se parece mucho a ti, Idun—dijo cálidamente—. Es muy hermosa.
Elsa arqueó una de sus finas cejas ante el comentario. Su madre se aproximó para estar al lado de ella, rodeándole los hombros con un brazo y devolviéndole la sonrisa a su hijastro.
—Eso es muy amable de tu parte, Hans—halagó la mujer visiblemente encantada y luego se volvió hacia ella—. ¿Qué se dice, cariño? ¿No vas a saludar a nuestro invitado?
La aludida esculcó con la mirada por unos segundos más al muchacho y entonces le extendió la mano, con una expresión seria en el rostro.
—Mucho gusto—le dijo escuetamente.
Por un breve instante, Hans pareció desconcertado. Al parecer esperaba que ella reaccionara tan bien como su madre ante lo que acababa de decir, pero Elsa no se dejaba llevar por esas cosas. Él no tardó en recomponer su semblante sonriente y estrechó su pequeña palma con la suya con un movimiento firme.
—El gusto es mío—le dijo con jovialidad—. Creo que vamos a llevarnos muy bien, Elsa.
Ella lo dudó.
—¿No es maravilloso, hija?—Idun la condujo para que se sentara en un sillón cercano al de ellos, apretando cariñosamente sus hombros—Hans va a tomar sus clases en la universidad de Oslo y pasará todas las vacaciones de invierno con nosotros. La casa va a estar mucho más animada—comentó con ilusión—, ¡por fin vas a tener a alguien con quien hablar!
¿Alguien con quien hablar? Sí, como no, pensó la muchacha. Demonios, ella ni siquiera era de las que disfrutaban de hablar. Su gato y una dotación entera de chocolate eran lo único que necesitaba para pasar el invierno. Fuera de allí, cualquier otra cosa salía sobrando.
Además, ese tal Hans no le daba buena espina. No importaba que el tipo fuera tan bello como un dios griego o que su sonrisita de niño bueno que no rompía un plato pudiera convencer a cualquiera. No le caía bien y punto.
—¿Qué les parece si salimos a comer todos juntos para festejar?—propuso Adgar con entusiasmo.
¿Festejar qué? Tuvo ganas de preguntar Elsa. ¿Que había metido a otro desconocido a la casa? ¿O tal vez que nadie iba a golpearla con un balón en las próximas semanas? Al menos ese si sería un buen motivo de festejo. Maldito juego de quemados.
—Yo estoy cansada—se apresuró a decir con frialdad, poniéndose de pie—, quiero ir a dormir a mi habitación.
—Pero Elsa, hija—su madre intentó persuadirla con suavidad—, Hans acaba de llegar. No estaría bien hacerle ese desplante…
—Está bien—el mencionado volvió a hablar y le dirigió a la mujer una mirada bonachona—, no te preocupes. De hecho yo también me siento un poco cansado. Quisiera desempacar, mis maletas siguen en el auto.
—Supongo que tendremos que dejarlo para otra ocasión—Idun suspiró por lo bajo.
—Hay tiempo de sobra para eso, cariño—le dijo Adgar de manera conciliadora, antes de levantarse para ir por el equipaje del menor de sus hijos.
Sin que nadie lo notara, Elsa frunció los labios. Algo le decía que las cosas iban a complicarse bastante.
—¿Puedes creerlo, Anna? ¡Todas las vacaciones de invierno conviviendo con ese desconocido!—Elsa se cruzó de brazos enfurruñada, sobre el cobertor celeste de su cama—¡No me cae nada bien!
La mirada aguamarina de su mejor amiga lució sorprendida a través de la pantalla de la computadora. Un rato después de haberse encerrado en su habitación, Elsa no había encontrado manera mejor de desahogarse que conectarse rápidamente a Skype y llamar a la colorada. De las dos, usualmente era Anna la que siempre se quejaba por algo, fueran los exámenes, las tareas o ese molesto profesor Weselton que siempre la estaba regañando en clase de Historia.
Pero ahora los papeles se habían invertido. La pecosa la observó inquisitivamente desde el otro lado de su laptop.
—Pero Elsa, ni siquiera lo conoces. ¿No dices que fue muy amable?—inquirió.
—De todos modos, no me gusta, hay algo sospechoso en él—afirmó la rubia con empecinamiento—. Digo, nadie es tan amable ni está sonriendo todo el tiempo. Parece el tipo de persona que saldría de un psiquiátrico en una película de terror, solo para engañar a todo el mundo y asesinar a alguien.
—Debes dejar de ver tantas películas de horror, amiga.
—Lo sé—Elsa suspiró pesadamente—. Es que no me agrada, de verdad. Ya es bastante tener que tolerar al marido de mamá como para que ahora salga con esto.
—Así que ese el problema—Anna levantó una de las comisuras de sus labios—. Elsa, no puedes estar para siempre celosa por tu madre. Además el señor Adgar es muy buena persona—añadió—, siempre que voy a tu casa nos trata muy bien y se ve que se preocupa por ti de verdad. Yo creo que su hijo no puede ser tan malo.
—Claro, ahora ponte de parte de él—espetó la platinada.
La pelirroja rodó los ojos. Su amiga sí que podía ser obstinada y orgullosa cuando se lo proponía.
—Solo digo que no lo conoces de verdad y ya estás hablando pestes de él. ¡Ni siquiera han conversado! Tal vez tú le caíste bien y lo hiciste sentir mal con tus modales.
—¿Tú crees?—Elsa levantó una ceja.
—¿Qué de malo puede haber en él? Con lo que me contaste hasta ahora, parecer ser muy buen tipo—prosiguió Anna razonablemente y eso era mucho decir, pues de las dos era Elsa quien solía tener que hacerla entrar en razón—. ¿Estás segura de que no te estás dejando llevar por los celos?
—No, yo no… no lo sé—la blonda se mordió el labio inferior—. Pero Anna, tú bien sabes que yo jamás me equivoco en estas cosas y de verdad hay algo que no me gusta en Hans. No sé que es, pero no me agrada.
—Uy, con todo lo que me dices ya quiero conocer al tal Hans, se oye como una persona muy interesante—dijo la peli naranja con curiosidad.
—Me da mala espina.
—Estás exagerando, deberías conocerlo antes de hablar así. Si sigues siendo tan desconfiada nunca vas a tener más amigos.
—Yo no necesito más amigos—dijo Elsa con soberbia.
Era verdad que prácticamente, los únicos que tenía eran Anna y Olaf. Su carácter distante y reservado le dificultaba bastante relacionarse con los demás. En la escuela nadie se metía con ella, pero tampoco le hacían mucho caso, algo que sinceramente agradecía debido a su extrema timidez que se encargaba de encubrir muy bien mediante una fachada de frialdad.
—Como sea—Anna volvió a poner sus ojos en blanco—. Deja de azotarte tanto. ¿Te gustaría que alguien que ni siquiera te conoce hablara de ti del mismo modo en que tú hablas de Hans?
La rubia lo pensó un segundo antes de responder.
—No—hizo un leve puchero. Tal vez si estaba haciendo mal y no quería verlo por su necedad.
—Ahí lo tienes. Deja de ser tan fatalista y mejor habla con él, a lo mejor y hasta se hacen amigos—sugirió Anna con emoción—, de todos modos tienes todas las vacaciones para descubrir como es en realidad. Vas a ver que solo estás exagerando.
—Supongo que tienes un poco de razón—Elsa arrugó el entrecejo—. Pero eso no significa que vaya a aceptarlo a la primera.
—Solo ten la mente abierta ¿quieres? Al fin y al cabo, ustedes van a ser hermanos.
Elsa torció la boca al escuchar esa palabra. "Hermanos" no era un vínculo que quisiera compartir precisamente con ese sujeto. De hecho no quería compartir nada con él. Pero ¿qué podía hacerse?
—Ya no frunzas tanto el ceño, te van a salir arrugas—bromeó la pelirroja—. Tengo que ir a ayudarle a mamá con la cena. ¿Nos vemos mañana en la pista de patinaje con Olaf?
—Por supuesto—la chica sonrió sinceramente por primera vez en toda la charla.
De verdad amaba patinar y nada mejor que hacerlo para levantar su ánimo en medio de todo lo que estaba pasando.
—¡Comenzaremos las vacaciones con el pie derecho!—chilló Anna con alegría—Además, creo que Kristoff estará entrenando mañana allí. ¡Oh Elsa, él es tan genial!
La aludida dejó escapar una risa ante el comportamiento infantil de su amiga. Yacía tiempo que la colorada no dejaba de pensar en el mencionado, un muchacho de último año que frecuentaba bastante la pista de hielo y a veces les saludaba. Si no fuera tan reservado como ella, diría que también gustaba de Anna.
—¡Entonces nos vemos mañana!—exclamo la pecosa y a través de la pantalla, pudo escuchar la voz de su madre llamándola—¡Ya voy, mamá! ¡Cielos, eres tan impaciente…!
Lo último que Elsa escuchó antes de que la otra se desconectara, fueron los reclamos para con su progenitora. De inmediato apartó su propio portátil de la cama y acarició a Marshmallow, acostado a un lado de ella.
En toda la tarde no había salido de su habitación. Idun le había llevado una bandeja con el almuerzo preparado rápidamente, antes de salir con su esposo rumbo al trabajo, como todos los días. No volverían hasta dentro de un par de horas y mientras tanto, se encontraba en la casa sola.
Con Hans.
Dejó salir un hondo suspiro. ¿Tendría Anna razón en que le debía una oportunidad de conocerlo antes de dejarse llevar por sus impresiones? Después de todo, el muchacho en ningún momento la había mirado mal o hablado de manera descortés, sino todo lo contrario. Se veía que era muy educado.
Volvió a mordisquear su labio inferior. Quizá esta vez si se estaba equivocando y él todo lo que quería era ser amistoso. Incluso su padre había tenido mucha paciencia con ella, para todos los meses que ya llevaban viviendo en la misma casa.
Tal vez ya era tiempo de dejarse de comportar como una niña malcriada y cambiar su actitud, al menos por su madre. Ella estaba la mar de contenta con su nuevo invitado y hacía días que no la veía tan emocionada. Sus presentimientos definitivamente le habían jugado una mala pasada esta vez.
Silenciosamente salió de su habitación para dejar la bandeja vacía del almuerzo en la cocina, pensando en que no le haría daño ser un poco más amable con Hans.
Sí, eso haría. No tenían que ser amigos, pero al menos modificaría un poco su actitud.
Al pasar por la biblioteca un movimiento atrajo su atención y no pudo evitar asomarse. Adentro, el recién llegado se encontraba de espaldas a la puerta, observando una de las repisas de la habitación. Aquel sitio era bastante frecuentado por todos los habitantes de la casa y en especial por ella, que amaba más un buen libro que las fiestas o las salidas.
En ese instante, Hans observaba con atención los trofeos expuestos en el anaquel, todos ganados por ella en competencias de patinaje en las que había participado de niña. A pesar de que hacía años que había dejado de lado esa actividad, (que probablemente sería el único deporte que haría bien en toda su vida), Idun no había tenido reparo en adornar la biblioteca con sus condecoraciones. Si algo tenía la mujer además de ser más extrovertida que Elsa, es que jamás dejaba de lado su orgullo maternal.
La rubia entró en la estancia dubitativamente y se alarmó al notar que el pelirrojo tomaba un objeto. Era la pequeña bola de nieve que su madre le había obsequiado a los ocho años, justo después de una competencia y que atesoraba como una de sus más valiosas pertenencias, aunque fuera tan sencilla.
La había puesto allí precisamente porque merecía estar en un lugar especial.
Y ahora, ese descuidado había comenzado a jugar con ella entre sus manos como si de una pelota se tratara, continuando con su observación y sin prestar atención. Cualquier movimiento en falso y podría despedirse de su pequeño tesoro.
Algo molesta, Elsa carraspeó para hacerse notar sin tener éxito.
"Recuerda ser amable con él", le dijo una vocecita en su cabeza a la que no obstante, era muy difícil hacerle caso.
—Disculpa—dijo gélidamente y entonces el muchacho se volvió hacia ella con una ceja alzada.
—Ah, eres tú—Hans la miró de arriba a abajo sin dejar de jugar con la esfera de nieve—. ¿Qué quieres?
La blonda imitó su ceja arqueada. ¿Era su imaginación o su actitud había cambiado drásticamente de la del joven amable que la había saludado esa tarde?
—Eso es mío—respondió señalando con su fino índice la bola nevada—. Te agradecería que no jugarás con él. Es frágil.
Hans dirigió sus ojos verdes hacia el objeto con repentina curiosidad, como analizando que tendría de especial. La nieve artificial y el pequeño castillo de hielo que se mostraban en el interior le parecían muy infantiles.
—¿Es tuyo?—repitió en tono socarrón y volviendo a lanzarlo brevemente por el aire, provocando que a la jovencita casi se le salieran los ojos de las órbitas al soltar una exclamación ahogada.
—¡Sí, es mío! ¡Déjalo donde estaba!—exclamó Elsa con enojo—¡No puedes tocarlo!
—¿No?—el cobrizo extendió una mano y con todo el propósito del mundo, dejo caer la bola de nieve, que produjo un ruido cristalino al tocar el suelo—Creo que ya lo hice.
Su boca se torció en una prepotente sonrisa que a la muchacha se le antojó como una mueca diabólica. Incrédula, se agachó para recoger la esfera que ahora mostraba una notoria grieta en su superficie. Poco más y se habría roto.
Sintió la ira emerger desde lo más profundo de su persona y se puso de pie para fulminar con la mirada al colorado. Al diablo con lo de ser más amable con él.
—¡¿Cuál es tu problema, idiota?! ¡¿Sabes lo que esto significa para mí?!
Hans se encogió de hombros, indolentemente.
—¡Esto no se va a quedar así!
—¿Y qué vas a hacer? ¿Irás con mamá a decirle que rompí tu pequeño juguete?—Elsa se quedó lívida en su lugar, con la esfera apretada entre sus manos y rechinando los dientes. La falta de respuesta hizo que su acompañante ensanchara su sonrisa—Eso creí.
Groseramente pasó por su lado empujándola con el hombro. Ella se dio la vuelta para confrontarlo.
—¡Escúchame, patán…!
—¡No, tú escúchame a mí!—el gesto del pelirrojo se volvió amenazador cuando regresó a mirarla, esta vez usando un brusco tono de voz.
En serio, ¿dónde había quedado el muchacho cordial de horas atrás? Fue lo único que alcanzó a preguntarse antes de que él diera una zancada hasta donde se encontraba parada, intimidándola con su estatura. Le sacaba una cabeza de altura y en contra de su voluntad, no pudo evitar sentirse algo amedrentada.
—No me agradas, sabandija y sé que yo no te agrado a ti, lo cual me tiene muy sin cuidado—Hans la empujó haciendo que cayera sentada en uno de los sillones de la biblioteca—. Pero mientras esté aquí no vas a darme problemas, si sabes que es lo que te conviene.
—¡No te tengo miedo!
—Deberías tenerlo Elsa, porque puedo hacer tu vida miserable de muchas maneras y no te gustará descubrirlas—dijo él de un modo tan malicioso, que a la chica le dio un estremecimiento.
—¡Nuestros padres se van a enterar de esto!
—¿En serio? ¿Y por qué piensas que te van a creer?—Hans descaradamente tomó la punta de su trenza francesa y comenzó a juguetear con ella—Tú solo eres una niña malcriada que está demasiado molesta porque su madre decidió buscarse a alguien más. Harías cualquier cosa por llamar la atención.
—Eso no es verdad—replicó la muchacha apartándolo de un empujón.
—Claro que sí y a tu madre le va a constar cuando le cuente lo desagradable que eres conmigo, porque ¿sabes? Así no se trata a la familia—Hans comenzó a hablar como si estuviera regañando a una niña pequeña y eso la enfureció—. ¿Te imaginas cómo reaccionará? Se nota que preocupa por ti. ¿Qué te parece si le damos un buen motivo, eh?
Elsa se mordió el labio inferior, frustrada por lo que acababa de decir. Jamás había sido de las que necesitaban recurrir a su madre para todo, pese a que Idun era lo único que tenía. Y ciertamente tampoco quería causarle molestias, sobretodo cuando después de varios años, por fin era nuevamente feliz.
—Así me gusta—Hans interpretó su silencio como aceptación y entonces le dirigió una mirada desafiante.
—Eres un idiota si crees que puedes intimidarme de verdad—espetó alzando la barbilla.
Él simplemente volvió a sonreír de lado.
—Mejor no me estorbes mientras estoy aquí, mocosa. O vas a pasarla muy mal.
Al verlo alejarse para salir de la estancia con andar arrogante, Elsa tuvo la seguridad de dos cosas.
La primera, era que nunca debía volver a dudar de sus presentimientos porque efectivamente, ella jamás se equivocaba con ese sexto sentido al que sus amigos les gustaba tachar de pesimismo y que si algún día volvía a hacerlo de nuevo, más le valía abofetearse a si misma.
La segunda, era que no solo no le caía bien Hans Westergaard. Lo odiaba. Así de simple. El tipo era un monstruo con el que tendría que andarse con cuidado y que al parecer, podía cambiar de máscara más fácil que cualquiera de los psicópatas que había visto en sus numerosas películas de terror. Y eso, era sumamente preocupante.
Las vacaciones de invierno iban a ser muy, pero que muy largas.
Nota de autor:
¡Oh, Frozen Fan! ¡Lo has vuelto a hacer de nuevo, pequeña sabandija! *Facepalm*
Bienvenidos sean de nuevo a otra fantástica aventura Helsa, traída a ustedes por Frozen Fan & Co., ¡donde todas sus fantasías Iceburns se hacen realidad! :D
Desde que estaba escribiendo los últimos capítulos de Pasión de Invierno, esta idea me daba vueltas en la cabeza así que simplemente tuve que ponerme en marcha otra vez. xD Si leyeron 30 días de Helsa puede que les sea familiar del último prompt, donde mis queridos pajaritos son hermanastros. Digamos que está ligeramente basada en esa viñeta; pero no es exactamente el mismo universo. Más bien solo tomé la idea típica de los hermanastros que se odian para empezar a hacer esta locura, jajajaja.
Y hablando de odio, estos muchachos empezaron con todo, cual debe ser. x3 Nuestros pequeños se odian ya y han iniciado su relación con la peor actitud del mundo; Hans es tan falso como siempre y puede engañar a todos menos a Elsa, que una vez más ha dudado de sus intenciones. Entonces, ¿quién creen ustedes que sea el primero en caer ante los encantos del otro? LOL
A diferencia de Pasión de Invierno, este será un fic más ligero y con más comedia; quiero intentar hacer algo diferente ¿saben? Tampoco quiero que dure tanto como mi anterior fic, pero vamos a ver que pasa. Y como mencioné al principio, ¡esperen la aparición de otros personajes de Disney conforme avance la trama! Adoro hacer ese tipo de crossovers. :3 Por lo pronto, me ayudarían mucho diciéndome que les pareció y lo que esperan que pase de ahora en adelante.
¡Así que anímense y usen esta coqueta cajita de aquí abajo! Los leo luego. ;)
