Acá, reportándome con este InuKag - que sé y sepan, no es mi especialidad, pero por algo es un reto, ¿no? -, me costó mucho terminarlo, las ideas venían sueltas a mi mente y fue difícil armarlas, pero ¡por fin!

Espero que le guste a la cumpleañera - de paso, ¡feliz cumpleaños atrasado (bien atrasado xD)! -, espero que sea de tu agrado, si no, los tomatazos virtuales igual me llegan u.u

Sin más que decir, los dejo con el fic :)


DISCLAIMER: Los personajes no son míos, ya lo saben ^^U son de Rumiko Takahashi. La siguiente narración es creación propia y está hecha sin fines de lucro, con el propósito de entretener a los lectores.

SUMMARY: "¡InuYasha, vas a ser papá!" soltó de pronto la azabache, para luego abandonar la vivienda, dejando a un confundido hanyō aún en el suelo. Tal vez no fuese la mejor forma de decírselo, pero a veces es difícil encontrar el momento adecuado cuando tienes tanto en mente...


One!Shot
"Una linda familia"

— ¡ABAJO!

El grito retumbó hasta en los rincones más profundos del bosque, ahuyentando a las aves de sus nidos y provocando que, con el estruendo del golpe, algunos animales pequeños salieran corriendo. Miroku y Sango se observaron, mientras negaban con la cabeza. Últimamente, las discusiones habían comenzado a ser más frecuentes, por razones que – para ellos – no ameritaban tanto escándalo, y siempre terminaban con el hanyō estampado en el suelo.

— ¿Qué habrá pasado esta vez?

La voz de la anciana Kaede los sorprendió desde atrás. Ambos se preguntaban lo mismo, aunque mejor era tratar de no inmiscuirse en esos asuntos, a menos que quisieran enfrentar la furia de Kagome.

— Esa es una buena pregunta, anciana Kaede, pero me temo que no tendremos una respuesta clara — tanto la aludida como la exterminadora asintieron con la cabeza ante la afirmación del monje.

Los tres suspiraron mientras se acercaban a la cabaña que era el hogar de sus amigos. Habían acordado quedarse a cenar juntos esa noche, llevando ellos la comida como agradecimiento a la pareja por haber cuidado a sus pequeños hijos mientras atendían un trabajo en una aldea aledaña. La anciana Kaede se encontraba recolectando hierbas y los había alcanzado en el camino, a unos cuantos metros de la aldea.

— ¡Sigues siendo un necio! ¿No te has dado cuenta que ese tipo de cosas afectan a una chica? — La azabache sacerdotisa salió corriendo del interior de la cabaña, con lágrimas en los ojos. Los pasó a llevar, sin detenerse a saludar, simplemente alejándose camino al bosque.

— ¡Pero Kagome, espera! — InuYasha salió tras ella, pero se detuvo al ver que sus amigos habían llegado. — Ah… yo… Kagome…

— No te disculpes, InuYasha, yo iré a buscarla — Sango le sonrió, luego se dirigió a su esposo —. ¿Puedes ver a los niños por mientras? — Miroku asintió, a lo que ella le susurró: — Y trata de hablar con él.

La castaña se alejó en la dirección que había tomado su amiga, mientras InuYasha seguía parado sin saber qué decir. Miroku lo observaba, comprendía a la perfección a su compañero, él había lidiado con el genio femenino por años, pero a diferencia del platinado, sabía como llevarlo. Y – porqué no decirlo – Sango no era tan arrebatada a veces, como Kagome. Las únicas veces que su esposa había estado especialmente sensible y delicada, fueron cuando estaba encinta.

— Me llevaré a los pequeños para que preparen todo — anunció Kaede, tomando al menor de los tres en sus brazos —. Niñas, vamos.

— Ya la escucharon, ¡andando! — Las apremió Miroku al ver que ninguna de las dos gemelas se movía. — Las iremos a buscar después de cenar, así que compórtense.

Las pequeñas asintieron y siguieron obedientemente a la anciana sacerdotisa, para dejar solos a los adultos. InuYasha ingresó a su hogar bufando, seguido cautelosamente por el monje. Se sentaron junto al fuego, sin hablar, hasta que tras un par de minutos – incómodos y eternos para Miroku – InuYasha dec¡dió romper el silencio.

— No sé qué hacer, Miroku — murmuró, mirando fijamente el fuego —. Todo lo que digo o hago, termina molestándola. Ni siquiera lo hago con esa intención, sólo trato de ser bueno con ella… La amo, pero esta situación me desespera.

Miroku se quedó pensativo, observando a su amigo y analizando la situación. Era cierto que el último tiempo, Kagome había estado muy sensible, incluso Sango se lo había comentado un par de ocasiones, recalcando que estaba mucho más impulsiva e irritable que otras veces. Todos conocían que el humor de la muchacha era explosivo, pero esto sobrepasaba la normalidad, por lo menos la que ellos conocían. ¿No sería acaso un cambio hormonal, esos a los que las mujeres siempre culpaban por sus arrebatos y sentimentalismos? ¿O habría algo más?

— ¿No crees que ella… no sé, esté… en esos días? — Preguntó el oji azul, volviendo la mirada al fuego y removiendo los leños con un palo para reavivar la llama. — Digo, sus hormonas siempre han sido más inestables que en otras chicas y…

— No, estoy seguro que no lo está — el platinado lo interrumpió, sin dejar de mirar el oscilante ondear del fuego.

— ¿Por qué tan seguro?

— Eh… yo-yo… digo, ella… — Las mejillas de InuYasha se tornaron tan rojas como su haori, mientras el nerviosismo afloraba en su piel. — ¡Simplemente, lo sé!

— No hace falta que des más explicaciones, ustedes son un matrimonio y deben cumplir con sus obligaciones.

— No estoy pidiendo tu opinión sobre ese tema.

— Lo sé — el monje hizo una pausa, sin dejar de mirar a su amigo, luego agregó: —. ¿No será que está encinta?

Como acto reflejo, InuYasha dio un salto y se puso de pie, abriendo los ojos como platos y con una gota corriéndole por la frente, comenzó a caminar de un lado a otro por la habitación, nervioso.

— Imposible — alegó, sin dejar de pasearse —. Yo sería el primero en darme cuenta. Es decir, cada vez que ha ocurrido con Sango, yo fui quién les dijo… Kaede siempre lo confirmaba, pero era yo quien se percataba antes… ¿crees que no lo sabría con mi propia mujer?

— No estoy diciendo eso, es sólo que… bueno, cuando se trata de algo propio, a veces nuestros sentidos e instintos pueden fallar…

— Tonterías — masculló el hanyō, lanzando un par de leños más a la fogata para comenzar a preparar la cena.

Miroku entendió que InuYasha había dado por finalizada la conversación, por lo que simplemente lo ayudó a cocinar, sin decir nada más.

...::::::::::::::::::::...

Llegó hasta el árbol sagrado y se detuvo para contemplarlo con nostalgia. Ahí lo había visto por primera vez y también habián discutido por primera vez. Se sentó en una de las grandes raíces y miró la cicatriz que tenía el tronco a causa de la flecha sagrada que había sellado en ese largo sueño a su hanyō. Sí, los dos eran temperamentales y así se habían enamorado el uno del otro y con el tiempo, al conocerse mejor, aprendieron cómo lidiar con el genio de su pareja y a tener más tacto y cuidado al hacer y decir ciertas cosas.

Sí, así había sido, pero ahora InuYasha parecía haber olvidado eso, porque todo lo que decía o hacía, le incomodaba. Se limpió las lágrimas con su pulgar y suspiró, tal vez era ella, tal vez algo estaba pasándole que se encontraba más sensible y…

— ¿Kagome?

Dio un respingo al escuchar la voz de Sango, levantó la mirada para verla acercarse por el sendero, con el semblante un tanto preocupado y pasos cautelosos, como pidiendo permiso para avanzar. La azabache le hizo un gesto para que se acercara y esperó hasta que ella se sentara a su lado para hablar.

— Aquí fue donde vi a InuYasha por primera vez — murmuró con los ojos cristalinos —. Estaba dormido y se veía tan sereno… aún recuerdo la primera vez que toqué sus orejas…

El silencio volvió a reinar en el lugar, Sango se limitó a mirar a su amiga, dudando si era el momento de decirle algo, sin embargo sabía que las oportunidades de hablar a solas con ella escaseaban esos días y tenía el presentimiento de que eso era lo que necesitaba su amiga.

— Kagome, ¿hay algo que no nos estás diciendo? — Preguntó la castaña, a lo que ella negó con la cabeza.

— No, no pasa nada, es sólo que… — Suspiró, estaba cansada y se sentía un poco mareada. — No sé, InuYasha ha estado tan insensible conmigo y…

— Lo siento, Kagome, pero creo que tú estás más sensible estos días — se aventuró a decir Sango, aunque con cierta precaución —. ¿Segura que no pasa nada…?

— Yo…

Pero no pudo terminar la frase, comenzó a sentirse mal, su vista se nubló y su cabeza daba vueltas. Se afirmó en Sango, quién la sostuvo hasta que se sintió mejor. Los mareos y las náuseas habían iniciado unas semanas atrás, aunque no se lo había dicho a nadie, así como tampoco que tenía un atraso. Sin embargo, sus amigos no eran tontos y habían pasado por eso un par de veces, sabían reconocer esa situación, a pesar de que ella lo ignorara. Por eso se sorprendió cuando escuchó salir esas palabras de la boca de su amiga.

— ¿No estarás embarazada?

La sacerdotiza se quedó mirando a su amiga estupefacta, Sango le devolvía una mirada serena y acogedora, provocando que de pronto se sintiera culpable por haber ocultado todo eso. Claro, su amiga tenía tres hijos ya, debía reconocer las pequeñas señales… ¿o estaría adivinando?

— ¿Qué…? — Kagome no estaba segura, pensaba que todo eso podía ser otra cosa y no quería admitirlo. — ¿Qué te hace pensar eso?

Sango sonrió de forma cariñosa, recordándole un poco a su madre con los ojos brillantes llenos de comprensión y conocimientos sobre el tema.

— Los cambios de humor y, bueno, no es primera vez que te sientes mal — aclaró la exterminadora, abrazándola por la espalda. Luego de unos momentos de silencio, agrego: —. La primera vez que yo quedé embarazada, tampoco quería admitirlo. Miroku me notaba extraña y me perseguía por todas partes pregutándome qué pasaba, yo sólo quería que me dejara en paz. Cuando InuYasha le dijo que mi aroma había cambiado y escuchaba el corazón de los bebés, quiso hacer una fiesta. Sin embargo, yo no podía creerlo hasta que la anciana Kaede lo confirmó.

Kagome sonrió, se imaginaba lo contento que debía haber estado Miroku al saber que iba a ser padre. Pero ella no sabía si InuYasha reaccionaría igual…

— ¿Por qué no querías admitirlo? — Preguntó, no comprendía que su amiga no se lo contara de inmediato al monje —. Digo, Miroku siempre ha querido ser padre…

— Porque soy una guerrera — admitió, con un poco de vergüenza —. Estar embarazada significaba ser vulnerable. Además, era demasiado pronto para mí, y también… tenía miedo. ¿Tienes miedo, Kagome?

— Yo… — Dudó en responder, sí lo tenía pero le costaba admitirlo. — No sé, es algo complicado para mí, pero sí, creo que tengo miedo.

— ¿Y a qué le temes?

— No quiero ser una carga para InuYasha, además no sé si seré buena madre, no tengo la paciencia que tienen Miroku y tú y tampoco siento un gran instinto materno, por lo menos en este momento; por si fuera poco, no sé si InuYasha quiera ser padre, y… bueno… — Las mejillas de la muchacha se enrojecieron levemente antes de contiuar. — ¿Qué pasa si me pongo gorda y fea…? ¿Y si dejo de gustarle a InuYasha?

Sango curvó sus labios levemente, abrazando más a su amiga. Era algo tonto que ella tuviese todas esas dudas, pero la entendía perfectamente.

— Yo también dudé sobre todo eso la primera vez. Especialmente lo de subir de peso y ponerme fea porque, como es Miroku, siempre le han gustado las chicas hermosas y bueno… con el tiempo y la experiencia, me di cuenta que no sería así. Además, InuYasha te ama: arriesgó su vida por ti en varias ocasiones y te esperó 3 años… ¿crees que esto lo aleje? Yo creo que será todo lo contrario, él estaría muy feliz.

Kagome sonrió un poco más tranquila. A decir verdad, sí parecían un poco tontos todos esos miedos después de la explicación de la exterminadora, pero ellá sentía que podía ser algo pronto y además, sin su madre apoyándola en ese momento tan importante de su vida, todas las inseguridades comenzaban a aparecer. Se puso de pie y le dirigió una radiante sonrisa a su amiga.

— Gracias, de verdad necesitaba esto. En cuanto pueda, hablaré con la anciana Kaede para confirmarlo — anunció, con los ojos marrones seguros y brillantes —. Ahora creo que será mejor que volvamos para cenar, si no nuestros hombres nos asesinarán.

La castaña la imitó, feliz de haber ayudado a la sacerdotiza a aclarar un poco más su mente. Ambas emprendieron el camino a la cabaña, riendo de trivialidades de chicas, para luego compartir con sus esposos.

...::::::::::::::::::::::::::::::...

"Un par de días después…"

Salió de la cabaña de la anciana Kaede más nerviosa de lo que había entrado, pero también más feliz. Saber que llevaba un pequeño ser dentro de ella, un hijo de InuYasha, la llenaba de un sentimiento puro y sobrecogedor. ¿Tal vez estaba naciendo el instinto materno?

Se puso la mano sobre la frente para hacerse sombra de los rayos de sol que pegaban directo en la salida del lugar y miró alrededor. InuYasha estaba en otra aldea junto a Miroku, habían ido a investigar la extraña aparición de un fantasma – a petición de la azabache, fueron ambos, a pesar de que el hanyō insistió en que eso era perder el tiempo, ella quería estar a solas y tranquila con Kaede.

— ¡Kagome!

La voz de su amiga le llegó desde el borde del bosque. Le sonrió mientras la saludaba con la mano libre, viéndola acercarse con el pequeño cargado en su espalda y las gemelas corriendo a su lado. Se encaminó hacia ellos radiante, siendo recibida por enérgicos abrazos de las niñas que comenzaron a girar a su alrededor.

— ¿Y? ¿Cómo te fue? — Los ojos de la castaña brillaron, seguramente estaba tan emocionada y ansiosa como ella.

— Pues… — Sus ojos también brillaron, dando un poco de suspenso antes de aclarar las dudas. — ¡Sí!

Ambas se abrazaron, saltando de felicidad como dos adolescentes celebrando un gran logro. Las pequeñas las miraban extrañadas, susurrando entre ellas sin comprender la reacción tan explosiva ante un simple "sí".

— ¿Crees que se hayan vuelto locas?

— Eso debe ser… tal vez es mucha junta con el tío InuYasha…

— O quizá, el anciano Myōga las picó demasiado fuerte…

— ¡Niñas, las estoy escuchando! — La voz de su madre las alertó, ellas simplemente se disculparon y salieron corriendo directo a la casa de la anciana Kaede. — Ah, hijos… te cambian la vida. ¿Cuándo se lo dirás a InuYasha?

— Cuando estemos solos y se dé la oportunidad… — Kagome suspiró, agachando la mirada. — Aún me da un poco de nervios contarle, pero debo hacerlo.

— ¿Y si él ya se dio cuenta? InuYasha tiene excelentes sentidos y, bueno, en mi caso, él siempre…

— No creo que él lo sepa, si fuera así, no se portaría como un tonto cada vez que hablamos…

Sango guardó silencio al ver la expresión de molestia de su amiga. Bien podía ser cierto que él no se hubiese dado cuenta y eso explicaba que siguiera siendo un chico inmaduro con la sacerdotiza. O tal vez no quería admitirlo… El hanyō podía ser muy terco a veces.

— Ellos… ¿suelen tardarse tanto? — Preguntó la azabache, mirando el camino que salía de la aldea.

— Apenas está comenzando la tarde, por lo general llegan antes de que anochezca — la exterminadora la abrazó por la espalda, dándole ánimos —. Tranquila, le dije a Miroku que debían tratar de volver temprano.

— Miroku… ¿él lo sabe?

— No se lo conté, pero lo sospecha desde hace algunos días — Sango miró el horizonte con una tranquila sonrisa —. No te preocupes, no le dirá nada.

Kagome agradeció con una sonrisa, para luego pedirle a su amiga que la acompañara a recolectar hierbas medicinales y agua. Ambas se mantuvieron ocupadas en eso lo que quedaba de tarde, hasta que las primeras estrellas comenzaron a asomar en el cielo que iba oscureciéndose poco a poco. Decidieron dar por finalizada esa labor y se encaminaron hasta la cabaña de Sango para preparar la cena y esperar a sus maridos. Había sido un largo día – especialmente para la sacerdotisa, quien esperaba ansiosa al hanyō.

— ¡Te dije que eso era sólo perder mi tiempo, Miroku! — Pudieron escuchar la voz de InuYasha reclamando aún a unos cuantos metros de la casa. — Fantasmas… ¡Few! Además, ¿dónde demonios se metió Kagome ahora?

— No seas tan rezongón, te saldrán arrugas — la voz del bonzo se escuchaba cansada —. Siempre es mejor ir acompañado a este tipo de trabajos. Y seguramente, Kagome se encuentra con Sango…

— ¡Perdí todo un día y ni siquiera me darás una parte!

— Ya te dije que, llegando a casa, repartiremos según nuestras necesidades…

La puerta de la cabaña se abrió para dar paso a los dos hombres cargados con 3 canastas de mediano tamaño y una cesta pequeña: el precio del exorcismo que acababan de realizar.

— ¡Bienvenidos a casa! — Saludaron las muchachas con una alegre sonrisa.

— ¡Kagome, aquí estás! — InuYasha dejó las canastas en un rincón de la habitación y se acercó a ella. — No sé para qué insististe en que acompañara a Miroku, lo mejor hubiese sido que fuera solo…

— Pero no sabíamos si era algo peligroso, no queremos que le vaya a pasar algo a Miroku… — Contestó la aludida, sonriéndole al monje.

— ¡Few! No subestimes sus habilidades, puede parecer un charlatán pero tiene grandes poderes espirituales…

— Gracias por el cumplido — murmuró resentido el oji azul, sentándose junto a Sango.

— ¡Hey, pero si cuando te conocimos, estafabas a la gente!

— ¡Sí, pero eso ha cambiado, ahora trabaja por su familia! — Lo defendió Kagome, para sorpresa de todos y bastante molesta.

— No he dicho lo contrario, es sólo que a veces sigue aprovechándose de las personas… — InuYasha se detuvo al ver que su esposa se encaminaba hacia la puerta. — ¡Espera! ¿Qué pasa, dije algo… malo?

— Si Miroku hace eso, es porque se preocupa por su esposa e hijos, no es una mala persona…

— Sé que no, pero no entiendo porqué me involucra a mí, yo no tengo esas resposabilidades…

— ¡Abajo!

La cara del oji dorado quedó estampada en el suelo con un fuerte golpe, mientras Sango y Miroku observaban la escena, boquiabiertos. ¿Eso no sería demasiado exagerado?

— ¡Kagome! ¡¿Por qué tú…?!

— ¡InuYasha, vas a ser papá! — soltó de pronto la azabache, para luego abandonar la vivienda, dejando a un confundido hanyō aún en el suelo.

— Yo… yo… ¿qué? No puede ser…

— Será mejor que vayas a hablar con ella y aclaren las cosas — InuYasha asintió con la cabeza, agradeciendo el consejo de su amigo y salió tras la muchacha.

El cielo ya estaba completamente oscuro y cubierto de estrellas. Él siguió el rastro de su mujer hasta encontrarla sentada en el árbol sagrado. La contempló ensimismado: su suave cabello oscuro, sus tiernos ojos marrones, sus dulces labios rosa y su delicada piel hacían la combinación perfecta para una mujer. Para su mujer. Dudó antes de decidirse a hablarle y acercarse. ¿Cómo no lo había sentido antes? Sus agudos sentidos siempre le indicaban la presencia de un ser extra en el interior de la exterminadora, ¿por qué ahora no lo habían hecho con Kagome?

"… cuando se trata de algo propio, a veces nuestros sentidos e instintos pueden fallar…"

Recordó las palabras de su amigo y suspiró, dándole la razón. Además, la muchacha siempre había sido un enigma para él, le costaba leerla, de seguro eso explicaba que no hubiera sentido nada diferente en ella pero… sus amigos lo sospechaban, ¿tan poco conocía a la joven? ¿O acaso ella ponía en jaque todas sus habilidades? No sabía cómo darle respuesta a todas esas preguntas, de lo único que estaba seguro era de que ella era la mujer a la que amaba y eso no iba a cambiar. Se acercó hasta la muchacha y la abrazó, apoyando su cabeza en el hombro de ella.

— Kagome… ¿cómo estás? — Murmuró, no sabía cómo enfrentar ese momento pero lo que más le importaba era que ella y esa criatura que llevaba dentro estuviesen bien.

— Bien, creo… ¡Espera! — Kagome lo miró un poco molesta. — ¡¿Qué clase de pregunta es esa en un momento como este?!

— ¡N-no sé! ¡Ni siquiera sé qué preguntar!— InuYasha la acercó a su cuerpo, provocando que ella se sonrojara — ¡Sólo quiero saber si están bien! Y… y si eso que dijiste… es verdad…

— Claro que es verdad… — Kagome suspiró, un poco cansada. — La anciana Kaede lo confirmó hoy… ¿no lo sientes aún?

— La verdad, no estoy seguro. Tal vez es muy pronto…

— ¿Y… qué… qué piensas al respecto? — Los ojos marrones de la muchacha observaban directo a los dorados de InuYasha. — Digo, ¿está bien para ti?

— Pero qué pregunta más estúpida es esa — bufó el hanyō, un poco irritado —. ¿Cómo va a estar mal? Eres mi mujer y ese ser que llevas dentro es mi hijo… ¿cómo crees que iba a reaccionar? Espera… No me digas que tenías miedo…

Con las mejillas rojas, Kagome agachó la mirada y asintió con la cabeza, en silencio. InuYasha cerró los ojos, suspiró levemente y abrazó más fuerte a su mujer, un tanto preocupado al saber que ella tenía esos sentimientos al respecto. Guardó silencio unos minutos, pensando bien las palabras y luego se decidió a hablar:

— Kagome, siempre he dicho que te protegería, y eso no ha cambiado, de hecho ahora los protegeré a ambos. No tengo idea de cómo ser padre, pero supongo que la experiencia que tengo ayudando con los pequeños de Miroku y Sango, de algo debe servir.

— Yo tampoco sé cómo ser madre, también eso me asusta, además… me volveré una carga y no quiero…

— No digas tonterías, jamás serás una carga. Kagome, te amo y ese sentimiento no va a desaparecer nunca. Que tengamos un hijo sólo nos unirá más… tarde o temprano iba a pasar, ¿o no? Así que deja de cuestionarte esas cosas y preocupate de cuidar de tu salud y la del bebé.

— Está bien, InuYasha… — La azabache se recargó en el pecho de su amado y sonrió. — Gracias.

— Few, qué agradeces… gracias a ti, me haces muy feliz.

Ambos se quedaron mirando un par de segundos y luego se besaron, uniendo cariñosa y cálidamente sus labios, sabiéndose él uno para el otro, siempre ahí, apoyándose y amándose.

De pronto, el hanyō movió sus orejas, dibujando una sonrisa que interrumpió el beso, sorprendiendo a la chica, quien se separó para observarlo con expresión interrogante.

— ¿Qué sucede?

— Lo escucho… — Murmuró, moviendo nuevamente sus orejas. — Su corazón… está latiendo, fuerte y claro.

Kagome lo abrazó con alegría, llenando el rostro de su hombre de besos efusivos. Él simplemente sonreía, con un leve sonrojo en su rostro, feliz.

— Creo que deberíamos volver, para que los muchachos no se preocupen — dijo ella, poniéndose de pie de un salto.

— Sí, tengo que cobrar mi parte por el trabajo de hoy… — Él cargó a la sacerdotisa en sus brazos, ella lo abrazó por el cuello para afirmarse. — Ahora sí que la necesitamos.

Emprendieron el regreso a la aldea, tranquilos y felices, seguros de que todo saldría bien. Después de todo, juntos podrían enfrentar lo que fuera, nada los derrotaría. Si habían vencido a Náraku y la Perla de Shikon, ¿qué tan difícil podía ser, ser padres? No más que eso, ¿verdad?

— ¿Y qué te gustaría que fuera?

— Pues un varón — respondió InuYasha, decidido —. Definitivamente, un guerrero.

— Yo prefiero una niña — mencionó Kagome, con la mirada brillante —. Así podré enseñarle todo lo que sé…

— No, las niñas son más complicadas, además… ¿a quién heredaré mi Tessaiga? Definitivamente prefiero un hombre.

— Sigo pensando que sería hermoso una niña…

— Tal vez después, así su hermano mayor la protege… digo, no quiero que corra peligro con hombres como Miroku… ya es suficiente riesgo con él cerca.

— Bájame — pidió – o más bien, exigió – ella, saltando de sus brazos —. Abajo. Volveré sola a la aldea.

— ¡¿Ahora qué hice?! ¡Kagome! — Gritó con el rostro en el suelo, molesto y confundido.

— ¡Sigues siendo un tonto!

Sí, seguramente no sería tan difícil tener una familia, cuidar a un hijo o hija… excepto para este par. Porque si no logran ponerse de acuerdo… alguien salve a ese pequeño o pequeña. Una cosa era segura: se amaban y eso nadie lo podía negar. Serían una linda familia, mientras InuYasha no se transformara en un árbol…


¿Y bien? Tal vez haya quedado un poco, no sé, queda - por así decirlo - la historia, pero como mencioné al principio, esta pareja me cuesta y di mi mejor esfuerzo en este fic, así que espero sus opiniones al respecto. Si van a hacer críticas, que sean de forma constructiva - ¡por favor! - y así me ayudan a mejorar la escritura con este par.

Saludos desde Chile, ¡espero sus reviews!