Capítulo 1: Demasiado mayor, demasiado pobre, demasiado peligroso

A sus veintidós años Nymphadora Tonks formaba parte de la nueva Orden del Fénix. Era la más joven del grupo y por primera vez, desde que se graduó como auror, sintió que hacía algo útil por los demás.

El gobierno seguía sin reconocer el regreso del Señor Tenebroso, y mientas se hacía cada vez más fuerte en las sombras, aquella sociedad secreta fundada por Dumbledore tiempo atrás, luchaba desde la clandestinidad para contener su avance y desvelar el terrible secreto que algunos preferían ocultar. Desde que Kingsley le habló sobre ellos, quiso unirse a su causa y a pesar de que algunos cuestionaron su papel como enlace entre el Ministerio y la Orden debido a su inexperiencia y juventud, pronto supo ganarse la confianza de los más veteranos. Descubrieron que era leal, valiente, decidida, que siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás, pero sobre todo que era divertida y también algo torpe. Cuando llegaba a cada reunión trastabillando por culpa de cualquier objeto que hubiera a su paso, la seriedad de algunos rostros desaparecía en torno a la mesa del cuartel general. Así era Tonks.

Pero algo cambio cuando Remus Lupin entró en su vida. Muchos no comprendían qué había sido de la chica alegre que siempre lucía aquel escandaloso pelo rosa chicle; ahora, oscuro como su actual estado de ánimo. Nadie podía imaginarse que la joven auror pudiera enamorarse de alguien como él. Pero así fue.

Cada mañana observaba distraídamente su desayuno, intentando atisbar entre los cereales, la manera de soportar otro día sin ver sus ojos color miel; los mismos que durante un breve instante cuando la veía, se iluminaban y hacían que ella tropezase con cualquier cosa dentro del número 12 de Grimmauld Place.

Odiaba que no supiera lo importante que era para ella porque, aunque se lo había dicho un millón de veces, todavía seguía sin creerla. Nunca la dejaba acercarse a él, menos aún durante las noches de luna llena, cuando se transformaba en una criatura que nada tenía que ver con la persona afable que era.

Si tan solo supiera que todas esas horribles noches las pasaba encerrada en su habitación rezando para que a la mañana siguiente él se encontrara sano y salvo…, pero no quería saberlo.

Esa situación la había afectado. No podía concentrarse y nada le salía bien, por tanto, su jefe no tuvo más remedio que darle unos días libres. Según él, necesitaba descansar, pero eso no era lo que quería pues así tendría más horas en blanco que llenaría pensando en él. Como había imaginado, no paraba de darle vueltas al asunto, sentada sobre el sofá de terciopelo rojo de la noble y ancestral casa de la familia Black donde tantas veces había visto repanchingado al primo favorito de su madre, Sirius.

Todavía no podía creer que solo hubieran pasado unos meses desde que ambos estuvieron en ese mismo lugar hablando de todo y de nada. Él era el único que sabía lo que ella sentía por Remus, y aunque le conocía desde hacía poco cuando estaba con él sentía que eran amigos desde siempre.

Mientras unas lágrimas resbalaban por sus mejillas, recordó el momento en que le dijo que si en verdad quería a Remus no dejaría que se fuera, que nunca se rendiría. Le conocía demasiado bien y sabía que podía ser en ocasiones el hombre más cabezota de la tierra cuando se empeñaba en afirmar para sí que los hombres mayores, que alguna vez fueron profesores, no podían estar con jovencitas aurores y metamorfomagas.

Desde que Sirius cayó a través de ese horrible velo, nada habían vuelto a ser lo mismo, y Tonks se culpaba continuamente por ello. Si hubiera sido más rápida que Bellatrix en lanzarle un hechizo, impidiendo que se acercara a su pariente, ellos estarían allí sentados, quizá bebiendo de una vieja botella de Whisky de Fuego que Sirius hubiese descubierto en el agujero de Kreacher. Cuando pensaba que ella podría haber salvado al mejor amigo de Remus y así evitarle aquel dolor, no podía evitar echarse a llorar. Pero ni siquiera con un Giratiempo podía enmendar lo que ocurrió en el Departamento de Misterios aquella noche. Él era el único amigo que le quedaba de sus tiempos de correrías en Hogwarts, y ahora estaba muerto por su culpa.

Después de aquella fatídica tarde, sólo había conseguido verle fugazmente en las pocas reuniones que se convocaban de la Orden. Después desaparecía tan sigilosamente como había llegado. Quería hablarle, pedirle perdón o lo que fuera, pero una fuerza superior a ella la clavaba en el suelo cuando estaba decidida a dar el paso. En el fondo sabía que no soportaría ver reflejado en sus ojos algún tipo de rechazo. Únicamente podía preocuparse por él a través de Molly, o de cualquier persona del grupo, que hubiera visitado su pequeña buhardilla de Londres de donde raramente salía ya.

Si no fuera tan cobarde, iría a verle en ese instante, pero una vez más, decidió que lo mejor era marcharse de ese lugar, colmado de recuerdos y dar una vuelta para despejar su mente.

Mientras paseaba por las calles de Londres en soledad, vio a una pareja de enamorados que caminaba con sus manos entrelazadas, y no pudo evitar sonreír con tristeza con esa imagen. Sabía que él nunca la dejaría tocarle en público. Aún podía recordar el momento en el que le dio a conocer sus verdaderos sentimientos- él creía que estaba enamorada de Sirius, por el amor de Merlín-, y durante unos segundos, sus labios se juntaron. No duró nada, pero esa sensación quedó grabada para siempre en su corazón. Después, se apartó y le dio la espalda mientras se disculpaba y decía las palabras que la había atormentado cada mañana desde entonces: "Soy demasiado viejo, demasiado pobre, demasiado peligroso para ti".

Después se marchó con pasos apresurados, aunque ella tuvo tiempo de notar un deje de amargura en su rostro mientras desaparecía por la puerta del número 12. Tonks se quedó allí plantada, procesando aquel tsunami de emociones, y buscando desesperadamente una explicación razonable a lo que había ocurrido.

Sabía que la amaba, de otra manera lo habría negado. Y el hecho de que se hubiera ido y dicho aquellas palabras, no hacía sino confirmarlo.

Seguía sin poder quitarse ese beso de la cabeza, aunque fuera breve y sutil, había despertado en ella una sensación que jamás había sentido por nadie. Sentada en uno de los bancos del parque, Tonks se preguntó a sí misma si sería capaz de cumplir la promesa que le había hecho a Sirius, porque ya estaba harta de sufrir por él; lamentaba ver su pelo desvaído en el espejo y que la gente le preguntara cómo estaba cuando todos sabían de antemano la respuesta. Quizá, no estaría de más, dejar que Remus se perdiera en los recovecos de su mente, entre los buenos recuerdos.


Pocas personas sabían la verdadera razón de que fuera tan reservado, pero todos lo descubrieron cuando tuvo que renunciar su puesto como profesor en Hogwarts a raíz de que intentara atacar a unos alumnos, entre los que se encontraba –como no- Harry Potter, el hijo de sus mejores amigos. A partir de entonces la comunidad mágica supo que era un hombre lobo, un paria dentro de la sociedad, alguien peligroso, que había que evitar a toda costa. Había sido así desde sus seis años, cuando un licántropo llamado Fenrir Greyback le mordió, condenándole a aullarle a la luna cada mes durante el resto de sus días. Nada pudo revertir la maldición, ni pociones, ni charlatanes, ni nada, y sus padres decidieron llegados a ese punto que lo más humano era ocultarle de miradas ajenas dentro de un internado para chicos como él. Era por su bien y el de todos, decían, y así lo creyó.

Desde entonces había vivido marginado, fingiendo ser otra persona para el resto del mundo. Descubrió que eso satisfacía a muchos y prefirió mantener su condición en secreto, aunque sabía que tarde o temprano su secreto se desvelaría de un modo u otro. Así ocurrió con aquellos que se convertirían, sorprendentemente, en sus mejores amigos, y luego con Snape, quien más tarde le obligó a abandonar el colegio. Desde entonces no había conseguido trabajar ni un solo día. Ante esta situación solía actuar con naturalidad: "Ya encontraré otra oportunidad más adelante", se decía, pero en el fondo el rechazo le dolía.

Por eso prefería estar solo, de ese modo, nadie podía herirle.

Pero cuando estaba con ella ya no quería estar solo, y cuando estaba solo ansiaba estar con ella. Nymphadora Tonks tenía un nombre horrible, que odiaba con toda su alma, y que él adoraba.

A simple vista parecía una muchacha extravagante, con su pelo rosa chicle, su camiseta de las Weird Sisters –un grupo cuya música jamás había escuchado y que ahora no paraba de sonar en su viejo tocadiscos- y aquellas botas altas y pesadas que le hacían tropezarse con todo cuanto se encontrara a su alcance. Cuando la gente pasaba a su lado solían murmurar; sobre eso sabía algo. La mayoría era así, pero a veces, encontraba excepciones como James, Sirius, Lily -e incluso Peter- o ella misma porque Tonks, que huía de la prensa sensacionalista, no supo su secreto hasta aquel día en el que, estando sentado en el salón del Cuartel General leyendo un libro, entró hecha una furia donde él se encontraba. Un segundo después, depositó a un lado el libro que estaba leyendo pues sabía perfectamente porqué estaba allí.

- ¿Cuándo pensabas decírmelo? – inquirió ella, indignada.

-Estaba a punto de hacerlo el otro día, Dora. Pero no pude… no es fácil ir por ahí diciendo que eres un hombre lobo.

-Pensaba que éramos amigos, Remus, y los amigos se sinceran entre ellos.

Él desvió la mirada. Se sentía incapaz de mirarla a los ojos.

-La verdad es que no quería que me trataras con condescendencia, que me tuvieras lástima o incluso que me despreciaras…, que no quisieras volver a verme. Sería horrible porque eres especial para mí, y no lo soportaría.

Tonks bajó la guardia. ¿Cómo podía pensar eso? ¿Cómo podía siquiera imaginar que le dejaría tirado como la mayoría? Simplemente, no podía porque, aunque no le había puesto nombre a lo que sentía por él y fuera un hombre lobo, eso no cambiaba nada para ella.

Remus estaba allí plantado sin saber muy bien qué debía hacer o decir a continuación. El rostro de ella parecía inescrutable, y de pronto sin previo aviso, le abrazó.

-Estoy contigo, Remus, y te acepto tal y como eres, pero a cambio quiero que confíes en mí.

-Sí, claro- susurró.

Y allí estaban, en medio de ese gran salón, abrazados, y sin querer separarse.

No se creía lo que acababa de oír. Quería besarla, sentía la necesidad de juntar sus labios con los de ella. Pero, una vez más, su conciencia se lo impidió. Había demasiadas cosas que podrían salir mal.

-Lamento la interrupción. -Sirius acababa de entrar con una sonrisa poco inocente en el rostro.

Los dos se separaron rápidamente al sentirse descubiertos de esa manera.

-No interrumpes nada, Sirius. De hecho, debería irme ya al Ministerio- dijo Tonks con rapidez.

-Por mí no os cortéis- añadió.

-No es eso, es que llego tarde, de verdad. Hasta otra. - Pero antes de cerrar la puerta, tuvo tiempo de volverse y añadir-: Hasta pronto, Remus.

-Qué tengas un buen día.

Después, se marchó con una sonrisa y Sirius no pudo evitar mirarle inquisitivamente. El licántropo le conocía lo bastantemente bien como para saber qué significaba aquella mirada, y lo que venía a continuación.

-Te lo tenías muy callado- alegó con picardía.

- ¿Siempre tienes que pensar mal?

-Tengo motivos. Por si no te has dado cuenta, os acabo de pillar a los dos.

-Era un abrazo de amigos- le dijo Remus a la defensiva

-Sí, claro. Mira, estás colado por ella. Se ve desde la luna.

-No quiero hablar de eso… otra vez.

-La quieres - afirmó Sirius.

Abrió la boca para replicar, pero ninguna palabra acudió en su auxilio y sacudiendo la cabeza con impotencia, decidió marcharse ante la imposibilidad de negarlo sin ni siquiera darle tiempo a su mejor amigo a contraatacar.

Aquella no fue la última vez que hablaron del tema. Sirius se reafirmaba en su postura tras cada conversación. Remus siempre callaba. Pero un día ella le besó y tuvo que admitirlo. No le dio tiempo a decírselo a su amigo, pues esa noche desapareció a través del Velo de la Muerte para siempre.