Disclamer: Los personajes utilizados y la serie no me pertenecen.
Este fic participa del Reto Temático de Enero "Spencer Reid" del foro "Rumbo a Quántico".
Trabajo
Había ciertos momentos de su vida de los que Spencer Reid se sentía avergonzado. Aquellas veces, por ejemplo, donde la coordinación le falla mientras habla con el jefe de policía de turno y se le caen las cosas que lleva. O cuando se queda demasiado tiempo pensando con un café demasiado caliente en la mano y se quema (y obviamente el café se le cae al piso). Sin embargo siempre comenzaba a hablar sobre el asesino y no parecía tan torpe.
También estaban esos momentos que lo llenaban de impotencia, como aquella vez que dispararon a un chico frente a él y no pudo hacer nada para salvarlo (sigue repitiéndose que debió haber hecho más pero ya era tarde).
O esos momentos llenos de furia donde no puede evitar levantar un poco la voz y ser más atrevido, como en la entrevista que le hicieron después del caso de Doyle (estaba calmado a pesar de todo y le gustaba su título de Doctor, muchas gracias) o cuando descubrió lo que el padre de Samantha le hacía a sus pacientes (niñas, tan pequeñas, marcadas de por vida por culpa de un solo hombre).
Sin embargo había momentos donde su trabajo valía la pena. Cuando el pequeño Spencer nació, ese bebé que llamaron en su honor porque había ayudado a traerlo al mundo. Cuando Henry se vistió como él en Halloween para sentirse protegido de los monstruos. O cuando Sammy agarró su mano para enseñarle a tocar el piano. Esos niños llenaron su corazón con ternura y alegría.
Seguía en contacto con ellos. Hablaba de vez en cuando con la madre del bebé y recibía fotos de casi todas las fiestas, incluso le mandaba regalos por su cumpleaños. Visitaba a Sammy de vez en cuando, a él también le mandaba regalos todos sus cumpleaños. Y siempre encontraba tiempo para Henry, JJ se lo encargaba al menos una vez al mes para que William y ella pudieran salir como pareja o con amigos.
Sin embargo, lo que más le gustaba de su trabajo, lo único que hacía que siguiera adelante, que no se rindiera y que pudiera soportar todo lo malo de él, eran los finales. Era ver a aquella persona, que podría estar muerta si no hubieran llegado en ese exacto momento, correr hacia el agente más cercano y refugiarse mientras atrapaban al sospechoso. Eran sus "gracias" con la voz entrecortada por el miedo y los ojos llenos de lágrimas, que significaban más que cualquier otra cosa para él. Y cada vez que alguien le agradecía, él decía que no. Que no debía hacerlo, era lo que él tenía que hacer y era lo que más le gustaba hacer. Al escucharlos, al dejarse abrazar por víctimas o amigos o familiares, sentía que hacía algo importante. Sentía que todo la furia, la impotencia, las pérdidas, todo valía la pena. Porque ellos ahora estaban a salvo.
