Pareja: Francis Bonnefoy / Jeanne d'Arc (Juana de Arco. La versión de Hetalia, por supuesto)
Advertencias: El amargo sabor de la añoranza.
Disclaimer: Ambos personajes son creación de Himaruya Hidekaz, no mía. Pero ya todos sabemos eso, ¿Verdad?
Es un treinta de mayo, y un hombre se halla frente a la gran cruz en medio de la Plaza del Viejo Mercado, en una ciudad al noroeste de Francia.
Como cada año, se presenta con un ramo de rosas; una única flor roja resalta con viveza en medio de pétalos blancos.
Al alzar la vista al cielo saca de su bolsillo un pequeño papel. Con su puño y letra, había dejado fluir un puñado de palabras de las cientas y miles estancadas en el fondo de su alma.
Hace menos de una hora bajo la débil luz del amanecer y aún abrazadora oscuridad de la noche, la tinta se había secado a medida que sus ojos se humedecían, y aquel mensaje va a parar ahora al ramo que dejó a los pies de la cruz.
Es su confesión de amor quinientos ochenta y uno. Confesión a la misma mujer.
"Yo me enamoré una vez.
No, muchas veces.
Pero sólo una de esas veces ha sido un amor puro.
Un amor más que puro, un amor trascendental.
Algo más allá de las caricias,
más allá incluso de las palabras.
Una sola mirada bastaba para congelar mi cuerpo y envolverlo en hielo ardiente;
hielo que quema y comprime el pecho hasta clavarse como una espina en el corazón.
No fue hasta 1429 en que finalmente pude entenderlo.
Amor.
Estaba enamorado de un ángel.
Un ángel de fuerza y belleza sin igual había sido enviado a mis brazos protegiendo mi destino,
y forjando así el suyo con fatídico e inevitable final.
Yo, Francis, me enamoré de un ángel.
Yo con largos veinticinco años, ella con cortos diecinueve.
Fue en ese instante en que la perdí.
La vi llamando a gritos a nuestra Omnipotencia, que con abrazadoras llamas la llevó de vuelta a su lado.
Yo. Francis. Con mis aún y malditos veinticinco años, clamo al Cielo el poder verla de nuevo.
Porque yo me enamoré de un ángel.
Y por ese amor muchas veces deseo acabar esta inmortalidad que se me ha impuesto;
pues si bien nací siglos atrás, para ella seguiré siendo el mismo hombre.
El mismo hombre, que como cualquier otro, desea fervientemente volver a los brazos de a quien ha amado."
Una lágrima sella su visita, y dedicando un beso amargo al aire y el recuerdo, aquel hombre vuelve a París.
