Esta historia maneja contenido adulto, se aconseja discreción.


Las gruesas nubes en el cielo habían sido un mal indicio, pero decidió ignorarlo.

Sus hombres le preguntaron en más de una ocasión si era su decisión final, recibiendo como respuesta su mirada gélida, haciéndolos callar.

Y Max le mostró un par de rutas más longevas, pero potencialmente más seguras, que no quiso aceptar.

Debemos llevar este botín ahora, no tenemos tiempo que perder señoritas.

Había sido tan idiota.

La tormenta se presentó ante ellos de manera descomunal, golpeando fieramente los costados del barco y evitando que los hombres a su cargo realizaran correctamente las actividades que les exigía al ver sus diestros pasos atacados por la fuerza de las olas.

—Nino, ¡toma el timón! Kim ¡El ancla, ahora! —Fue entonces que sucedió.

Una ola golpeó el lateral del barco, provocando que el ancla se escapara de las manos de su navegante, el cual cayó a las profundidades del mar. Apenas había sido consciente de sus acciones cuando ya se había lanzado, intentando salvar al hombre de una muerte lenta y tortuosa.

Una muerte digna para cualquier pirata, sí. Pero eso no demeritaba la necesidad de todo hombre de alejarse de los brazos de la muerte tanto cómo le fuese posible.

Sus zancadas fueron amplias hasta que llegó a él, cortando con el puñal que solía descansar en el interior de su bota derecha la gruesa soga que lo ligaba al ancla. Esa que se había atorado en la pierna de Kim antes de caer y que ella había notado de pura suerte.

La soga se rompió después de algunos forcejeos contra el puñal, liberando al hombre que recibió una serie de señas de la azabache, indicándole que subiera a flote.

Marinette se quedó unos segundos a la mitad de la nada, apreciando cómo el ancla se perdía para siempre en el fondo del mar. De haber podido hubiese suspirado en ese momento, aunque ese no era el momento de preocuparse por la falta de un ancla en su barco.

Primero debía hacer que sus hombres sobreviviesen a la tormenta.

Con brazadas largas se fue acercando a su barco, deseosa de sentir el aire circular por sus pulmones, hasta que sintió un fuerte tirón. El dolor y la impresión le hicieron perder su arma blanca. Volteó en busca del hombre que había ido a salvar, pero Kim ya no estaba siquiera cerca.

No dejándole más remedio que buscar el modo de salir de esa situación por su cuenta.

Debía mantener la calma, de otro modo se encontraría perdida.

Se inclinó e hizo los ojos chinitos, esperando encontrar el inicio y el fin de la soga para poder desamarrarla, pero cada vez era más difícil ver lo que había a su alrededor y sus pulmones empezaban a exigir aire con mayor ahínco.

Más la acción no resultaba fácil.

Continuó luchando, a pesar de que el agua salada empezaba a llenar sus pulmones y sus fuerzas desaparecían conforme más luchaba con la soga que llevaba el ancla, hasta lo más profundo del océano.

Ahí donde los monstruos más voraces vivían, esperando alguna dulce presa con la cual divertirse para después asesinarla.

Deseaba tanto que ese no fuera su final. No en ese momento, en el que su mente utilizaba sus últimos segundos de cordura para decidir qué le provocaba más dolor; si la circulación perdida en su pierna derecha, la abrasante sensación que llenaba sus pulmones o el recuerdo de su madre que le decía una y otra vez que debía mantenerse en la cocina y dejar el trabajo de verdad a los hombres.

Maldita vieja controladora.

Con ese último pensamiento dejó de luchar, observando la silueta del barco que capitaneaba desaparecer por culpa de otra figura, la cual no alcanzó a distinguir antes de que todo se volviera negro y de que una suave presión se posará en sus fríos labios.

Cuando la conciencia regresó a ella pensó que había muerto, no había forma de que sobreviviera a algo así.

Sorprendiéndose al reconocer su querido camarote, con la luz del sol cruzando por la pequeña ventana y el suave movimiento de las olas meciendo el barco después de la tormenta. Intentó levantar la parte superior de su cuerpo, dispuesta a preguntar a la primera persona que se encontrará lo que había sucedido, pero una mano fría la hizo recostarse nuevamente con un gesto gentil.

—Debes descansar, tuviste una noche difícil —Se giró a ver el dueño de la desconocida voz de quien no se había percatado de su presencia, encontrándose con un hombre de ojos esmeralda y cabellera rubia que no lograba reconocer.

El agua debió afectarme demasiado.

—¿Esto es un sueño? —Preguntó con pesadez, recibiendo una sonrisa reconfortante de su extraño acompañante.

Quizá sí estoy muerta.

No recordaba haber visto a un hombre tan atractivo en toda su vida.

—No querida, esto no es un sueño.

La azabache abrió la boca en busca de más respuestas, siendo interrumpida por la puerta de su camarote que se abría súbitamente, sobresaltándolos.

—¡Capitán! —La voz de Rose llegó a sus oídos, reconociendo el temor en ella —Por fin ha despertado, ¡estábamos tan preocupados!

La rubia dejó algo pesado en la mesa del camarote que no logró distinguir; observando cómo la dulce chica se acercaba para ayudarla a levantar el torso de su cuerpo con algunas almohadas como respaldo para su mayor comodidad.

Después de aquello fue depositado frente a ella una bandeja con dos platos de una espesa sopa de papas.

—Pero qué...

—Debes reponer fuerzas antes de levantarte Marinette —Las delgadas manos de Rose tomaron uno de los platos para segundos después ofrecérselo al chico de cabellera rubia —Por favor, acepta esto como muestra de agradecimiento.

—Será un placer.

El rostro de Rose estaba ligeramente colorado mientras evitaba ver fijamente al desconocido. ¿Por qué?

Su duda fue respondida cuando lo observó con mayor atención.

No había ningún tipo de prenda cubriendo la parte superior del chico, era natural que alguien tan encantador y pudoroso como Rose se mostrará tan nerviosa ante tal escena.

—¿Mis hombres no te han ofrecido ropa? —Preguntó en el momento que se encontraron nuevamente solos.

—Lo hicieron, pero no estoy cómodo con ella —Una sonrisa ladina acompañaron sus palabras antes de meter su nariz en el tazón café.

Lo observó apreciar el olor de la sopa, antes de empezar a comer mientras ella se preguntaba qué estaba mal ahí. Algo no encajaba, lo sabía; pero no lograba precisar el qué.

—¿Tú me rescataste?

—Se podría decir que sí.

—Estamos a la mitad del mar ¿Cómo llegaste hasta aquí? —Su invitado giró levemente los ojos, pensando en cómo debía responder.

—Digamos que te vi en problemas y decidí ayudar.

—¿Cuál es tu nombre?

—Me llamó Adrien, Marinette.

El hombre a su lado empezó a comer con verdadera gula, dándole algunos segundos para meditar la situación.

—¿Hay algún modo en el que pueda recompensarte? —Preguntó, consciente de que le había salvado la vida y esa era una deuda que no se podía permitir.

—De hecho, lo hay. Pero prefiero que primero recuperes tus fuerzas —La mano masculina tomó la cuchara del plato frente a ella, a espera de hacerla entrar a su boca —No sería cortes de mi parte hablar de negocios cuando te encuentras débil.

La azabache dudó unos segundos antes de abrir sus labios y permitir que el contenido caliente de la cuchara se fundiera en su lengua. Intentó no pensar en lo mucho que le molestaba la sutil referencia a su estado actual, al tiempo que detallaba la mano del varón.

En ese momento quiso gritar.

En la mano se podían ver unas pequeñas escamas verdosas, adheridas a su piel.

Se obligó a juntar todo el aire que pudo cuando su boca se encontró vacía, antes de preguntar.

—¿Qué demonios eres?

Y él, con la sonrisa más encantadora que había visto en toda su vida contestó.

—Un tritón.


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