Disclaimer: Todos los persojanes mencionados en este fic, pertenecen a la guapa de J.K Rowling. Sin fines de lucro.
Capítulo 1
Bien, si lo hubiera sabido, si al menos hubiera tenido una pequeña idea o indicio, jamás hubiese presentado mi solicitud y mucho menos me habría presentado a la entrevista. Hubiera salido corriendo muy lejos, mudarme a otro sitio, tal vez a la Toscana, decían que era un bello lugar para vivir, con su estilo antiguo y muy tranquilo, y eso es lo que más quería ahora. Tranquilidad, estar a miles de kilómetros de mi jefe, de mi idiota y mujeriego jefe.
Aun podía recordar aquel día que llegué aquí con mucha esperanza, con mucha ilusión. Revisé un millón de veces mi apariencia en el estrecho espejo de mi pequeño departamento, procurando que todo estuviera impecable en mi presentación, colocándome un par de gotas de aquel perfume suave pero muy barato que había encontrado en una tienda en Inglaterra, que racionaba como si de dinero se tratara, utilizándolo muy pocas veces y en pequeñas cantidades para que no se gastara. Mi economía no era lo mejor y la posibilidad de gastar en cosas innecesarias era nula.
Había quedado huérfana un año antes de salir del colegio. Un ataque mortífago, un maldito ataque que aparentaba no tenerlos como objetivos, pero no era verdad, yo sabía que no era verdad, pues yo misma me había negado a cuando me lo propusieron.
Mentiría si dijera que no estaba llena de rabia contra los de mi casa al enterarme de aquel hecho. La mayoría de mis compañeros eran hijos de mortífagos, tal vez alguno de ellos estuvo involucrado en la muerte de mis padres. Ningún mal le hacía mis padres a nadie, eran ya unos señores grandes, era su única hija y a lo único que se dedicaban era a vender los productos de aquel huerto que estaba al lado de nuestra casa. La casa era grande pero casi se caía a pedazos, el terreno igual era de gran tamaño, pero no podíamos mantenerlo como se debía. Ellos habían sido los hijos menores de una familia aristocrática, pero como tal no habían recibido mucho, solo el lugar donde vivíamos, y el poco dinero que tenían se había ido en mis gastos para el colegio. No, nada tenían que hacer ahí los mortífagos además de querer algo que ellos claramente no tenían ni podían ni querían ofrecer. Lealtad. En eso se basaba toda la estúpida guerra. Reclutar, ganar más soldados leales. Yo, un soldado más ahí y mis padres se opusieron, yo me opuse. Bien, no sirvió de nada y los mataron igual.
Todo mi mundo se derrumbó con la muerte de ellos, estaba sola, jodidamente sola y vivía en medio de los hijos de aquellos que los mataron. Quería gritarles, discutirles, herirlos si era posible. Pero ahí estaba ella, oh, mi dulce y tierna Pansy, con sus grandes y brillantes ojos azules casi disculpándose sin decirlo, tomando mi mano y apretándose la boca con la otra mano.
—Lo siento, Millie, de verdad lo siento —dijo en voz bajita.
Ella no tenía la culpa, aun así, no se lo dije y solo callé, al igual que lo hice con Draco, con Theo, con Blaise. No, no tenía porque decirles lo mucho que me dolía, lo mucho que estaba sufriendo y lo mucho que les tenía rencor. No eran culpables, pero sus padres sí quizá. Y si, a veces mi mirada se iba a los antebrazos izquierdo de aquellos tres, excluyendo a Pansy, sintiendo repulsión y odio, sabiendo que aquella marca estaba ahí, la misma que portaban los asesinos de mis padres.
Pero la guerra acabó y ellos se veían hasta más perdidos que yo. Me entró ternura y desesperanza al verlos, ellos habían sido la representación de lo que el resto deberíamos ser para ser dignos de Slytherin: eran ricos, poderosos y fuertes. Pero en ese momento solo me recordaban aquel viejo cuento que mi madre alguna vez me leyó de niña, los niños perdidos y el país de Nunca Jamás. Y ahí estaban ellos, luciendo como aquellos niños perdidos en un país que ya no era lo que conocieron, un lugar tan destruido y desconocido. Yo había perdido a mis padres al completo y tan de repente, pero Pansy igual, Theo también, y todos en aquel colegio éramos eso, niños perdidos en un mundo aún más perdido, y nadie parecía darse cuenta, o si lo hacían, fingían que no era verdad.
El bando de la luz se pensaban buenos, los alumnos de otras casas miraban con rabia a los que teníamos la corbata verde y plata, a los que teníamos bordado la serpiente en el pecho, justo encima del corazón. Ni en ese momento pensé renunciar a lo que era. Era una serpiente, por mucho que lo hubiera odiado durante aquel último año al ver lo que nos obligaban hacer. Era una Slytherin, era lo único que tenía claro en ese momento, a lo único a lo que podía aferrarme, y había sobrevivido a la guerra al igual que el resto, así que se jodiera el resto si no les gustaba ver el verde y la plata por el momento. Y al parecer muchos pensaron así, pues a pesar de las miradas de asco y odio, nadie se quitó la corbata, nadie renunció a su escudo. Quise gritar en ese momento, quise decirles a todos esos Gryffindor que ni se les ocurriera decir que las serpientes no éramos leales. Claro que lo éramos, pero sólo a nosotros mismos y de eso no teníamos la culpa.
Me acerqué a ellos cuando todo acabó, a ese cuarteto plateado, a los príncipes de mi casa, y pude ver en sus rostros lo desorientados que estaban, las heridas abiertas que tenían y no hablaba de aquella sangre que estaba en la ropa o la piel, hablaba de esas que nadie veía, que nadie vería si no los conocían de verdad; habían hecho cosas malas, muy malas, no tanto Pansy, pero los tres chicos que vi crecer sí, y estaban perdidos, rogando con la mirada por alguien que los guiara un poco, solo eso, pedían a alguien pero el único ser en el que confiábamos además de nosotros, sin contar a nuestros padres, era en nuestro jefe, pero Severus Snape estaba muerto.
Quería ayudarlos, juraba que sí, pero ni yo estaba bien, así que simplemente besé la frente de Pansy, la princesa de las serpientes que estaba sentada al lado de Draco, nuestro príncipe derrotado, y sin decir nada, me di la vuelta y salí de aquel caos sin que nadie me detuviera, mirando al frente, sin desviar nunca la mirada, e ignorando la mirada que algunos me daban. Estaba cansada, muy cansada de todo, del odio, del rencor del mundo, del dolor, así que apenas puse un pie en mi casi derrumbada casa, tomé mis cosas y me largué por completo de Inglaterra al ver que aquellas miradas llenas de asco dadas por mis compañeros eran copiadas por todos lados fuera del colegio.
Vagué por tanto lugares, trabajando en cafeterías, restaurantes, librerías y tiendas de chucherías. Trabajaba en lo que fuera, ahorrando las propinas o los bonos extras, vendiendo poco a poco las pequeñas cosas de oro que tenía, quedándome con lo que era de mi madre y solo una pulsera gruesa de plata de mi padre. Viví en pisos donde la mugre cubría las paredes y la humedad era lo único que se respiraba, durmiendo en camas que me destrozaban la espalda todas las noches, pero me adapté a todo con tal de ahorrar lo suficiente y poder pagar la universidad, pues sabía que esa era la única manera para poder sobrevivir.
Después de un año completo viviendo de aquella manera, pude reunir el dinero suficiente para pagar dos años en la Universidad de Milán, donde estudié finanzas, pero en las tardes seguí trabajando en cafeterías o restaurantes, hasta que pude conseguir un mejor trabajo, eso sí, más cansado, en un bar, tenía que estar ahí desde la siete de la noche hasta las dos de la mañana, pero las propinas eran buenas y el salario también. Sí, llegaba muy cansada a clases, pero pude hacerlo, y me atreví a perfeccionar mi italiano, tomando una hora de clase diariamente después de la universidad. Creí que se me haría difícil, pero en realidad fue algo estupendo, hasta el punto de que tomé francés después de dos años en italiano.
Unos meses antes de graduarme, llegó de manos de mi profesora de idiomas la publicidad de un empleo en una empresa que se llamaba B&Z Costruzioni. El puesto era para asistente de presidencia. Una oportunidad excelente. Una condena excelente habría sido mejor la descripción, ahora lo sabía.
—Creo que sería muy bueno para ti, podrías ya dejar de ir a ese bar —dijo mi profesora en italiano, entregándome el folleto.
Sonreí un poco ante su tono despectivo para llamar el lugar donde trabajaba, diciendo que ese sitio estaba desperdiciando mi talento y succionaba mi vida, pues era mucho desvelo para mí.
—Esto es demasiado, Hannah —contesté en el mismo idioma, pues, aunque ella hablaba inglés, prefería tener conversaciones en su idioma, para que siempre estuviera practicando.
—Fille, confía más en ti. Aspira siempre a lo grande —levantó ambas manos.
Para ser una mujer ya madura, estaba tan llena de optimismo y sonrisas, que difícilmente podrías decir su edad sin equivocarte. Era muy guapa y su cabello negro parecía indomable al tiempo, manteniendo un color negro precioso y unos ojos café claros muy divertidos.
—Pero es demasiado. Es una gran empresa, por lo que sé.
—Millicent, estás a punto de graduarte, eres una de las mejores de tu generación y hablas ya tres idiomas, ¿Qué más puede pedir esa empresa? Y sólo es para la vacante de asistente —dijo en tono de regaño y hablándome en inglés.
—Está bien, lo intentare.
—Y no es como si te fueras a quedar ahí para siempre, Millicent, velo simplemente como un escalón más para llegar a dónde quieres. Estoy segura de que esto te abrirá las puertas a más cosas, a otra vida —dijo con voz segura.
Mejor ni le hubiera hecho caso y seguiría en ese ruidoso bar con su olor a ron y a humo de cigarros, con sus luces estridentes y su música que te impedía escuchar a los demás. Sí, un lugar para nada bonito para pasar la vida entera, pero de verdad que a veces lo extrañaba, como cuando me daban ganas de estrangular a mi jefe o colocarle veneno en el té o el café.
De verdad que no lo sabía. Yo había llegado a la entrevista muy nerviosa, y respiré cinco veces con profundidad antes de pasar a la oficina donde me esperaban. Un señor algo entrado en años me atendió y recibió mis papeles y mientras los leía, yo miraba todo en silencio. La oficina era pequeña, pero muy bien amueblada, cálida y con mucha luz, encajaba perfectamente con la apariencia de ese hombre.
—Excelente, tienes conocimientos en finanzas y hablas tres idiomas en total —dijo con la mirada en el papel.
—Sí —contesté en inglés y luego empecé en italiano— Soy de Inglaterra, pero aprendí italiano apenas llegué aquí, y después continué con el francés. Muy fácil en realidad —terminé de decir en francés.
Aquel hombre me sonrió y asintió, mirándome por sobre sus anteojos rectangulares, recordándome al director del Hogwarts cuando hacía eso y más por esos pequeños ojos azules.
—Mira que eres quien más me ha convencido hasta ahorita, nadie había venido tan bien preparada y tú solo estás a meses de graduarte. Además, creo que serás perfecta para el puesto, nuestro jefe es algo… peculiar, y aquí dices que has trabajado en bares, supongo que sabes tratar con muchos tipos de hombres, ¿verdad? Porque la paciencia es algo que se necesitara —me dijo con tranquilidad, cerrando la carpeta.
—Muchas gracias —contesté y bajé la mirada— Sé hacerlo, he aprendido a tener mucha paciencia, en realidad. ¿Entonces…?
—¿Te parece iniciar el lunes? —preguntó suavemente.
—¿De verdad? —pregunté con entusiasmo y el hombre rió y asintió— Muchas gracias, estaré aquí el lunes —me paré de la silla.
—Pero si todavía no hemos hablado de tu contrato —dijo con voz divertida.
—Lo siento. Es la emoción —me disculpé, mientras me sentaba otra vez, y pude sentir mis mejillas enrojecer.
—Lo sé, se te nota —buscó algunos papeles y en su cajón, y luego me los pasó para que los leyera.
Si tuviera la oportunidad de ir al pasado, iría a ese preciso momento e impediría poner mi firma en aquel papel, que, sin saberlo, había sido como firmar mi condena, algo que me encadenaba por dos años enteros a estar junto al peor jefe de todos. Si lo hubiera sabido, no habría sonreído como tonta al firmar y ver aquellos números de mi pago y las demás prestaciones. Y pensándolo bien, debí sospecharlo desde un principio, me dieron un importante trabajo de manera tan fácil y rápida, me lo entregaron con la misma facilidad que se ofrece un vaso de agua. O al menos debí ver o sospechar de las ideas de aquel señor que me atendió, con su amable sonrisa y su voz suave, debí saber que escondía algo. Y claro que lo hacía, escondía el hecho de que ninguna de las asistentes había durado más de cuatro meses en el puesto.
¡¿Qué clase de Stytherin era?! Salazar se avergonzaría de mí. Había perdido totalmente la práctica para ver más allá, para ver las cosas malas que ocultan los demás, para ver las mentiras o los secretos.
¿Y porque nadie duraba? Fácil. El jefe les hacía la vida imposible si eran hombres y si eran mujeres se las llevaba a la cama y las dejaba con el corazón roto. Todos preferían renunciar. Eso me lo habían contado las demás secretarias días después de entrar a trabajar.
Oh, y como olvidar cuando vi a mi nuevo jefe, fue un completo golpe que me paralizó todo el cuerpo y no de buena manera. Nunca habíamos hablado tanto en el colegio. Él no hacía más que hacer chistes muy malos sobre mi apariencia, que si mi cabello era demasiado alborotado, que si estaba gorda, que si era tonta, que si fallaba en mis hechizos. Tenía razón en algunas cosas, debí esforzarme desde un inicio en Hogwarts, poner más empeño a todo, en mi apariencia y no dejarme de lado como si no valiera nada. Pero eso no quería decir que no me molestara o doliera sus palabras, sus crueles palabras.
Después de despedirme de Pansy en el colegio, no creí que lo volvería a ver y menos aquí. Sabía que era italiano, pero no imaginé que se mudaría y menos que sería el presidente y dueño de la compañía.
—¡Vaya, Millicent! Que cambiada estás —sonrió con picardía, algo que no había cambiado por lo visto— No creí que tú serías mi secretaria —dijo con entusiasmo.
—Seré su asistente, señor Zabini —corregí intentando no parecer alterada.
—Vamos, Millicent, nos conocemos de hace años, ¿por qué tanta formalidad? —preguntó, saliendo de atrás de su escritorio.
Di un paso atrás cuando se acercó de más.
—Usted mismo lo ha dicho, señor Zabini, hace años no nos vemos y ahora es diferente, usted es mi jefe y yo su asistente —concluí con la voz más profesional que tenía.
Esto no me gustaba. Tenía un pésimo presentimiento y tenía ganas de renunciar, pero ya había renunciado al bar y tenía facturas que pagar, e iniciar de cero me era imposible, además de que ya me veía viviendo en un lugar mejor con aquel salario de asistente.
Tenía que quedarme, tenía que lograrlo, ero en lo único que podía pensar.
—Bien, si eso es lo que quiere, así será, señorita Bulstrode —accedió, pero pude detectar un tinte molesto en su voz— Ahora, tráigame un café con una cucharada de azúcar bien caliente, y después tomara nota de sus funciones. Puede retirarse.
Hizo un gesto con la mano y sentí algo horrible al verlo caminar y hablar dándome la espalda. No esperaba una indiferencia tal de un momento para otro, siempre había sido tan cambiante, pero ahora fue casi violento, y lo peor de todo, es que volvió a aquel tono despectivo, como si yo fuera nadie de nuevo. Pero así era mejor. No quería ningún tipo de acercamiento con él más que el profesional.
Hice lo que me pidió, y él ni siquiera me lo agradeció, pidiendo que me sentara y que tomara notas. Me hizo entrega de una agenda, que ya estaba usada a la mitad, donde anotaría cada evento, junta, comida y cualquier actividad relacionada con la empresa.
—Y tomé está otra —extendió a mi mano una nueva agenda de piel negra, con un broche de color plata en forma de serpiente, aparentemente también usada— Aquí anotara mis asuntos personales, no me gusta mezclar lo profesional con lo personal, así que tenga mucho cuidado con ella. Cada lunes yo le dictare algo para que anoté en ella, sin falta, pero, aun así, cada vez que la llame a mi oficina, espero que la traiga con usted. Por nada en el mundo puede extraviarla, ¿de acuerdo?
—Claro, señor Zabini —contesté de manera solícita.
—Ahora puede retirarse, y chequé muy bien ambas agendas, creo que tengo anotado actividades hasta la semana entrante para ambas —fue todo lo que dijo antes de girar su silla, con la taza de café en la mano.
Me levanté con ambas agendas y al llegar a mi escritorio, que estaba justamente a la entrada de su despacho, las revisé. La primera, de cuero café, era la de trabajo, tenía anotado juntas y comidas con clientes hasta para la semana entrante, como él bien dijo. Cuando abrí la segunda, no supe muy bien de que iba, solo había un montón de nombres, direcciones, descripción y un pequeño apartado donde ponía "lugar en que la conocí". Eso era todo. Hasta que caí en la cuenta de que todos esos nombres eran de mujeres.
Así que de eso iba lo personal con lo profesional. Tenía en mis manos una agenda con todos los nombres de sus conquistas, y la verdad es que no sabía que esperaba que hiciera con ella. Pero pronto lo descubrí. Cada lunes me dictaba si había conocido a alguien, me decía nombre, me daba una descripción de su apariencia de forma general y luego su dirección, a veces les mandaba flores o notas para quedar en algún lugar, y yo tenía que llevarla al día, colocar cuando salía con ella, en donde y si quedaba descartada o no, y por supuesto, poner pequeñas marcas en aquellos nombre para no repetir tan seguido, por mucho que le gustara una de aquellas mujeres, procuraba no repetir.
—No quiero que se ilusionen, son simples mujeres para mí —fue lo que me dijo una vez, cuando se dio cuenta que había salido dos veces seguida con la misma, pidiéndome que le cancelara la tercera cita y llamara a alguien más.
Era un trabajo deplorable y me daba pena hacerlo, pero eso era una de mis actividades. Aunque lo demás no era tan malo. Era interesante y entretenido estar ahí, pues no solamente me dedicaba a manejar las citas de mi jefe, sino también a sacar contratos importantes y asistiendo a las juntas donde me interesaba de todo lo que hablaran.
Sí. Todo tenía su lado bueno y malo. Como el yin yang.
Coloqué una mano sobre mi frente y me masajeé con los dedos las cienes, al ver alumbrarse de nuevo aquel cristal en forma de serpiente que estaba en mi escritorio. Sí, era un aviso de mi jefe para que fuera a su despacho.
Me levanté de la silla.
—Sólo un poco más, Millicent, pronto serás libre.
Un año, sólo eso necesitaba y terminaba mi bendito contrato. No era algo tan alentador, pero cada día era un día menos para lograrlo.
Tomé mi pluma y aquellas dos agendas, colocando abajo aquella que más odiaba. Toqué con suavidad la puerta y luego la abrí despacio.
—¿Sí, señor Zabini? —pregunté con suavidad.
—Mi querida señorita Bulstrode —dijo con una sonrisa y sentí mis dientes rechinar ante aquel tono de voz. Siempre como si fuera una burla, era como me hablaba— Pase y tome asiento. Necesito dictarle algunas cosas.
Hice lo que dijo y empecé a abrir la primera agenda.
—No, no, señorita, la otra, por favor —dijo con una sonrisa arrogante, mientras sentía mis dientes apretarse más.
Sí, aquí íbamos. Un nuevo nombre que empezaba a odiar sin conocer a su dueña, una nueva descripción que aborrecía y una dirección que me daba nauseas. Una nueva chica especial.
¡Oh, sí! Odiaba mucho a mi jefe.
Hola. ¿Cómo están? Espero que bien y disfruten sus vacaciones si es que las tienen.
Cómo habrán podido notar, esta es una historia de Millicent y Blaise, durante Amores dormidos, lo que no pude contar allá, pues aquí lo tendrán.
Espero que les guste y disfruten.
Nos leemos luego.
By. Cascabelita.
