La humedad de Hermione


Era un perturbador día de primavera. Los jardines de Hogwarts estaban cubiertos de sedientas flores, enmarañadas ramas de arbustos florecidos, plantas con sus tallos abiertos, separados uno del otro, calentándose con el sol.

Había sido toda una aventura, luego de sentir la piel de una mano tomar la suya, el recorrido a través de los pasillos, con sus miradas enganchadas por finos hilos de seda invisible. Su boca estaba ligeramente abierta, sus manos sudaban un poco.

En la sala común de Gryffindor, nadie se percataba de la historia de amor que acontecía escaleras arriba. Neville, por ejemplo, estaba muy ocupado jugando al ajedrez mágico con Seamus Finnigan. Dos mesas a su lado, Parvati cuchicheaba con voz baja con Lavender sobre "cosas de chicas", como hubiera dicho Ron si las hubiera visto.

Habían trepado juntos a través del retrato de la Dama Gorda, de la mano, y escaleras arriba hacia el cuarto del chico. Había sido hacía sólo unos momentos, pero nadie había levantado la mirada. Sin duda, luego de ver gente entrar y salir todo el día (muchos que volvían de los jardines, al haber una nube cubierto el cielo pasajeramente, o que se salían hacia allí luego de haber mirado por la ventana, encaprichados) no sentían la necesidad de comprobar quién había entrado. Aquel perfume del calor que los invadía no había llegado a narices ajenas, sus miradas hambrientas no habían seducido los ojos de nadie más.

¿Cómo había empezado todo? Quizás esa misma mañana, al intercambiar miradas en la clase de pociones, con los vapores emitidos por veinte pociones para el amor requeridas por el profesor Slughorn. Quizás la noche anterior, cuando estaban juntos en el sofá de la sala común en pijama; se habían empezado a reír por un chiste y luego de que uno le lanzara un pergamino hecho bolilla al otro, se habían empujado uno al otro, abalanzado sobre el cuerpo del otro, y acabado respirando agitados uno sobre el otro, con sus cuerpos bien juntos. Quizás, de pronto, siempre habían sentido aquella atracción, muy dentro de ellos, quizás no tanto. Ella no podía evitar sentir un hormigueo en su piel cuando su masculina presencia estaba cerca, no podía dejar de notar los latidos de su corazón acelerándose. Quizás siempre había sido así. No lo recordaba, pero no era necesario. No era necesario pensar en nada en ese momento.

Hermione contraía su cuerpo, sus ojos suavemente entrecerrados. Sentía que por sus entrañas surgía un sonido de perturbación, por sus sienes emergía. Primero la sensación era de total estremecimiento, de dolor. Lentamente comenzó a agradarle. Su cuello se inclinaba levemente hacia un lado mientras el placer penetraba lentamente dentro de ella. Unas gotitas brillaban cayendo por su rostro, brillantes como un cristal, como un diamante precioso, inmaculado.

Algunos estaban entrando a clases, porque acababa de sonar la campana. Draco Malfoy, por ejemplo, entraba en ese momento a Defensa Contra las Artes Oscuras con sus dos enormes amigos. Snape les daba la bienvenida y buscaba con la mirada a sus tres alumnos favoritos, Harry, Ron y Hermione. Eran sus favoritos porque le divertía demasiado burlarse de ellos públicamente. Sin embargo, ninguno estaba allí. Eso le dio algo de rabia. Si no se presentaban a la clase, se aseguraría de averiguar exactamente por qué, y de quitarle cincuenta puntos a Gryffindor. Neville, y los demás que estaban en la sala común no habían obtenido un "Extraordinario" en Defensa, por eso disfrutaban de su período libre.

Sin embargo, las malas vibras de Snape no conseguían difuminar el ambiente a calor que irradiaba en el castillo, el ambiente con hedor a primavera.

Sin poder descifrar una diferencia entre los gemidos que provocaba el universo y los dulces sueños que solía disfrutar en esas largas noches en la habitación de las chicas, cuando la luna llena caía sobre su cuerpo semidesnudo envuelto en sábanas, Hermione rozaba el cabello de aquel chico con la punta de sus dedos y abría más su boca, cerraba más los ojos.

Colin y Dennis Creevey estaban dos pisos más abajo, en clase. Michael Corner paseaba con Ginny por los terrenos, afuera bajo el sol.

Snape se acercó lentamente a Draco, mientras el resto de la clase hacía sus deberes.

-Quiero que vayan a buscar a Potter, Granger y Weasley –les dijo en voz baja-. Si los encuentran, les daré el placer de humillarlos ante la clase.

A Malfoy no le hacía demasiada gracia, ya que tenía cosas más importantes en la cabeza en ese momento (los deberes de Snape no lo ayudaban a inspirarse para encontrar la forma de hacer entrar a varios mortífagos en el castillo), pero se incorporó con Crabbe y Goyle.

-Todo el resto de sus amigotes estaban dando vueltas por ahí cuando vine –les comentó Snape-. Pregúntenles si los vieron. Quiero a esos tres aquí antes de que termine la clase.

-Creo que vi a Potter cuando venía hacia acá –dijo Draco, sin estar seguro de si aquello había pasado realmente cuando iba hacia la sala, o en una ocasión anterior.

-A mi me pareció ver a Weasley en el comedor –dijo Crabbe, que con su lento cerebro bien podía simplemente haber confundido el cabello de Ron con un plato de naranjas. Los tres salieron a buscarlos.

-Por favor, no pares –Hermione ahora aferraba la cabeza del chico que se encontraba sobre ella, con sus dedos enredados en el cabello de él. Un suave recorrido de imágenes brotaban en su subconsciente como flashes, su lengua se veía oscura en su boca abierta, sus labios se abrían y eran penetrados con mayor velocidad. Húmeda como el césped luego de un largo día de lluvia, Hermione era invadida por sensaciones hermosas que la atacaban sin parar. El olor de la pasta dental de menta, quizás real proveniente de los dientes del chico, las hojas de pergamino, que bien podían estar a un lado de ellos sobre la cama, producto de sus deberes de Aritmancia, o quizás todo producto de su imaginación. La chica estaba invadida por el goce, caliente como si tuviera el ardiente sol, el mismo que penetraba por la ventana, entre sus piernas. Sintió unas manos en su piel, manos que acariciaban la piel de sus piernas, manos que acariciaban su enredada melena de cabello. Sentía todo al mismo tiempo.

-¿Alguien ha visto a Ron? –preguntó un joven de cabello negro azabache en la sala común. Sus compañeros le indicaron con un gesto de la cabeza que no lo habían visto-. Lo estoy buscando hace rato… -el joven, que no era nada más y nada menos que Dean Thomas, se dejó caer en un sofá. Quería que Ron lo acompañara a entrenar para el próximo partido de Quidditch.

Hermione, escaleras arriba, volvía a oír el sonido, la música. Todo su cuerpo se había tensado y sus manos ahora aferraban con todas sus fuerzas las sábanas, corriéndolas de su lugar. Sin poder entender de dónde provenía aquella música, sus más profundos deseos emergieron y estallaron rompiendo los cristales de las ventanas, haciendo explotar los mares, los lagos, que salpicaban sus aguas calientes. La joven emitió un gemido ahogado y luego todo su cuerpo se relajó, sus manos aflojaron y se dejó caer en el colchón, respirando con dificultad.

Los labios de Harry la besaron suavemente en los labios, mientras el joven sonreía y se corría a un lado, para revelar la pelirroja cabeza de Ron, más abajo, que descansaba su cabeza sobre una de las desnudas piernas de la chica.

Había sido toda una aventura, luego de sentir la piel de una mano tomar la suya, el recorrido a través de los pasillos, con sus miradas enganchadas por finos hilos de seda invisible, momentos antes. Harry, Ron, y Hermione, subiendo las escaleras. Juntos, como siempre habían estado.

Quizás siempre había sido así. Quizás, quizás… desde el principio.