Uno. Unificación. Rendición.

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"Sí, pero quien nos curara del fuego", y cuál es exactamente "la velocidad de liberación". Cortázar, Virilio, respectivamente, dos lujosos autores.

"No entiendo nada", me dije.

¿Y además oso decir que anoche hice el amor con aquel hombre del bar? ¿Decir cínicamente que no era pura y dura lascivia?

Cogimos de pie, tras la puerta de su oficina con harta desesperación, hincamos las uñas en el cuerpo del otro hasta sangrar, nos mordimos los labios en miles de besos violentos y, protegidos por el ruido del antro, gemimos y gritamos hasta cansarnos cada vez que uno u otro tenía un orgasmo. Así ha sucedido durante las últimas semanas, sin que la intensidad cambie, sin que la ansiedad y la necesidad disminuyan.

Y sí, en algún húmedo intervalo, mientras él hilvanaba en mi oído palabras de Virilio y Cortázar, y me hablaba de cómo "esto" —aquella calentura— estaba volviéndonos uno, de cómo estaba redimiéndonos de todos los vacíos anteriores…

En alguno de aquellos mojados intervalos podría jurar que sentí amor.

¿Y qué ahora?

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Confucion.

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La armonía es inmensamente sencilla, pero llegar a ella puede resultar infinitamente complicado.

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Uno. Un solo hombre. Por vez primera contemplo la posibilidad.

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¿Por qué nunca antes?

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Déjame contarte algo que quizá explique un poco esta faceta mía. Hace poco tuve, además de muchos hombres, dos. Dos obsesiones.

Con el primero el sexo era… delicioso. Juntos solíamos pelar y comer las capas de un chocolate esférico: el papel dorado, la parte con nueces, la de galleta, la crema y la avellana del centro, un clítoris perfecto en el centro de una vagina perfecta. Nos besábamos y nos metíamos las manos por todas las entradas posibles de la ropa como dos adolecentes lujuriosos.

Teníamos sexo en la cocina, recorríamos la casa, terminábamos en la cama, donde luego el dormía y yo aspiraba con vicio el aroma de su piel… Sasuke.

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Con el segundo… Neji, aventura, adrenalina. Le encantaban mis tetas, podía provocarme un orgasmo chupándolas y diciéndome palabras sucias. Una vez asistí sola a una boda. A la una de la mañana me evaporé silenciosamente y conduje hasta su casa. Escuchamos música y tuvimos sexo hasta que las fuerzas nos abandonaron. Esa noche… se hizo día. Y tuve que dirigirme directamente al trabajo, sin pisar mi casa.

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El primer hombre era mi marido; el segundo mi amante.

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¿Cómo resolver el crucigrama?... Imposible.

Lo que yo amaba en realidad era el crucigrama mismo. Ahora no hay crucigrama, sino un solo hombre, que coge conmigo mientras hace estallar en mis oídos a Virilio, a Cortázar y a muchos otros intensos, dulces, crueles, románticos, pervertidos… amantes que mojan, torturan y endulzan mi sexo en modos que no sabía posibles.

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Uno. Unificación. Rendición.

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¿Amor? La pregunta se columpia en el aire y mis ojos están, también, mojados, con lágrimas.

Con cariño, Sakura Haruno...


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