El secreto de Izaya

Prólogo

Izaya tenía un secreto. Un secreto que nadie a parte de sus padres sabían, ni si quiera sus hermanitas. Era algo que Izaya repudiaba, y le hacía odiarse más a si mismo cada día. Algo que lo molestaba, que le gustaría borrar por completo de su vida, pero no podía. Más bien, no lo hacía.

Es un secreto que lo sigue desde el momento de su nacimiento, y lo acarrea con él día tras día.

A menudo cuando terminaba sus largos días de trabajo sentado frente a la computadora, él se estiraba y subía para tomar un baño. Se desnudaba por completo, y se quedaba parado frente al espejo de cuerpo completo que tenía en su habitación.

Se miraba el cuerpo, de pies a cabeza. Fruncía el ceño cuanto más se miraba, y se rascaba nerviosamente el pecho como si quisiera hacerse daño. Ahí, sus dos pechos pequeños le recordaban lo que nunca iba a poder cambiar.

Algunas veces golpeaba el espejo, otras no. Pero siempre se duchaba, se colocaba las vendas sobre su pecho y se dormía.

Izaya podía tener pesadillas recordando sus tiempos en primaria, podría jurar que sentía las manos de ese asqueroso hombre de nuevo sobre su cuerpo, pero siempre que despertaba él no estaba allí. Había noches en las que Izaya agarraba su navaja y la colocaba en su muñeca, lista para las consecuencias; pero se arrepentía y lloraba hasta quedarse dormida de nuevo.

Izaya aún no controlaba sus emociones desde aquel día.

Otras noches soñaba que eso no había sucedido. Que seguía teniendo su largo cabello sedoso y podía usar ropa bonita sin sentirse mal consigo misma. Se preguntaba qué hubiera pasado si al entrar a Raira él seguía siendo una ella. ¿Algo hubiera cambiado?

Ella reía pensando en eso.

Muchas veces, el pensar en la reacción de todos al saber la verdad le hacía reír hasta dormirse.

Esas noches soñaba con el futuro y despertaba de buen humor.

Se ajustaba las vendas, se colocaba sus pantalones ajustados, su playera y su abrigo, le daba el día libre a Namie y salía rumbo a Ikebukuro para divertirse.

En otras palabras, molestar a Shizuo Heiwajima.

Los días en que Izaya Orihara estaba de buen humor, y podía olvidar todos sus problemas, era los días en que se veía a Shizuo perseguirlo como si no hubiera mañana.