11:11 p.m. Toma una vela. Pide un deseo. Quizá se cumpla, como le pasó a Rachel.
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Siempre la había admirado. Desde que iniciaron la preparatoria, Rachel había visto a Quinn como un ejemplo, un mal ejemplo a seguir. Al principio creía que quería ser como ella, pero luego de pasar por mucho, al fin comprendió que lo que en realidad quería era estar con ella. Se sentía hechizada por la rubia. Su figura esbelta, su rostro perfecto, su cabellera sin igual, aquellos ojos tonalidad almendra que la hipnotizaban. Era la perfección echa persona. Y Rachel, pues ella solo estaba segura de algo: Estaba total, completa e irremediablemente perdida por Quinn Fabray; pero también estaba total, completa e irremediablemente atada a Finn Hudson.
Quinn, por su parte, tenía muy en claro lo que quería. Ella lo quería todo y por consiguiente estaba abierta a probarlo todo para alcanzarlo. Había pasado por mucho, desde un embarazo no deseado a la desesperación por alcanzar la madurez. Había sido inestable, inescrupulosa, inconsciente y también algo loca. Pero todo eso formaba parte de su pasado. Un pasado que no podía borrar, pero sí podía superar para avanzar hacia el futuro. Nunca le había ido bien en lo que amor respecta. Finn, Puck, Sam... Uno tras otro, todos pasaron bajo sus sábanas -y sus piernas- pero después de follar con hombres que piensan con su entrepierna en vez de su cerebro, por fin, entendió que no necesitaba de ninguno de ellos para estar completa. Además, ya lo sabía muy bien, era abiertamente homosexual y estaba feliz con eso.
