Aquí les dejo una nueva historia, un Taiora para variar, es una historia corta que constará de tres capítulos más el epilogo.

Digimon no me pertenece, la historia sí, en parte.

Summary: Tai y Sora se mudan a España debido a que éste último fue fichado por el equipo de Real Madrid para jugar al fútbol. En ese país Tai decide sentar cabeza y pedirle matrimonio a Sora la cual ya tenía en su vientre a su primer hijo. Todo pinta color de rosas, aunque la vida le enseñará que nada es fácil y que incluso el amor y la familia deben trabajarse con esmero y dedicación y más si se pasa por un terrible momento.


Siempre tú y yo.

~~.*.~~

Manos sudadas, cuerpo tembloroso, garganta seca, ojos que buscaban y rebuscaban cualquier cosa, hacia cualquier dirección; mi pie en un vaivén inquietante de arriba hacia abajo contra el suelo de madera.

¡Demonios, Sora! ¿Pensaras salir de aquel maldito baño alguna vez?

Los nervios me comen los sentidos, el mundo está siendo ignorado por mí ahora, lo único que me importa es que ella saliera de aquel condenado lugar y me diera la noticia que tanto he estado esperando. Miro en mi muñeca izquierda el reloj, tres y quince.

¡QUINCE MINUTOS! Sabía que requeriría tiempo, pero, ¿tanto así?

Ya lleva en aquel lugar quince largos, estresantes y agobiantes minutos. Me levanto del sillón y camino por el pasillo de la casa de mis padres en España, lugar en donde residíamos desde hace un año. Ellos estaban de vacaciones en Japón y nos habían dejado cuidando su hogar, muy provechoso ahora que estaban remodelando la cocina del apartamento que comparto con Sora. Me detengo delante de la puerta del baño y con los nudillos de mi mano doy unos pequeños golpes en ella.

"TOC, TOC…"

—Tai, ya te dije aún no está listo. Debemos esperar —contesta un poco mal humorada. Era la tercera vez que iba a por ella.

¡Mierda, pero que agobiante era!

Chasqueo mi lengua y me devuelvo a la cocina, tomo un vaso de agua helada de un sólo sopetón, debía de apaciguar aquella sequedad de mi boca producto de los nervios. Vuelvo al mueble y me siento con vista hacia la nada, mis manos ya no son las únicas que sudan, mi pecho y mi cuerpo entero se siente como un mar de transpiración: sudor frío y escalofriante. Una vez más los pequeños golpes con mi pie comienzan resonar en el living, me recuesto del mueble y miro hacia un reloj de pared…

Tic-tac, tic-tac, tic-tac…

Aquel sonido capta completamente mi atención. De pronto, en el mundo no parecía que hubiésemos más nadie, salvo el tic-tac del reloj y yo. Me voy lejos del plano terrenal por unos segundos, estoy siendo absorbido por el hipnotizante ruido sordo que produce el aparato. Dejo de pensar por un instante.

¡MALDICIÓN, Sora, ¿aun nada que sales?! —Grito para mis adentros. Ya no tenía control sobre la calma.

De un momento a otro siento que unos pasos que provienen del pasillo que daba pie al baño, mi rostro se voltea automáticamente hacia la parte de donde provenían dichos pasos en cuestión, le miro con mis ojos abiertos e intento adivinar la expresión de su rostro: es muy insondable.

―Y… ―Es todo lo que digo. Impaciente.

Ella me mira con sus ojos apagados, desilusionada. Entonces lo sé, pero el movimiento de su cabeza negando rotundamente lo confirma de inmediato. Ahora soy yo quien se ha apagado. Realmente siento que la noticia ha reventado en mi cara como un globo lleno de aire que explota por el pinchazo repentino de un alfiler.

―Lo lamento, Tai... ―Contesta, con su tono de voz bajando paulatinamente de decibeles. Siente lastima por mí y tal vez un poco por ella misma.

Era nuestro tercer intento y nada. Siempre el resultado terminaba siendo negativo. Esta vez de verdad creí que lo habíamos conseguido, estaba muy entusiasmado, pero la realidad me golpeó el rostro con demasiada fuerza. Comienzo a creer que tenemos un problema. Que yo soy el del problema.

¡No era posible!

―Tai… ―Levanto mi cabeza y le miro. Claramente muy decepcionado. Sé que ella no tiene la culpa, pero se me hace imposible disfrazar mi frustración con una sonrisa, como ha pasado en los últimos meses.

—Seguiremos intentándolo —digo asomando un intento de sonrisa forzada y débil.

Entonces noto como Sora hace un sonido que delata su risa contenida. No logro entender qué le ha causado tanta gracia. No debía ser así, ella no podía reírse de mi desgracia. ¡De nuestra desgracia!

¡Rayos, Sora ¿Qué mierda te ha picado?! Pienso.

No me parece gracioso en lo absoluto y mi mal genio comienza a asomarse por mi rostro. Le regalo una mirada de reproche y enojo.

—Lo siento, Tai —dice emitiendo una gigantesca sonrisa—… Lamento que a partir de ahora, debas empezar a cambiar pañales —se detiene a estudiar mi rostro, yo no reacciono— ¡Seremos padres! —agrega con emoción.

Sé que acaba de decir algo, sus labios se mueven, su sonrisa no se desinfla, ella comienza a acercarse hasta a mí. Sé que le estoy mirando confundido, sin entender. La verdad es que no entiendo nada de nada.

¿Era una broma?

Ella toma asiento a un lado de mí, luego sostiene mi mano y la dirige hasta su vientre plano. Abro los ojos sin poder evitarlo.

—Seremos padres—susurra con su toque de mujer maternal—, seremos padres —repite y siento que las lágrimas le comenzaran a brotar.

—Seremos padres —hago eco en sus palabras, pero aun no puedo creerlo—. Seremos padres —levanto mi voz y ahora sí lo siento real— ¡Seremos padres, seremos padres! —grito entusiasmado mientras me lanzo a besarle.

Le regalo un beso corto sobre sus labios, luego otro. Apenas logro rosarlos, pero se vuelven arraigados y necesitados. Un beso tras otro continuo: uno, dos, tres… ella se ríe; cuatro, cinco seis… pone sus manos alrededor de mi cuello; siete, ocho, nueve… me sostiene con fuerza; Diez, me besa profundizando el beso.

―Mañana mismo te pondrás en control —susurro entre dientes. Vuelvo a besarle, planeando que el beso dure más.


―¡Ey, Taichi pasa el balón! —grita un jugador del equipo.

Levanto mi vista y le observo. Él tiene sus ojos puestos sobre el esférico debajo de mis pies.

―¡Oh! Lo siento, Karim, es mi culpa, ando un poco distraído.

―¿Distraído? ¿Tú? ¿Taichi Yagami distraído? ¡Qué novedad! ―suelta una risa cargada de ironía, como las palabras de hace un rato.

Aunque esta vez mi distracción es muy comprensible. Sora no quiere dejar de trabajar. Le he dicho que no tiene que hacerlo, que renuncie y tome un tiempo para tener y cuidar de nuestros hijos. Si tan sólo no fuera tan feminista. No hay nada ni nadie que logre sacarle de la cabeza la idea que tiene de trabajar en estado de embarazo. Terca. Siempre ha sido cabezota. Yo sólo deseo su bien y el del niño o niña. No puede culparme por ello. Sin embargo, no desiste de su idea y cree que estoy dándole una especie de trato especial por su condición. Alega que no está enferma y que puede arreglárselas. Pero sé que lo hace sólo porque le conviene.

¡Pufff! No hay nada que pueda hacer para convencerle.

―El técnico te llamará la atención si no disipas tu distracción antes de que comience el partido contra el Barcelona. ―Me aconseja Karim y luego sigue calentando su cuerpo, como si nada.

―No te preocupes. Sabes que una vez emitan el pitido inicial, no habrá cielo que logre distraerme —Tremendo juego de palabras. Pienso. Sora, cielo.

Es lo mismo, salvo que en idiomas difieren y que Sora sí podría distraerme, ahora más con su estado.

Me propongo a hacer el calentamiento cuando escucho el silbato del técnico. Corro al banquillo en donde me reúno con el resto y escucho las indicaciones del técnico. Hoy seré titular.

—Ya sabes Taichi —dice viendo en mi dirección, luego de dar varias indicaciones previas—. Hoy serás un falso nueve. Necesito que muestres la destreza que tuviste en los entrenamientos. Puedo confiar en ti, ¿no?

Asiento con mucha determinación. Él se gira y da otras indicaciones al resto del conjunto Merengue. De pronto, siento una puntada cerca de la sien, a un lado de mi cabeza. Arrugo la frente, cierro los ojos y bufo, automáticamente llevo la mano a la zona en cuestión y la masajeo. La puntada de dolor pasa rápido y le ignoro de la misma forma.

Mis pensamientos se vuelven cada vez más entusiastas.

¡Genial! —Me digo a mí mismo desde mi fuero interior— Seré titular, tengo responsabilidades, estoy ganándome un puesto importante en el equipo. ¡Sí! Es definitivo, estoy en el mejor momento de mi carrera y vida personal. Tendré un hijo con la mujer que amo, aparte de estar en un equipo reconocido.

¡A jugar! —grita el segundo asistente y de inmediato sé que debo regresar al túnel y esperar la señal para salir. De mi mano sostengo la de un niño. Tiene rasgos muy europeos: ojos azules, cabellera castaña clara, pecas en las mejillas, tez blanca y pestañas largas. Le sonrío y le pregunto si está nervioso, siento su tiritar, pero él niega con la cabeza y me da la impresión de estar delante del futuro General de las Fuerzas Armadas de España. Demasiada seriedad para un niño de unos seis u ocho años como mucho.

Le revuelvo la cabellera y al levantar la vista observo que me observan. Es la cámara que me ha enfocado mientras molestaba al chico que se ha echado a reír al tiempo que le he sacudido su melena. Le ignoro, son órdenes del banquillo no parecer distraído.

[*]

El marcador apuntaba más de la mitad del medio tiempo, Messi había chutado dos goles, mi equipo había hecho la misma cantidad de tantos, CR7 –Cristiano Ronaldo- en el primer tiempo marcó un gol y en la primera mitad del segundo tiempo convirtió un penalti en otro punto para el equipo. Ahora el marcador estaba empatado.

Corro al sentir que el equipo contrario ataca, intento frenar a Cesc Fábregas, pero, antes de poder hacer cualquier cosa, me ha hecho una finta y el pase al número Diez. La pulga corre como si tuviera un cohete en sus pies, se escabulle y logra burlar a varios defensas, yo —como uno de los más veloces en el equipo— corro y le alcanzo. Ahora somos CR7, y yo contra La pulga. Es frustrante cuando siento que pasa el balón entre mis piernas haciéndome un túnel, luego burla a Cristiano y finaliza la jugada con un gol asombroso.

Mi rostro arde de rabia, siento la sangre que abandona mi cuerpo. Impotencia, rabia conmigo mismo, agobio. Llevo mis manos a nivel de la cintura, enjarrándolas, y echo una mirada de lamentación hacia el cielo.

—¡Mierda! —suelto al escuchar el silbato del árbitro anunciando la validez del gol.

Golpeo con la punta de mi pie al césped y me obligo a devolver a mi posición.

Relajate, Taichi. Respira.

El balón estaba a merced del Real Madrid, Pepe lo dirige, le hizo un pase a Sergio Ramos quien llevo el redondo hasta la mitad de la cancha, una marcación por Piqué hizo que pasara el balón a Özil él apenas la toca y la dirige a Di María, éste tome el esférico como puede y corre hasta estar a pocos centímetros de la zona de penaltis, se detiene y ve a Cristiano marcado por Puyol, así que da un pase ciego hacia atrás y, allí veo mi oportunidad.

El balón se dirige como un imán hasta mi pie, lo controlo como puedo y siguiendo la jugada corro a toda marcha hacia la portería buscando la manera de abrir el terreno y hacer el gol del empate. Siento la presión detrás de mí, yo sé que Puyol no lo haría fácil. Envío toda mi energía a mis piernas y acelero como puedo y, estando frente a Valdés, hago el ademan de lanzar a portería en dirección hacia la derecha, cuando veo que el portero azul grana se hace hacia esa dirección, giro ligeramente mi pie hacia el centro del arco matando así su instinto de guardameta, chuto con toda mi energía y…

¡GOOOOL!

Todo el Bernabéu se alza de pie y grita un excitante y, a mi parecer, un bien merecido gol que se extiende hasta que sus pulmones se quedan sin aire. Casi sesenta mil personas alzaron sus brazos y celebran el gol que acabo de hacer, no lo puedo creer, mi primer tanto en el clásico "Real Madrid vs. Barcelona". Siento el ardor recorrer mi mejillas cuando centenares de personas gritan mi nombre, los cuerpos de mis compañeros se abalanzan sobre mí y entonces es cuando logro asimilar lo que he hecho. Celebro con una emoción que no cabe en mi cuerpo, mi primer tanto en un clásico.

¡Se siente genial!

Valdés saca el balón de portería y en un muy patético error le entrega el esférico a Karim quien no duda en pasarlo a CR7. Éste hace su particular bicicleta, observo como Puyol y Dani Alves se abren paso y logran marcarlo. Viendo que no tiene opción, CR7, le hace el pase a Arbeloa quien corre y dribla entre varias defensas. Notando que mi marca estaba ocupada en Ronaldo éste me envía el balón, lo vuelvo a tener en mis pies y con la oportunidad de volver a marcar otro tanto en el partido. Siento mayor confianza en mí mismo luego de haber anotado. Sintiendo la adrenalina en mi cuerpo, salgo corriendo hacia la portería, hago el ademan de chutar hacia el arco, pero, de pronto, siento un dolor inimaginable en mi pierna derecha. Caigo al suelo ante la sensación de que me han golpeado y barrido. El dolor es insoportable. El árbitro marca una tarjeta amarilla hacia mi agresor: Alexis Sánchez. No era para amarilla, era para roja. Casi escucho al Sora maldiciendo la mala decisión de nuestro custodio.

Me levanto, intento apoyar mi pie, pero el dolor vuelve diez mil veces peor y regreso al suelo.

¡Rayos! ¡Sí que duele! El muy hijo de… ¡RAYOS!

Alexis se acerca a mí y me pregunta cómo estoy. No puedo evitar mirarle con enojo, pero luego me limito a hacer un gesto incomodo mirando hacia mi pierna. Me da la mano y la sujeto, aunque no muy agradecido por casi partirme el pie.

Oigo como llaman a los paramédicos. Me revisan, comienzan a echarme espray mentolado, masajean y examinan la zona afectada. Me ayudan a levantarme y a afincar el pie poco a poco. Al principio duele, sin embargo, tolero mejor el dolor con cada paso que doy. Cristiano se prepara para ejecutar un penalti que seguro acabara en gol. Es un magnifico tirador, debo reconocer. Muevo el pie, ya no siento nada, apenas una molestia. El equipo médico se marcha y yo tomo mi lugar.

Cristiano se prepara, da unos pasos cortos y luego los acelera hasta lograr darle al esférico. La barra azul grana salta, pero no logran darle al balón. Yo estoy inmóvil, expectante, el redondo choca contra el palo superior y rebota de regreso. Valdez se estira como chita y cae al suelo, no logra atraparlo, mientras, yo corro con mucha velocidad y me lanzo de bruces en contra de la pelota, le cabeceo y dirijo una vez más hasta la meta. Valdez no logra reaccionar y ponerse de pies, el balón encaja dentro y choca en la red, así marco mi segundo gol.

Estoy seguro que mañana todo el mundo hablará de mí.

Una ola de fanáticos de camisetas blancas se alza y grita un nuevo gol, más potente y energético, Salgo corriendo alzando mis brazos en un vuelo, al llegar a la zona de tiros de esquina salto y empuño mi mano agitándola en el aire, seguro, lleno de confianza, recalcando en el gesto la victoria eminente del equipo.

Algunos se acercan hasta a mí a celebrar, otros lo hacen a lo lejos, Cristiano es uno de ellos. No logro reprimir a mi ego y los pensamientos que llegan a mi mente.

¡Vamos, Cristi! —Miro a CR7— No es mi culpa ser tan guapo, talentoso y rico.

Obviamente lo que pienso es una tontería, culpo al gozo del momento.

[*]

―"El Real Madrid deja en la cancha a un Barcelona hechos añicos. Dos goles de Cristiano Ronaldo y otros dos del japonés Taichi Yagami sentencian al equipo azula grana de Guardiola." ―Sora citaba las noticias en los diarios deportivos de la ciudad. Continuó ― "El número diecinueve, Yagami Taichi, el centro campista japonés de 21 años de edad anotó dos goles la noche pasada, dándole así la victoria a su equipo, con sólo nueve juegos jugados el número diecinueve ya obtuvo su primer partido como titular, un riesgo muy favorecedor para Mourinho." ―hizo una pausa y me rodeo el cuello con sus manos―. ¡Vaya, amor! Eres todo un Crack del fútbol, estoy orgullosa de ti y no solo yo, mira lo que dice el artículo.

Tomó el periódico y volvió a leer:

—Mourinho aclara que: "El '9' tiene que ser ganador de partidos, futbolista desequilibrante, de los que hace un gol con media ocasión y de esos que empieza a fallar cuando el partido ya está resuelto. Un killer en el cero a cero, un futbolista de equipo en la goleada. Todos los requisitos conducen a Cristiano Ronaldo, el '7' que juega de '11', pero quién sabe... tal vez ahora puedo depositar esa responsabilidad en el número '19', si no me decepciona podría ser el nuevo nueve fantasma"

―Ya déjalo, Sora ―Mis mejillas arden por la vergüenza. Genial, ahora soy demasiado modesto para disfrutar de mí avasalladora victoria―. Oye, ¿ya fuiste a ver por la consulta médica?

―Sí, Tai —deja el periódico a un lado y me mira sonriente—. Debemos estar allá el viernes por la tarde, lo pedí para la tarde ya que tú prácticas en las mañanas.

¡Vamos, Sora por favor! ¿Es una broma?

Le había dicho muy en claro que no podía faltar a ninguna práctica con el club. No podía faltar o sería sancionado. Ahora estamos en semifinales y el tiempo en la cancha es valioso. La única oportunidad de poder acompañarle era el viernes en la mañana, ya que las prácticas empezaban esa tarde.

—No podrá ser. Ya te dije, sólo puedo estar contigo mañana en la mañana.

―¡OHHH! ―gruñó. Llevó ambos brazos a cada lado de su cuerpo y los tensó.

Incontrolablemente siento mi cuerpo erizarse. Sora se ha molestado. Estoy en problemas. Aunque debo admitir que verle así, tan enojada, le presta bien. Masoquista. Esa es la palabra que me viene en mente a continuación.

—Pero, ya no puedo cambiarla. No es mi culpa, no te explicaste bien.

—Tú no entendiste bien. Claramente te lo dije y volví a repetir antes de acostarnos la otra noche.

—Yo no te escuché decir que la pidiera para la mañana. Es más, todo lo contrario.

Suspiro pidiendo paciencia a los cielos. Sora es demasiado orgullosa para aceptar que se equivocó. Estoy seguro de que ya ha recordado la plática que tuvimos.

—Sí, te lo dije, recuérdalo.

Ella me miró con el cejo arrugado. Infló los cachetes y me reviró los ojos.

―Pero —soltó—, ¿a quién se le ocurre hablarle a una embarazada a las once de la noche de esas cosas?

Chasqueo mi lengua y refunfuño algo. Ella me mira con ojos de asesina. Bufo cansado. Me levanto de la mesa y me tumbo con pesadez sobre el sofá de la sala, enciendo la TV y siento que ella me ha seguido. Ha quedado con la mirada retadora y sus manos cruzadas sobre su pecho. Le miro sin entender por qué me recrimina con sus ojos.

―Sora —por fin logro articular—, estas em-ba-ra-za-da, no sorda, mi amor.

Y más vale que no. Se dio media vuelta enfurecida y gruñendo no sé cuántas cosas sobre mí, sobre lo estúpido que era y algo sobre que la culpa de todo la tenía mi madre.

Ruedo los ojos y mira hacia el televisor encendido.

—Uno, dos, tres… —repito en voz baja, cansado.

Y aquí viene la mejor parte de pelear con la futura madre de mis hijos: Reproches y sarcasmos a la orden del día. Al terminar de contar los tres segundos de paz que siempre hay antes de que realmente estalle furiosa, siento como sus pasos vuelven hacia mi lugar. Apago el televisor y espero como un niño de cinco años a que su madre le regañe: en silencio.

Justo a tiempo.

―¿Sabes qué? —dice histérica—. No puedo creer que seas tan insensible conmigo, ¿acaso no sabes que sufro de cambios hormonales por el embarazo? Todo lo que digas me afectará.

―Pero, Sora, ¿desde cuándo sufres de "cambios" hormonales? Apenas ayer te enteraste de estar embarazada y que yo sepa, ayer no presentabas estos signos de bipolaridad.

Cállate, Taichi, callate. Me digo en mi fuero interior, pero sé que ya es muy tarde para ello, ahora debo sufrir las consecuencias de mi estupidez. Odio la incontinencia verbal.

―¡AHHHH! —grita exasperada—. Eres un estúpido.

Dio grandes zancadas y, hecha una furia, regresa a la habitación, no sin antes hacer vibrar las paredes de la casa con el azote de la puerta.

¡Mierda! Pienso angustiado, la verdad no me gusta para nada este tipo de panoramas en el que me siento como una oveja dentro de la cueva de un dragón hambriento.

¡Por Agumon, ahora sí estoy en aprietos!

[*]

Había quedado en reunirme con Hikari a esta hora. Ya llegaba tarde. Inenté arreglar las cosas con Sora. Nada. Estaba enfrascada ano perdonarme rápido. Ni siquiera sé por qué se ofendió tanto. Mujeres. El mundo definitivamente había amanecido en mi contra. Odio esperar, por eso siempre me demoro con los muchachos cuando quedamos en vernos. No es cierto, no del todo, aun así, odio esperar. Veo la puerta de la cafetería abrirse. Hikari aparece con un vestido en tonos pasteles muy corto, demasiado.

¡Que mierda...!

―¡Hermano! ―grita de emoción.

―¡Kari! ¿Qué haces vestida así? —No puedo hacerme el tonto.

¡Demonios! Ella no sabe cuánto me molesta verle vestida así vestida, enseñando sus piernas. Esa no es manera de una joven vestirse.

―Hermano, por favor ya tengo 18 años, deja de tratarme como a una niña pequeña.

Que pesar, tiene razón, pero mientras esté conmigo no vestirá así. Me quito la chaqueta y le digo que la amarre a su cintura, muy al estilo de los noventas. Ella obedece, pero antes me revira los ojos a su vez sonríe y suelta:

―Vaya, pobre de tu hija.

―¡¿SERÁ NIÑA?! —grito—. ¿Pero cómo lo sabes? ¿Ella te dijo? Pero si no ha ido a consultas.

La incontinencia verbal volvió. Hikari me mira perpleja, sin entender qué diantres balbuceaba yo.

―¿Quién será niña? Hermano, de verdad estás mal de la cabeza ni que yo fuera adivina para saber que sexo tendrán tus futuros hijos.

―Pues, deberías de hablar con Sora —Ella me mira como si yo estuviera loco—. Ponte en contacto con ella y ayudale a conseguir un nombre para el bebé.

―Para eso falta mucho.

Es cierto eso que dicen de ella y de mí. Los hermanos Yagami somos muy distraídos. Le miro con una enorme sonrisa y dejo que mi expresión le dé una pista de lo que quise decirle.

―¡HERMANO! ―chilla―, ¿no me digas que tú y Sora…?

Asiento con la cabeza.

―Dios mío, seré tía.

Le veo saltar de la silla y rodearme con los brazos con fuerza. Se le nota muy emocionada. Comienza a desvariar, a decir cosas a las que no le hallo sentido. Se separa de mí aun emocionada, sonriendo a diestra y siniestra. Sus carcajadas adornan el Café, hay varias personas que me miran, siento que les parezco familiar, aunque por como achican los ojos, diría que no dan todavía de donde me han visto. Les sonrío a una pareja que me observa, ellos bajan la mirada y evitan el contacto de nuestros ojos.

[*]

Cuando llego a la casa noto que Sora ha salido. Eso me da gusto.

Había pasado los últimos días buscando la ocasión perfecta para llevar a cabo mi plan. Ahora veía la oportunidad ideal. Esa noche le pediría a mi novia y mejor amiga que se casara conmigo. Le amo como no he amado nunca a nadie. Estoy completamente seguro que ella es la ideal. Sé que somos muy jóvenes, que apenas estamos iniciando nuestras carreras, pero eso no dice nada. Creo que una pareja que crece junta puede complementarse mejor que una que espera a conocerse y se casa luego de viejo. No digo que deba hacer las cosas rápidas, aun así, sé no me estoy precipitando. Ya han sido casi quince años de amistad, cinco de novios, dos de amantes que viven juntos. No hay nada que pensar. Quiero crecer y ser mejor persona junto a ella, quiero formar una familia grande, quiero escuchar ya los pasos de mis bebés por todo el lugar. Deseo convertirme en un esposo fiel, cariñoso, comprensivo que Sora merece. Quiero siempre ser su apoyo, necesito formalizar nuestro vínculo. Esto es algo que debo hacer.

Me acerco al teléfono y hago un par de llamadas. En cuestiones de minuto todo el apartamento está cubierto de rosas: amarillas, rojas, azules y de sus flores favoritas como lo son: la azucena, lirios y tulipanes. Una alfombra roja de petalos de rosa adornaba el piso de madera. Me propongo a hacer la cena, pero recordando el incidente del "pollo al carbón" preferí llamar a un restaurant.

Me siento a esperar. Me miro el vestuario. Nada mal. Ni muy informal ni demasiado formal. Miro el reloj y sé que es un poco tarde. Comienzo a angustiarme, aunque me permito guardar la calma un poco más. Es irreal pensar que pronto concluirá una etapa de mi vida. Saco el anillo de mi bolsillo, no es muy grande ni pequeño, creo que Sora no verá el tamaño de la joya, pero yo quiero darle todo lo mejor de este mundo. Vuelvo a mirar el reloj, la comida no ha llegado, Sora tampoco. Comienzo a ponerme nervioso, quiero que todo salga bien. Sin embargo noto que estoy siendo mezquino, tal vez Sora no desea esto, siempre hablamos de vivir juntos, nunca le oí decir que quería casarse. ¿Acaso no desea hacerlo? Me siento ahora con nauseas. Me pongo de pie dispuesto a lavarme el rostro en el fregadero de la cocina.

El timbre suena. La comida llegó. Pago y firmo un trozo de papel con mi autógrafo. El chico de delivery estaba emocionado de verme. Sonrió con modestia y le veo partir.

Ha pasado un buen rato, la comida ya llegó y esta finamente acomodada sobre la mesa. Espero impaciente el regreso de Sora. No tarda mucho en aparecer.

La idea de pensar en que Sora podría decirme que no está descartada. Ella me ama, ¿cierto? Dirá que sí, ¿verdad? Ahora las dudas me atacan. Estaba seguro de que no me pondría nervioso y psicópata con esa idea. Pero…

Escucho el sonido de las llaves que intentan abrir la puerta, luego ella se abre paso a la casa que está a oscuras, salvo por una o dos velas encendidas.

―Taichi, ¿qué es todo esto? ―Pregunta, no logro descifrar muy bien su expresión. Parece sorprendida.

Ya todo está hecho. No hay marcha atrás. Recobro el valor por nos segundos y me obligo a caminar hasta ella.

―Esto, mi querida Sora, es el comienzo y el fin —digo sonriendo.

―¿El comienzo y el fin? —repite sin entender.

―Sí, el comienzo de una nueva etapa y el fin de una vieja vida.

Mejor hacer las cosas rápidas y sin anestesia.

Me acerco hasta la puerta y cierro con suavidad, quito el abrigo a mi novia y lo coloco en el perchero, le tomo de la mano y la llevo al centro del living donde un corazón formado por pétalos y rosas está en medio del lugar. No le suelto la mano, me siento ansioso. Comienzo a arrodillarme, ella aún sigue de pie. Le miro a los ojos, ella parece querer llorar, pero sonríe. Le tomo la mano y la encierro entre las dos mías, como un sándwich.

Me mira con expectación.

Carraspeo. Ahora estoy temblando.

―Sora ― hablo en un susurro―, hemos compartidos millones de recuerdos, muchos buenos, otros malos, pero son nuestros —me detengo y toso—. Lo siento, no soy muy bueno en esto de hablar —ella sonríe con calidez—, pero lo estoy intentando por ti. Lo que quiero decir es que siempre te haré enojar, pero también siempre buscaré la forma de hacerte sonreír. Soy demasiado torpe para prometerte la felicidad plena y eterna, no obstante, haré lo imposible por mantenerte feliz el mayor tiempo posible. Sora, quiero envejecer junto a ti, despertar cada mañana y verte a mi lado y tener la seguridad de que nada ni nadie te podrá apartar de mí lado. Sora Takenouchi, mi hermosa pelirroja de bellos ojos escarlatas, de sonrisa apacible y colosal, mi bella novia y portadora de mi amor…

El miedo se apodera de mí otra vez. Las últimas palabras quedan atoradas en mi garganta. Maldición. No quiero llorar, yo no lloro por estas cosas. Mi cuerpo está temblando y siento el corazón latir apresurado. Tomo aire pesadamente y luego lo suelto con lentitud. Quiero estar lo más sereno posible para que todo acabe bien.

―Sora Takenouchi… —repito su nombre mientras reúno el valor para hacer lo que haré.

No tengo miedo de dar el paso, tengo miedo de lo que de su boca salga. Vivimos juntos, tendremos un bebé, pero eso hoy en día no me garantiza un como respuesta.

―¿Si, Tai? ―Repite manteniendo la compostura, con los ojos brillosos y esperando a que continuara.

―Sora quieres tú… —bajo la cabeza y me maldigo por olvidar sacar el anillo de compromiso—diablos lo olvidé —por fin he logrado sacarlo de mi bolsillo.

Ella ahoga un grito y se le escucha ansiosa:

―¡Oh, por Dios! ¿Si…?

―Está bien. Ahora sí —abro la caja que contiene el anillo con una piedra blanca brillando en él—. Sora, ¿quieres casarte conmigo? —Digo sin más rodeos. Ella abre la boca para contestar, pero yo vuelvo a hablar—. Pero antes, debes de saber que si llegas a decir que no, estarás condenando a éste hombre a la desdicha eterna. Piénsalo bien, mi felicidad cuelga de tus manos.

Siento como sofoca una risa, luego se agacha y se arrodilla ante mí, me toma del rostro para besarme. Me besa con fuerza.

—¿Es un sí? —pregunto sin romper el beso.

—Es un sí —responde entre lágrimas y risas —¡Sí! —repite gritando.

Entonces dejamos de hablar y nos tumbamos sobre el lecho de petalos rojos, nos besamos, nos acariciamos e hicimos el amor.


Hola Digifans, amantes del Taiora un gran abrazo y un beso fuerte para todos lo que me leen, estoy muy feliz(no sé por qué) y quería repartile a todos mi buen humor en este fic, el prólogo es sencillo y tal vez a muchos le aburra, pero las sorpresas vendrán luego :*

Olvidé explicar, se dice que los mejores delanteros son los números 9 de cada equipo, por eso el apodo "nueve fantasma" que es aquel jugador que juega en una posición "x" y que de la nada es el protagonista del partido, tal cual lo explicó Mourinho (si, el artículo que citó sora fueron verdaderas palabras del técnico del R.M, aunque claro en ningún momento hablo de Taichi Yagami).

Eso.

Saludos:

Genee~