Amigos con derechos

La observó con sus mirada dorada, ella estaba completamente concentrada en la película que transmitían por televisión, con las rodillas pegadas a su pecho y su espalda que no tocaba el espaldar del sofá vino tinto en el cual se encontraban sentados, sonrió con algo de ternura, recordando lo bien que besaba su acompañante, recordando las distintas ocasiones en que se habían permitido juntar sus bocas, la mayoría de aquellas ocasiones en alguna farra en un bar, cuando ya habían bebido lo suficiente como para perder todas sus inhibiciones.

Entonces su mente se bloqueó, se puso en blanco, se acerco lentamente a su oreja y la mordió, sintió el cuerpo de ella temblar ante ésta acción, pero no se detuvo, siguió besando su lóbulo; tomo el hombro izquierdo de ella y la giró para besar su boca, la beso con fuerza y pasión mientras ella subía lentamente sus manos por el fornido pecho del ambarino hasta enredar sus dedos en su cabellera negra.

Las manos de él recorrían una y otra vez la espalda de la joven, con cuidado y lentitud empezó a inclinar su cuerpo hacia el de ella, quien comprendió sus intenciones, estiró sus piernas antes recogidas y se dejo acostar en el sofá. Entonces no sintió más los labios de él sobre su boca, tuvo miedo, pensó que todo había sido un delirio, que él nunca había estado ahí en esa habitación o que quizás, nunca había existido.

-Inu…yasha- le llamó con vos suave y muy nerviosa

-si… Kagome-esa era la ronca y sensual voz de él, entonces no había estado delirando, fue hasta ese momento que notó humedad cálida en su cuello, producto de los besos que él había estado depositando en esa área.

-nada- respondió, como confesarla que por un momento creyó que todo aquello había sido producto de su imaginación. Él le sonrió con orgullo y vanidad, aquella sonrisa siempre ocasionaba sonrojos en la azabache. Juntaron una vez más sus bocas en un beso hambriento. Las menos de él empezaron a recorrer, primero con timidez y luego con total libertad las piernas de la joven, que, para suerte de él, usaba una falda ese día.

Las caricias se volvían cada vez más apasionadas, provocando gemidos y temblores en ambos cuerpos, que ahora yacían desnudos, con el cuerpo masculino sobre el femenino, se dispuso entonces a entrar en ella, con el firme propósito de hacerle gritar su nombre en medio de un orgasmo; propósito que logró cumplir. Cuando al fin los dos alcanzaron, al mismo tiempo, el éxtasis completo el se dejo caer sobre el cuerpo de la joven. No quería salir de ella, no aún, no quería observar en sus ojos chocolates la culpa, razón por la cual decidió enterar sus rostro entre el hueco de su cuello.

Permanecieron así por varios minutos, sintiendo cada uno la respiración del otro en su oído y las voces de los actores de aquella película que hacía mucho había perdido el protagonismo en la sala.

Finalmente, y tras una larga discusión final, decidió que ya era momento de romper aquel pequeño paraíso que era el estar unido de esa forma con la azabache. Respiró hondo una vez más, embriagándose por el perfume que ella solía usar. Levanto un poco su rostro y se encontró con los ojos grandes chocolates y profundos de ella; se inclinó un poco y la beso de nuevo, con ternura, disfrutando del sabor de ella.

-yo...Creo… es mejor que me vaya Kagome- completó finalmente su oración. La observó con detenimiento, ¿acaso lucia triste?

-ajá- fue todo lo que ella respondió. Sin ganas se separó por completo de la joven, sintiendo en seguida dolor, la extrañaba. Se vistió y salió del apartamento donde vivía la azabache.

-.-.-.-.-.-.-.-.-

-maldita sea, no entiendo ni mierda- pronunció exasperada una joven de ojos chocolates y piel blanca- analizó una vez más los ejemplos del libro sobre el pensamiento aristocrático. Nada, su mente insistía en permanecer apagada, no por bruta, sino porque cada vez que intentaba pensar o concentrarse en algo, los recuerdos de aquella tarde junto al Inuyasha venían a su cabeza y la dejaban ida. ¿Y cómo no?, si además estaba a sólo una habitación de distancia de donde todo había pasado.

-doce días, doce condenados días, casi dos semanas y no puedo sacármelo de mi cabeza-. Y el idiota ese ni siquiera ha sido capaz de llamar- pensó con amargura-ni sí quera ha vuelto a la universidad-¿qué significó para ti Inuyasha?

Si había algo peor que haber hecho eso con uno de sus mejores amigos, era no saber que pensaba él de eso

-suficiente- alzó la voz animada mientras se levantaba de su escritorio- no pienso seguir así toda la vida por tu culpa Taisho. Pienso aclara esto de una vez por todas- abrió su armario, tomó una chaqueta y un par de zapatos. Salió de apartamento y bajó rápidamente las escaleras de su edificio dispuesta a buscar por cielo y tierra al ambarino de ser necesario.

Suerte que cuando salía pasaba un bus que la llevaría hacia su objetivo, y más suerte aún que en uno de los bolsillos de su chaquete llevaba el dinero justo para el pasaje.

Cuando se bajó del bus y estuvo frente al complejo de apartamento dudo un poco de lo que haría, pero tan rápido como aparecieron las dudas se fueron. Oprimió todos los boten de los citó fonos de los apartamento esperando que alguno se dignara a abrirle, y así lo hizo alguien. Entró y subió con rapidez hasta el cuarto piso. Tomo aire, lo retuvo y golpeó la puerta. Escucho un ya voy y pasos, gracias a Dios el estaba ahí.

Todo pensó encontrarse al otro lado de la puerta menos a ella, con las mejillas rojas y una mirada algo furiosa. Titubeó un momento al verla. Pero antes que ella pudiera articular cualquier palabra el ya la había tomado por la cintura y había callado sus labios con su boca.

Con pasos torpes y con varios tropiezos lograron llegar al cuarto del joven, y más específicamente a su cama, donde la hizo suya de nuevo.

Se despertó con pesadez, recordando el cómo y para qué había llegado ahí. Se regaño mentalmente por haber hecho, de nuevo, lo que en primer lugar había provocado el embrollo.

-Kagome- escucho como el al llamaba atrás de ella, se giró nerviosa, temiendo recibir un lo mejor es que te vayas o esto nunca debió pasar en primer lugar

-si

-quiero ser el único hombre que te haga el amor- pronunció con fuerza y decisión, no era una petición, era una orden

Lo observó sorprendida varios segundos, sintiendo como se secaba su garganta y su corazón bombear sangre con fuerza, sangre que había subido a su rostro.

-sólo… sólo si soy la única mujer a la que le vas a hacer el amor- propuso su condición con la misma fuerza con la que él había hecho la suya

Inuyasha sonrió de medio lado.

-es un trato- aceptó extendiendo su mano, la cual ella recibió, sellando así el acuerdo.

Volvieron besarse y volvieron a cometer aquel error que los había llevado a aquella situación