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Captain Ookami & The Beauty Lady Takagi

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Enero de 1868. El invierno había caído con fuerza aquél año en Edo, y tanto las calles como los tejados estaban permanentemente cubiertos con nieve. El poco sol que lograba colarse entre los espesos nubarrones carecía de fuerza suficiente como para fundirla y evitar así los tan típicos resbalones y caídas.

Como todos los días, los Lobos de Mibu habían salido a patrullar las calles enfundados en sus típicos abrigos japoneses aguamarina, y también era cierto que, como todos los días, habían tenido algún pequeño encuentro con los Meijis. Aquél típico día de enero sería típico en todos los sentidos, ya que como de un tiempo a esta parte venía sucediendo, las calles de la ciudad volverían a teñirse de rojo

El encuentro había sido realmente fortuito. No había habido ningún soplo ni ningún error por parte de los bandos. La suerte quiso que aquél día el comandante Isami Kondou ordenara que, mientras tres de sus unidades recorrían el centro de la ciudad, las otras dos patrullaran la periferia, donde algunos ciudadanos se habían quejado de desorden público varias veces aquella semana. Hacía poco tiempo de la batalla de Toba-Fushimi, y si bien el gobierno estaba en manos Meijis aún no estaban suficientemente organizados.

Si todo iba bien en el transcurso del día, al terminar la ronda los capitanes marcharían montaña arriba hacia la cabaña que tenían para reunirse allí. El lugar no era demasiado grande puesto que en realidad sólo tenía que dar cabida a cinco capitanes, dos comandantes y una mujer, pero bastaba para sus reuniones nocturnas.

Kondou, que conocía perfectamente a sus capitanes, les emparejaba de modo que se llevaran bien entre ellos para que pudieran cuidar el uno del otro en caso de batalla. Todos y cada uno de sus oficiales le eran fundamentales en su ejército, ya que tras la división del grupo, donde bastantes miembros se fugaron, y la batalla de Toba-Fushimi habían perdido a varios hombres valiosos...

A principios de la tarde, tal y como se les ordenara, las tropas primera y tercera del Shinsengumi recorrían a buen paso las callejuelas llenas de nieve, observando todo como minuciosos ojos, como siempre hacían, cuando de pronto, al doblar una esquina se toparon de frente con una tropa del Ishin Shinshi.

Al principio ambos bandos quedaron casi igual de sorprendidos, pero prestos desenfundaron sus espadas y se entregaron a la batalla en cuerpo y alma.

Como era de esperar, los habitantes de la calle cerraron puertas y ventanas a cal y canto y se escondieron lo mejor posible en sus hogares esperando que pasara pronto la tormenta. De ninguna manera saldrían a ayudar a sus facciones, por mucho que quisieran acabar con el enemigo. Para ellos, lo más importante no era que quisieran o no abrir las fronteras a los extranjeros, sino asegurarse de que fuera cual fuera el resultado de la guerra, ellos vivirían para verlo.

Con su fabulosa diestra, Souji Okita arrebató la vida a dos de sus oponentes, que se desplomaron en un charco de sangre a sus pies. Dio un rápido vistazo a su alrededor para comprobar cómo iba la pelea y lo que vio no le gustó nada. Sus ojos marrones brillaron con furia al darse cuenta de que los Meijis les estaban dando una buena paliza. Eran algo más numerosos que ellos, es cierto, pero eso no era excusa para perder tan desastrosamente como lo estaban haciendo.

Rápidamente se lanzó a ayudar a dos de sus subordinados, que estaban teniendo serios problemas, y decidió quedarse con sus caras para reprenderles severamente una vez que todo aquello hubiera acabado.

Para el capitán de la tercera unidad, Hajime Saitou, las cosas tampoco estaban mucho mejor. Del mismo modo que Okita, con su nihontou hacía correr rápida la sangre enemiga, pero nunca se vio que dos hombres solos pudieran vencer una guerra. Si sus tropas no eran capaces de imponerse a los Meijis, estaban totalmente perdidos.

Como ellos, el capitán de las tropas patriotas era fiero en el manejo de su katana, y los Miburos caían a sus pies con envidiable eficacia. Tanto fue así que llegó un momento que ambos capitanes estuvieron frente a frente después de abrir brecha entre los soldados rasos.

Se miraron a los ojos durante unos instantes, ámbar enfrentándose a un marrón tan oscuro como la noche, y el mundo pareció dejar de existir a su alrededor cuando se lanzaron a pelear con sus espadas por delante.

En el momento en que sus nihontous se cruzaron, Saitou sonrió con una mezcla de burla y sadismo. Conocía perfectamente la escuela de lucha del enemigo, Sekiguchi Ryu, la misma que utilizaba uno de los antiguos capitanes del Shinsengumi, y por esa razón estaba completamente seguro de su victoria

El enemigo apretó los dientes con furia cuando el otro paró por cuarta vez su ataque. No tenía forma alguna de romper su defensa porque parecía leer todos sus movimientos antes de que se produjeran, y lo peor es que sabía que él estaba esperando el mejor momento para atacar y empalarle con el conocido movimiento de la Estocada Horizontal.

De pronto vio que uno de los suyos iba corriendo hacia allí katana en mano dispuesto a ayudarle, y entonces se lanzó a atacar una vez más para darle tiempo y pillar por sorpresa al maldito Mibu. No era una maniobra honorable para vencer un combate, pero le preocupaba más el pellejo en aquellos momentos.

Saitou lo deflectó con la misma facilidad que los anteriores, y cuando iba a terminar con aquel combate de pega haciendo rodar su cabeza, sintió el muerdo frío del filo de una katana cruzando su espalda. La distracción, aunque de segundos de duración, fue fatal

Okita levantó la vista al escuchar un grito de dolor de su compañero, y lo que vio antes de decapitar al hombre que le ocupaba en ese momento fue al otro capitán cayendo de rodillas atravesado por el filo enemigo. El joven Lobo echó entonces a correr hacia allí, pasando como una centella entre aquellos que intentaban detenerle y llegando justo a tiempo para hacer rodar la cabeza del capitán Meiji

El que atacara a Hajime por la espalda, tras unos instantes de estupefacción ante la muerte de su líder se lanzó a la carga, pero acabó empalado en la katana de Okita, que se deshizo de su cuerpo con un grácil movimiento.

Le sobrevino entonces al joven un ataque de tos que hizo temblar peligrosamente sus rodillas, pero tardó poco en recuperarse. Con un gesto casi inconsciente se limpió la sangre que había escupido sobre su mano en el kimono antes de agacharse junto a su compañero

"Saitou-san... Cómo está?" Le preguntó mientras no quitaba ojo de sus alrededores por si alguno de esos malditos del Ishin Shinshi se atrevía a acercarse. Pero todos estaban luchando contra sus soldados rasos aprovechando que eran más para reducirles en el menor tiempo posible

El hombre jadeaba fuertemente mientras veía escurrir líquido rojo entre los dedos de su mano derecha, apretada contra el costado donde el enemigo había clavado su espada. Aunque el tajo de la espalda también sangraba no era comparable con aquello...

Okita frunció el ceño ligeramente cuando vio a los restos de la tropa enemiga andando hacia ellos para rodearles. No quedaban más de quince, pero él estaba solo contra todos...

"No se preocupe, yo me hago cargo..." Murmuró levantándose y preparando su katana para la nueva lucha

"Ni hablar... No es tan fácil acabar conmigo..." Gruñó el otro capitán levantándose con dificultad y empuñando su espada japonesa como siempre con la zurda.

"Está bien, Saitou-san, como quiera... Los de la izquierda para usted y los otros para mí, de acuerdo?" Sonrió el muchacho encogiéndose de hombros y preparándose para saltar sobre ellos como el animal que les daba nombre

De este modo, los dos Miburos se lanzaron al ataque y en pocos minutos sólo ellos dos quedaban en pie en una calle alfombrada de cadáveres

"Será mejor que nos vayamos de aquí, este barrio parece estar controlado por los Meijis y no aguantaríamos otra pelea como ésta... --comentó Okita limpiando su katana antes de introducirla en su funda-- Oh, vaya, se ha puesto a nevar... Venga, vámonos o encima nos resfriaremos...!" Bromeó pasando un brazo por su cintura con cuidado para que se apoyara en él al andar

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El joven capitán de la primera tropa suspiró cuando al fin llegaron al sendero que les llevaría a la montaña. El camino hasta allí había sido duro, pero no era nada comparado con la penosa marcha sobre la nieve que tendrían que comenzar en esa parte del viaje. Gracias a los dioses la cabaña no estaba demasiado retirada....

Visto el peligro que suponía andar por esa zona de la ciudad decidieron dar la vuelta a sus abrigos y ponérselos del revés de forma que no se viera el llamativo diseño de la patrulla Shinshen y la gente de la calle pensara que su actual condición se debía a haberse metido con alguien que no debían. Aunque si no se daban algo de prisa pronto tendrían a otra patrulla Meiji buscando a los supervivientes de la masacre...

Antes de comenzar a subir, Okita cambió su agarro para redistribuir el peso de Saitou sobre sus hombros. No es que pesara excesivamente, pero él tampoco estaba en sus mejores condiciones físicas como para aguantar esos trotes, y menos por la nieve fresca en la que posiblemente se hundirían hasta los tobillos.

Esto le preocupaba bastante, ya que el otro capitán estaba perdiendo bastante sangre y posiblemente estaría demasiado débil como para aguantar una subida como aquella. Eso, por no contar el rastro que iban dejando a su paso, que atraería sin duda a las alimañas del bosque...

Se llevaron una grata sorpresa al encontrar, a pocos pasos de donde andaban ellos, huellas en la nieve que aplanaban el camino. En efecto, los dioses estaban de su parte aquél día y querían verles regresar a su hogar

"Cómo se encuentra, Saitou-san?" Le preguntó el muchacho tras un buen rato de caminar bosque arriba

El aludido suspiró largo y tendido antes de responder casi entre dientes "Deja de preocuparte tanto, Okita, no pienso morirme después de lo que te esforzaste para salvarme la vida..."

El joven rió suavemente la forma que tenía su compañero de darle las gracias. Aunque en realidad no había nada que agradecer, de haber estado en su situación él hubiera hecho lo mismo. Después de todo para eso estaban los amigos...

"Okita... --le llamó mirándole con ojos entrecerrados-- Estás pálido..."

Okita dio un ligero respingo ante su observación y levantó las cejas siempre sonriente "De veras? Entonces debo hacer juego con ust--"

La broma no terminó de salir de sus labios porque de pronto sus rodillas dejaron de poder sostenerlos. Un ataque, esta vez más fuerte que cualquiera de los anteriores se cebó con el muchacho, haciéndolos caer al suelo.

Saitou miró al joven convulsionarse a su lado en fuertes toses que agitaban su cuerpo como si fuera una hoja. De un tiempo a esta parte su enfermedad parecía haberse recrudecido, y una prueba de ello era el ataque que le ocupaba en aquellos mismos instantes. Eso por no decir que, aunque nunca había sido un tipo musculoso, se estaba quedando en los huesos.

Esperó pacientemente a que se le pasara, consciente de que aunque hubiera querido no habría podido hacer nada por ayudarle. Y más vale que se le pase pronto o los lobos vendrán a darse un banquete... Pensó al ver ya no sólo su propia sangre tiñendo el suelo, sino también la que escurría por entre los dedos del chico. Al paso que iban ninguno de los dos acabaría llegando a la cabaña...

Souji ya había dejado de toser, pero aún conservaba la mano tapándole la boca. Tenía los ojos cerrados, y a pesar del frío el sudor bañaba su rostro

"Vaya... --murmuró entre jadeos una vez se encontró más repuesto-- Qué barbaridad... Creí que no lo contaba..." Repitió con eficacia el procedimiento que llevara a cabo durante la pelea, manchando aún más su abrigo, que ya no sólo estaba sucio sino también empapado por la nieve que estaba cayendo copiosamente

"Podrás continuar?"

Okita sonrió como siempre hacía y asintió ligeramente "Creo que sí... Espere que me levante... --lentamente el muchacho se puso en pie, no sin bambolearse durante unos instantes-- Sí... Además dentro de poco estaremos en casa..." Le tendió una mano al capitán, pero el la rechazó, prefiriendo apoyarse en su nihontou para levantarse y no darle al muchacho más trabajo

Reemprendieron la marcha del mismo modo que andaban antes del incidente, si bien su ritmo había descendido considerablemente. Cuando llegaron arriba de la colina que llevaban ya un buen rato subiendo, los dos estaban empapados y tiritaban de pies a cabeza, pero la visión de la cabaña en el valle les dio nuevas fuerzas para continuar el camino.

Realmente el lugar no es que fuera alto secreto, ni mucho menos, pero estaba resguardado y suficientemente alejado de la ciudad como para que la gente pensara en ella como una cabaña de leñadores. Además, cualquier persona que no fuera miembro del Shinsengumi, al llamar a la puerta encontraría una casita bien ordenada y mantenida por una mujer que siempre afirmaría esperar a su marido y a sus hermanos a cenar por las noches.

Ella raras veces dejaba el lugar, ya que el propio Kondou traía todas las noches lo necesario para que los ocho pudieran cenar y aún sobrara para que la mujer tuviera para el resto del día. Sus tareas en la casa no la llevaban mucho tiempo ya que el espacio era bastante reducido, el suficiente para que todos comieran, y lo único que tenía que hacer era mantenerlo todo limpio.

Mientras los hombres estaban reunidos no podía estar presente, así que se marchaba discretamente todas las noches a la habitación de al lado, donde dormía ella, y allí remendaba sus ropas o limpiaba sus espadas para mantenerse ocupada hasta que hubieran acabado. Normalmente no tardaban demasiado en marcharse, y cada noche uno de ellos se quedaba a dormir con ella en la choza. Esto era parte de la tapadera, ya que la poca gente que pasara por allí vería siempre a su marido el cazador dejando el hogar, eso sí, siempre con una capucha sobre la cabeza para que no se dieran cuenta de que cada día era diferente.

Dos años antes esto no hubiera sido necesario, ya que eran un grupo grande y tenían controlados a todos los Shinshis en el país, pero el enemigo era cada vez más fuerte y ellos cada vez menos, así que tenían que buscar como fuera la forma de guardarse las espaldas sobre posibles asesinatos...

Coincidió que la mujer se había acercado hasta una de las ventana para ver nevar y así distraerse un rato, cuando vio a lo lejos, bajando por la falda de la montaña a dos personajes agarrados. Desde tan lejos no tenía forma de saber si los que llegaban eran amigos o no, y sintió su corazón acelerarse con desazón

Tal y como la habían enseñado, se quitó de allí para que no pudieran verla y anduvo hasta su cuarto, donde desenfundó su kodachi y se la llevó con ella al saloncito. Su padre siempre fue muy estricto a la hora de enseñarla a manejar la espada, y siempre que le daban oportunidad lo demostraba con creces. Quizás no fuera una gran kendoka, pero desde luego era capaz de defenderse de casi cualquier cosa.

De esta forma mantuvo una tensa espera sentada delante de la estufa de leña que mantenía el local medianamente caliente, ya que desde que se había puesto a ver por la ventana la tormenta se había violentado y en esos momentos el viento arremetía fuertemente contra el edificio, colándose por las rendijas de la casa de madera.

Al fin llamaron a la puerta, y ella se levantó, puso una sonrisa en su cara y con voz tranquila preguntó quién llamaba mientras empuñaba la kodachi y escondía la mano tras su espalda

"Tokio, abre, soy Okita..." Dijo el muchacho desde el otro lado de la puerta. La mujer, Tokio, apenas sí escuchó al primer capitán, y extrañada porque no eran horas de que se presentara nadie descorrió el cerrojo. La kodachi cayó de su mano y repiqueteó ligeramente en el suelo cuando tuvo que echar mano del inconsciente Saitou antes de que cayera al suelo por no ser capaz Okita de sujetarle por sí solo

Antes de preguntar nada le ayudó a entrarle, y entre los dos le tumbaron junto al calor. Momentos después, mientras el muchacho de ojos marrones se quitaba el empapado y ensangrentado abrigo y lo dejaba cerca también para que se secara, ella procedía a hacer lo mismo con el otro capitán, teniendo mucho cuidado con sus heridas.

Corriendo entró en su habitación y tomó el botiquín que guardaba para cuando tenía que curar a alguno de los inquilinos nocturnos de la casa y los dos edredones de los futones y corrió de nuevo al saloncito, donde Okita estaba metiendo más leña en la estufa para ver si conseguía que ambos dejaran de temblar

"Quítese esa ropa empapada, Okita-san y cúbrase con este edredón, vamos, o cogerá una pulmonía...!" Le dijo dándole uno de ellos al escucharle toser débilmente

Cuando le escuchó cerrar la corredera de la habitación, Tokio corrió suaves dedos por las facciones pálidas del hombre en el suelo antes de proceder a dejar su pecho al descubierto. En otras circunstancias quizás se habría quedado observando todas y cada una de las cicatrices que lo recorrían, recordando algunas y tratando de imaginar otras, pero ahora corría prisa cerrar esas heridas antes de que se desangrara

"Okita-san, necesito que me ayude!" Le dijo preparando todo lo necesario...

Fue necesaria una hora larga de intenso trabajo por parte de ambos hasta que consiguieron cerrarlas y vendarlas adecuadamente. Okita se sentó en el suelo y dejó escapar un soplido de cansancio mientras se arrebujaba en el edredón. Su pelo ya se había secado, pero aún así el muchacho tiritaba, así que Tokio no le permitió quitarse el edredón, ni mucho menos abandonar su posición junto a la estufa

Realmente hacía frío. La ventisca había amainado bastante, pero aún así el techo tenía una gran capa de nieve y el poco sol que había lucido por la mañana se había esfumado totalmente.... Gracias a los dioses tenían aquél aparato para calentarse

"Lo has hecho muy bien, Tokio... Eres muy buena en esto..."

"Gracias... pero el mérito es del médico al que ayudaba en Aizu, él me enseñó lo que sé, aunque en realidad no es mucho... Después de todo, cualquier soldado sabe cerrar heridas..." Murmuró ella arrebujándose para mitigar el frío

Al ver que Saitou también tiritaba debajo de su edredón, la mujer puso una mano sobre su frente. No estaba muy caliente, con lo que no podía ser ese el motivo... Recordó entonces las palabras del doctor al que asistía cuando alguno de sus compañeros Meijis llegaba herido

"Okita-san... --le llamó sentándose junto a la caldera de hierro, apoyando la espalda en la pequeña cómoda que había en la casa-- Traiga a Hajime-san hasta aquí, por favor"

El muchacho frunció ligeramente el ceño, extrañado por la petición de la mujer, y dudó si hacerla o no caso. Al ver la indecisión pintada en sus ojos marrones, Tokio le expuso sus razones

"El doctor siempre me decía que cuando había hemorragia importante era normal que el herido tuviera frío, ya que la sangre es la que calienta el cuerpo.... Si le apoyo contra mí ambos estaremos más calientes"

Okita miró en sus ojos verdes y acabó cediendo. No perdió detalle de ninguna de las acciones de la mujer. Contempló sin decir palabra cómo se desanudaba el largo lazo que servía de sujeción al obi de los kimonos de las mujeres para que la tela, aún colocada pero más suelta, le permitiera abrirse de piernas. Fue entonces cuando arrastró al hombre hasta allí. La vio acomodarle sobre ella, apoyando su cabeza contra su pecho y dejándole descansar sobre el costado derecho antes de que le pidiera que les pusiera por encima el edredón.

Una vez escondidos bajo la caliente tela le rodeó con sus brazos y cerrando un momento los ojos dejó salir un suspiro.

El joven, que había vuelto de nuevo a su lugar frente a la estufa, miró una vez más la escena frente a él

"Tokio... Te gusta Saitou-san?" Le preguntó simplemente, sin ninguna malicia

Ella miró hacia otro lado, su expresión seria, casi sombría "Le quiero..."

"Y él lo sabe?"

"Sí..." Dijo asintiendo levemente. Okita elevó las cejas ante tan sorprendente descubrimiento y no pudo sino preguntarle cómo era eso.

Cuando Saitou volvió de su misión como asesino de los que habían abandonado el Shinsengumi y la trajo con él, la explicación que dio fue que se lo debía a la chica Meiji porque una vez le salvó la vida, pero no les había contado nada sobre ella...

"Entonces sabéis que soy patriota..." Murmuró sorprendida

El joven capitán asintió suavemente con una sonrisa "Es lo único que nos dijo de ti a parte de tu nombre. Comprende que tenía que ponernos sobre aviso por si acaso alguna vez intentabas algo"

"No hubiera sido más fácil eliminarme?"

Okita rió entre dientes un poco "Sanosuke-san expuso esa posibilidad y acabó con una katana bajo el cuello... Aunque al principio todos estábamos a favor de Sanosuke-san, Saitou-san nos dijo que podíamos fiarnos de ti y que él respondía personalmente de tus actos. Claro, con esto nos convenció a todos..."

"En serio...? Por eso los otros siempre cuchicheaban cuando se quedaba a dormir conmigo..."

"No te enfades, y por favor no se lo digas, pero tras el numerito que le montó a Sanosuke-san los muchachos te conocen como *la chica del capitán Hajime*"

"Por eso hasta los soldados rasos son tan amables conmigo, verdad? Le tienen miedo a Hajime-san..." Murmuró enfurruñada frunciendo el ceño sobre sus bellos ojos verdes

"Al principio tengo que decir que sí era por eso --sonrió, e hizo una pausa para toser ligeramente-- Pero luego la verdad es que te fuimos cogiendo cariño. Cocinas muy bien y haces siempre lo que te pedimos con una sonrisa... Y además nunca intentas nada. Cómo no nos ibas a caer bien?"

"Vaya..." Suspiró pensando en todos hombres que había conocido hacía seis meses. Eran fugados del Shinsengumi que fueron a pegarle fuego a la casa de geishas regida por patriotas donde ella hacía su función de espía. Recordaba perfectamente su shock al descubrir allí a Hajime, y también la expresión en su cara, en sus siempre sorprendentes ojos de color ámbar. Entonces ellos también se sorprendieron de que Saitou la sacara de allí y no la dejara morir como a las geishas que la ayudaban...

Ninguno de ellos la hizo nunca nada ni la trató mal durante los pocos meses que vivieron antes de que el Shinsengumi, alertado por su espía Hajime, acabara con ellos.

Todos, tanto los de entonces como los de ahora se portaban bien con ella porque estaba bajo la protección directa del capitán de la tercera unidad...

"Quiero que me cuentes cómo empezó todo, cómo os conocísteis. No tienes por qué hacerlo si no quieres, pero entiende que has picado mi curiosidad con todo esto. Nunca me lo había planteado, pero es cierto que está pendiente de tu vida en todo momento... Y ahora tú me dices esto... Por favor, cuéntamelo" Le pidió con ojos brillantes de emoción

Será que... se preocupa por mí...? Después de todo este tiempo...

"Está bien, Okita-san, pero nunca le han dicho que es un poco cotilla?" Le reprendió medio en broma

Él sólo se rió ligeramente y revolvió su pelo castaño oscuro dispuesto a escuchar

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N del A:

--Al escribir el nombre completo de cada uno he decidido seguir la fórmula japonesa que consiste en poner el apellido antes del nombre (Aunque con algunos estoy indecisa...) También tengo que destacar una cosa, parece ser que las mujeres tenían que tratar a los hombres con gran respeto, sobre todo si eran mayores que ellas u ostentaban un cargo importante, es por eso que lo normal era llamarles por su apellido, de modo que sólo usarían su nombre de pila en caso que ellos se lo permitieran expresamente (Por el carácter de Okita decidí que Tokio le llamara por el nombre en vez de Souji)

--Para escribir esta historia tuve que buscar información del Shinsengumi, y analizando varias cosas llegué a la conclusión de que Okita tenía más años en la realidad que en la obra de Watsuki, pero de todos modos preferí dejar la imagen del muchachito espadachín...

--Isami Kondou era, según las biografías que he leído sobre el Shinsengumi, el comandante de las tropas y uno de los miembros fundadores. Saldrá de nuevo más adelante

--Por cierto, estoy dando por supuesto que la guerra duró aproximadamente 5 años...