Bueno desde hace mucho tiempo había tenido la espinita de hacer una historia de Digimon que siguiera el hilo de la historia dejado en el epílogo de Digimon Adventure 02. De hecho notarán que este fic se sitúa en más de 100 años después de la derrota de MaloMyotismon, lo que pasa es que para este fic tengo planeado hacer una precuela llamada "Digimon Adventure the Legacy" la cual se centrará en las aventuras de los hijos de los niños elegidos de las temporadas de Digimon Adventure.

¿Por qué publico primero "Digimon Legends" en vez de seguir un orden cronológico correcto y publicar "Digimon Adventure the Legacy" en su lugar siendo que está ubicada en un tiempo más cercano al del epilogo de Digimon Adventure 02? Pues porque en "Digimon Legends" se explican cosas y términos que serán utilizados o harán una breve (e importante) aparición y serán claves en la trama de su precuela, para que de esta forma se pueda entender mejor la trama y el porqué de las cosas/hechos que se quedarían de cierta forma "abiertos o sin razón aparente" si no se lee con anterioridad la secuela. Todo esto para evitar cosas como "Oye, no explicaste el porqué de "x" cosa o el significado de "y" ¿no lo vas a decir? Quedó incompleto… muy abierto…"

Sé que es una manera extraña de seguir una historia, pero la verdad la veo necesaria para la trama. Además de que he leído fics narrados de este modo y me han gustado los resultados con los que me he encontrado. Al principio será un poco extraño pero tengan paciencia y todo irá cobrando sentido.

Sin más espero que le den una oportunidad y disfruten de este fic.

Disclaimer: Ni Digimon ni sus personajes me pertenecen. Lo único que me pertenece es la trama a desarrollar y los personajes que han sido de mi invención al igual que de Narumi-Ekiguchi / Jani-Shimizu, quien me hizo el favor de dejarme utilizar a dos de sus personajes (Kokone Kominato y Yoshiro Igarashi) para esta historia.


Digimon Legends

Capítulo 1

- 1 de Agosto del 2112 -

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– "El Digimundo volvía a tener ese brillo lleno paz y equilibrio que esta vez, estábamos seguros que perduraría para la eternidad. La puerta que unía al Digimundo y la Tierra nunca más volvería a cerrarse, y el puente del reino de las tinieblas que se conectaba hacia ambos mundos había sido destruido… para siempre. " –

Finalizó el relato una mujer mientras presionaba uno de los tantos botones que contenía el aparato tecnológico que sostenía entre sus manos, y que en el acto, hacía que la pantalla holográfica que simulaba un enorme libro interactivo de un metro de alto y con ilustraciones móviles y efectos visuales, se desvaneciera. Con suma delicadeza colocó el aparato en su estuche que instantáneamente se doblaba y compactaba hasta quedar del tamaño de una hebilla de cinturón, dando la sensación de que el metal era el material más flexible del universo.

– Digimon: The Last Adventure, de Takeru Takaishi. – Habló un joven alto, de piel bronceada, cabellos castaños y ojos marrones a juego. Si bien Takeru Takaishi era su escritor favorito y sus libros sobre el Digimundo, que en la actualidad más que libros eran digitalizaciones holográficas de lo que alguna vez hubo escrito en tinta y papel, igualmente eran por excelencia sus predilectos, y que a pesar de los años seguían siendo un rotundo éxito en la humanidad, el tono de cansancio y desgane empleado en su voz daban a entender todo lo contrario.

La adulta desvió su mirada por unos segundos para después volverla a dirigir hacia su hijo, no entendía lo que le pasaba. El 1 de Agosto era, después del día de su cumpleaños, la festividad favorita del muchacho. Esperando poder descubrir la razón causante de ese anímico estado de ánimo en su hiperactivo hijo, la mujer jugó su carta más poderosa.

– ¿Qué te parece si este año nos vamos a acampar al Digimundo después de ir a las festividades en la ciudad del día de los digielegidos? –

Desde lo sucedido la fecha del 1 de Agosto de 1999 donde los niños elegidos viajaron por primera vez al Digimundo, ese grupo de niños se reunía el 1 de Agosto de cada año para recordar sus aventuras en el mundo digital, y con el paso de los años, ese grupo ganó cuatro nuevos miembros que participaron en esa tradición tan significativa para ellos. Sin embargo, no fue sino hasta los sucesos ocurridos en el año 2029 cuando esa pequeña y personal tradición de solo unos cuántos, se convirtió en una festividad mundial llena de júbilo y alegría tanto en los corazones de los niños como en el de los adultos. El día de los digielegidos se había convertido en una de las festividades más populares y queridas en el mundo, festividad en donde se recordaban a aquellos valientes niños que hicieron todo lo posible para que en la actualidad tanto humanos como digimons pudieran convivir armónicamente los unos con los otros. Y ahora que todos los humanos podían tener un digimon acompañante, era casi imposible no sentir esa aura especial en el ambiente, se sabía, por solo eso, que en el actual año del 2112, era el 1 de Agosto.

– ¿Te estás burlando de mí? – Inquirió el joven asombrando al mismo tiempo a su progenitora, no solo por las palabras empleadas, sino también por el rencor y furia de las que estaban impregnadas, lo que descartaba por completo de que como muchas otras veces, el chico estuviese bromeando. Estaba serio, algo que definitivamente era inusual en él.

– Takuto… No sé a qué te refieres. – Sinceró la mujer.

Sabía que el joven había estado actuando extraño desde aquel día, el día en que una de las luces que mantenía alumbrado su camino se había extinguido, el día en el que Dairo Motomiya, abuelo materno de Takuto Kinose, y padre de la que era la madre del muchacho, Michiko Motomiya, ahora Michiko Kinose… había fallecido.

– Tú sabes muy bien a qué me refiero. – Al ver la cara de circunstancias que ponía su madre y el dedo índice posicionado en su mentón en pose de "estoy en plan reflexivo, no molesten y dejen que la ardillita que corre en la rueda que está en mi cerebro trabaje", el castaño suspiró pesadamente – Mamá, no tiene caso que yo siga celebrando el día de los digielegidos o que siga yendo al Digimundo cuando yo… no tengo un compañero digimon. – Dejó salir un bufido al tiempo en que terminaba la última frase con tristeza. Aunque no lo admitiese, le dolía ese verídico hecho.

Ella lo sabía. Michiko bien que lo sabía, desvió la mirada hacia su derecha donde su Veemon y el Candlemon de su esposo dormían plácida aunque no del todo silenciosamente, luego miró el dispositivo que tenía sujeto al cinturón de su falda… su digivice, ese artefacto que simbolizaba la unión con su compañero digimon, ese dispositivo que permitía viajar entre ambos mundos, ese digivice que tanto anhelaba su hijo más que nada en este mundo.

– Takuto… – Volvió a dirigir su vista al muchacho, el cual la miraba atentamente –…Tienes que ser paciente. –

Esa fue la gota que derramó el vaso.

– ¿Paciente? – El castaño la miró incrédulo para luego sonreír de forma melancólica – Paciente… he esperado por 16 años a mi compañero digimon mientras que bebés con menos de un año de edad ya tienen el suyo… – Miró hacia el lugar en el que dormían los digimons de sus padres y rápidamente su vista regresó a la mujer que tenía en frente para entregarle una de las sonrisas más irónicas que tenía – Si eso no es ser paciente entonces necesitaré un diccionario. –

– Hijo, estas no son cosas que nosotros podamos decidir. – Trató de calmarlo, de escoger las palabras correctas… este era un tema sumamente delicado de tratar con el moreno – Tú sabes que cuando un niño nace y es llevado al Digimundo por primera vez, su compañero digimon le será designado, se analizan los datos. Algunos llegan rápido, otros se toman su tiempo y unos pocos tienden a llegar más tarde y… –

No pudo terminar la frase, el castaño no se lo permitió.

– ¿Entonces qué? ¿Insinúas que mi compañero digimon se perdió en la correspondencia del Digimundo? ¡Llamen a los carteros es una emergencia! – Manoteó en el aire con burla y un tono irónico en su voz – Ya no soy un niño al que puedes seguir engañando con eso mamá. – Apretó sus puños tratando de reprimir la impotencia y frustración que sentía en esos momentos.

– ¿Y qué esperas? – Exclamó poniéndose de pie – ¿Quieres que te diga que es cierto? ¿Qué nunca serás capaz de conocer ese lazo tan especial con tu digimon acompañante? ¿Es eso lo que quieres escuchar? – Soltó en un arrebato de enojo.

Tales palabras provocaron que la garganta del muchacho se quedase seca, que en la boca de su estómago se hiciera un nudo tan apretado que sentía que tarde o temprano se iba a romper y unas punzadas como agujas que le invadían directo en el pecho. Le dolía.

– Takuto. – Se acercó la mayor hasta quedar frente a su hijo. Su voz había cambiado a ser más comprensiva y posó su mano izquierda en el hombro del muchacho mientras que con la derecha le acariciaba su mejilla – Esas son cosas que yo nunca te podría decir con total seguridad, así como no puedo asegurar que mañana podría llegar ese digimon atolondrado que se perdió en el camino, tampoco puedo descartar que este no llegue – Buscó los ojos del castaño solo para comprobar que estos seguían siendo los mismos que los de un niño al que aun intentan convencer de la existencia de Santa Claus y le sonrió – Solo tienes que confiar. –

– A veces es muy difícil. – Suspiró – ¿Qué hay de malo conmigo mamá? –

– Oh querido. – Lo abrazó con fuerza – No hay nada de malo contigo. Desconozco la razón del porqué no ha llegado tu digimon pero algo sí puedo decirte con total seguridad, tú no tienes nada mal. –

Para ella también era difícil entender el por qué le pasaba esto a su hijo, incluso su esposo Hiroto Kinose, quien trabajaba en el centro de investigación e inteligencia digimon no había encontrado explicación alguna para el particular caso del muchacho, si bien esto daba pie a sospechar de que extrañamente una grieta o distorsión se hubiera presentado en el Digimundo y que esto significaría que milagrosamente las fuerzas de las tinieblas pudieran atravesar las barreras interdimensionales sin la ayuda del puente o conducto respectivo, se descartó la opción, el lector de ondas y choques de datos no había localizado nada, no había nada en las lecturas… lo que indicaba que era un simple caso aislado, que desgraciadamente tuvo que ocurrirle a Takuto. Se sentía impotente, una falla como madre por no poder hacer que la angustia que rodeaba a su hijo desapareciera. Esta situación era igualmente difícil tanto para ella como para Hiroto, no quería ni imaginarse como se sentía el muchacho castaño.

Takuto se limitó a asentir y a volver a dibujar una leve sonrisa en su rostro.

– Confiaré. –

– Yo sé que tú puedes. – Le alentó – Siempre vas a contar conmigo y tu padre, no olvides que también Veemon y Candlemon estarán siempre para ti. –

– Sí. – Si bien estaba más animado, en su interior aún sentía un vacío, una sensación extraña que no podía explicar y que no podía esperar que su madre pudiese entender, por más amor y comprensión que esta fuese capaz de ofrecerle ella no podía saber cómo se sentía el experimentar esa sensación en carne propia – Necesito tomar aire. Iré a practicar futbol soccer. – Se alejó con cuidado de Michiko para recoger un balón con algunos destellos y partes móviles mientras ella tan solo lo miraba con extrañeza.

Justo cuando el chico se dispuso a salir del hogar, su progenitora se alertó… había encontrado lo que le hacía falta.

– ¡Espera! – Lo llamó casi desesperada mientras tomaba un objeto de uno de los sillones de la sala y se lo extendía al castaño – No debes olvidarlos así. –

Takuto los vio y el instante hizo una mueca entre desprecio y vergüenza, pero no hacia el objeto, sino hacía sí mismo. No se sentía digno de portar esos tan afamados y distintivos goggles que en su tiempo vivieron un sin número de aventuras, batallas y emociones, esos goggles que pertenecieron originalmente al primer líder de los digielegidos y legendario portador del valor, Taichi Yagami; que posteriormente pasaron a manos de su bisabuelo, líder de la segunda agrupación de digielegidos y heredero de los emblemas del valor y la amistad, Daisuke Motomiya; y finalmente siendo heredados al líder de una nueva generación de digielegidos, el que cerró finalmente el paso de las tinieblas y tomó posesión del emblema de los milagros, su abuelo Dairo Motomiya, el que hasta hace poco había mantenido esa llama viva dentro de Takuto, heredándole a su nieto esa tan preciada posesión desde que el joven tenía uso de razón y asegurándole que viviría sus propias aventuras en el Digimundo justo como él y sus predecesores lo habían hecho.

Hasta hace aproximadamente 12 años, esos goggles habían pasado a manos de su nuevo dueño, Takuto Kinose. ¿Pero qué era él comparado con los grandes líderes del pasado? La respuesta era simple, él no era nada, era un cero a la izquierda, prácticamente invisible, no era capaz ni de encontrar a su compañero digimon, ni podía viajar al Digimundo por su cuenta y tampoco lo era de recobrar esa confianza que había perdido tras la muerte de su abuelo. Se supone que descendía de grandeza, no solo por parte de los Motomiya, quienes habían sido los líderes de los digidestinados en su respectivo momento para conservar la paz entre los mundos, si no que por otro lado descendía de los Ichijouji, su abuela era Miyuko Ichijouji, esposa de su difunto abuelo y parte del grupo de elegidos que salvaron al mundo en el año de 2029, y ésta a su vez, hija de Ken y Miyako Ichijouji, ambos fueron figuras importantes para lograr el equilibrio que hoy en día se disfrutaba. Estaba orgulloso de sus raíces pero eso a su vez lo desmotivaba al considerarse una decepción para todos ellos.

– ¿A qué esperas? Anda tómalos. – Insistió con una sonrisa, sacando al joven de su batalla interior consigomismo.

El moreno dirigió sus orbes castañas a Michiko para luego posarlas sobre sus goggles y los miró con detenimiento, se veían sumamente gastados, su abuelo le había contado que había tenido que cambiarle la cinta elástica un par de veces y que su bisabuelo Daisuke lo había hecho más de cincuenta, de hecho hace unas semanas Takuto había tenido que cambiar la cinta por una nueva luego de que se estropeara en uno de sus entrenamientos. Desvió la mirada, se sentía estúpido y patético por no poder sostenerle la mirada a unos goggles, pero al verlos tan solo veía todo lo que no era y que nunca llegaría a ser.

– No… no puedo. – Fue su cortante respuesta.

– Pero qué dices. – Rió con nerviosismo para volver a extendérselos – Póntelos. Son tuyos, fue un regalo de tu abuelo. –

– Lo sé. Y precisamente por eso no puedo tomarlos. – Pudo observar como su madre estaba a punto de replicar pero decidió adelantársele – ¿Está bien que utilice yo algo tan significativo? –

Un ruido sordo fue lo único que se pudo escuchar en la silenciosa morada.

– ¡Argh! ¿¡Por qué hiciste eso!? – Exclamó adolorido mientras dejaba caer su extravagante balón al suelo y se sujetaba con ambas manos la parte superior de su cabeza. Definitivamente su madre tenía la mano pesada, ya podía sentir ese chipote saliendo a diestra y siniestra del tope de su cabeza como si fuese el cuerno de un unicornio.

– ¡Por tonto! – Aclaró molesta – ¡Quería ver si así podía reacomodarte las neuronas para que dejes de decir tantas tonterías! – No podía creer lo que habían escuchado sus oídos – Tu abuelo Dairo los dejó para ti, nunca te los habría heredado si no le hubieras probado que eres digno de llevarlos, él siempre fue muy receloso con estos goggles y confió en que tú eras el indicado para llevar con orgullo el título que simbolizan ¿Piensas echar por la borda todos esos sentimientos de confianza y orgullo que mi padre te profesó al dártelos? Si crees que no puedes usarlos porque eres una decepción hacia todo lo que simbolizan estás muy equivocado, ya que es ahora donde realmente lo estas decepcionando a él, a mi abuelo, al señor Taichi y sobre todo a mí. –

– Mamá… – Pocas veces había visto a su progenitora de esa manera, lo cierto era que siempre había tenido un temperamento un poco irascible pero esta vez había algo diferente en ella, algo que no podía descifrar – Pero yo… yo no… –

– ¿Qué? ¿No tienes un compañero digimon? – El castaño tragó saliva – ¿Y qué? Eso solo sirve para probar aún más mi punto, a pesar de no tener un digimon, tú le demostrarte ser digno. No es por nada que suceden las cosas. – Con sumo cuidado coloco el par de goggles entre las manos de aquel confundido joven – No nos decepcionarás. Yo lo sé. – Sonrió.

– ¿Cómo puedes estar tan segura? – Inquirió ya más animado pero con cierta confusión en su voz.

– Porque yo confío en ti. –

Lentamente los labios del castaño se curvaron en una amplia sonrisa y en su mirar volvía a brillar un fuego intenso. Instintivamente se puso los googles en la cabeza adornando su cabellera castaña y recogió de nueva cuenta el balón del suelo.

– ¡No los decepcionaré! – Gritó con euforia al mismo tiempo en que levantaba su dedo pulgar.

Sin más, salió corriendo de su hogar.

– Sé que no lo harás. – Susurró para sí misma.

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– Tengo que irme. –

– ¿He? ¿Pero que no vas a esperar a tus padres para ir al festival? – Preguntó con inocencia la digimon planta.

– Voy a mis clases de piano, Aruraumon. Regresaré a tiempo –

– Ryuta no olvides llegar a casa a las 6:00 pm. Tus padres vendrán para que podamos ir todos al festival de los digielegidos. – Habló un digimon mecánico, Hagurumon.

– Sí, lo sé. – Sonrió con timidez un muchacho de tez pálida, estatura promedio, cabello corto color azabache con reflejos azulados y ojos tan azules como el cielo, frente a los cuales portaba unos lentes y que respondía al nombre de Ryuta Souma.

– Que bueno que ambos pudieron lograr librarse del trabajo para pasar el día con nosotros. – Festejó Aruraumon mientras bailaba alrededor de la amplia habitación.

– Si, hace mucho que no paso tiempo con Akihiro. – Expresó Hagurumon nostálgico.

Y Ryuta no podía estar más de acuerdo. Sus padres, Akihiro y Hitomi Souma, eran dueños de una compañía de automóviles inteligentes muy exitosa, debido a su prestigio era muy extraño que el pelinegro tuviera la oportunidad de convivir con sus padres por más de una hora, incluso sus compañeros digimons se sentían algo desplazados por sus humanos últimamente. Cuando era más pequeño solían dejarlo con un sin número de nanas mientras ellos salían en viajes de negocios o empleaban todo su tiempo trabajando en la empresa, y aunque actualmente esos viajes se habían estado presentando cada vez más seguido que cuando era tan solo un niño, sus centenares de nanas se vieron opacadas por el cuidado de los digimons de sus padres, Aruraumon y Hagurumon, pero ellos eran más que solo sus niñeros, Ryuta consideraba a ese par de digimons como sus únicos y verdaderos amigos. Si bien era cierto que a sus 14 años de edad el azabache no era el chico más sociable con el que se pudieran encontrar, también lo era que existían muchas personas que se le acercaban por el dinero y prestigio de su familia, estaba cansado de toda la falsedad e hipocresía que pululaba a su alrededor, así que optó por encerrarse en su fortaleza invisible, que junto con su actitud no permitía que nadie pudiera entrar, que nadie lo pudiera ver cómo era en verdad, que nadie lo pudiera lastimar como otros lo habían hecho en el pasado. Sin embargo Aruraumon y Hagurumon siempre habían estado ahí cuando lo necesitaba, cuando su cielo era gris y necesitaba de un rayo de luz para poder continuar con su día a día… ahora que lo pensaba bien, ellos habían fungido más como padres para él, que los que se suponían eran los biológicos.

De repente, un incesante y agudo sonido lo sacó de la profundidad de sus pensamientos. Era el teléfono.

– Residencia de la familia Souma. – Contestó mecánicamente una de las sirvientas. El muchacho y los dos digimons se asomaron a pasillo curiosos por la llamada entrante – Buenas tardes señor Souma – Esto era mala señal. Sus padres nunca hablaban a casa A menos que… – Sí, el joven Ryuta sigue aquí… Claro, no se preocupe, se lo comunicaré de inmediato. – Lo sabía.

Los tres espías regresaron rápidamente al interior de la habitación cuando vieron que la sirvienta colgaba el teléfono y se ponía en marcha hacia su ubicación. Pronto, unos leves golpes se hicieron escuchar al otro lado de la puerta.

– Con permiso, joven Ryuta. –

– Adelante. –

La mujer obedeció y de repente la puerta se deslizó mecánica pero silenciosamente. Solo para ver al joven acomodando unos libretos en un portafolios de color negro y a los digimons viéndola con ojos tristes, sabían de sobremanera lo que estaban por escuchar, lo habían escuchado tantas veces que ya parecía ser un disco rayado.

– Joven Ryuta, su padre acaba de llamar. – El muchacho ni se inmutó, simplemente prosiguió con su tarea – Me informó que a él y a la señora se les presentó una junta de último minuto y que debido a eso no podrán llegar a tiempo para acompañarlo a la festividad. –

– Entiendo. Gracias, puedes retirarte. – Contestó secamente y con una mirada gélida y apagada que tanto le caracterizaba.

Acto seguido, la mujer dio una leve reverencia y cerró la puesta tras de sí, tampoco es como si adorase darle malas noticias al joven Souma. La servidumbre de la mansión se compadecía de su pequeño amo.

Un silencio agónicamente familiar se apodero de la habitación, silencio que solo fue roto por los firmes y decididos pasos del chico emprendiendo marcha hacia la salida. Sin embargo la voz de Hagurumon lo detuvo justo antes de tocar el sensor de esa pulcra puerta.

– ¿Vas a irte así sin más? – Inquirió con mirada seria y un poco apesadumbrada, había ansiado tanto pasar tiempo de caridad con Akihiro, y ahora toda esa felicidad se desvanecía como vapor.

– Tengo clase de piano. –

– ¿Sabes? Aún podríamos ir nosotros tres al festival. – Trató de animar la digimon planta, más que nada para animarse a sí misma a aceptar que esos días en los que Hitomi y ella se divertían bajo la luz del sol viendo las nubes pasar ya no regresarían.

– Tengo clase de piano… – Repitió con frialdad, igualmente su alegría y anhelo estaban por los suelos. Aunque de igual manera se reprimía mentalmente por eso, convenciéndose de que ya debería estar acostumbrado a esas innumerables decepciones provocadas por sus progenitores – Si quieren vayan ustedes. –

– Per no es lo mismo sin Ryuta. – Musitó Aruraumon desanimada.

– Y tampoco es lo mismo sin ellos. – Contestó cortante para después salir del lugar.

Ambos digimons se miraron y suspiraron al mismo tiempo. El ojiazul tenía razón.

Caminaba, tan solo caminaba, no era el camino hacia sus clases de piano, eso lo sabía, lo que no sabía era por qué no se detenía. Estaba molesto, y mucho ¿Por qué estaba tan enojado? ¿No se supone que él ya sabía que eso sucedería? ¿No debería estar acostumbrado ya? ¿De qué le servía hacerse tantas ilusiones? Tan solo caía una y otra vez desde lo más alto del cielo hasta estamparse de lleno con la dura realidad, para sentirse igual de frustrado, para eso le servía. El ilusionarlo y mandarlo a volar se había vuelto un molesto hábito en sus padres y los culpaba por eso, pero… ¿Qué no tenía él también la culpa por ser leal a esa pequeña esperanza de que algún día ese mal hábito desaparecería? Estaba cansado de todo, simplemente lo estaba.

Aruraumon y Hagurumon siempre lo habían animado a decirle a sus padres cómo se sentía, siempre lo apoyaban, siempre trataban de alegrarle el día, siempre lo entendían… incluso cuando comprendió que él no podría tener nunca un compañero digimon como todos los demás, fueron ellos los que compartieron su dolor, los que no lo dejaron hundirse en esos mares llenos de depresión, los que lo vieron romperse por primera vez y calmaron su llanto; mientras que los mayores se limitaron a hacer una de las acciones más humillantes y dolorosas que había presenciado. Tan solo quería olvidar ese triste momento de su memoria, de su mente, de su vida.

En momentos como ese de verdad anhelaba la presencia de su digimon acompañante ¿Por qué le pasaba esto a él? ¿Acaso había hecho algo malo en su vida pasada y se lo estaban cobrando? Porque si ese era el caso, el karma estaba haciendo muy bien su trabajo, Hagurumon y Aruraumon eran los mejores, de eso no le cabía ni la menor duda, pero igualmente quería sentir ese lazo, esa unión única que solo era posible con un digimon designado, experimentar ese sentimiento de pertenencia, de confianza, de complicidad, pero sobre todo, de lealtad. Él era obediente, sacaba buenas notas en el colegio, nunca había dado ni el más pequeño problema, era educado, sabía comportarse… ¿Había algo en lo que estaba fallando? No lo entendía, y lo más probable es que acabaría su vida aún sin entenderlo.

Al levantar el rostro por primera vez del suelo, se dio cuenta de que había llagado al parque natural central de Odaiba. Desde el desmesurado avance tecnológico de hace ya años atrás, se estableció una ley muy importante, una ley que promovía la conservación de áreas verdes cada cierto diámetro de distancia. Entre cada mancha gris y metálica de la ciudad podían apreciarse unas manchas verdes llenas de vida, si bien eran parques para preservar la naturaleza en las grandes ciudades, no eran precisamente reservas naturales, esas estaban fuera del alcance de la contaminación humana, por lo que en los parques naturalistas se podían encontrar bancas dispersas por el área, algunas fuentes y uno o dos Digi-Translators. Esa ley había dado frutos, los había hecho respetar más a la naturaleza y a no olvidar sus raíces, los había hecho más humanos y menos inconscientes, aunque claro, había sus excepciones, las típicas personas que veían todo eso como basura, como algo innecesario, personas que desde la perspectiva de Ryuta, eran ignorantes.

Con calma, se dirigió a una banca que se encontraba frente a la más grande y majestuosa fuente del parque. Vio con atención como las personas y digimons que pasaban frente a él no hacían más que hablar del festival del centro de la ciudad, y por un instante, por un mísero y diminuto instante, sintió envidia. Envida de no poder disfrutarlo con su familia, de no tener amigos con los cuales compartir esa alegría, de no poder contemplar las hermosas aguas de esa fuente junto a su digimon designado.

Tratando de alejar esos pensamientos de su mente, giró la cabeza hacia la derecha para ver como un joven castaño con unos singulares goggles sobre su cabeza correteaba de un lado a otro con un balón de futbol soccer aéreo-sintético siendo seguido por un puñado de niños pequeños y digimons bebes.

– Todos se divierten. – Dijo para sí mismo, incluso esos niños la estaban pasando bien mientras él se limitaba a auto-compadecerse, ahora se sentía avergonzado de sí mismo por ser tan egoísta, por creer que era el único con problemas sobre la tierra. Regresó sus ojos a la fuente que tenía en frente y contempló el panorama – La puesta de sol. – Suspiró observando esos matices anaranjados surcando el cielo, dispuesto a relajarse y disfrutar de gentil briza.

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– ¿Y podremos ir a cenar luego del festival? – Preguntó alegremente Gotsumon.

– ¿Todavía planeas seguir comiendo después de eso? – Reprendió su compañero humano con una sonrisa en sus labios, un hombre adulto que respondía al nombre de Taro Ichizaki – Si sigues comiendo así vas a parecer una bola demoledora en lugar de un digimon – Rió.

– No digas eso de Gotsumon, Taro. – Intervino una joven de piel blanca y larga cabellera negra que le llegaba por debajo de la cintura, poseedora de un par de ojos color jade.

– ¡Defiéndeme Mikoto! – Exclamó Gotsumon poniéndose detrás de la mencionada de manera dramática – Taro está tratando de matarme de hambre. – Exageró.

– No creo que Gotsumon se ponga como bola demoledora solo por comer un poquito de más… sería más bien como si digievolucionara a Bigmamemon. – Tanto ella como el adulto estallaron en risas ante un indignado Gotsumon.

– ¡Hmp! ¿¡Y ustedes qué saben!? – Soltó el digimon roca.

– Vamos, no seas tan gruñón. – Dijo Taro al que era su compañero digimon desde que tenía uso de razón y que conocía de sobra lo sensible que este se podía llegar a poner en cuanto a su peso se trataba.

Mikoto se limitaba a ver con alegría como el digimon trataba de hacerse el difícil ante las insistencias de Taro. De algún modo no pudo evitar sentirse un poco nostálgica ante esa escena.

– No lo decimos en serio Gotsumon, puedes comer todo lo que quieras. – Sonrió la muchacha.

– ¡Sí! – Se abalanzó sobre ella para estrujarla entre sus brazos – Cada vez que Mikoto habla yo soy feliz. –

– Y cada vez que eso pasa mi cartera sufre… – Intervino el mayor.

– Soy tu digimon. Deberías apreciarme más. –

– Yo te aprecio, no es mi culpa que tú aprecies más a la comida que a mí. –

Touché. – Bromeó el digimon para después dirigirle una mirada cómplice a su jovial humano. Aunque no lo demostrara muy seguido, apreciaba a Taro más de lo que dejaba ver.

Seguidamente, el digimon roca dirigió su vista hacia su izquierda solo para encontrarse con el sonriente rostro de Mikoto, inconscientemente Gotsumon esbozó una sonrisa y su mirar prosiguió su camino hasta chocar con la figura de un adolescente que se encontraba sumido en el mullido sofá de la sala, cambiando de canal cada 5 segundos en la amplia pantalla holográfica, sin lugar a dudas, el chico era, exceptuando el género, idéntico a su hermana Mikoto. El compañero de Taro los vio con nostalgia, aun recordaba con total nitidez el día en el que esos dos bribones entraron a su vida y a la de su humano hace casi 7 años. Tenía que admitirlo, no los recibió precisamente con los brazos abiertos, incluso llegó a hacerles un par de travesuras a los, en ese entonces, pequeños e inocentes hermanos Tsukehara, aunque claro, Mikoto y Kouga no eran precisamente un par de angelitos caídos del cielo, cada broma pesada era devuelta con creces por los diablillos, aunque claro, en ese entonces Gotsumon prefería hacerlos enojar y verlos desquitarse con él que ver esos ojos verdes apagados, sin brillo, tristes y melancólicos. Al principio pensaba que esos niños habían tenido mucha suerte de que Taro aceptara hacerse cargo de ellos sin oposición alguna, pero finalmente llegó a la conclusión de que tanto él como su humano habían sido rescatados por la alegría que los Tsukehara les habían brindado a lo largo de esos 7 años. Ahora podía sentirse orgulloso de ver a una Mikoto de 15 años y a un Kouga de 14 totalmente capaces de valerse por sí mismos, cambiando esa mirada desvalida por una de seguridad, de ver cómo poco a poco esos ojos opacos iban adquiriendo color, vida, alegría… sin embargo había algo que lo inquietaba desde hace algunos días, los ojos de Kouga se ensombrecían cada vez más… y rogaba por estar equivocado en las suposiciones que le llegaban a su mente para explicar tal hecho.

– Este año habrá un espectáculo especial de fuegos artificiales y Digi-Graphs en el cielo. – La voz de Taro sacó a Gotsumon de sus pensamientos – Sería bueno encontrar un buen lugar para apreciarlos mejor. –

– A mí me parece bien. ¿Tú qué opinas Kouga? – Inquirió la joven.

– Sí, sí… da igual, como quieran. – Habló con tono cansino, pasando por completo del comentario de su hermana mayor y prosiguiendo con su ardua tarea de cambiar constantemente los canales una y otra vez.

Esto no pasó desapercibido por ninguno de los presentes, sin embargo decidieron seguir tratando de hacerlo participe de la conversación.

– También podemos ir a la zona de juegos del festival para que puedas ganar cuantos premios quieras. – Animó el adulto.

Kouga se limitó a apagar el televisor, provocando que las imágenes y hologramas volátiles desaparecieran al instante.

– Igual y podemos entrar a los conciertos especiales. – Insistió la azabache.

El muchacho apretó los puños ante cada palabra que escuchaba, incluso podía escuchar sus propios dientes rechinar de lo tensa que estaba su mandíbula.

– ¡Y para cerrar con broche de oro podríamos hacer un picnic en el Digimundo mañana! – Añadió el digimon como incentivo, pero al ver las miradas de sorpresa y alerta de los otros dos entendió que había metido la pata hasta el fondo… y así fue.

El muchacho tan solo necesitó escuchar eso último para explotar cual volcán.

– ¡Que no tienen a nadie más a quien joder! –

No pasaron ni 10 segundos en silencio, pero para todos había transcurrido como una eternidad.

– Tan solo estábamos dando ideas para pasarlo bien en el día de los digielegidos. – Explicó Taro con una calma indescriptible y aún con una sonrisa surcando sus labios – Si no te gusta algo podemos cambiarlo. –

– ¡No me hables como a un niño! – Exclamó mientras manoteaba en el aire – ¡Ya no soy un niño! –

– Está bien. Sí es lo que quier… – No pudo ni terminar la última palabra.

– ¡Lo ves! Lo haces de nuevo – Le reclamó – Darme la razón cual niño mimado y caprichoso… serás. –

– Con esa actitud lo único que consigues es demostrarnos que aun sigues siendo esa clase niño. – Aclaró su hermana ya en una faceta más seria.

Kouga la miró con desprecio y con los brazos cruzados, odiaba que Mikoto utilizase ese tono de voz con él, simplemente no lo consentía.

– Y tú solo demuestras que sigues siendo la misma pesada que busca hacerse la madura ante Taro para que él te acepte. –

Sabía que eso le dolería, precisamente por eso mismo lo había dicho, y no se había equivocado, por unos segundos pudo observar como en el rostro de la muchacha se formaba una mueca entre dolor y sorpresa pero que rápidamente cambió a una de total severidad y desaprobación. Sonrió satisfactoriamente ante esto, había dado en el blanco, eso le pasaba por meterse con él.

– Eso no es cierto. – Intervino Gotsumon por primera vez en la acalorada conversación. Si bien apreciaba a ambos hermanos, no iba a dejar que se atacasen de esa manera – Mikoto es como es porque se es fiel a sí misma. No busca la aprobación de Taro ni la de nadie. –

El joven se limitó a mirar al digimon como si pudiera deshacerse de él en ese mismo instante pero Gotsumon no retrocedió de sus palabras y le sostuvo la mirada con decisión y firmeza, no iba a dejar que ese mocoso se saliera con la suya.

– ¡Hmp! Tú no dices más que tonterías. – Arremetió el joven.

– Gotsumon tiene toda la libertad de expresarse, al igual que tú. – Le llamó la atención el adulto – Es la forma en la que lo expresan lo que los diferencia. – Sentenció sin perder esa paciencia que lo caracterizaba – Es lo mismo que si a Gotsumon le gustaría pasar un día de picnic en el Digimundo… Sé que tienes razones para estar en contra y te entiendo pero –

Fue interrumpido nuevamente y esta vez el pelinegro no se contuvo ante nadie, eso último le había colmado la paciencia.

– ¡Deja de hablar como si me conocieras, carajo! – Gritó a todo pulmón, sorprendiendo al aludido y a su compañero digimon, pero no a su hermana, ella sabía que tarde o temprano eso pasaría, que su hermano menor arremetería de esa forma – ¡Tú no me conoces nada!, ¡Deja de fingir que sabes cómo me siento!... ¡No tienes ni idea de lo que es pasar por esto, idiota! –

Esta vez Taro sí que había perdido todo su temple, incluso tenía su cara desencajada. Ya estaba acostumbrado a los desplantes y berrinches del menor de los Tsukehara, pero nunca le había hablado de esa forma, con ese tono de odio e infinito desprecio, con esos ojos nublados por la ira e impotencia. Se sintió petrificado por esos ojos. Algo había cambiado, ese no era el Kouga que conocía.

– Tan solo hablas y hablas como si lo supieras todo de nosotros. – Prosiguió el joven mordazmente, con un semblante altanero y expresión indescifrable. Completamente fuera de sí, completamente diferente a ese muchacho alegre y mimado que solía ser – Puedes dar tus sermones y discursos emotivos, pero ¿sabes qué? Tus palabras entran por un oído y salen por el otro. – Hizo una finta hacia sus orejas con una sonrisa socarrona adornando su rostro – Te las puedes dar de grandeza, creyéndote un padre para nosotros, pero te tengo noticias ¡Eres un vil extraño!, ¡No eres mi padre y nunca lo serás! No eres más que un intruso en nuestras vidas. ¡No hay manera en que pueda considerarte parte de mi familia!... ¡Mi hermana y yo estaríamos mejor sin ti! –

Un ruido. Un ruido que hizo eco en toda la casa. Un ruido que puso fin a esa erupción volcánica de sentimientos reprimidos.

Kouga tenía la cara volteada y con una muy notoria marca roja en su mejilla izquierda… y Mikoto mantenía su brazo extendido. Taro y Gotsumon miraron la escena aun en shock por las anteriores palabras del ojiverde y la inesperada acción de su consanguínea. Lentamente el chico regresó su rostro hacia adelante para encontrarse esos ojos tan parecidos a los suyos, incrédulo por lo que cavaba de suceder, su hermana nunca le había puesto un dedo en sima, inconscientemente llevó su mano hacia su mejilla afectada, le ardía cual quemadura, no solo físicamente sino también emocionalmente. La expresión de Mikoto no había cambiado, en sus ojos se podía apreciar la determinación, el dolor y la frustración, que sumados a su semblante serio y estoico provocaba el inerte estado de su hermano, realmente se veía intimidante, incluso se podía decir que su respiración casi se había detenido por completo. Si bien la agresión y daño físico habían sido en contra de él, ella sentía que su pecho dolía, y por los mil demonios que le dolía, como si algo ahí se hubiera roto en miles de finos e irreparables pedazos.

– No te atrevas… – Comenzó mientras bajaba su mano punzante con lentitud – ¡No te atrevas a decir esas palabras de nuevo! – Su voz sonaba firme pero un leve tembleque invadió sus piernas – Taro merece todo nuestro respeto y cariño después de lo que ha hecho por nosotros. No es justo que lo trates de esa manera, al igual que no es justo que hables así por los dos… ¿Qué no te das cuenta de que no eres el único que sufre? ¿Qué no eres el único que los extraña?... si es así eres un egoísta. Puede que nosotros hayamos perdido a nuestros padres en ese accidente, a sus digimons y a Gazimon, pero ¿No te das cuenta de que Taro perdió a sus mejores amigos? Eres un inconsciente, hablas sin tener en consideración los sentimientos de los demás, sus sentimientos, mis sentimientos. –

A Mikoto le afectaba recordarlo también, pero no estaba dispuesta a vivir esa vida que le habían permitido conservar con esos sentimientos de odio y resentimiento de un ser incomprendido.

– No… – Susurró para sí el afectado – No lo menciones… – Esta vez los presentes pudieron escucharlo con toda claridad – ¡No menciones a nuestros padres ni a Gazimon en esto! – Kouga se llevó sus manos a la cabeza tratando de hacer oídos sordos pero sin éxito, las palabras de su hermana mayor retumbaban una y otra vez en su cabeza. Era una tortura espantosa e interminable – ¿¡Por qué siempre estás de su lado!? – Exclamó acusadora mente señalando a Taro con su dedo índice – ¡Yo soy tu familia, no él! –

Y dicho esto salió del departamento lo más rápido que pudo dejando un vacío tras de sí.

Mikoto suspiró pesadamente y llevo sus manos a sus ojos, masajeándolos, tratando de reprimirse. ¿Por qué Kouga tenía que hacer esto justamente hoy?

– Mikoto… – Comenzó el adulto poniendo su mano sobre el hombro de esta.

– Estoy bien. Voy a ir a buscarle. – Aclaró para ponerse en marcha. Para su sorpresa, Taro la tomó de la mano obligándola a girarse y verlo a la cara.

– Gracias. – Dijo de la forma más sincera y cariñosa que le había escuchado hablar, reconfortándola de cierta manera en su interior, recuperando un poco esa calidez que la había abandonado – Pero no tienes que pretender que no te afecta también. –

Mikoto lo escrutó con la mirada y bajó un poco su cabeza sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo desde los dedos de sus pies hasta su cabeza. Sabía que Taro tenía razón, pero si no lo hacía no había forma en la que pudiera hacer reaccionar al terco de su hermano. Tenía que ser fuerte, tenía que hacerle ver a ese niñato que la vida no siempre era justa, pero que tenía que sobre ponerse sin desquitarse con las personas que más lo aprecian y se preocupan por él.

– Tengo que ir por él. –

Así, Mikoto también salió del departamento.

No tardó mucho en divisar a Kouga corriendo al final de la calle y trató de alcanzarlo, sin embargo, con cada paso que daba sentía que él se alejaba dos. Para qué negarlo, la discusión también le había afectado, se sentía incapaz de controlar sus pensamientos.

Sus propias palabras le habían hecho recordar, la paz y seguridad que alguna vez sintió de niña cuando sus padres la abrazaban, la felicidad cuando Kouga recibió a su compañero digimon, Pagumon, la alegría de rememorar todas esas tardes de juegos interminables con su hermano y los digimons, la felicidad al contemplar al pequeño y travieso Pagumon digievolucionar a Gazimon su decepción a ver que cada día que pasaba las probabilidades de que algún día ella contara con su propio digimon acompañante eran cada vez más escasas, su ilusión al saber que sus vacaciones familiares serían en uno de los mejores hoteles del país, el miedo al ver a ese enorme camión de carga llegar de lleno contra el auto en el que viajaban en sus vacaciones familiares, el dolor que sintió al despertar en la cama de un hospital, la desesperación al no encontrar a su hermano, la tristeza al descubrir que eran los únicos sobrevivientes a ese accidente… ni sus padres, ni sus respectivos digimons, ni el Gazimon de Kouga lo habían logrado.

Sabía que la herida aún estaba un poco abierta, pero parecía que la de Kouga aun sangraba.

Desde aquél desastroso día, Taro había tomado su custodia al no tener familiares a los cuales acudir. Él los llevaba a ella y a su hermano constantemente al Digimundo, más específicamente a la ciudad del comienzo, esperando encontrar ahí los digihuevos de los digimons de sus padres o el de Gazimon, extrañamente estos nunca renacieron. Los expertos anunciaron que al ser una muerte unida a otra dimensión fuera de su mundo, existía la posibilidad de que sus datos quedaran atrapados entre las dimensiones, privándolos de su renacimiento, ya habían visto ese tipo de casos en el pasado. Kouga nunca volvió a ser el mismo, el día de los digielegidos se volvía año con año una tortura para él, recordando a ese Gazimon que tantas alegrías y vivencias le había compartido en su niñez, y aunque Mikoto aún guardaba esperanzas de encontrar a su digimon designado, el seguir visitando el Digimundo en espera de su compañero se hacía más difícil debido a la tristeza que invadía a su hermano al ir a ese lugar, sabía que él había perdido a su digimon para no recuperarlo nunca sin siquiera haberlo podido evitar… ¿Pero que él no podía comprenderla también? Mikoto nunca había experimentado esa unión con un digimon ¿Qué no era mejor haber tenido y perdido que nunca haber tenido?... pero estuvo dispuesta a dejar esa hermosa ilusión, para asegurarse de que su consanguíneo no siguiera sufriendo de esa manera, pidiéndole a Taro que no les abriese la puerta nunca más.

Taro y Gotsumon les ofrecieron lo que necesitaban en esos momentos, amor, comprensión, cariño. Y ella les estaría eternamente agradecida por todo, pero Kouga tenía razón en algo, Taro no podría entender su sentir, si bien él había perdido a sus dos mejores amigos en ese accidente, ellos habían perdido su sol y su luna, su guía, su mundo se había desmoronado en tan solo unos segundos.

Tuvo que detenerse un momento a tomar aire. Genial, simplemente genial, ahora había perdido a su hermano de vista, se giró un poco para inspeccionar sus alrededores… estaba en el parque natural central de Odaiba. Ahora tendía que encontrarlo entre todo el tumulto de gente.

– Bueno… – Suspiró con cansancio – La vida no siempre es justa. –

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Se movió rápida pero sigilosamente, quedando de espaldas contra lo que quedaba del ya derrumbado muro. Apenas y podía ver algo que no fuera la penumbra que lo rodeaba o las ligeras siluetas de sombras a su alrededor, tragó saliva, esto era malo…no, esto era peor que malo… era un acto suicida, pero tenía que intentarlo. Miró el brazalete de su mano derecha, se le estaba agotando el tiempo… ¡Tenía que hacer algo rápido o estaría acabado! Con cautela revisó la periferia, si bien no podía ver nada, tampoco sentía alguna presencia. Ya era hora.

De un momento a otro salió de su escondite arrojándose contra una montaña de escombros, estuvo cerca… el rayo rojo estuvo a milímetros de acabar con él, un solo golpe más y no viviría para contarlo, pero ya estaba cerca, podía verlo, sus ojos se iluminaron al divisar la única fuente de luminosidad de todo ese espacio, brillante como el oro y cálido como el fuego, posicionado delicadamente sobre ese extraño pedestal. Era ahora o nunca, no había llegado tan lejos por nada, lo presentía, este era su momento. Una media sonrisa surcó sus labios de improviso y se levantó del suelo cual resorte, justo a tiempo para terminar de una vez con esos molestos sensores. Ya no había nada que le impidiese llegar a su objetivo.

Sin poder creérselo subió las escaleras que le conducían al pie de aquel pedestal, después de tanto tiempo lo había conseguido ¡Por las bestias sagradas que lo había conseguido! Aún seguía sin creérselo, pero justo cuando estiró su mano para alcanzar ese preciado objeto, todo comenzó a pixelearse. Trató de tomarlo entre sus manos pero ya no había nada que tocar, pronto todo a su alrededor prosiguió a tener el mismo destino que el pedestal.

– No… – Musitó incrédulo – ¡Esto no puede estar pasando! –

Para su desgracia la realidad era otra. Todo se volvió oscuridad.

– ¡Yoshiro! – Lo llamó una mujer con una clara mueca de enojo mientras observaba al chico con desaprobación.

El joven que respondía al nombre de Yoshiro Igarashi, se quitó cuidadosamente ese dispositivo que llevaba sobre su cabeza que era la mescla entre unos lentes tipo visor oscuros y un casco, dejando ver de esta forma su cabellera castaña y ese par de ojos de tonalidades violetas tan extraños pero a la vez atrayentes. No era muy alto pero aún tenía tiempo para crecer, al fin y al cabo contaba con solo 13 años de edad.

– ¿Pasa algo? – Preguntó con tristeza, estuvo a un segundo de terminar su preciado videojuego… lo más triste del asunto era que no había guardado su partida, tendría que comenzar desde cero. Si hace unos momentos casi lloraba de felicidad por haberlo pasando ahora quería llorar por haberlo perdido todo. ¿Es que era completamente necesario que su madre presionara el botón de terminar? Entre todos los que tenía el dispositivo tecnológico tuvo que ser precisamente ese.

Sayumi Igarashi era la culpable de su dolor. Sin embargo esta parecía ajena a los actuales sentimientos de su hijo, mientras que la pequeña digimon acompañante de la mujer lo veía todo sin entender muy bien, para Lopmon tanto madre como hijo estaban exagerando las cosas.

– Pasa que llevo hablándote desde hace media hora. – Esta vez su tono de voz demostraba cansancio, seguidamente posicionó sus brazos en jarras.

– No te había escuchado. – Habló como si nada. Dejando de lado los aparatos tecnológicos.

– ¡Oh pero claro! ¿Cómo me ibas a escuchar si llevas todo el día perdiendo el tiempo con tu videojuego virtual? –

– No los juzgues sin probarlos. Son muy divertidos. – Añadió con una sonrisa mientras se pegaba como lapa a esa extraña caja metálica y conectores electrónicos provocando que la mayor soltara un suspiro.

– De hecho él tiene razón, son muy divertidos. – Intervino Lopmon, recordando las múltiples veces que Yoshiro se había empeñado en derrotarla sin éxito. Su compañera humana se limitó a suspirar, cuando su digimon se ponía del lado del muchacho no podía ganarles, esa era una lección que había aprendido con el paso de los años.

– Siempre te ha gustado salir con tus amigos ¿No tienen nada preparado para hoy? –

Lo cierto era que Yoshiro era un joven muy sociable, a donde sea que fuera siempre terminaba haciendo una nueva amistad, para que negarlo, tenía una facilidad asombrosa para llevarse bien con la gente, el castaño simplemente irradiaba una alegría imposible de ignorar que resplandecía desde su ser y que contagiaba a cualquiera que estuviese a su alrededor.

Si bien al muchacho le gustaba jugar con sus videojuegos de realidad virtual, era bien sabido por sus padres que su hijo prefería estar afuera pasando un buen rato con sus amigos, sobre todo si se trataba del día de los digielegidos, Yoshiro tendía a dejarla a ella y a su marido botados para disfrutar del festival en compañía de sus amigos y conocidos. No era como que a Sayumi le desagradara ese hecho, por el contrario, le gustaba ver que su hijo no había perdido toda esa vitalidad, su chispa, luego del trago amargo que se había llevado al aceptar que al parecer él no tendría un compañero digimon, era por eso que consideraba extraño que el castaño no tuviera planes a estas alturas.

– No. En realidad no. –

– ¿Lo dices en serio? – Inquirió desconfiada para después mirar a Lopmon, ambas asombradas y recibir un asentimiento del menor como respuesta – ¿Acaso no piensas ir al festival con Tatsuya, Haku y los demás? –

– No. Este año ellos tienen otros planes para el festival. –

Su madre lo miró con curiosidad. El tono empleado por el castaño no lo utilizaba comúnmente, así que le desconcertaba un poco. Al sentirse presa de la intensa mirada violeta de su progenitora se limitó a bajar la cabeza un poco apenado mientras juagaba con sus manos torpemente.

– Todos entraron al concurso del maratón nocturno del festival en el Digimundo. –

Y ahí fue cuando lo entendió. Había dos razones por las cuales Yoshiro no podía acompañarlos, la primera, no tenía un digivice con el cual poder abrir la puerta en los Digi-Translators ni que lo identificara como visitante o por simple reconocimiento, segunda, si no tenía un digivice, mucho menos un digimon acompañante con el cual participar.

A Yoshiro nunca le había molestado el hecho de no tener un digimon, de hecho, lo había tomado de forma positiva, sí… no iba a negar que en un principio se había sentido miserable y con una tristeza infinita acompañándolo en su día a día pero tampoco estaba dispuesto a dejarse vencer por eso. Con el tiempo había aprendido a aceptar ese hecho, no tenía un digimon designado, pero tenía una familia amorosa, padres increíbles, amigos que lo aceptaban tal y como era y toda una vida por delante. No iba a permitir que una nube negra oscureciera su cielo entero. Así que si bien se sentía un poco decepcionado, tampoco consideraba que fuera el fin del mundo.

– Yo puedo participar contigo si quieres. – Ofreció Lopmon – ¿O prefieres hacerlo con Kotemon? –

Ambos humanos sonrieron ante el comentario de la digimon, Lopmon siempre había sido muy consentidora con el Igarashi menor.

– Es muy amable de tu parte Lopmon, pero necesito identificarme con un digivice. – La adulta estuvo a punto de intervenir justo cuando él se le adelanto – No es justo que les quite la noche del festival a ti y a papá por un capricho. – Sonrió ampliamente – Además, yo les dije que estaría bien. Todos querían participar pero no querían hacerme a un lado, me costó mucho convencerlos pero finalmente se inscribieron. – Rió por su gran hazaña.

Sayumi desvió su mirada hacia su compañera, así era él, se preocupaba más de no ser una molestia para los demás que nada. La digimon captó los sentimientos de la mujer y en un rápido movimiento se posiciono sobre la cabeza del muchacho con sumo cuidado, era una acción que siempre alegraba a Yoshiro y que de cierta forma le ayudaba a que un sentimiento de tranquilidad le embargara.

– Aun podemos ir a la zona de juegos del festival. – Animó la pequeña digimon – Kotemon es muy ingenuo, será fácil aprovecharnos y ganarle. –

Yoshiro rió por lo bajo y su madre se limitó a verlo con una media sonrisa en el rostro. Sabía a la perfección lo que haría para mantener esa sonrisa en los labios de su hijo y chasqueó los dedos.

– Lo tengo. – Llamó la atención la mayor – Hoy prepararé un banquete para celebrar. –

– ¿Un banquete? – Inquirieron los otros dos presentes al unísono.

– ¿No crees que es demasiado, Sayumi? – Se aventuró a preguntar Lopmon.

– Por supuesto que no. Después de todo, este año lo celebraremos en grande, en familia. – Canturreó alegremente – Y no olvides que Yuuto y Kotemon comen por 8. – Sentenció con contundencia.

Yoshiro no tenía argumento alguno contra su madre y tampoco lo necesitaba, la idea no le desagradaba para nada, el pasar tiempo de caridad con sus padres en uno de los famosos banquetes de su madre realmente iluminaba su cielo. A su progenitora le encantaba cocinar y lo hacía de forma exquisita, no por nada era la chef en jefe de la compañía de banquetes Delishu, aunque si bien era cierto que ella amaba las artes culinarias, también lo era que tanto su padre como el digimon de este eran un par de barriles sin fondo, así que la mujer necesitaría sacar la artillería pesada.

– Aunque hay algunos detallitos… – Musitó poniendo su dedo índice en su mentón para meditarlo mejor – Necesitaré que hagas algunas compras Yoshiro. –

Esto era malo, no, era peor que malo, incluso era peor que el hecho de que ella lo sacara abruptamente de su videojuego hace unos minutos provocándole perder la partida en su totalidad. Siempre que su madre lo mandaba a hacer compras él regresaba sintiéndose como si hubiera estado en un entrenamiento exhaustivo dirigido por Nanimon. Las compras exigidas por la mujer simplemente eran maratónicas porque ella nunca se conformaba con los ingredientes o la calidad de estos, y a pesar de que ella tenía acceso a los más selectivos, no siempre le eran suficientes.

Al percatarse del semblante del chico e imaginarse lo que la mente de este comenzaba a maquinar, Sayumi se aventuró a poner todo en claridad.

– No comiences a saborear la tortura. – Yoshiro suspiró aliviado – Tengo prácticamente todo lo que necesito aquí. Sin embargo eso es todo, no tengo más, prácticamente voy a utilizar todo mi repertorio en el banquete de esta noche. –

El castaño parpadeó un par de veces aún sin poder entender las palabras de su madre y ladeó un poco la cabeza. Lopmon se dio un golpe en la frente mentalmente ante esto y comenzó a hablar con obviedad.

– Tu madre quiere que vayas a comprar comida para mañana y los días siguientes. Todo lo que tenemos se acabará esta noche. –

– Haa… Lo hubieran dicho antes. –

La digimon suspiró y bajó de la cabeza del castaño de un brinco.

– Bueno, daré un listado de lo que necesito que compres. Sé que es mucho pedir por comida, vegetales o carne al natural, pero ciertamente es más rápido que por el momento traigas de los alimentos sintetizados en tabletas o encapsulados. – Hizo una pausa para revisar mentalmente lo que necesitaría – Sé que podía hacer un pedido pero lo más probable es que a esta alturas la mensajería esté saturada. –

La conservación de los alimentos había cambiado con el pasar del tiempo. En la actualidad habían dos formas de conseguirlos: al natural o sintetizados.

Los alimentos al natural eran lo que más comúnmente se podían encontrar a través de los años, frutas, verduras, carnes frías, legumbres, todo prácticamente, que era vendido como siempre desde hace más de 100 años. La razón por la que esta clase de alimentos aún eran vendidos era por su, vaya la redundancia, naturalidad, fuera de conservadores y otros tantos químicos. Aunque claro, eso no desaparecía el hecho de que la calidad de estos aún era variable. Por otro lado se encontraban los sintetizados, estos eran descomposiciones moleculares de los alimentos en forma de tabletas o capsulas que al contacto con el agua o un dispositivo accionador de su paquetería estos volvían a su estado normal. Prácticamente se podía tener una sandía en una capsula o una hamburguesa en una tableta. Estos eran por ende más caros que los naturales pero contenían más conservadores y otros suplementos, aunque realmente eran más prácticos y adecuados para comidas rápidas o amas de casa sin tiempo de cocinar.

Cuando un hombre de edad madura y su Kotemon vieron salir a toda velocidad al pequeño Igarashi ambos dirigieron su vista hacia la mujer y la digimon que bajaban alegremente las escaleras para luego dirigirse a la cocina, donde el hombre y el pequeño digimon las siguieron con cautela.

– ¿Sucede algo linda? – Inquirió con curiosidad al ver que su esposa sacaba todo lo que sus manos le permitían del refrigerados y lo colocaba sobre la mesa siendo asistida por Lopmon.

– No es nada. Solo se me ocurrió que podría hacer un banquete en familia para el día de los digielegidos. –

– ¿¡Banquete!? – Corearon tanto Yuuta como Kotemon mientras festejaban de un lado a otro.

En un rápido movimiento el hombre le cedió su lugar a la pobre Lopmon para que lidiara con un eufórico Kotemon, mientras él abrazaba a Sayumi por detrás.

– Sé que lo hiciste para animar a Yoshiro. – La ojivioleta se estremeció – Gracias. –

Dicho esto ambos adultos compartieron un suave y corto beso, lleno de cariño y comprensión.

– Mamá se va a enojar tanto… – Se repetía una y otra vez mientras deba otro lengüetazo al helado que tenía en frente – Pero no me arrepiento de nada. –

Yoshiro había comprado casi todo lo que su madre le había encargado… casi… esa era la palabra clave. Justo antes de comprar el último paquete de capsulas, el muchacho no había podido evitar clavar sus ojos en ese anuncio del helado supremo multisabor que estaba de venta solo por tiempo limitado. Lo admitía, había sido débil y había sucumbido a los convincentes argumentos de sus papilas gustativas. Solo había un pequeño inconveniente su madre lo descuartizaría al verlo llegar sin esas capsulas y con un helado enorme, y rastros de este alrededor de su boca, pero si moría ese día, moriría feliz, definitivamente habría valido la pena.

Al pasar frente a la entrada del parque natural central de Odaiba una idea cruzó por su cabeza. Podría tomar el camino largo de regreso a casa a través del parque y terminarse su helado en el trayecto, y cuando su madre le pidiera explicaciones podría decir que había tenido problemas con la multitud en las calles y lo cual le había ocasionado perder ese paquete de capsulas faltante; lo cual no era del todo mentira, el parque estaba realmente concurrido. El pensar en que podría disfrutar de su postre, llegar a casa a tiempo para saborear ese banquete tan especial y pasar tiempo con tus padres y los digimons de estos por el día de los digielegidos hacía que una felicidad y alegría inexplicables se extendieran por todo su cuerpo.

– Serán solo unos cuantos minutos más. – Se convenció a sí mismo para entrar finalmente al parque.

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– Gran entrenamiento el de hoy chicas. Vayan a descansar, se lo merecen. – Habló una mujer con ropajes deportivos – Pero no olviden que nuestra meta es estar en las mejores condiciones para que al empezar la temporada nuestro equipo esté al 100%. Pueden retirarse. –

Finalizadas estas palabras, el grupo de niñas bajó con cuidado mientras se apagaba el efecto anti-gravedad de la estancia, la cancha de basquetbol-gravity de la escuela. El equipo de basquetbol-gravity de la escuela primaria número 1 de Odaiba acababa de terminar uno de sus entrenamientos para comenzar a tope con la temporada entrante. Si bien eran vacaciones de verano, las actividades extracurriculares como clubs deportivos seguían con sus actividades hasta nuevo aviso.

Pasados algunos minutos, las chicas comenzaron a salir de los vestidores en dirección hacia la salida del lugar.

– ¡Esa última jugada con la voltereta y la finta estuvo genial Kokone! – Animo una de las niñas.

– No es para tanto Natsumi. – Contestó la aludida con sus mejillas levemente sonrojadas, un poco apenada por los halagos de su amiga.

– ¿Bromeas? Esa y la jugada anterior donde lanzas el balón al travesaño y te impulsas con los deslizadores para robar el balón fueron las mejores. – Apoyó Airi, otra compañera de equipo que se les acababa de poner a la par en su caminar – No sé de dónde sacas todas tus ideas locas para las jugadas pero tú y esa mentecilla que te cargas nos harán ganar el torneo de la siguiente temporada, ¡estoy segura, nuestro equipo será el mejor! –

Kokone Kominato, una chica de estatura baja, piel de tonalidad bronceada, cabellos rubios cual oro, por arriba de la altura de sus hombros y ojos azules cual agua cristalina, el color carmín que adornaba sus mejillas subió su intensidad lentamente ante los incesantes comentarios de sus amigas sobre sus estrategias en el juego, si bien ella no era la capitana del equipo como lo era Airi, sus aportaciones en el desarrollo de las jugadas lograban hacer la diferencia en los momentos cruciales de un partido. El basquetbol-gravity, no era un deporte sencillo, se requería de un equilibrio perfecto para mantener la entereza en una zona de gravedad 0, aunque de cierta forma los zapatos sliders les ayudaban a mantenerlo y a tener una mayor fuerza de propulsión. El equipo femenil de basqetbol-gravity de la primaria número 1 de Odaiba estaba conformado por alumnas del último año, de 12 años para ser precisos, y a pesar de ser torneos infantiles, era un deporte muy demandante.

– Hey. – Les llamó la atención una cuarta chica que se acababa de unir a la conversación, Karin – ¿Les gustaría venir a mi casa a hacer una pijamada? Podríamos ir a la fiesta del día de los digielegidos y regresar en la noche a dormir. ¡Hasta nuestros digimons podrían tener su propia pijamada! Mi linda Tanemon extraña juguetear con todos sus amigos… ¿Qué les parece? –

– ¡Es una gran idea! – Aclamó Natsumi dando brincos – FanBeemon amará jugar de nuevo con todos. –

– Lo sé. – Dijo Karin dándose aires de grandeza mientras juagaba con sus largos cabellos azabaches, enrollando un mechón en su dedo índice.

– Parece que a Karin se le están pegando las buenas ideas de Kokone. – Bromeó Airi.

– ¡Oye! – No tardó en quejarse la aludida – Yo también puedo tener buenas ideas si me lo propongo. – Hizo un mohín mientras se cruzaba de brazos, solo para luego romper en carcajadas junto con todas las demás.

Sin embargo, cierta rubia las miraba con ojos tristes y sonrisa melancólica. No tenía nada en contra de tener una pijamada con sus amigas luego de las festividades que habría en la ciudad, es solo que no se sentía participe de la conversación, era como si poco a poco todas ellas se fueran alejando de ella y que por más que tratara de seguirlas no podía moverse de su sitio, simplemente no podía mantenerles el paso, no tenía ni voz ni voto. Siempre que escuchaba a Karin hablar de lo hermosa que era su Tanemon, o a Natsumi de lo travieso que se volvía FanBeemon día con día, o incluso a Airi sobre lo cariñoso que llegaba a ser DemiMeramon, su mente no dejaba de divagar en lo que se sentiría tener ese lazo de complicidad y unión con un digimon, no había día en el que a sus oídos no llegaran esa clase de palabras. Incluso en casa le ocurría lo mismo.

No estaba enojada con el mundo por el hecho de no tener un compañero digimon con el cual compartir esa clase de momentos felices, situaciones difíciles o bromas graciosas. No. Ella no era así. Si bien no era de la clase de persona que guardaba resentimiento o frustración dentro de ella, eso no evitaba que se sintiera triste o dejada de lado, no era algo que pudiese evitar.

Airi no tardó en notar el repentino estado inerte de su amiga, y haciendo caso omiso de lo que seguían comentando las demás chicas, se separó de estas para dirigirse hacia la rubia; dicha acción no pasó desapercibida por el resto, que al darse cuenta de lo sucedido pararon su andar en espera de las dos chicas que habían quedado rezagadas.

– ¿Pasa algo? –

El tono de preocupación empleado en su voz logró sacar a la pequeña Kominato de su trance, quien se limitó a negar con la cabeza.

– No es nada importante. – Mentira – Estoy bien. –

– Kokone… Nunca has sido buena mintiendo. – Suspiró pesadamente.

Ella lo sabía y lo sabía muy bien. Airi la conocía de sobra como para saber qué era lo que le inquietaba. Sus amigos estaban al tanto de su situación y la comprendían. Si bien al principio se había sentido como un bicho raro ante esas inquisitivas miradas, la aceptaron sin más, aunque claro, la curiosidad llegó como tsunamis a la costa… "¿En serio no tienes compañero digimon?", "¿Cómo es eso posible?", "¿Ya fuiste a la ciudad el comienzo?"… y la que más odiaba entre todas las preguntas… "¿Estás bien?"… simplemente no lo soportaba, ¿Qué no era obvio que no estaba bien? Hasta la pregunta ofendía. No podía explicar su sentir, ni ella misma sabía cómo se sentía, era como tener un poco de todo pero a la vez nada, un vacío extrañamente tan abarrotado que estaba punto de estallar. Era extraño.

– Sé que no es un buen tema de conversación y que tampoco es de tu agrado. – Intervino la que era la capitana del equipo – Pero tampoco puedes seguir así, no es sano. – Su preocupación era palpable.

Kokone era consciente de eso, tampoco era como si le encantara vivir de esa forma todos sus días. Se había hecho el firme propósito de dejar todos esos sentimientos atrás, de encerrarlos bajo llave en lo más profundo de su ser para no saber de ellos jamás, pero ese era un proceso que llevaba tiempo, no era algo que pudiera cambiar de la noche a la mañana.

– Lo sé. – Admitió finalmente con decisión – Despídeme de las demás. – Sonrió para después dar vuelta sobre sus pasos.

– ¡Espera! ¿Qué no vienes? – Inquirió sorprendida.

– Lo siento. – Se disculpó apenada – Pero les prometí a mi hermano y a Motimon que hoy lo pasaríamos juntos en la zona de juegos del festival. –

Y sin darle tiempo a réplicas la rubia se evaporó del lugar cual agua en desierto. Mantuvo una caminata rápida a velocidad constante por algunos minutos hasta que estuvo segura de que estaba lo suficientemente lejos del lugar donde se habían quedado sus amigas y comenzó a caminar con total naturalidad.

Suspiró.

Las quería mucho, sus amigas eran muy preciadas para la ojiazul, no podía permitirse arruinarles la velada por sus dudas existenciales de su inexistente compañero digital. Además, lo que había dicho era completamente cierto.

Esa mañana le prometió a su hermano, Ryu, y al compañero de este, Motimon, que jugaría con ellos en el festival. Sonrió al solo pensarlo, esos dos eran un par de lapas el uno con el otro. Desde que Ryu conoció a Motimon con tan solo 2 años de edad, no se habían separado ni siquiera para ir al baño y ahora que el menor de los Kominato tenía 9 años, su lazo con el pequeño digimon era indescriptible, esos 2 pillos eran la razón de sus risas pero también la de sus rabietas… siempre terminaban saliéndose con la suya. En cambio, la relación con su hermana mayor, Sakura, era completamente distinta a lo que solía ser, desde que la mayor cumplió los 15 años de edad, actuaba como si fuera poseedora de una madurez infinita, haciéndolos de lado tanto a ella y a su hermano, más aún cuando su Tanemon digievolucionó a Floraom. Sakura era madura, no podía negarlo, pero tampoco lo era tanto como para hacerse la adulta y darse los aires de grandeza que acostumbraba en la actualidad. La extrañaba, extrañaba pasar tiempo con Sakura, sentía que ya no era lo mismo, sentía como si desde que Tanemon había digievolucionado la veía con ojos de inferioridad, esos ojos con los que solían verla cuando las personas se enteraban de que no tenía un compañero digital a pesar de sus 12 años, que no era como los demás, esos ojos que antes la defendían con ferocidad ante ese tipo de miradas ahora se habían invertido, esos ojos que antes se dedicaban a reconfórtala ahora tan solo la hacían sentir cono un juguete dañado, defectuosa. Ya no se sentía capáz sostenerle la mirada a su hermana mayor.

Apesadumbrada, soltó otro suspiro.

– Yo no estoy defectuosa… – Musitó en una voz apenas audible incluso para sus propios oídos – Yo no estoy defectuosa… – El susurro fue apenas y se escuchó – ¡Yo no estoy defectuosa! –

Y repitiéndose eso una y otra vez comenzó a correr por aquellas calles desérticas, carentes de personas gracias a las festividades del día de los digielegidos, ya que la mayor parte de la población de Odaiba se había movilizado hacia el centro de la ciudad o salido de viaje para celebrarlo en el extranjero, aunque claro, no tardó en encontrarse con uno que otro cuerpo humano y/o digimon conforme avanzaba en su carrera.

Tan concentrada estaba repitiéndose su mantra al mismo tiempo en que corría, que no fue capaz de visualizar la figura que se situó frente a ella al dar vuelta en una de las tantas calles, dando como resultado un estrepitoso choque que culminó con una muy dolorosa y vergonzosa caída de su parte al igual que de la pobre alma en desgracia que tuvo la desdicha de cruzarse en su camino.

Y pensar que su día había comenzado tan bien…

– Que daño. – Se quejó un muchacho que se encontraba tendido en el suelo, justo al lado de Kokone, rodeado de un grupo de jóvenes que parecían ser los amigos de aquel al que la rubia acababa de atropellar tan deliberadamente.

– Yo… ¡Lo siento mucho! – Se disculpó rápidamente con las mejillas coloradas al máximo – No era mi intensión. – Trató de excusarse nuevamente, sus palabras a penas y se entendían – Perdón, no vi por donde iba. – Dijo mientras se sentaba sobre sus rodillas y veía al joven que continuaba tirado en el suelo, quería asegurarse de que no estuviera lastimado. Fe entonces que se dio cuenta de que su bolso deportivo había quedado de lado con todo su contenido esparcido alrededor. Ahora tenía los nervios al máximo y la cara tan roja como un semáforo, en ese momento solo habían dos acciones siendo procesadas en su cerebro: juntar todo y correr lejos como si no hubiera un mañana.

El joven comenzó a incorporarse y a pesar de la prisa de la ojiazul prisa por ingresar rápidamente sus pertenencias a su mochila, Kokone pudo apreciar esa blanca y pulcra piel de la que era poseedor, junto con un par de ojos color caramelo, sin embargo, lo más distintivo de él era esa cabellera pelirroja perfectamente desordenada que le llegaba por debajo de los hombros con un par de mechones sobre estos, si bien daba la impresión de que acababa de levantarse de la cama, no se veía mal.

Los muchachos a su alrededor comenzaron a reír de forma estruendosa, sumiéndola aún más, si es que se podía, en un hoyo. Tan solo quería que la tierra se la tragase. Para su sorpresa, las burlas y risotadas se escuchaban cada vez más lejanas al ver como ese joven pelirrojo al que hace unos instantes había dejado casi inconsciente en el suelo, la ayudaba a poner todas sus cosas en el bolso sin reclamarle absolutamente nada. Viendo terminada su tarea, él la miró con ese par de orbes acarameladas y le dedicó una sonrisa.

– No pasa nada. Tú también te llevaste un buen golpe ¿No? –

Kokone se disponía a responder, pero las muecas burlonas de los presentes habían logrado hacer efecto sobre ella de nuevo. Tomó su bolso deportivo y con un "Gracias" aceleradamente pronunciado, se alejó del lugar cruzando la calle y dando vuelta en la esquina más próxima.

Cuando por fin fue capaz de respirar con normalidad, la muchacha levantó su vista para encontrarse en la fuente principal del parque natural central de Odaiba.

– Bueno, al menos el día no puede empeorar más… –

Dicho eso, la joven se dispuso a descansar un poco y disfrutar de ese pequeño pedazo de naturaleza que la tecnológica ciudad podía ofrecerle. Estaba cansada, acababa de terminar un entrenamiento de basquetbol-gravity, correr como loca hasta toparse con un chico pelirrojo extraño y un grupo de burlescos adolescentes para después correr nuevamente hasta alejarse de ellos y llegar al parque… definitivamente se merecía un descanso.

.

.

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Silencio. La pista estaba envuelta en un silencio sepulcral. De repente, un pitido fuerte y agudo resonó con eco en toda la estancia, y una luz incandescente color rojo iluminó por breves segundos todo el espacio. Todo comenzó, el silencio había quedado atrás.

– … –

– ¡Estoy muerto! –

– Y que lo digas. Esto se vuelve cada vez más difícil. – Se quejó un joven ante un grupo de chicos que salían de los vestidores para posteriormente dejar atrás la estancia deportiva donde acababan de terminar la práctica del día en la pista de atletismo.

– Sí. Además es casi inútil tratar de vencer esos tiempos. – Arremetió otro – ¡Maldición Hikaru! Deja algo para nosotros y deja de volar. –

Hikaru Shiraiwa, era el acusado. Un muchacho de aproximadamente 15 años, muy alto y de cuerpo delgado pero marcado debido al ejercicio, piel nívea, ojos color miel y una singular cabellera pelirroja naturalmente desordenada que le llegaba por debajo de los hombros. Sonrió con suficiencia ante el reciente comentario.

– Y ustedes dejen de ser tan quejicas. – Arremetió poniendo sus brazos tras su cabeza – Si se esforzaran la mitad del tiempo que usan para quejarse, no sería mi tiempo el record a abatir y el slade no los dejaría fuera tan rápido. –

Muchos deportes había sufrido modificaciones a través de los años y el atletismo no era una excepción, aunque sí era de los que habían conservado mayor entereza en cuanto a reglas y consistencia. Al salir los atletas a la pista, tenían que cumplir con la distancia acordada en el menor tiempo posible, el slade era un mecanismo ideado para avanzar justo atrás de los corredores, si el rayo de luz del slade los sobrepasaba el corredor quedaba descalificado al instante y llevándoselo lejos de la pista, y conforme eran establecidos nuevos records de tiempo en entrenamientos o competencias, estos se quedaban registrados en el mecanismo, haciendo que el slade aumentara su velocidad al del nuevo tiempo establecido con el fin de que los atletas fuesen capases de seguir progresando y mejorando su rendimiento, llegando más allá de sus límites actuales. Cady era una de las instituciones deportivas con mayor prestigio en Japón, teniendo la sede en Odaiba, uno de los fuertes de Cady era el atletismo y eso podía comprobarse en las competencias nacionales, internacionales y Olimpiadas en las que sus atletas participaban, era una organización seria, si alguien estaba ahí era porque tenía las aptitudes y posibilidades de llegar a triunfar en el ámbito del deporte en un futuro.

En el rango de competencia de 13 a 16 años Hikaru era el portador actual del mejor tiempo, pareciera como si con cada entrenamiento en el que él participaba el slade ganara mayor velocidad.

– Es diferente para ti. – Trató de defenderse uno de sus amigos, Suichi – Tú no tienes vida, vives para esto. –

– Para tu información, yo tengo más vida en el dedo pequeño del pie que tú en todo el cuerpo… Kame*

Justo cuando Suichi estaba a punto de reclamar otro muchacho intervino en la conversación.

– Si es cierto lo que dices… – Interrumpió Arata con una mirada afilada dirigida especialmente al pelirrojo – Supongo que irás a la fiesta en la mansión de los padres de Kaori por el día de los digielegidos ¿Tienes vida fuera de la pista o no? –

Hikaru ladeó su sonrisa, sabía que a Arata le encantaba echarle leña al fuego.

Kaori Sukiashi era una chica de su clase que había invitado a media secundaria a festejar el día con una fiesta en su mansión, por lo que todos habían estado esperando la velada con ansias. Sin embargo Hikaru tenía otros planes en mente… Tenía una vida, le gustaba pasar tiempo con sus amigos e ir a fiestas no podía negarlo, pero no iba a darse por vencido tan fácilmente con lo otro, eso era más importante, ya habrían más fiestas a las cuales ir.

– Lamento decirles que van a extrañarme mucho en la fiesta. No iré, tengo otras cosas que hacer. –

A algunos de los jóvenes se les calló la mandíbula al suelo, otros tenían una expresión de sorpresa adornando su rostro, mientras que Suichi lo miraba como si de un loco se tratase por perderse la fiesta del siglo y Arata se limitaba a negar con la cabeza aún con una sonrisa socarrona en sus labios.

– ¿¡Hombre, estás enfermo!? – Suichi lo tomó por los hombros y comenzó a sacudirlo esperando que con eso pudiese hacer entrar a su amigo en razón – Es la fiesta de Kaori Sukiashi. La chica más popular de la escuela. ¡Puede que este sea el evento social más importante que vayas a tener en toda tu vida! –

– Ok… eso ya es exagerar. – Dijo soltándose del agarre de su amigo – No creo que sea para tanto. – Admitió.

– ¿¡Que no es para tanto!? Me estás matando lentamente con tus palabras… –

– A veces me pregunto por qué somos amigos… – Musitó el pelirrojo sonriente.

– Puede que Suichi este exagerando. – Intervino Arata con sinceridad – Pero tiene razón en algo. Esto no es solo otro evento social que debas tomar a la ligera. –

– ¡Exacto! – Volvió a interrumpir Suichi poniendo un brazo alrededor del cuello de Arata.

– No me toques. –

Con una simple mirada Suichi quedó reducido a nada y soltó al joven de su agarre.

– Como decía, no debes dejarlo pasar como si nada ¿Sabes por qué Kaori invitó a todo el equipo de atletismo de Cady? –

Hikaru ladeo la cabeza en forma pensativa y con una expresión de haber descubierto el mayor secreto del universo iluminando su rostro se dispuso a hablar.

– No. No tengo ni la menor idea y la verdad ni me interesa. – Culminó encogiéndose de hombros.

El joven de ojos acaramelas pudo ver como Suichi estuvo a punto de tirarse sobre su cuello y ahorcarlo hasta que sus pulmones se quedaran sin aire, para su buena o mala suerte, otros dos miembros del equipo lograron retenerlo a tiempo mientras que Arata se daba un golpe en la frente con la palma de su mano ¿Es que acaso acababa de decir alguna cita prohibida que lo condenaba a muerte? No lo entendía.

– Hay veces que me pregunto si eres o te haces. –

Antes esas palabras Hikaru frunció el ceño, no le gustaba esa sensación de que todos sabían algo que él no.

– ¿Qué? –

– ¿Se te habrá pegado algo de la estupidez de Suichi? – Se preguntó a sí mismo Arata provocando que el ceño del ojimiel casi se fusionara en una sola ceja.

– ¡Sí!... – Exclamó el otro presente – ¡Oye! –

– Escucha, la única razón por la que Kaori nos invitó es porque le gustas. –

– …¿Qué?... – Pronunció incrédulo.

– ¡Que la traes muerta, loca por tus huesos, quiere todo contigo! – Soltó Suichi exasperado – ¿Quieres que te lo explique con manzanitas? Porque eso hasta yo lo entiendo. –

– ¡Si entiendo eso idiota! – Gritó Hikaru dándole un golpe en la cabeza – Lo que no entiendo es que a ustedes eso que carajos les importa. – Soltó mientras se cruzaba de brazos.

– ¿Lo dices en serio? Viejo, una chica tan hermosa y popular como Kaori se pone en bandeja de plata frente a ti y tú la vez como si fuera un plato de segunda mesa… Ya estás mal…–

– En serio Hikaru ¿No lo vas a pensar ni un poco? Escuchamos que esta noche ella irá por ti con todo. – Secundó Arata levantando las cejas de forma insinuativa – ¿En serio dejarás ir esta oportunidad así como así? –

Las mejillas de Hikaru se tornaron de un casi imperceptible color carmín y ladeó su cabeza con una mueca de frustración en su cara, mientras se rascaba su mejilla izquierda inocentemente, ya hasta le dolía la cabeza. Kaori era una chica muy hermosa, linda cara y buen cuerpo, eso no iba a negarlo, el verdadero problema era que sencillamente no la conocía, no iba a ir tras una chica con la que solo había cruzado un par de palabras; además él ya tenía planes para esa noche, planes que consideraba eran más importantes que agasajarse con Kaori Sukiashi, y si por ello era visto por sus amigos como un loco maniático que necesitaba irse a un manicomio con urgencia, no le importaba.

– Se los dije, estoy ocupado esta noche. –

– Si no vas a ir a la fiesta por lo que creo que es… te juro que te golpearé tan fuerte que hasta los digimons ancestrales lo van a sentir. – Suichi se tronó los nudillos.

– Y para qué te digo que no. – Sonrió burlesco.

– Hikaru… – Arata negó con la cabeza.

– ¿Qué? No voy a rendirme tan fácilmente y ustedes lo saben. –

– Has llevado esto a un nuevo nivel… y no lo digo en el buen sentido. –

– Entendemos que aún tienes esperanzas de encontrar a tu compañero digimon pero dedicar tu vida solo a eso no es, hmm… no sé, ¿un poco extremo? –

– No es una esperanza, es una seguridad. Yo lo sé, está vez lo encontraré. – Exclamó animado y con pose triunfal.

– Oye, no lo tomes a mal pero ya tienes 15 años… si hubieses tenido la posibilidad de encontrar a tu digimon designado esta ya pasó hace mucho tiempo. –

– Arata… – Esta vez fue Suichi el que trató de detener a su amigo de seguir hablando. Si bien sabía que a Hikaru le resbalaban esa clase de palabras e insinuaciones, eso no quería decir que no tuviesen algún tipo de impacto emocional en él.

– No. Él necesita escucharlo. –

– Adelante. – Intervino el aludido sorprendiendo a los otros involucrados – Soy todo oídos. –

– De acuerdo. – Se aclaró la garganta ante las miradas inquisitivas – Lo que haces estuvo bien los primeros años, pero ahora esto no hace más que consumirte. Sé que sientes que algún día lo encontrarás, que aún tienes esa posibilidad, pero lamento decirte que al parecer ese día está muy lejos de suceder, por no decir que no llegará nunca. Tienes unas expectativas muy altas y si dejas que estas sigas subiendo tan alto como el cielo, terminarás por caer de lleno en la tierra de la realidad cuando te des cuenta de que todo ese esfuerzo ha sido en vano. – Hizo una pausa para escrutar a su amigo, solo para comprobar que este seguía en la misma postura y con el rostro en blanco – No digo esto para molestarte ni hacerte sentir mal, sino todo lo contrario, quiero evitar que te des ese golpe, no quiero ver a uno de mis mejores amigos destruido. –

El pelirrojo se quedó en silencio, atento, escuchando y procesando con detenimiento todas y cada una de las palabras de Arata. Entendía que su amigo no lo decía con mala intención y también que pudiera ser que todo aquello fuera completamente cierto, pero no lo aceptaría, no mientras sintiera ese estremecimiento en su pecho… él lo sentía, iba a encontrarlo, de alguna u otra forma pero lo haría, lo sabía. No estaba dispuesto a darse por vencido, no iba a hundirse en la frustración ni dejarse llevar por la tristeza, él seguiría peleando hasta que llegara el día en el que él y su preciado amigo y compañero digimon pudieran reunirse. Sus amigos estaban al tanto de su sentir y siempre le brindaron su apoyo, aunque últimamente ese apoyo se había transformado en preocupación.

Cada fin de semana Hikaru viajaba al Digimundo con su hermano, Renji, y el digimon de este, Leormon, para acampar y buscar a ese astuto digimon que al parecer había estado jugando a las escondidas con el ojimiel, un juego de niños que para el joven había comenzado como una tortura pero que definitivamente no estaba dispuesto a perder. Luego estaba su hermano, Renji… él siempre lo había apoyado con su búsqueda desde que tenía uso de razón, si bien al principio su hermano no dudó el molestarlo, como todo hermano mayor que se respetaba, sobre el tema cada vez que tenía la oportunidad, siempre había estado de su lado, aun cuando sus amigos y sus padres pensaran que ya había perdido la razón, el hombro de Renji siempre estaría para que pudiese apoyarse en él.

Las burlas, los malos tragos, todo… no estaba dispuesto a doblegarse ante eso, seguiría esforzándose, intentándolo. Si su compañero digimon creía que iba a escaparse de él… estaba muy equivocado.

No lo defraudaría, no iba a permitir que sus esfuerzos fueran en vano… definitivamente iba a encontrarlo.

– Gracias. – Habló después de varios minutos en silencio, desconcertándolos, no esperaban esa reacción de su parte luego de todo lo dicho.

Los presentes no entendían la actitud del Shiraiwa, sobre todo Suichi y Arata, ellos conocían a Hikaru desde preescolar y nunca habían visto ese par de ojos con una llama de decisión tan brillante.

– Sé que lo dices para evitarme cosas peores y que todos piensan lo mismo. – Hizo una pausa y se posicionó en frente de ellos, deteniendo su caminar – Pero me conozco, sé mis límites, puedo salir adelante. – Su sonrisa se ensanchó – Es como la pista de atletismo, la realidad me persigue tan rápido como lo hace el slade, pero sé a lo que me enfrento y lo que quiero, tengo algo por lo que seguir corriendo, superándome a mí mismo. Mi digimon me espera al otro lado de la meta y estoy a solo unos pasos de ella. –

Todos se quedaron impávidos ante esas palabras, incluso el chico frente a ellos ya no sabía que más decir.

Aunque ese momento de incomodidad no duró más, y como salvación llegada del cielo para el grupo de muchachos y desgracia del pelirrojo, una pequeña rubia se estampó de lleno con Hikaru como si fuese un tacleo hecho por un jugador profesional de futbol americano. Ambos quedaron tirados en el suelo un par de metros retirados de su lugar de colisión… había sido un gran golpe.

– Que daño. – Alcanzó a pronunciar aún en su martirio y sin hacerse al ánimo a levantarse. Había caído con todo lo que se llamaba, hasta ese momento, trasero, ahora sentía que este llegó a haberse desinflado tanto que hasta el pensamiento de sentirlo abollado pasó con suma claridad por su mente.

Al escuchar unos alterados balbuceos llenos de preocupación, el pelirrojo se dispuso a reincorporarse para divisar de dónde provenían. Al erguirse un poco pudo observar a una chica de brillante cabellera dorada y claros ojos azulados, no se veía muy grande y era de complexión delgada… ¿En serio esa pequeña lo había derribado tan fácilmente como si de una hoja de papel se tratase?... tan solo necesitó ver las caras de sus amigos para obtener respuesta… esa sonrisa burlona y risotadas nasales lo decían todo, ahora era él el que se sentía avergonzado, toda su virilidad había sido atropellada por una niña que por lo que se podía apreciar aún debía de seguir en primaria. Su ego masculino estaba destruido. Estuvo a punto de soltar una sarta de reclamos cuando la cara de esa chica captó su atención, sus mejillas sonrojadas y sus ojos levemente cristalinos le hacían ver que ella lo estaba pasando tan bien como él, sarcásticamente hablando, de seguro creía que esas burlas iban dirigidas hacia ella.

Con decisión, Hikaru se puso en cuclillas junto a la ojiazul dispuesto a ayudarle a recoger sus pertenencias que habían quedado regadas por todas partes gracias a la intensidad del choque… definitivamente esa pequeña era más fuerte de lo que aparentaba. Pudo ver como se quedaba de piedra al verlo echarle una mano pero no podía hacer más, se sentía mal por pensar que estuvo a punto de gritarle hasta de lo que se iba a morir por un tonto asunto de machos protegiendo su masculinidad, cuando lo más seguro es que la pobre se había llevado un buen golpe junto con una tortura mental por cargar con la culpa de lo sucedido y las burlas que realmente iban dirigidas hacia él… ahora Hikaru se sentía como una basura.

Ambos se irguieron al momento en que él terminó de auxiliarla. El muchacho no pudo evitar sonreír para tratar borrar esa angustia del fino rostro de la pequeña.

– No pasa nada. Tú también te llevaste un buen golpe ¿No? –

Pero justo cuando la boca de la rubia comenzaba a moverse las burlas y estrepitosas risas se hicieron presentes de nueva cuenta, cortesía de sus tan queridos amigos, y sin más, tan solo pudo observar a la joven salir corriendo despavorida.

Sin entender muy bien lo que acababa de suceder, el Shiraiwa se rascó la nuca y desvió su mirada hacia algo brillante en el suelo que llamó su atención, solo para proseguir a recogerlo.

– ¿Es eso un Digi-D-Ary? – Inquirió Suichi tratando inútilmente de contener su risa.

– Si antes no te habías visto lo suficientemente hombre dejando que esa niñita te derribara como si fuera cosa de nada – Arata se detuvo a la mitad de la oración para sonreír con sorna – Ahora con eso en la mano podemos ver a tu verdadero yo. –

Risas y comentarios no tardaron en hacerse sonar con barullo. Hikaru era poseedor de una gran paciencia, sin embargo estaba llegando a su límite.

Los Digi-D-Aries fungían como un diario digital, con sliders y gráficos en 3D una vez que este era abierto, el contenido era por voz, prácticamente una grabación, dejando atrás el lápiz y papel que alguna vez se usó para escribir. Por seguridad estos eran protegidos por un código que era introducido por el usuario y sin el cual este no se volvía más que una pequeña carpeta hecha del metal más ligero que se pudieran imaginar.

– Hey, ¿y si lo leemos? – Sugirió Suichi con malicia – Esas cosas no son muy difíciles de decodificar, sería sencillo Hackearlo y reírnos un rato. –

…¡CRASH!...

Adiós paciencia.

…¡PONG!...

– ¿¡Por qué hiciste eso!? –

Efectivamente, el pelirrojo le había propinado un buen tortazo a su amigo con su propia mochila deportiva, dejando al afectado con un prominente chipote sobre su cabeza y con un dolor tan punzante que estaba seguro le estaría molestando el resto del día.

– ¿¡Eres idiota o qué!? – Recriminó el agresor – Ya no estás en preescolar como para abrir el Digi-D-Ary de una niña y reírte en su cara por ello. –

– ¡No iba a reírme en su cara! – Su cruzó de brazos y le dio la espalda ofendido – Iba a reírme a sus espaldas. –

Hikaru se limitó a realizar un movimiento de cejas incrédulo y a imitar las acciones de su amigo, quedando ambos muchachos dándose la espalda.

– Hey, hey… cálmense los dos. – Intervino Arata – Sí, Suichi está sugiriendo algo realmente infantil, pero eso no hubiera sucedido si esa niñita no hubiese sido tan descuidada como para olvidar algo de suma importancia, que en primer lugar, no debería de cargar a todos lados. Además, ni siquiera se dará cuenta, ni que nos la volviéramos a encontrar más adelante. – Sonrió tratando de quitarle el Digi-D-Ary al Shiraiwa pero fracasando en el intento, al parecer no solo era rápido en la pista y sus reflejos estaban a la par.

– Serán… – Soltó con enojo el ojimiel. Miró con detenimiento el objeto en sus manos y con decisión salió corriendo en la misma dirección por la que la rubia había elaborado su escape.

– ¿¡A dónde crees que vas!? – Le gritó Suichi apenas comprendiendo las acciones del que era su mejor amigo. Sabía que él tenía la intención de regresar ese Digi-D-Ary a su legitima dueña, pero sabía tan bien como el pelirrojo que esa niña ya estaba lo suficientemente lejos y fuera de su alcance – ¡Se fue hace mucho, no hay manera de que la encuentres! –

A pesar de la lejanía, Hikaru pudo escuchar con total claridad esas palabras y con sonrisa en rostro volteó hacia atrás y levantó el pulgar en señal de confianza.

– ¡Que no se te olvide quién es el que tiene el record de atletismo en Cady! –

Esas fueron sus últimas palabras antes de perder de vista al grupo de jóvenes y dar una pronunciada vuelta al final de la calle. Se lo devolvería, iba a devolver ese Digi-D-Ary o dejaba de llamarse Hikaru Shiraiwa.

Corrió unos metros más en línea recta y solo se detuvo cuando llegó a la intercepción de la avenida principal y la entrada al parque natral central de Odaiba, la conglomeración de gente en ese lugar se podía apreciar a simple vista. La había perdido de vista. ¿Habría seguido su camino por la avenida principal o quizá se encontraba en alguna parte del parque? Finalmente se decidió por el parque ¿Por qué? Había sido una simple corazonada… Normalmente solía tener mucha suerte, esperaba que esta fuera una de esas veces y se adentró esperando divisar a la chica de hermosa cabellera dorada.

.

.

.

– ¡Hay amiga! Ese último vestido que compraste fue hecho solo para ti por los mismísimos Dioses. – Festejó una muchacha de cabellos azabaches de nombre Kisa.

– ¡Que mejor forma de terminar una sesión de compras para fashionistas como nosotras! – Exclamó otra de melena achocolatada, Tomoka – Y por Dios, Mei… nunca voy a cansarme de ver esas fantásticas botas, de seguro serás la envidia de todas… bueno, como siempre. –

– Lo sé. – Alardeó la mencionada soltando una risilla – Solo chicas como nosotras podemos portar algo con tal belleza y delicadeza que parece injusto para las demás. – Hizo un mohín de tristeza y lastima fingidas – Casi siento pena por esas pobres insulsas que no se nos pueden ni comparar… Casi. – Sonrió con superioridad.

Y con esta última frase, las tres jóvenes se echaron a reír.

El trío venía caminando calle abajo con una innumerable cantidad de bolsas de compras en sus manos, Kisa y Tomoka a los costados, dejando a Mei en el centro como toda la abeja reina que era. Si bien amaban ir de compras hasta la muerte, odiaban cargar con las bolsas con todas sus fuerzas, lo cierto era que existía un mecanismo en el que las prendas eran compactadas y enviadas por un mensajero digitalizado, podían irse sin nada de las tiendas y cuando regresaran a casa el mensajero digital les haría la entrega de sus ropas, accesorios y demás objetos adquiridos en sus maratónicas compras, claro, esto también dependía de la efectividad del servicio de la tienda. Pero debido a que el chofer de Mei, de la familia Tokudome, tenía el día libre por el festejo, a la muchacha se le había ocurrido dejar de lado el sistema de transporte de artículos de las tiendas y caminar con todas sus bolsas ¿Y todo eso para qué? Para que todos los que las mirasen pudieran contemplar su superioridad, deseando estar en sus zapatos, admirándolas, era una simple muestra de su estatus quo en la sociedad, no podía dejar pasar una oportunidad para demostrar su supremacía, tenía que sacar provecho hasta de los momentos más difíciles de su vida… como lo era el caminar a casa.

Mei Tokudome era una joven muy hermosa y de facciones finas, de estatura promedio, piel blanca, su cabello de tono castaño extremadamente claro o de un rubio claro de tonalidad ceniza y de largo hasta el nivel del pecho estaba adornado por un lazo color rosa metálico y sus ojos eran un par de cuencas marrones.

– Oh Mei. – La llamó Tomoka – Estoy segura de que con todo lo que compraste hoy arrasarás en la competencia. –

– ¿Alguna vez lo dudaste? – Intervino Kisa – Mei lo lleva en la sangre. Ella y su Kudamon los deslumbrarán a todos esta noche ¿No es así? –

Ambos pares de ojos se concentraron en la muchacha que caminaba en medio.

– Eso no está a discusión. – Sonrió con suficiencia – Prácticamente la corona ya es mía. – Un escalofrío recorrió su espalda.

Sus amigas soltaron un chillido emocionadas y comenzaron a parlotear sobre algo que para la de cabellos cenizos le era completamente indiferente. Estaba medita en un grave problema, y mientras más hablaba sentía como si el hoyo de su propia tumba se profundizaba. Era demasiado joven y bella para morir, por Dios contaba con tan solo 14 años de edad.

Cada día de los digielegidos, en Japón algunas de sus ciudades organizaban el concurso de "Miss Digidestinada" donde las chicas de 13 a 18 años participaban junto con sus digimons, probando su belleza, habilidades y talentos junto con los de sus compañeros digitales. Era un concurso muy popular entre la población femenina, tanto por las chicas que participaban como por las madres obsesivas con ver a su hija aplastar a las demás concursantes.

Las hijas de la familia Tokudome llevaban 6 años invictas en ese concurso. Las hermanas mayores de Mei eran las responsables de que ninguna otra se hubiera podido acercar a la corona del concurso. Akemi Tokudome era la mayor de las tres y se había llevado consigo 4 títulos y ahora que había cumplido 19 años, ya no podía participar, pero se recordaban muy bien sus premiaciones, Akemi y Kudamon eran simplemente perfectos en cada una de ellas. Luego estaba Asami Tokudome, la hermana del medio, su elegancia y belleza solo eran comparables con la de su digimon, Kudamon, ella tenía 16 años y a pesar de que aún estaba en edad de participar, era tradición de las hermanas participar solo una, alternándose año con año, si Akemi participaba Asami no lo hacía y viceversa. El año pasado se suponía que iba a ser el debut de Mei en el concurso, aunque claro, eso era algo que el resto de su familia ignoraba… aunque por obvias razones esta fingió estar enferma, engañando a sus amigas y conocidos, hizo que se llevase la corona a casa. Sin embargo, no podía usar la misma excusa dos veces, nadie se lo creería, ¡vamos que ni ella lo haría! Por su boca solo salían mentiras, engaños, y ahora estaba atrapada en su propia telaraña, una red de pegajosas mentiras que por más que su mente maquinara planes o excusas para librarse o luchar contra ella, lo único que lograba era enredarse cada vez más en su desesperación.

– Por fin podremos ver a tu Kudamon. – Comentó la azabache con Alegría.

– Que envidia. – Admitió Tomoka – Tener un Kudamon como digimon, son tan elegantes, distinguidos y exóticos, no cualquiera tiene uno… no me quejo de mi Poromon pero no es lo mismo… –

Efectivamente, los Kudamon eran digimons que rara vez se veían como acompañantes de los humanos o incluso viviendo en la tierra fuera del mundo digital. Precisamente por eso, aquellos digimons eran muy exclusivos y el hecho de que todos los miembros de la familia Tokudome tuvieran uno era realmente impresionante, generación tras generación los compañeros digitales de la familia habían sido siempre ellos y Mei se valía de ello para impresionar.

– Es por eso que mi querido Kudamon no puede verse en público, ante ojos completamente inferiores que no merecen estar en su presencia. – Otra mentira más, un hilo se agrega a la telaraña – Kudamon merece los cuidados suficientes y más sofisticados que estén a su altura, es por eso que hasta hoy será su debut ante la sociedad y seremos coronados y reconocidos como se nos merece. – Cepilló su cabello con los dedos mostrando una confianza y seguridad dignas de una actriz nominada al Oscar. No podía estar más aterrada aún si lo quisiera.

– ¡Kyaaa! – Chillaron sus dos amigas dando pequeños saltitos a su alrededor – ¡Mei es tan genial! – Corearon.

– ¿Qué accesorios usarás en él? –

– ¿Nos podrías decir cuál será su número en el acto de talentos? –

– ¡Los jueces los amarán! –

Esos y muchos otros comentarios similares no daban cabida al silencio que la Tokudome necesitaba para despejar su mente. Incluso ignorando las voces del exterior, su paz mental era perturbada por una dulce y angelical voz que pronunciaba las palabras más crueles y despectivas que pudiera imaginar: "Eres una vil mentirosa".

Todo estaba fuera de control.

– Vamos chicas, no desesperen. – Habló con una calma que no concordaba con el remolino de inquietudes de su interior – Todo a su tiempo. Les prometo que daré un espectáculo fabuloso, quedará grabado en la mente de todos para siempre. – Aseguró sonriendo de manera encantadora – Ahora si me disculpan tengo que ir a recoger los accesorio importados de Kudamon. –

– ¿Accesorios importados? Han de ser de lo más monos, sofisticados y de seguro de lo más exclusivos. – Fantaseó Tomoka como si viera estrellas.

– Te acompañaremos. –

– Par de tontitas. – Respondió tratando de calmar sus nervios, lo cierto era que tenía ganas de gritarles que se largaran de una puñetera vez y que prefería estar sola a escuchar su estúpidos comentarios perforando sus oídos, que su presencia no era más que una burda molestia para su ser e innecesaria en su vida, pero por un milagro del señor, logró mantener su templanza y contener todas esa palabras atrapadas solo en su mente – Si las llevo conmigo entonces ya no sería sorpresa. Quiero deslumbrar a todos, y eso las incluye a ustedes. –

– Mei siempre piensa en todo. – Los ojos de Tomoka no dejaban de brillar.

– De acuerdo. Te iremos a apoyar en el Backstage antes del concurso. –

– Ustedes tan lindas y consideradas como siempre. –

No las soportaba ni un minuto más.

– Nos vemos en la noche. –

Despidiéndose de esta manera, con un par de besos en la mejilla y una seña con la mano en alto ambas chicas se perdieron en el horizonte, dejando a la de ojos marrones finalmente sola con su alma.

Suspiró con pesadez.

¿Qué haría ahora?... ¿Cómo podría salir de esta con su dignidad y belleza intactos?... ¿Por qué tenía que pasarle eso a ella?... Por lo pronto solo tenía algo muy en claro, iría a descansar… esa botas que valían su peso en oro la estaban dejando sin dedos.

Fingiendo estar de lo más normal y cómoda, decidió sentarse en una de las bancas frente a la fuente principal del parque natural central de Odaiba. Antes de separarse, las tres jóvenes habían decidido tomar un atajo atravesando el parque, lo cual había sido un acto beneficiario para la Tokudome, ya que si se quedaba ahí a descansar un poco y cambiar discretamente su calzado por alguno más cómodo que se encontrara entre sus nuevas adquisiciones, no iba a ser tan mal visto a comparación de que lo hiciera en un cibercafé o en media calle.

Estaba agotada, tanto física como mentalmente, ya no podía seguir así, no más. Si bien el dolor en sus pies era una tortura, el dolor en su cabeza y su pecho la estaban matando lenta y agonizantemente. Ya no veía escapatoria, la telaraña la había inmovilizado por completo.

– No es momento para ser derrotista. Vamos Mei, eres tan inteligente como hermosa, ya pensarás en algo, siempre lo haces. – Se animó mientras sacaba su polvera y retocaba su maquillaje. Fue justo al ver su reflejo que se perdió en sus pensamientos y con una rabia indescriptible lo cerró con tanta fuerza que estuvo a punto de romper el espejo desplegable.

¿Por qué?

¿Por qué tenía que ocurrirle eso precisamente a ella?

Lo tenía todo, belleza, buena posición social, dinero y sus leales súbitos ¡Por Dios que todos la trataban como a una reina! Hija del matrimonio conformado por Kanata y Kumiko Tokudome, su padre un talentoso fotógrafo y su madre una reconocida modelo, su hermana Akemi estaba siguiendo los pasos de su madre y ya estaba dentro de una de las mejores agencias de modelaje de Europa, Asami por otro lado estaba en una de las academias de actuación de mayor prestigio y ya había firmado para la filmación de una serie estadounidense y un par de películas, aunque ambas siempre decidían regresar a casa para pasar el día de los digielegidos con su familia… ¿Por qué?... No tenía opción, tenía que seguir los pasos de sus hermanas, triunfar y volverse famosa, reconocida y amada por todos, pero… ¿Cómo se supone que iba a hacerlo si ni siquiera podía ganar el concurso de Miss Digidestinada? Es más ¿Cómo iba a ser tan siquiera capaz de participar en el concurso sin tener un compañero digimon? Ese era un asunto sumamente delicado, nadie fuera de los miembros de su familia era consciente del estado de la menor de las Tokudome, por lo que a Mei se le hizo muy fácil mentir, engañar a todos haciéndoles creer que su Kudamon era el más excelso de todos los digimons de su familia y que era por eso que no cualquiera era digno de acercársele o al menos verlo, por eso entró en pánico cuando cumplió la edad para entrar al concurso, lo cierto es que era el turno de Asami de participar pero Mei les había dicho a todos sus amigos y conocidos que, como lo decía su tradición familiar, era su momento de gloria, de participar en la competencia, por eso y al no idear forma alguna de salirse con la suya, fingió estar gravemente enferma y hacerles creer a todos que Asami había entrado en su lugar al verse ella imposibilitada. Eso le había conseguido al menos un año más de calma, un año más de mentiras, un año más de lenta agonía en espera de la llegada de su Kudamon.

Un Kudamon que nunca llegó.

Y ahora estaba en un aprieto. Al no encontrar forma de evitar participar en el Miss Digidestinada de este año, se vio obligada a inscribirse usando el digivice de su madre, pero aún estaba el hecho de no tener digimon alguno con el cual competir, le había rogado al Kudamon de su mamá que participara con ella, pero este se había negado rotundamente diciendo que no se rebajaría a eso y que tenía suerte de que él no le fuera a contar nada a Kumiko, pues esta desheredaría a su hija en menos de lo que cantaba un gallo y no podía pedírselo al de su padre, siendo que se había identificado con el digivice de su progenitora. Otro hecho que estaba en su contra era la inevitable participación de Asami, puesto que a pesar de que milagrosamente encontrase un Kudamon con el cual competir, la presencia de su hermana levantaría sospechas, preguntas o al menos la curiosidad de varios, y a pesar de que Mei pudiera decir mil y un excusas explicando la presencia de la mayor, sabía que esta no se tentaría el corazón en desmentirla, ya que si bien era un secreto familiar el hecho de que la más pequeña careciera de un digimon acompañante, eso no significaba que podía embarrar la fama de su hermana en ello, esta no se lo permitiría por nada del mundo.

– ¿A quién engaño? – Suspiró encogiéndose en su asiento – No saldré de esta. – Suspiró al borde de las lágrimas de la desesperación – Nunca seré como mis hermanas. No puedo. –

Gotas cristalinas comenzaron a rodar por sus rosadas mejillas, se sentía arrinconada, apisonada, no solo por el hecho de ser atrapada en su mentira, sino por el de no tener elección. Todo lo que había dicho, todo lo que había hecho, lo hizo porque no se sintió con la libertad de poder hacer algo más, la presión familiar, la presión social, la de su propio ser… era como si no tuviese libre albedrío, como si no pudiese tomar decisiones por sí misma, actuando de forma complaciente ante su familia y la sociedad.

Encerrada en una mazmorra imaginaria, la joven se limpió sus lágrimas, tratando de recobrar la compostura volvió a sacar su polvera, su maquillaje estaba hecho un desastre. Hizo oídos sordos al mundo a su alrededor, si iba a caer, iba a caer con la hermosa y admirable reina que era.

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Abrió el frasco y se roció solo un par de gotas más de colonia, así estaba mejor. Se miró al espejo de cuerpo entero que tenía en su habitación y guiñándose un ojo así mismo con una cara de "no puedo creer lo sexy que soy" salió de su pieza hacia la sala de estar del departamento. Sin embargo, justo antes de que este pudiese salir de la que era su vivienda, la voz de un digimon al que conocía muy bien lo detuvo sin más.

– ¿A dónde vas Taiga? –

La voz del pequeño Hyokomon lo hizo girarse y darle la cara.

Frente al digimon ave se encontraba un muchacho alto, piel morena, cabellera rubia a la altura de las orejas y ojos color chocolate que iba demasiado bien arreglado como para solo salir a la calle a dar un paseo.

Ante la audible pregunta de aquel ser digital que hizo eco en la silenciosa morada, el tercer habitante de esta llegó a la escena. Por el parecido físico que tenía con el muchacho podía deducirse que se trataba del padre de Taiga Hakimoto, Yuzuru Hakimoto.

– ¿Vas a salir hijo? –

– Tengo una cita. – Sonrió socarrón.

Yuzuru frunció sus labios y miró al joven con los ojos entrecerrados. Aquí había gato encerrado.

– ¿"Una" cita? –

El rubio no pudo más y soltó una risotada, su progenitor lo conocía muy bien.

– Está bien, está bien… tengo varias citas para hoy. –

El Hakimoto mayor posó sus manos a los costados de su cabeza y con la yema de los dedos masajeó sus sienes de forma cansina, acción que solo ensanchó la sonrisa del menor.

– ¿No crees que ya es hora de que dejes de hacer eso? –

– ¿Y privar a todas esas hermosuras de esto? – Inquirió anonadado, señalándose de pies a cabeza como si hubiera escuchado la mayor ofensa que hubiera tenido la desgracia de atravesar sus castos oídos – La población femenina no está lista para quedarse sin su radiante sol. –

– Estoy seguro de que tanto sol también le hace daño a la piel. –

Y por primera vez en el día, Taiga frunció el ceño e hizo un mohín de indignación ante tal afirmación.

– ¿A qué te refieres? –

El adulto estuvo a punto de explicarse pero su inseparable Hyokomon tomó la palabra. No estaba de humor para escuchar otra de las tantas charlas de padre a hijo sobre lo malo de la promiscuidad y las consecuencias que podría acarrearle.

– ¿No ibas a pasar el día con nosotros? –

La tristeza y decepción empleadas en las palabras del digimon eran completamente palpables, pero Taiga conocía esos trucos de sobra, los había empleado sobre él un incontable número de veces desde que tenía uso de razón y por lo general el digimon ave solía salirse con la suya, pero no más, no caería en sus trucos chantajistas de nuevo, prácticamente ya era inmune a esa mirada desvalida y sentimientos de corazón roto que le transmitía, no se sentiría culpable por ir a divertirse con un sin número de chicas lindas en lugar de quedarse en casa con su viejo y el digimon de este.

– Veamos, déjame pensarlo. – Levantó sus dos brazos simulando una balanza y mirando su mano izquierda dijo – Por un lado tengo a mi padre y a ti atascados en los puestos de comida hasta reventar y a mí trayéndolos rodando a casa para quitarles el empacho. – Miró hacia su derecha – Por el otro tengo a varias chicas lindas que matarían para que les guiñara un ojo y con las que lo podría pasarla en grande hoy. – Alternó sus orbes hacia ambos lados para después mirar a los otros 2 presentes con sorna – Creo que la respuesta es fácil. –

…¡PONG!...

– ¡Hey, cuidado con mi cara!... ¡Que en la cara no, dije! – Exclamó el rubio sobándose la cabeza y comprobando que en efecto su rostro carecía de la presencia de marcas que lo afectasen, mientras el otro seguía con su ataque.

– ¡Eres un insensible, no tenías que decirlo de ese modo! – Reclamó Hyokomon – ¡Que cruel! – La verdad es que se ponía muy sensible y explotaba con gran facilidad ante cualquier pequeñez, por lo que ante ese comentario, comenzó a soltar picotazos a diestra y siniestra sobre el joven, el cual se limitaba a mantener al enfurecido monstruo digital lo más lejos posible de su bien cuidado rostro.

– ¡Papá dile algo! –

El mencionado se encogió de hombros y no pudo evitar que en sus labios se formara una sonrisa de lo más divertida.

– Tú sabes que cuando Hyokomon entra en su "Rage mode" no es posible detenerlo. – Admitió con simpleza cruzándose de brazos – Y no tengo intensiones de terminar como tú. –

Sin más preámbulos, el rubio tomó al enfurecido digimon y lo arrojó lejos con todas las fuerzas de las que era poseedor. Sorprendido por lo anterior, Yuzuru atrapó a su compañero con dificultad. Ambos miraron con resignación como el muchacho se inspeccionaba arduamente comprobando que todo estaba en su lugar y que su cabello solo había sufrido unos daños menores, pero nada de qué preocuparse. Incrédulo, Yuzuru posicionó a Hyokomon en el suelo de nuevo y miró a su hijo con impaciencia.

– Cada día nos preocupas más Taiga. –

El chico seguía en su tarea mientras tenía una mejor visión de él mismo en el espejo del pasillo, y siguiendo en lo suyo se limitó a contestar con desinterés.

– Lamento ser la razón de tus canas y arrugas, papá. –

Su progenitor suspiró con derrota mientras que el ave se limitó a negar con la cabeza, siempre había creído que Yuzuru era demasiado permisivo con el muchacho, si por él fuera, la cabeza de Taiga estaría adornada por una enorme corona de chipotes… Hyokomon no pudo evitar sonreír con malicia ante esa visión rondando su mente.

– De acuerdo. Solo no llegues tarde. –

– Papá… ya tengo 15 años. No soy un niño. – Puntualizó ofendido.

Sus ojos escrutaron al muchacho que tenía frente a él, se le hacía increíble lo rápido que pasaba el tiempo. Esbozó una cálida pero a la vez nostálgica sonrisa y ladeó levemente su cabeza.

– Cuando dejes de actuar como uno y vea a un hombre en lugar de un niñito caprichoso y soberbio frente a mí, lo creeré. –

El comentario le calló a Taiga como un balde de agua fría. Él se consideraba como un verdadero hombre, el más macho y perfecto de todos si le permitían especificar, pero ¿un niñato mimado y caprichoso? ¡Blasfemias! Tal vez porque en el fondo sabía que esa solo era la apariencia que se esforzaba en transmitir de sí mismo debido a que su verdadero yo era un poco diferente y del cual no estaba tan orgulloso, tal vez por eso le había dolido el comentario, tal vez su padre también lo sabía y por esa razón lo había dicho… pero no iba a permitir que el mayor cantase victoria tan pronto, no iba a darle el gusto de mostrar debilidad. Sonrió con suficiencia y con un rápido movimiento tomo tu Skate-Lade en sus manos.

– Nos vemos viejo. – Se despidió haciendo una seña con la mano – No me esperes despierto. –

Y con eso, la presencia del joven abandonó el departamento. Tanto el digimon como el humano se miraron el uno al otro para después soltar un suspiro unísono.

– Creí que ibas a decirle algo… –

– ¿Para qué? No es como si hacerme caso fuera su prioridad. – Admitió el mayor caminando hacia la cocina seguido de cerca por el ave digital.

– No me refería a su comportamiento. –

Lo sabía. Bien sabía a lo se refería Hyokomon, simplemente había decidido fingir demencia y hacerse el desentendido, ya que si comparaba el inapropiado comportamiento de Taiga con eso, prácticamente tenía al mejor hijo de mundo. Un poco indeciso sacó de uno de sus bolsillos un aparato solo un poco más grande que la palma de su mano, era su DC4C "Digital Connection 4 (for) Communication" la más reciente y vanguardista comunicación en la red de dispositivos digitales. En la pantalla del dispositivo se anunciaba que tenía un nuevo mensaje, mensaje que estaba seguro arruinaría no solo ese día, si no los consiguientes de su muchacho, sabía que si Taiga lo veía sus ánimos terminarían por los suelos y que entraría, como Hyokomon igualmente lo hacía, en su "rage mode". ¿Hasta cuándo las sombras del pasado seguirían atormentando a su apenas estable familia? Cerró los ojos con fuerza, deseando quedarse ciego, tratando de despejar de su mente ese doloroso recuerdo, esa imagen tan doliente de un Taiga de apenas 5 años llorando a mares. No se creía capaz de vivir ese momento nuevamente.

– ¿Cuándo viene? –

Su acompañante lo miró expectante, si bien el joven Hakimoto no era su cerecita del pastel, tampoco era como si le deseara los peores males del universo. Si pudiera, haría cualquier cosa para evitar ese trago tan amargo que estaban a punto de sufrir.

– Eso no importa. – Habló con una calma que incluso alertó a la pequeña ave – No dejaré que vuelva a interferir. –

Ajeno a todo ese drama, Taiga se encontraba surcando las calles a gran velocidad sobre su Skate-Lade, el cual era como un tipo de patineta circular, más específicamente un platillo volador volteado, dejando la parte plana bocarriba, sobre la cual podía apreciarse una pequeña manija para asegurar los pies, claro que el objeto podía deslizarse en el aire gracias a leves ondas anti gravitacionales que le permitían levitar a una distancia un poco considerable del suelo pero sin exagerar.

El rubio no iba a arruinar su muy prometedora tarde por las insignificantes palabras de su padre… ¿pero si eran tan insignificantes por qué seguía pensando en ellas?... Idiota… su padre era un idiota por haberle dejado en ese estado… no, él era el idiota ¿de qué le servía enojarse si sabía que todo aquello, ante los ojos de los demás, era cierto? Era él el que nunca se quitaba esa máscara, ni siquiera con su familia, y siendo completamente consiente de eso no se sentía con derecho alguno para reclamar.

¿Por qué siempre tenía que llevar esa máscara puesta?

Quizá porque no encontraba más remedio, tal vez porque sabía que sin ella se volvía más vulnerable o simplemente porque no tenía toda esa confianza que aparentaba poseer. Realmente era consiente de ese hueco en su pecho, de esa muralla alrededor de su corazón y de las dos principales razones que habían sido la causa de ese estado. Aunque una de ellas no le molestaba tanto, el no tener un compañero digimon no le afectaba en lo absoluto. Sí, se sintió triste y decepcionado al principio, eso no iba a negarlo, pero estaba seguro que cuando fuese merecedor de uno este llegaría, estaba seguro de ello, tarde o temprano conocería a su digimon designado y ese momento solo se suscitaría cuando él mismo pudiera resolver sus conflictos internos y fuera merecedor de tan privilegiado digivice. Si bien el mecanismo que emplea el Digimundo para asignar a los digimons con sus humanos acompañantes aún era un tema misterioso y turbulento, Taiga sí que se conocía a sí mismo, era consciente de sus virtudes y aunque le costara reconocerlo, también de sus defectos, por eso no consideraba erróneo el no tener a un digimon a su lado, cuando el momento oportuno llegase él estaría preparado. No era algo que sintiera que pudiera forzar. Por otro lado, la razón que más le afectaba…

– Bien, parece que llego temprano. – Se dijo a sí mismo para después bajar de su Skate-Lade de un salto y acomodárselo bajo el brazo.

Había llegado a su punto de encuentro, la fuente principal del parque natural central de Odaiba, en donde había quedado con Yuimi Nagata para comenzar su cita, la cual tenía que durar un tiempo exacto o no alcanzaría a llegar al restaurante con Haruka Sano y por consiguiente estaría tarde para con todas las demás…

– Vaya, vaya… – Musitó apoyándose en el borde de la fuente – Una princesa viene de visita. –

Sus ojos estaban puestos sobre una muchacha que retocaba su maquillaje sentada en la banca justo frente a él. Una joven muy hermosa de cabellera ceniza y con un infinito número de bolsas de compras a su alrededor. Tal vez agregar una cita más a la lista no estaría mal… incluso se atrevería a cancelar algunas si era necesario. Sin embargo, antes de que pudiera moverse de su sitio un balón de Futbol impactó con tremenda fuerza sobre su cabeza que le hizo perder el equilibrio y casi caer dentro de la fuente, por suerte había sido un casi… ahora sí que prefería los picotazos de Hyokomon.

– ¿¡Cuál es su maldito problema!? – Gritó con el extravagante balón en mano dirigiéndose a un grupo de niños no mayores de 10 años y sus digimons bebés.

Algunos de los pequeños lo vieron rezagados ante el enojo mostrado, mientras que otros lo veían con determinación, determinación que emplearían para recuperarlo a cualquier precio.

– ¿Nos podría devolver el balón por favor? – Se aventuró uno educadamente.

– ¿Balón? – Sonrió de forma irónica – ¿Qué balón? – Claramente se estaba burlando de ellos.

– El que tiene en su mano… – Atinó a decir otro.

La sonrisa del joven se ensanchó y su semblante se oscureció.

– ¡Ah! ¿Se refieren a esta piedra que me acaba de romper el cráneo y arruinar mi peinado? –

Los niños se miraron los unos a los otros repetidas veces inseguros de qué hacer o decir, lo único que querían era seguir jugando con ese bendito balón.

– Hmm… ¿Si? –

– ¡Pues olvídenlo renacuajos! – Exclamó sacándoles la lengua.

El grupo de chicos y digimons comenzaron a renegar ante las infantiles acciones del mayor y empezaron a dar saltitos tratando de alcanzar el preciado objeto que el rubio se había tomado la molestia de elevar con su mano con el fin de divertirse aún más y aumentar su tortura.

Cansados y furiosos, los pequeños tomaron unas piedras que se encontraban cerca y comenzaron una guerra sin cuartel contra Taiga, si quería pedradas ahora las tendría.

– ¡Auch!... ¡Hey eso duele, es injusto!... ¡Son cinco contra uno! – Pedrada justo en su cara – ¡Ahora sí se las verán conmigo niños del demonio! –

– ¡Hey! – Intervino un muchacho castaño con unos singulares goggles sobre su cabeza – ¿Qué está pasando aquí? –

– ¡El viejo este no nos quiere devolver tu balón Takuto! –

– ¿¡Viejo!? – Exclamó ahora realmente ofendido y con una furia inigualable. Ya no le importaría que fueran niños, ni que él se estuviera rebajando a su nivel, ni siquiera que estuviera rodeado de testigos que lo vieran cometer homicidio – ¡Viejas tus nalgas! –

Takuto lo miro incrédulo, creyendo que el rubio había perdido un tornillo por ponerse a discutir por algo tan estúpido como eso.

– Amigo… tampoco es para tanto. Ahora solo devuélveme el balón, fue n accidente. –

Estuvo a punto de alcanzarlo cuando de repente Taiga soltó "accidentalmente" el esférico en el interior de la fuente dejando salir un nada disimulado "Ups". Ahora sí que a Takuto le habían tocado las narices.

– ¡Idiota! ¿¡Cómo te atreves!? –

– Fue un accidente aislado. – Sonrió con malicia casi sin poder contener una risa nasal.

– ¡El único accidente aquí es tu cara! –

Oh no, no lo había hecho, sus puros oídos tenían que haber escuchado mal ¿verdad?... ¡Pero no había forma de que estuviese delirando! Su bello rostro estaba fuera de discusión, eso sí que no lo dejaría pasar por nada del mundo.

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En la zona centro de Odaiba podía apreciarse el alegre ajetreo y preparativos para el festival que se llevaría a cabo. Concursos, puestos de comida, zona de juegos, Digi-Graphs y diferentes atracciones artísticas y sociales, todo era mágico, sin lugar a dudas era un día memorable a nivel mundial. Personas viajaban alrededor del mundo para pasar tiempo con sus seres queridos y revivir ese día lleno de júbilo con sus compañeros digitales.

Justo en lo alto de uno de los hoteles, asomando su silueta por el balcón del cuarto, una muchacha de aproximadamente 13 años de edad, estatura promedio, piel bronceada, larga y ondulada cabellera azulada atada en una coleta de lado alta y profundos ojos tan negros como la noche, observaba con detenimiento tal escena.

La chica veía divertida desde las alturas todo el movimiento que había en la ciudad, perdida en la belleza del panorama y en el radiante sentimiento de pertenencia… como había extrañado Japón, su tierra natal que hasta hace poco menos de un año había sido su hogar. Sus padres estaban llevando un caso que al parecer era más complicado de lo que hasta ellos mismos pensaban y que involucraba ventas ilegales de sustancias y desapariciones misteriosas de digimons, su padre, Koujiro Murasaki y su digimon Mushromon, eran los encargados de llevar el caso, eran de los mejores detectives dentro del centro policial de la agencia, mientras que su madre, Nana Murasaki y su inseparable FanBeemon, fungían como abogados litigantes ante los acusados. Debido a la gravedad del caso y a los posibles peligros que le podrían acarrear a su familia, su hija, Yumemi Murasaki se había visto obligada a irse a vivir a Londres, Inglaterra, con sus abuelos maternos. Por suerte, la joven había logrado convencer a sus padres de regresar a pasar el día de los digielegidos en su amada ciudad, para su mala suerte, tendría que irse al día siguiente… pero un momento de vida era vida.

– Yumemi, deja de perder el tiempo y ven a ayudarnos con esto. – Le llamó su madre desde el interior de la habitación, pero no obtuvo respuesta alguna, ya que al parecer la mente de la menor había comenzado a divagar de nueva cuenta – ¡Yumemi! – Esta vez se aseguró de que su voz fuera lo suficientemente audible.

– Ya voy. –

Suspiró y le dedico una última mirada melancólica a la hermosa vista que estaba a punto de dejar atrás.

Al entrar al cuarto del hotel, observó cómo su madre luchaba incesantemente con una enorme pila de papeles que se negaba a entrar al interior de una de las tantas cajas repletas de archivos que reinaban en aquel desordenado ambiente.

– Empieza por ordenar estos ¿Quieres? – Le indicó entregándole varios archivos, los cuales Yumemi aceptó sin rechistar – Es importante que te vayas familiarizando con el trabajo que algún día ejercerás. – Trató de animarla dedicándole una sonrisa llena de orgullo.

– Claro… un sueño hecho realidad. – Sonrió complaciente evitando que el tono de ironía no fuera lo suficientemente palpable.

Su progenitora continuó hablándole del tema, del muy brillante futuro que le aguardaba como abogada y de muchas otras cuestiones profesionales que la chica no se molestó en seguir escuchando, ni siquiera seguía prestando atención a todo ese papeleo que "organizaba" sin leer al menos el tipo de documento del que se trataba. Yumemi volvió a divagar, con su mirada perdida y su mente soñando despierta con el festival, el Digimundo, esa noche mágica que terminaría como el cuento de la Cenicienta al día siguiente, cuando por fin despertaría de su fantasía y regresara a su solitaria realidad en la fría Inglaterra.

– ...Y entonces podrás… ¿Yumemi? –

Nana pudo observar como la pequeña seguía acomodando carpetas en una caja que estaba por demás decir que sobrepasaba su límite de capacidad y que debido a esto, todos los papeles que ponía uno sobre otro se deslizaban fuera de la caja mezclándose los unos con los otros.

– ¿Yumemi? – FanBeemon probó suerte volando justo en frente de la menor y le picó una mejilla con la mayor suavidad que le era posible, sin embargo sus intentos fueron en vano, ella seguía con esa mirada distante desparramando el contenido de las carpetas en el suelo.

– ¡Yumemi! –

Era imposible no perder la paciencia con ella.

– Si, yo también haría una fiesta. –

Tanto la mujer como el digimon se miraron intrigados para después volver a posar sus orbes sobre la distraída adolescente.

Suspirando, Nana Murasaki le arrebató los archivos de sus manos con brusquedad, haciéndola reaccionar finalmente. Observando la mirada desaprobatoria de du madre y de FanBeemon, junto con una enorme pila de papeles revueltos, fue lo único que necesitó para bajar su cabeza avergonzada con las mejillas ardiendo en un vívido color carmín.

– Lo siento. No me di cuenta. –

– No te das cuenta de muchas cosas últimamente. – Arremetió FanBeemon comenzando a organizar correctamente esos desastrosos archivos.

– FanBeemon... – La adulta lo llamó con desaprobación.

– ¿Qué? – Inquirió a la defensiva – ¿Vas a decirme que no es cierto? – Exclamó incrédulo.

– No mamá, FanBeemon tiene razón. Es solo que me quedé pensando en... – Yumemi no pudo terminar de formular su oración debido a la inoportuna interrupción de su madre.

– Lo sé querida, te entiendo. No te preocupes. – Tranquilizó la mayor dándole unas afectuosas palmadas sobre su cabeza.

– ¿En serio? – Articularon sorprendidos tanto la aludida como el digimon insecto al mismo tiempo.

– Por supuesto. Ni que no conociera lo suficiente a mi propia hija como para no saber qué es lo que le pasa. –

– Entonces... ¿No estás enfadada? – Tanteó el terreno en espera de no caer en una trampa de su progenitora.

– ¿Enfadada yo? – Su risa solo sirvió para desconcertar aún más a la peliazul. Si bien amaba a su madre, esta no era la típica figura maternal complaciente, 100% amorosa, consentidora y sin ninguna falla, no, su madre era estricta pero justa, amorosa y seria cuando se requería, pero más que nada centrada y realista – ¿Por qué debería estar enfadada? Sé bien por qué querías regresar a Japón a la celebración del día de lo digielegidos. –

– ¿De verdad? – FanBeemon no cabía en su asombro.

– ¿Lo sabes? – Musitó la joven por inercia.

– Claro. – Sonrió de oreja a oreja, una sonrisa que Yumemi pocas veces había visto y que le gustaría ver siempre – Tu padre y yo lo hemos estado discutiendo últimamente. – Eso sí que alertó a la de ojos oscuros ¿Su padre también? ¿Estarían refiriéndose a lo mismo? – Cariño, sabemos que querías venir a despedirte de todos tus amigos y familiares que tenemos aquí de una vez por todas. –

La expresión del rostro de Yumemi que por lo general era sonriente y distraída, ahora solo reflejaba preocupación y una concentración suprema ante cada una de las palabras que salían de la boca de la mayor. Una gota de sudor frío se deslizó por la nuca hasta su cuello, esperaba estar equivocada, esperaba que todo eso fuera un mal sueño, esperaba cualquier cosa, todo menos eso.

– Sé que tu padre y yo hemos sido un poco desconsiderados sobre tus sentimientos al llevarte a vivir a Londres tan de repente, pero nos alegra saber que te has adaptado muy bien rápidamente. – Hizo una pausa para ponerse de pie y abrazar a su hija – Ahí tendrás mejores oportunidades de tener éxito en el despacho de abogados o agencias de detectives. No nos vas a decepcionar, sé que precisamente por eso querías regresar, para despedirte de Japón y de todo lo que nos mantiene unidos aquí. Este 1 de Agosto es un nuevo comienzo para nosotros. –

– Si... un nuevo comienzo... – Repitió secamente devolviendo el abrazo a su madre mecánicamente.

Al separarse, Nana posó su mano en el mentón de la peliazul obligándola a alzar su cabeza y verla directamente a los ojos, la felicidad de la mayor podía apreciarse a simple vista, felicidad que solo era comparable a la tristeza de la muchacha.

– ¿Sabes? Quedé de verme con mis amigas para la despedida que me organizaron. Es un poco temprano, pero quisiera tomarme mi tiempo para decirle adiós a Odaiba. – No era del todo mentira, si había quedado con sus amigas para celebrar el día de los niños elegidos, pero no había ninguna fiesta de despedida incluida, vamos que apenas ella misma acababa de enterarse que este iba a ser su último día en Odaiba, en Japón, en su hogar.

– Esta bien Yumemi. – Accedió dándole paso libre mientras regresaba a su trabajo de papeleo – FanBeemon, acompáñala. –

– No es necesario mamá... –

– Nunca se es demasiado precavido. –

– Yo no tengo problema en acompañarte, con lo despistada que eres de seguro te pierdes. –

– ¡Eso no es verdad! – Se defendió la menor inflando las mejillas infantilmente – Voy a estar rodeada de gente, no va a pasar nada, se cuidarme sola. –

– Aun así... – Nana no terminaba de convencerse.

– ¿Si no me dan la oportunidad cómo esperan que se los demuestre? –

– Por primera vez concuerdo con Yumemi. – La mencionada dio y leve resoplido, sabía que FanBeemon podía ser muy duro con ella, pero si lo tenía de su lado, su progenitora no tardaría en ceder – Ya es tiempo de que nos demuestre de qué está hecha. Sino ¿Cómo quieren que se haga cargo de este trabajo si no puede hacerlo de sí misma? –

– De acuerdo. – Suspiró Nana derrotada – Solo no llegues tarde, recuerda que nuestro vuelo sale mañana temprano. –

– Gracias mamá, FanBeemon. –

– No te preocupes, yo se lo diré a tu padre. –

– Sí, tú déjanos a Koujiro y Mushromon a nosotros y huye mientras puedas. – Rió el digimon insecto.

La joven asintió y salió del cuarto del hotel con una sonrisa en rostro, sonrisa que una vez que estuvo en el exterior, se transformó en un sollozo ahogado. Tenía ganas de llorar.

Salió de la estructura y con lentitud emprendió su camino. Se suponía que iba a encontrarse con sus amigas en el Digi-Translator de la puerta Norte del parque natural central para emprender su viaje al Digimundo y festejar ahí el día de los digielegidos junto con el regreso de la Murasaki, pero como bien había dicho, eso iba a ocurrir en un par de horas más, no tenía prisa, no tenía apuro por llegar, para ver a esas bellas amistades una última vez antes de dejar Japón fuera de su vida, antes de abandonar todos esos dulces y amargos recuerdos.

Una traviesa lágrima se aventuró a rodar por su mejilla, le bastó con sentir ese húmedo contacto para alertarse y frotarse los ojos con fuerza previniendo la llegada de más gotas cristalinas.

– Esto es tan deprimente. –

Con el trabajo que le había costado convencer a sus padres de regresar, con la esperanza de que estos decidieran volver a las tierras niponas, esperanza que ahora se encontraba sepultada tres metros bajo tierra.

Yumemi no tenía nada en contra de Londres, de hecho era una ciudad muy bella. Tampoco le molestaba que la gente la viera como un bicho raro por no tener un compañero digital, eso pasaba tanto en Japón como en Inglaterra así que no tenía efecto sobre ella, pues al igual que existían ese tipo de personas, también las habían comprensivas y amables que la apoyaban en ambos lugares del mundo... un digimon... cuánto tiempo estuvo soñando, añorando la llegada de este, abrazarlo, hablarle, contarle sus metas, aspiraciones, problemas... un amigo incondicional, una familia como ninguna... pero ya estaba resignada. Estaba en un camino de resignación en donde tenía que dejar ese anhelo absurdo de tener un digimon acompañante y de hacer lo que ella quisiera con su futuro, no tenía ni voz ni voto en ninguno de los 2 asuntos, en el primero porque no tenía idea, ni siquiera los más reconocidos y afamados científicos, sobre cómo era el proceso de asignación entre digimons y humanos, mientras que en el segundo... su familia estaba de por medio. Los Murasaki siempre se habían dedicado en el ámbito laboral a la gerencia policial o legal, durante generaciones los miembros de su familia se desempeñaban como policías, detectives o abogados, nadie nunca había roto esa cadena, esa tradición, y sus padres esperaban lo mismo de ella, que al mismo tiempo era otro punto a favor de Londres, donde se encontraba una de las mejores escuelas de leyes y una de las agencias forenses más importantes de Inglaterra. Ya fuera por las influencias de su madre o de su padre, tenía, por así decirlo, un pase directo para ingresar a esas instituciones... ¿Pero qué les hacía pensar que eso era lo que ella quería?

– Estoy condenada. – Suspiró con pesadez.

Sin darse cuenta había llegado al parque central natural de Odaiba sin problemas, aunque como bien dijo el querido FanBeemon de su madre, no recordaba con exactitud dónde era el lado norte del parque.

Sin alarmarse sacó su DC4C para hacer un mapeo de los Digi-Translators del parque y poder dirigirse ahí sin contratiempos innecesarios. No le llevó más de un par de minutos para ubicar el punto de reunión en su DC4C, así que aún tenía tiempo de sobra para gozar de ese último pero apacible paseo por el parque. Con detenimiento emprendió su camino hacia la fuente central, esa estructura tan magnificente que le daba un toque sublime a la naturaleza que reinaba a su alrededor. Pero cuando llegó pudo apreciar que al otro lado de la fuente un par de jóvenes mantenían un forcejeo que era animado por un puñado de niños de 10 años y sus digimons, entre toda la tranquilidad del lugar no era muy difícil ubicar el origen de todo ese barullo.

Si bien eso alertó a Yumemi, prefirió no intervenir, no los conocía, no sabía si eran peligrosos o si se la pudieran tomar contra ella por interferir, lo más prudente era mantener las distancias. Justo cuando sacó de nueva cuenta su DC4C para orientarse una moneda cayó de su bolsillo, era un yen. La muchacha se quedó mirando el circular objeto metálico que tenía en sus manos para luego dirigir sus ojos hacia la fuente... seguro y era una acción infantil ¿pero qué más daba? Era asunto suyo para saber y no de los demás para conocer.

Con decisión se acercó al borde de la imponente fuente y cerrando los ojos apretó con fuerza el yen entre sus manos. Puso toda su concentración en pedir su deseo y no un deseo cualquiera, uno que no tuviera trampas ni arrepentimientos, el deseo perfecto, el justo y necesario. Teniéndolo decidido, abrió sus ojos y lanzó la moneda al interior de esa cuenca de agua.

– Por favor... – Suplicó en un susurro casi imperceptible.

Y fue todo lo que necesitó.

Una vez que el yen tocó fondo una luz cegadora comenzó a emanar de su interior.

La peliazul ahogó un grito incrédula de lo que estaba presenciando y pronto todos los presentes, tanto digimons como humanos fueron conscientes de ese hecho tan perturbador, alarmándose, sorprendiéndose, paralizándose, entrando en pánico.

La luz era tan incandescente pero a la vez tan agradable que nadie sabía qué hacer, de un momento a otro el tiempo se detuvo, ni una respiración, ni un latido, ni un sonido... solo silencio, quietud, paz y un sentimiento de pertenencia, de unidad y de familiaridad embargó sus corazones. El resplandor los había enceguecido tanto que todo se volvió oscuridad.

– ... –

El rayo de luz fue aminorándose con lentitud hasta desaparecer por completo, todos los presentes en el parque se conglomeraron alrededor de la fuente y los chismorreos y preocupaciones no tardaron en hacerse presentes. ¿Qué pasó? ¿Qué había sido esa luz? ¿Por qué había sucedido? ¿Quién había sido el responsable? ¿Habría tenido un efecto secundario sobre ellos? Esas y muchísimas más cuestiones se escuchaban una y otra vez.

Un solitario balón de futbol rodó por el suelo hasta chocar con los pies de uno de los niños de 10 años que hasta hace poco menos de un minuto había estado aventando piedras hasta el cansancio. Frotándose los ojos para enfocar mejor la vista ante la luminosidad normal del lugar se inclinó, e indeciso, levantó el balón entre sus manos.

– ... –

– ¿Dónde está Takuto? –

Los demás niños y digimons soltaron murmullos sin entender lo que había pasado. Tanto Takuto como el chico rubio con complejo de "mi rey" se habían esfumado sin dejar rastro.

El deseo se había cumplido... aunque quizá, no de la forma en la que hubiera esperado.

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Espero que haya sido de su agrado o que al menos le den una oportunidad. Si tienen algún comentario, crítica constructiva o pregunta los aceptaré con gusto.

Pueden leer este fic aquí o en mi DeviantArt. Es más seguro que en mi DeviantArt publique más cosas o dibujos referentes a la historia, si les interesa las cuentas están en mi perfil.

Aclaraciones:

* Digi-Translators: Portales controlados que conectan la Tierra con el Digimundo.

* Digi-Graphs: Son como fuegos artificiales pero con 3D y con movimiento.

* Kame: El apodo que Hikaru le da a Suichi, Kame significa tortuga, le hace burla por ser lento.

* Digi-D-Ary: Un diario digitalizado.

* Skate-Lade: Un platillo volador que funge como patineta (?) Si alguna vez vieron Shinzo/Mushrambo, sería como la patineta que usa Mushra como transporte.

Y si no lo di a entender con claridad, aquí dejo una lista con los nombres y edades de los nuevos digielegidos:

Takuto Kinose (16 años)No sé si se entendió, peo Takuto desciende de los digielegidos anteriores. Es hijo de Hiroto Kinose y Michiko Kinose (Michiko Motomiya anteriormente). Michiko a su vez es hija de Dairo Motomiya y Miyuko Motomiya (Miyuko Ichijouji anteriormente) siendo estos dos los abuelos maternos de Takuto. Dairo es hijo de Daisuke Motomiya y Miyuko es hija de Ken Ichijouji y Miyako Inoue (Ambos con la referencia del epílogo de Digimon Adventure 02).

Ryuta Souma (14 años).

Mikoto Tsukehara (15 años).

Yoshiro Igarashi (13 años)Personaje original de Narumi-Ekiguchi / Jani-Shimizu,, que muy amablemente me prestó para la historia.

Kokone Kominato (12 años)Personaje original de Narumi-Ekiguchi / Jani-Shimizu, que muy amablemente me prestó para la historia.

Hikaru Shiraiwa (15 años).

Mei Tokudome (14 años).

Taiga Hakimoto (15 años).

Yumemi Murasaki (13 años).

Muchas gracias por leer.

Wolf-Fer