DISCLAIMER: Los personajes de Harry Potter y los extractos que reconozcas aquí son propiedad de J. K. Rowling.
Summary: Hermione y Draco son enviados al pasado para proteger al bebé Harry Potter del último intento del Señor Oscuro por evitar su caída. Ahora, en esta tarea tan difícil, el único aliado con el que cuenta resulta ser su peor enemigo… DM/HG
Características del fanfic:
- Pareja: DracoxHermione
- Historia alterna a partir de la mitad de HP7
- Género: Romance/Acción
- Rated: T
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Runaway
Prólogo
En presencia de Albus Dumbledore.
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31 de Octubre de 1981…
El cielo se veía mucho más oscuro que cualquier otro anterior sobre aquella pequeña calle.
Albus Dumbledore miró a su alrededor, encontrándose con las tinieblas que él mismo había creado luego de usar su Apagador. Por todos los rincones de Inglaterra las celebraciones se habían extendido a la misma velocidad a la que aquella noticia había corrido: Voldemort había caído. Incluso los muggles habían notado los extraños fenómenos que habían ocurrido a lo largo del día, y de los cuales la mujer con la que hablaba le estaba poniendo al tanto.
Minerva McGonagall comenzó a interrogarlo sobre cómo había podido encargarle semejante tarea de proteger a Harry Potter a alguien como Hagrid, hasta que un ruido sordo rompió la vacuidad que los rodeaba. Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
La moto era inmensa, pero si se le comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
—Me la han prestado, profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó. Lo he traído, señor.
—¿No ha habido problemas por allí?
—No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol… pero…
La pausa en el informe del hombre se extendió durante varios segundos.
—¿Qué ocurre, Hagrid? —preguntó la profesora McGonagall.
—La casa no estaba sola.
Ambas miradas se fijaron en el gigante, esperando atentos a que continuara con su relato. No obstante, antes de que algo más pudiera ser dicho, un par de escobas aterrizaron a unos cuantos metros de donde ellos se encontraban. Las escobas desaparecieron tan pronto como sus ocupantes pusieron los pies sobre el suelo y las miradas se enfocaron en las dos siluetas que avanzaron hacia ellos, abriéndose paso entre la oscuridad.
Albus Dumbledore no pudo negar la sorpresa que sintió al ver a los dos jóvenes ante la escasa luz. Nadie, excepto por Hagrid y la profesora McGonagall, debían saber que él se encontraría ahí.
—Profesor Dumbledore… —dijo la joven, acercándose a toda prisa hacia él. Su cabello alborotado formaba una extraña silueta alrededor de su cabeza, sin embargo, no opacaba en lo absoluto el brillo que tenían sus ojos a pesar de las penumbras. Su acompañante permaneció un par de pasos atrás.
—¿Quiénes son ustedes? —se aventuró a preguntar con frialdad la profesora McGonagall.
Hermione soltó una pequeña exhalación, deteniéndose de golpe al ver la varita de su profesora apuntar hacia ella. Por alguna razón, no podía mantener bajo control el irregular sonido de su respiración, y estaba casi segura de que ese pequeño detalle no pasaría desapercibido para ninguno de los presentes. Todo esto estaba ocurriendo demasiado rápido y, aunque no lo dijera en voz alta, debía admitir que no tenía un perfecto plan trazado para lo que estaba pasando, lo que habían venido a hacer, y el futuro incierto que debían afrontar.
Sintió un escalofrío en la nuca, recordándole la nada grata presencia de Draco Malfoy en su espalda, y de manera inconsciente apretó más la varita en su puño. Éste era, quizás, el aspecto que más le preocupaba de toda la misión.
—Lo sentimos, profesora, pero no tenemos tiempo. —Respiró profundo y del interior de su capa sacó un pequeño sobre que extendió hacia Dumbledore—. Tome. Es importante que lo lea.
El hombre avanzó un paso y alcanzó el sobre. Una tenue luz se encendió en la punta de su varita mientras se tomaba un par de segundos para analizar la caligrafía en la cual estaba escrito su nombre, y finalmente decidió abrirlo. El pergamino en su interior era bastante largo, sin embargo, conforme su lectura avanzaba, comenzaba a creer que ninguna cantidad de papel que cupiera en un sobre tan pequeño, sería capaz de explicar todo lo que ocurría con sumo detalle. Afortunadamente, gracias a la escasa iluminación, ninguno de los presentes fue capaz de notar los ligeros cambios que sufrieron sus facciones mientras leía.
Los segundos comenzaron a pasar en un tenso silencio que pareció congelar a todos los que se habían reunido frente al número 4 de Privet Drive aquella noche. Hermione se sentía incómoda, tratando de enfocarse en lo que harían de aquí en adelante. Todo estaba en su contra y había demasiado en juego. No existía lugar para equivocaciones, y ella no estaba segura de cómo iba a resultar todo al final.
Por fin, luego de lo que le pareció una eternidad, Dumbledore apartó los ojos del pergamino y se dedicó a escudriñarlos con especial ahínco antes de asentir brevemente con la cabeza. Tal vez era una alucinación de Hermione, pero a ella le dio la impresión de que, entre más los miraba, una diminuta sonrisa llena de nostalgia se dibujaba en su rostro.
— Baje su varita, profesora —le indicó con amabilidad a la mujer que se mantenía a su lado. Minerva McGonagall lo miró con dureza, obedeciéndole a regañadientes, aunque él pareció no notarlo—. ¿Tienen alguna idea de quiénes podrían ser? —preguntó a los jóvenes.
Draco se aproximó dando pasos firmes.
—No, pero no deben tardar —respondió con seguridad, dedicándole una significativa mirada al cielo sobre sus cabezas—. Estoy casi seguro de que nos han estado siguiendo desde que dejamos el valle de Godric.
Sabía que quienes estaban detrás de ellos sólo tenían como dato preciso de su ubicación la casa de los Potter, pero dado que él estaba aquí, era cuestión de tiempo antes de que ellos también lo hicieran. Su presencia era un arma de doble filo y el tiempo no estaba de su lado esta vez. Entre más permanecieran en ese sitio, menos seguro sería. Para todos.
Dumbledore volvió a asentir con la cabeza.
—Hagrid —dijo con tono sereno—. Por favor, entrégale al pequeño Harry a la señorita Granger. —Hagrid y la profesora McGonagall boquearon sorprendidos, y el gigante permaneció en su sitio, apretando un poco más el pequeño bulto contra su pecho—. Hazlo —pidió Dumbledore, manteniendo la expresión afable en su rostro.
Con andar vacilante, Hagrid pasó junto a él y se acercó a Hermione para colocar al pequeño entre sus brazos. Ella se inclinó un poco para ver al niño que dormía profundamente bajo las mantas. Entre los mechones de cabello azabache, se podía observar la marca en forma de relámpago en su frente. El pequeño se removió inquieto entre sus brazos, así que tuvo que arrullarlo un poco.
Su mirada recayó entonces en el hombre que estaba parado a su lado. Draco Malfoy la miró con frialdad y asintió con la cabeza, dándose vuelta para comenzar a alejarse. Ella esperó un par de segundos, mirando de nuevo a sus antiguos profesores y a Hagrid, antes de decidirse a seguirlo.
—Señorita Granger, señor Malfoy —les llamó Dumbledore antes de que se alejaran demasiado—. Confío en que ambos saben las repercusiones que trae consigo su visita aquí y ahora, por lo que espero que hagan todo cuanto esté en sus manos para dejar el entramado del tiempo lo más intacto posible.
—Así será, profesor —respondió Hermione—. Le haré saber cuando todo sea seguro de nuevo.
Dumbledore le dedicó otro movimiento afirmativo con la cabeza y entonces ella le dio la espalda.
—¿Qué? ¡no puede hablar en serio! —gritó la profesora McGonagall, con la incredulidad haciendo estragos en cada una de sus facciones después de escuchar el apellido Malfoy. Esto definitivamente era peor que la idea de dejar a Harry a cargo de la gente que vivía en esa casa. De hecho, esa parecía una idea más sensata que ésta—. ¿Cómo va a permitir que ellos…?
—Es necesario —respondió Dumbledore con firmeza—. Por ahora no podremos dejar a Harry aquí sin que su vida esté en peligro, y nuestros visitantes parecen ser los únicos capaces de protegerlo —añadió sin apartar las mirada de las dos siluetas que se alejaban por la calle antes de que desaparecieran en un parpadeo.
—¿Protegerlo? —repitió la profesora, entendiendo cada vez menos la situación—. ¿De qué?
La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
—De lo que he estado temiendo, mi querida profesora… —respondió finalmente con aire ausente—. De lo que he estado temiendo.
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Capítulo I.
Infiltrados en Londres.
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Hermione y Draco aparecieron en medio de la ciudad.
Por la hora que era, habrían esperado que la calle estuviera casi vacía y así evitar llamar la atención, pero eso no fue posible debido a las miradas extrañadas que un grupo de personas que transitaban por ahí, les dedicaron. La apariencia de Malfoy no ayudaba mucho a mantenerse de incógnito.
Mientras intentaba recuperar el equilibrio, Hermione aferró un poco más al bebé que sostenía entre sus brazos. Pensó que tal vez el aparecerse le habría causado alguna molestia, pero Harry seguía profundamente dormido, aferrando con la mano uno de los mechones del desastre de cabellera que ella lucía ahora. Intentó liberarse de su agarre para poder echarse la melena sobre los hombros, pero los pequeños deditos estaban muy bien enredados en su cabello.
Respiró profundo, permitiéndose sentir el peso del bebé contra su pecho. Si él era real, eso significaba que todo lo demás también lo era.
Una pequeña corriente de aire la sacudió, reviviendo la sensación de escalofríos en su interior.
La había sentido como una persistente molestia desde que se había reencontrado con Draco Malfoy horas antes y había aceptado viajar en el tiempo con él para evitar que los seguidores de Voldemort intentaran algo contra Harry mientras era un bebé. La sensación había aumentado cuando llegaron al Valle de Godric, donde encontraron los cuerpos sin vida de Lily y James Potter, y a Harry llorando por sus padres. Y ahora se había convertido en una presión constante en la nuca que mantenía rígido su cuello.
—Bien, ya estamos aquí —comenzó a decir, tratando de mantener la mirada lejos del hombre que había aparecido a su lado—. Puedes irte, Malfoy.
Él la miró de soslayo antes de volver su mirada al otro lado de la calle.
—Ambos sabemos que eso no va a pasar. Aunque debe estarte purgando que sólo yo pueda protegerte, ¿verdad? —repuso con ironía—. Es recíproco.
Hermione se animó a dedicarle una mirada airada aunque él no se inmutó.
Era más de medianoche y los muggles del centro de Londres no parecían tener noción alguna de lo que significaba la palabra dormir. Bueno, en este momento, estaba seguro de que tampoco los magos ingleses estaban durmiendo. Seguramente continuaban con las celebraciones por la caída del Señor Oscuro.
Él no podía recordar nada de aquel día porque apenas había sido un bebé cuando lo había vivido por primera vez pero, durante todos los años siguientes de su infancia, su padre no había dejado pasar oportunidad para contarle, con todo el desprecio que podía esmerar alguien en su voz, la manera en la que todos habían salido a las calles para celebrar, en sus palabras, "la terrible caída del mago más grandioso de todos los tiempos".
Claro que ahora su opinión había cambiado un poco al respecto.
Hermione soltó un profundo suspiro y comenzó a caminar.
—¿Adónde vas?
—Es tarde y Harry necesita un lugar dónde dormir —respondió ella sin dejar de andar. No sabía si él la estaba siguiendo o no y, honestamente, tampoco le interesaba.
Tenía demasiadas cosas en la cabeza, así que ahora debía ordenar prioridades.
Encontrar dónde quedarse no supuso un gran problema. Tan sólo tuvo que caminar algunos metros para ver uno de los hoteles que abundaban en la zona del centro de Londres gracias a la gran afluencia turística.
Hermione se detuvo justo en la entrada para mirar la fachada color marfil alzándose majestuosa frente a ella. De inmediato comenzó a pensar qué es lo que sucedería ahora. Quedarse ahí era el primer paso pero, ¿y después? Era difícil formular un plan cuando, en realidad, no tenías idea de a qué te estabas enfrentando. ¿Cómo considerar cuáles eran todas las posibles variables y prepararte para cada una de ellas si no tenías un punto de partida, algo por dónde comenzar?
"Bueno, sí lo tengo", pensó luego de unos segundos.
Lo tenía justo entre los brazos. A Harry, su mejor amigo, el bebé que tenía que proteger si quería darle una esperanza al futuro. Un futuro que había dejado siendo la viva imagen del caos y la devastación, pero que tal vez podía cambiar. Ése era su punto de partida, era ésa su verdadera misión. No importaba cómo, era lo único que debía hacer: mantenerlo a salvo.
Pero que implicara confiar en el hombre parado detrás de ella… cada centímetro de sus entrañas le gritaba que era una mala idea.
De alguna manera, se las arregló para entrar al lobby, acercarse a la recepcionista y pedir una habitación. Como primer paso, había llegado a la conclusión, debía encontrar un lugar adecuado para que Harry descansara. Lo merecía después de todo lo que había pasado en esa noche.
Lo demás ya lo pensaría con calma mañana por la mañana.
—Disfruten su estancia —dijo cortés la joven recepcionista, con una sonrisa profesional.
—Gracias.
Hermione se dio vuelta, encontrándose con Malfoy a unos pasos. Su rostro estaba rígido, sin ningún rastro de emoción, impávido. Quizás eso era lo que más le preocupaba. Algo debía estar realmente mal en alguien cuyo rostro o mirada no expresaban absolutamente nada de nada.
Ni siquiera parecía mostrar reacción alguna ante el hecho de que estaban en un hotel lleno de muggles. Sólo se mantenía ahí parado, con los brazos cruzados sobre su pecho.
Ambos entraron en el ascensor envueltos en el más frío de los silencios, manteniendo las distancias incluso dentro del reducido espacio. El elevador se detuvo a la mitad de todos los pisos del hotel, en el quinto. Hermione volvió a respirar profundo, como si eso le infundara algo de valor aunque fuera sólo por un momento, y caminó por el corredor que se abría frente a ella. Sus pasos no producían más que un tenue susurro sobre el piso alfombrado. Llegó al fondo del pasillo y abrió la puerta cuyo número concordaba con el que había en su llave.
La habitación era sencilla, pero acogedora. Una cama matrimonial ocupaba gran parte del espacio además de un par de sillones frente a un televisor, una cómoda y un espejo. Tal vez carecía de demasiados lujos, pero era un gran cambio en comparación con los lugares que se había visto obligada a ocupar durante los últimos meses, siendo una prófuga en la guerra.
Avanzó hacia la cama y, con todo el cuidado del que fue capaz, acomodó a Harry justo en medio del colchón. El pequeño se removió un poco mientras ella le acomodaba las almohadas a ambos lados para evitar que se cayera, así que tuvo que arrullarlo, tarareando una cancioncilla que ni siquiera conocía del todo.
Breves recuerdos de cómo se había desarrollado todo durante las últimas horas llegaron a su mente de manera difusa. Remus le había dado información a grandes rasgos: mortífagos en el pasado para matar a Harry, ella teniendo que viajar para evitarlo, Draco Malfoy acompañándola para ayudarle.
Ella habría preguntado más, muchísimas cosas más, pero el tiempo había estado en su contra desde el inicio. La guerra se había salido de control y, aunque tenía la esperanza de que Harry hallaría la manera de reanudar la búsqueda de Horrocruxes en contra de todo pronóstico, no estaba segura de que lograra hacerlo a tiempo.
Tal parecía que lo que menos tenían era eso: tiempo. Tiempo en el futuro o tiempo ahora, en el pasado.
No lo había habido para aclarar dudas, disolver miedos o plantearse planes. Cada opción había pasado frente a sus ojos con cada vuelta de su giratiempo, como un fugaz giro de reloj del cual no tuvo verdadera noción y que la había dejado mareada, dudando hasta del suelo en el que se encontraba parada.
Cuando estuvo segura de que el bebé dormía de nuevo, se irguió lentamente dispuesta a conseguir algunas respuestas.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿qué ganas tú? —inquirió, dándose vuelta para mirarlo.
Él estaba ahí, de nuevo, sentado en el sillón más alejado de ella, mirándola sin ninguna emoción reflejada en sus ojos. Eso era suficiente para erizarle cada vello del cuerpo. Hermione no sabía si estaba meditando sobre su respuesta o si la estaba midiendo para construirle su ataúd.
No lo había visto desde aquella tarde en Malfoy Manor, cuando había sido torturada por la psicópata de su tía, la infame Bellatrix Lestrange. Eso la llevó a pensar en la palabra "sangresucia" cicatrizada en su brazo y en cada punzada de dolor que recorrió su cuerpo ante el recuerdo de una tortura que no solamente había hecho estragos en su físico sino en una parte más profunda de ella que no había sanado después de todo ese tiempo.
—¿De verdad esperas que te lo diga?
—Remus puede confiar en ti, pero yo no lo haré —espetó de repente, odiando que su voz hubiese sonado menos firme de lo que esperaba.
Su comentario resultó ser lo primero que provocó alguna emoción en él, o al menos un atisbo. Sus ojos dejaron de parecer frío metal y en ellos apareció un chispazo de ironía.
—Eso no cambiará el hecho de que ambos estamos en esto —contraatacó él, mostrándose perturbadoramente impertérrito. Se levantó en un movimiento soberbio y comenzó a andar por la habitación, revisando todo a su alrededor como si buscara algo aunque ella no podía imaginarse el qué.
Hermione se tensó durante un instante.
—¿Cuál es el plan, entonces? —preguntó, alzando la barbilla desafiante.
—Tarde o temprano nos encontrarán. Y tendremos que movernos.
La boca de Hermione se abrió en contra de su voluntad. Él no parecía estar tomándose en serio lo que ocurría en ese momento, ni proteger a Harry ni el hecho que estaban alterando el futuro con su sola presencia en ese tiempo y espacio.
—¿Eso es todo?
—Al menos hasta que sepa quiénes son.
La indignación que amenazó con manchar el rostro de Hermione desapareció cuando comprendió la lógica que aparecía en su argumento muy a su pesar. Era justo lo que ella había estado pensando.
Tanto como ella como Malfoy no sabían cuántos ni cuáles seguidores de Voldemort habían sido enviados al pasado y, en tanto no lo averiguaran, poco podían hacer al respecto. Sería como pelear contra el aire y, si se descuidaban, era muy probable que quienes cometieran un error resultaran ser ellos.
No sabía si sentirse temerosa, furiosa o amenazada. Nada parecía tener lógica en esta realidad a la que se había visto arrastrada, donde tenía que unir fuerzas con alguien que no había hecho otra cosa más que repudiarla sin ninguna razón durante gran parte de su juventud. Hasta hacía unas horas, ella los había creído en bandos opuestos de la guerra, habría estado dispuesta a apostar su vida en ello. Así que todavía no alcanzaba a procesar lo que estaba sucediendo.
Finalmente, sólo pudo sentir pánico. No sólo por ella, sino por todo: Harry, el pasado, el futuro, la guerra… Ella debería estar en su tiempo, salvando a tanta gente como le fuera posible, yendo a buscar y destruir más horrocruxes, peleando junto a sus compañeros de clase convertidos en aliados en la batalla, no aquí pensando en porqué repentinamente Draco Malfoy había decidido hacer a un lado la infamia que lo caracterizaba y ayudar a sus enemigos. Ayudarla a ella.
Se habían visto por última vez hacía tres años, sólo tres años. La gente no podía cambiar tan pronto, y ella ya había visto demasiadas veces lo que personas como él eran capaces de hacer como para saber que el cambio era algo sumamente improbable.
—¿Cómo supiste tú lo que planeaba "Quien tú sabes"? —preguntó, intentando mantener la calma a pesar del hormigueo que la sacudía bajo la piel. Avanzó hacia donde él se había quedado congelado al escuchar su pregunta, pero su fría mirada la detuvo.
—Eso tampoco te incumbe.
Hermione estaba al borde de la desesperación. Si hubieran sido otras las circunstancias y otra la persona, ella habría dejado escapar un chillido para hacer entender su sentir. Sin embargo, todo lo que pudo hacer en ese momento fue cubrirse la cara con las manos, cerrar los ojos y respirar profundo.
—No puedo hacer esto —dijo en un suspiro—. Lo mejor será que me vaya con Harry mientras tú los detienes. —Volvió hacia la cama, dispuesta a levantar al pequeño bebé que seguía durmiendo, ajeno a toda la tensión que había a su alrededor.
—Hazlo. Ya veremos qué tan lejos llegas. Con suerte, harás que los maten a ambos.
Hermione quiso fingir que no había notado la amenaza velada en sus palabras, pero no pudo hacerlo. No sabía cómo tomarlo, si él se había referido a los otros mortífagos que habían sido enviados o si lo había dicho refiriéndose a él mismo. Jamás había estado tan temerosa en toda su vida y, con lo que había vivido en los últimos tiempos, eso ya era mucho decir.
Aún así, comenzó a quitar las almohadas alrededor de Harry.
Una mano se cerró con fuerza sobre su brazo derecho, girándola para encarar el rostro de Malfoy demasiado cerca. Sus ojos parecían mercurio líquido, reflejando una repentina ola de ira que le hizo contener el aliento.
—Escúchame, Granger, ni tú ni yo estamos aquí por gusto —declaró con los dientes apretados—, pero estoy arriesgando demasiado por esto. Por estar aquí protegiéndote a ti y a ese bebé. Así que te aconsejaría que tú te concentraras en hacer tu trabajo y me dejaras a mí hacer el mí… —su voz se cortó de repente.
Hermione tenía los ojos abiertos de par en par, sorprendida porque él se hubiese movido tan rápido por la habitación y que la tuviera agarrada de esa manera. No obstante, su sorpresa fue en aumento cuando, tan rápido como la había tomado del brazo, la soltó para después avanzar a grandes zancadas hacia la entrada.
Lo vio poner una mano en el pomo y con la otra sostener la puerta mientras la abría con lentitud, lo suficiente para ver una delgada línea del corredor.
Intentó dar un paso hacia él cuando un nuevo escalofrío la recorrió de arriba abajo, provocando que las piernas le temblaran. Antes de poder decir o hacer algo más, Malfoy cerró la puerta de golpe, avanzó hacia ella y gritó:
—¡Al suelo!
«Continuará…»
Espero que les haya gustado!
En fin, esta vez no tengo mucho que decir, salvo que ojalá les haya interesado el primer capítulo y los haya dejado con la curiosidad para saber cómo era el futuro que ambos dejaron por proteger a Harry siendo un bebé y quiénes están tras ellos ^^.
Quejas, dudas, sugerencias háganmelas saber en sus comentarios ^^
Nos leemos pronto!
Anna
