Si bien planteo en el futuro adentrarme en los Shinigami, he querido estrenar mis andaduras literarias en esta serie retratando al que es, sin duda, mi antagonista favorito de todos cuantos he conocido: Kazutaka Muraki.
Este fanfic no es sólo mi visión sobre su origen, sino un tratamiento acerca de su pasado, y de la misteriosa relación que mantiene con la persona a la que humanamente más unido está: Oriya.
Espero que lo disfrutéis
Capítulo 1: Alma de cristal
Kioto seguía conservando su magistral atmósfera de antigua capital de Japón. El Palacio Imperial, vetado durante siglos, encerraba tantos secretos como cualquiera de sus calles, casas e incluso habitantes.
El aire allá era distinto, cargado de hordas espirituales difícilmente explicables. La tradición parecía haberse olvidado del transcurso del tiempo, haciendo caso omiso a la oleada de modernidad que sin piedad llegaba desde Tokio.
Quizás por querer dar un paso hacia dicha nueva era, la familia Okihide, una de las más respetadas y con mayor peso histórico de la ciudad, había concertado el matrimonio de la menor de sus hijas con un prometedor joven de la caótica urbe.
Gemmei había sido educada en los estrictos parámetros de la alta sociedad. Muchacha célebre entre la aristocracia por su belleza sobrehumana, poseía un carácter apacible, y de sus irresistibles labios nunca salía una negativa dirigida a sus padres, mucho menos en lo concerniente al trazado de su futuro.
La boda se celebró en el templo que los Okihide regentaban. Ataviada con el pesado kimono ceremonial, pudo conocer a su marido durante el transcurso del evento. Reijiro era apuesto y formal, tal y como correspondía al representante de la siguiente generación de médicos del clan Muraki. Desde los años de la última Dinastía sus antepasados habían ejercido la medicina. Su abuelo así había hecho, su padre también, y sobre él caía la responsabilidad de legar el testigo a un futuro descendiente.
Pese a la frialdad de la ceremonia, fue un día feliz en el que la ilusión y los deseos de prosperidad envolvieron a los esposos, los cuáles marcharon a la mansión que en herencia a ella correspondía, donde fijaron su residencia.
Cuatro años habían transcurrido desde el casamiento, y el amor incondicional que Reijiro sentía hacia su mujer no había cambiado un ápice. Sin embargo, cada despertar era una tortura, pues la veía caer en un abismo del que no podía salvarla.
Deprimida, ella hacía uso de cuantas sustancias se encontraban a su alcance. Maestra en el milenario arte de la química, heredado directamente de las Geishas, sabía cómo obtener pócimas a base de ingredientes en teoría inofensivos. Según la dosis administrada y el propósito de la formulación, podía elaborar desde potentes afrodisíacos a mortales venenos que acabaran con toda una corte sin dejar restos delatores en los cuerpos.
Los alucinógenos eran su único consuelo para escapar a la presión a la que estaba sometida. Tanto por parte de su familia sanguínea como de la política, no hacían más que lloverle continuas represalias por no haberle dado un hijo a su marido.
Lo habían intentado incansablemente, recurriendo ella a cuantos remedios conocía, llegando incluso a rezarle a los espíritus en los templos erigidos a la fecundidad. Mas pocos quedaban en el selecto entorno del matrimonio que ignorasen la realidad: el interior de Gemmei estaba muerto, resultando imposible que pudiera concebir.
El médico trataba de buscar una salida durante las noches, cuando su agotadora jornada atendiendo a pacientes quedaba concluida. La trataba con la mayor de las delicadezas, y en cada ocasión que le resultaba posible, encontraba excusa para regalar una nueva pieza que su cónyugue pudiera añadir a la ya extensa colección: ella adoraba las muñecas de porcelana.
Niñas de fríos rostros inexpresivos y rasgos por siempre infantiles, ojos de cristal vacíos, largos y suaves rizos, vestidas con trajes cargados y barrocos de texturas aterciopeladas... Un tétrico y frágil ejército abarrotaba los aposentos, pero no era suficiente para apaciguar su dolor.
Aquella madrugada tomó la decisión. Era un campo de la ciencia prohibido, tabú para sus colegas de profesión y delicia para los excéntricos. Sería una deshonra al prestigio de su familia, por lo que lo llevaría en el más absoluto secreto.
Debía aprovecharse de su condición: disponía de fondos monetarios, un laboratorio privado y la compañía idónea. De entre todos los posibles candidatos a acompañarle en su arriesgada aventura, uno destacaba por el menosprecio general que despertaba. Las inverosímiles proposiciones del Doctor Satomi acerca de la clonación humana le habían parecido descabelladas en su día, propias de un recién licenciado ingenuo y sin mucho que perder. Pero ahora deseaba indagar en ellas; era más, le obligaría a que las pusiera en práctica junto a él.
La dejó dormir en el lecho marital tras haberla sedado y extraerle varias muestras de sangre y cabellos. En medio de la noche, Reijiro Muraki partió hacia su base secreta. Aunque le llevara una eternidad conseguirlo, no abandonaría hasta alcanzar el objetivo.
Le entregaría a su esposa la mejor de las muñecas que pudiera desear. Una que hablara, que creciera... Un hijo de carne y hueso.
La siniestra calma de aquel amplio sótano mantenía en alerta ante cualquier sonido delator. Añadido eso a la cantidad de cafeína ya ingerida, Satomi aguardaba en un continuo y tenso estado de vigilia. Sus hipótesis acerca de la posibilidad de crear órganos a base de células humanas eran más que alcanzables, pero el propósito por el que estaba allí le parecía una locura incluso a él.
La suma monetaria prometida era desproporcionada, tanto que le llevó a aceptar el acuerdo. Quizás sería la única ocasión de la que dispondría para demostrar a todo el gabinete que no era un fracasado.
La puerta metálica se abrió, haciendo que su corazón latiera tan fuerte que tuvo que llevarse la mano hasta el pecho para calmarlo. Únicamente iluminado por luces rojas debido al material fotosensible, la figura de su socio se dibujó entre la penumbra del pasillo.
- ¿Las tienes? - le preguntó, sudoroso e inquieto.
Éste agitó la pequeña probeta llena de líquido carmesí, y el envase esterilizado de plástico donde estaba depositado el mechón de rubios cabellos.
Sin más prolegómenos, Reijiro aplicó una correa en su brazo para retener la sangre a la altura del codo, perforándose una vena con la intención de obtener una muestra propia.
Se encontraban en plena Guerra Fría, y aunque la proximidad con la Unión Soviética no implicaba el embargo comercial, la nación estaba despegando del infierno nuclear, viviendo años de bonanza económica. Nadie en todo Japón, ni las Universidades principales, disponían de tanta tecnología como ellos.
Un telescopio de gigantescas proporciones fue activado, y tras analizar ambos líquidos vitales, el investigador en clonación respiró profundamente.
- La teoría es
básica, nadie la ha llevado antes a la práctica. Reconstruir en sus
mínimos una cadena genética podría llevar años, o siglos. Una vez
conseguida, no debería resultar complicado aplicar los datos de ambas
fuentes. - expuso.
- No tenemos años. Empieza, cuanto antes inicies
la investigación, antes acabarás. A cada día que pase iré reduciendo
tus honoríficos.
Satomi quiso protestar, pero la mirada determinante del Doctor le hizo saber que no era buena idea. Nadie le extrañaría, por lo que la perspectiva de pasar los siguientes meses de su vida allí, decenas de metros bajo la superficie, no era descartable.
(1) Nota: la Guerra Fría se produjo durante los años 60 entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Se la llama así porque a pesar de no haber enfrentamientos propiamente dichos, la tensión causada por la posibilidad de un ataque nuclear entre ambas potencias se manifestó a lo largo de toda la época.
En cuanto al término "infierno nuclear", hace referencia a la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki en 1945.
No supo cuánto tiempo podría seguir drogando a su esposa para extraerle más sangre a escondidas y evitar que ella hiciera preguntas molestas. Las venas de los brazos ya mostraban indicios evidentes de haber sido violadas en numerosas ocasiones, por lo que tenía que recurrir al cuello y las piernas. A cada robo, iba perdiendo la esperanza y su impotencia aumentaba, sin poder sofocarla.
Estaba harto de la sucesión de noches en las que obtenía un "negativo" en los resultados de las pruebas. Por más que Satomi asegurara que estaba descartando secuencias y que la correcta estaba cerca, su fe en el proyecto pendía de un hilo.
Pronto cumpliría los cuarenta años, y el temor a no seguir la tradición familiar postergando la vocación para la medicina empezaba a suponerle un serio trastorno mental. Aunque quisiese a una marchita Gemmei, se cuestionaba si realmente tenía que renunciar a su derecho y deseo de tener descendencia.
Muchas mujeres jóvenes parecían admirarle en los pasillos del hospital, o incluso en las consultas. Trataba en ocasiones de no prestar atención a sus insinuaciones, pero las provocadoras señales emitidas por una de sus pacientes más habituales habían prendido en él la llama de la duda.
Consultó la agenda varias veces a lo largo de la mañana. Dicha mujer acudiría a revisión por una antigua neumonía que finalmente había sido curada, mas solicitó un cambio para la última franja disponible. El Doctor era firme en el cumplimiento de horarios, llegaba en el minuto exacto, y abandonaba en igual pauta. Sin embargo, aquella tarde ante la incredulidad de su secretaria, había escogido esperar a la paciente para tratar su caso sin importar el que su jornada laboral hubiese acabado.
A esas horas, en el edificio sólo se hallaban los ingresados y los empleados en guardia nocturna. Estaba repasando visualmente la estructura ósea que le había acompañado desde su primer año de estudios, memorizando la prodigiosa arquitectura humana, cuando al fin la puerta fue tocada de forma sutil.
La hizo pasar, quedando ante él la joven. Debía estar en la media veintena, la edad límite para que una mujer soltera japonesa contrajera matrimonio sin ser mal vista socialmente. Llevaba un sencillo vestido que le cubría hasta las rodillas, todo ello de un color verde pálido que resaltaba la tonalidad lechosa de su piel.
No poseía la extraordinaria belleza de su esposa, mas a sus ojos tenía un fuerte poder de atracción. La joven no se resistió cuando el médico se abalanzó sobre ella, apartando de una pasada cuantos utensilios de escritura y exploración poblaban su escritorio, depositándola sobre la superficie sin delicadeza.
Con pasividad, permitió ser desnudada a bruscos pasos, no existiendo tiempo para preámbulos, iniciándose casi de forma automática el consabido coito. Aquella sumisión denotaba pasión por su parte; en cuanto al adúltero, sólo la esperanza de tener aunque fuera un hijo ilegítimo al que algún día reconocer pudo borrar el sentimiento de culpa que le invadió al gemir de placer sobre aquella desconocida.
- ¡Necesito más tiempo!
Muraki emitió un bramido desgarrador, haciendo que varios frascos de variado contenido se rompieran estrepitosamente al golpear con furia la mesa.
- ¡No hay más tiempo¡He destinado una fortuna a esto¿Qué has conseguido en este año¡Nada¡Quiero resultados, ya!
De la fusión de los genes de la pareja habían obtenido embriones débiles, los cuáles no habían sobrevivido más de una semana. Cuando la cadena de ADN parecía idónea, a los pocos días desarrollaban malformaciones, derivándose en cientos de problemas que provocaban la muerte de los fetos, cuyo crecimiento había sido modificado, aparentando el desarrollo propio de dos meses de gestación.
Todavía llevaba el perfume de la paciente impreso en el cuerpo, produciéndole náuseas. Debían ser las tres de la madrugada, y aquel laboratorio no era buen lugar para mitigar su desesperación.
- ¡Si mañana no tienes algo sostenible, lamentarás haber nacido! - le amenazó, agarrándole del cuello de la camisa, clavándole la mirada inyectada en sangre por la falta de sueño.
Furioso, cerró con clave los sendos portones metálicos que impedían la entrada no autorizada al laboratorio, y anduvo sin rumbo fijo por las callejuelas desiertas de Kioto hasta llegar a un hermoso descampado.
Sagano, cercado por misteriosos y frondosos árboles, era epicentro de multitud de leyendas y supersticiones que giraban en torno al lugar. Los cerezos en flor desplegaban su dulce aroma por los alrededores, y cientos de pétalos caían, siendo transportados por el viento. La luna llena reinaba en el cielo, bañando con su luz todo cuanto tocaba. Era un espectáculo formidable, y a la vez fantasmagórico.
Reijiro la miró absorto, cayendo sobre las rodillas, elevando su imploración al cielo.
- ¿Por qué me habéis traído la desgracia¿Por qué no me dais lo que deseo¿Obro mal en mis intenciones¡Dadme vuestro poder, dioses, dejadme crear una sola vida con la que hacerla de nuevo sonreír!
Desesperado, trataba de recuperar el ritmo respiratorio cuando un sofocante calor le rodeó. Se cubrió el rostro instintivamente al ver cómo le rodeaba una lengua de fuego. Quiso huir, pero se vio atrapado por todos lados.
Estaba demasiado asustado para atribuirlo a un engaño perceptivo; por ello, cuando un graznido sobrecogedor estuvo a punto de destrozarle los tímpanos, se entregó de lleno a la imagen sobrenatural del fénix que ante él se alzaba.
Sus labios se entreabrieron de puro asombro al constatar cómo aquella criatura le miraba con sus cuencas ardientes.
Acudiendo a su ruego, Suzaku hizo acto de presencia, algo prácticamente inaudito desde principios de los tiempos. Ella, la diosa de la madre naturaleza, era venerada y temida por traer destrucción. El fuego purificaba, reduciéndolo todo a cenizas de las que surgía un suelo fértil, originando nueva vida.
Si había abandonado su punto cardinal para atender a aquel humano, era porque sus ansias podrían ser cumplidas.
¿Tanto deseas lo que has pedido?
El médico asintió mientras temblaba. Esta dispuesto a todo, incluso a pactar con un ser divino, o producto de su imaginación, si era necesario.
Aquél que firma un trato con un dios, queda atado hasta el final. Dime ahora, mortal, si aún así jugarás con el fuego celestial del que me nutro.
Apretó los puños, manando de su garganta una rúbrica de palabras.
- ¡Acepto¡Dime qué es lo que quieres a cambio!
El ave se acercó hasta el límite, abrasando la superficie dérmica del médico. Las pupilas de éste se redujeron hasta conformar un mísero punto, quedando guardado el conjuro en lo más recóndito de su cerebro.
Te daré el don de crear. Antes de que el sol nazca, de tus manos brotará lo que anhelas, producto de ti y de esa mujer a la que dices amar. Pero en pago por la cesión habrás de entregarme... su alma...
El único satélite de la Tierra se tiñó de profundo rojo, acentuando los reflejos granate de las llamas.
El pacto se cumplirá. En luna de sangre crearás un niño sin espíritu con el que satisfacer tus ansias.
Gritó y gritó, presa del pavor y de la demente satisfacción. Para cuando recobró el sentido, los pétalos de cerezo seguían cayendo desde lo alto, el firmamento había recobrado su habitual aspecto, y no había rastro alguno de la súbita aparición. Sin embargo, Reijiro corrió y corrió, adentrándose en su caverna de metal.
Fuera de sí, echó violentamente a Satomi del puesto que ocupaba, tomando con una jeringuilla las últimas gotas de sangre proveniente de su interior y el de su mujer. Las mezcló, desplegándose una primitiva secuencia en la pantalla del rudimentario microscopio.
Como poseído por una fuerza demoníaca, sus movimientos se tornaron veloces y su mirada fiera. El científico relevado le miraba desde la baldosa sobre la que había caído, horrorizado por el dantesco espectáculo que ante sí tenía. Juró por unos segundos ver una silueta incendiaria bordeando la natural de Muraki.
Una fuerte explosión retumbó por todo el laboratorio, dejándoles a ambos bajo un cúmulo de cascotes y estanterías de aluminio derribadas. Para cuando consiguieron librarse de las mismas, el más joven de ambos doctores se dijo que estaba teniendo una pesadilla.
En el tanque central, lleno de líquido amniótico, había un embrión, cuyo tamaño creía proporcionalmente en cuestión de segundos. Unos minutos más tarde, su forma humana era palpable.
De una máquina salían impresos metros y metros de papel continuo con una secuencia genética. Tan rápida fue la transcripción que los fusibles del aparato no dieron abasto, brotando humo del mismo al estropearse.
Mas qué importaban los datos ahora... Ante ellos se erigía el cuerpo de un niño, aproximadamente en la constitución que tendría en el momento de un parto natural. Una enorme sonrisa apareció en el rostro del "padre", o donante de una parte de los genes, como preferían ellos denominarlo bajo nomenclatura rutinaria.
Sin atreverse a formular preguntas, Satomi se metió de lleno al trabajo, analizando con toda la efectividad que pudo reunir los patrones. El crecimiento se detuvo, estabilizándose. Mientras Reijiro daba vueltas una y otra vez alrededor del milagro fruto de su pacto, el socio pudo sacar una serie de conclusiones lógicas.
- A este paso, las constantes terminaran de establecerse en veinticuatro horas. Si todo sale según lo previsto, podremos intervenir en el código, programar sus genes según lo que desees.
Él asintió. Un niño sin alma debía ser perfecto para suplir la carencia. Su belleza debería ser extrema, rayando la perfección de Gemmei. Su conducta sería apacible, sin dejar espacio a demasiadas conjeturas. ¿Qué significaba el alma para un científico como él? Creía en cosas tangibles, como en una personalidad que residía en el tejido neuronal.
Menospreciando el precio pagado a Suzaku, deseó poder concluir el nacimiento y entregarle a su esposa, al fin, el esperado presente. Y entonces, sus problemas acabarían.
Había sido un día duro. O fructífero, según se preciase.
Tras tanto tiempo deseando tener descendencia, en cuestión de cinco horas había sabido que efectivamente era padre, por partida doble.
No había vuelto a saber nada de su paciente desde el lujurioso episodio vivido dos años atrás. Por ello, al recibir una llamada anónima que le citaba en el mirador más famoso de toda la ciudad, hizo especulaciones, resultando éstas correctas.
No le tomó pues por sorpresa el que la mujer le dijese que había dado a luz a un varón, y que esperaba manutención por su parte dado los penosos momentos económicos que estaba atravesando. Se había echo cargo del niño todo aquel tiempo, y si le había llamado era por lo desesperado de la situación, puesto que comprendía la posición social que el médico ocupaba y lo mucho que podría perjudicarle tener un vástago fuera de la unión conyugal.
Aceptó a cambio del secreto, siendo así como el pequeño Saki continuó bajo la total custodia de su madre.
En cuanto a la creación, no habían querido sacarle del estado de hibernación hasta quedar totalmente seguros de los buenos resultados. En aquel extensísimo periodo comprobaron cada combinación realizada, sopesando sus posibles efectos.
Finalmente, el gran momento llegó. Configurando la edad corporal en un año y medio, implantaron en su mente los posibles recuerdos que un humano de tan corta edad tendría en situaciones normales, fijando la imagen de Gemmei para que la reconociera como progenitora nada más verla.
Reijiro no era capaz de apartar los ojos de la mirada plateada de su hijo. Éste caminaba a su lado cogido de su mano, con los cabellos prácticamente albinos bien peinados y su piel suave como nieve virgen.
Antes de abandonar el laboratorio, hizo una última indicación a Satomi.
- Ya sabes lo que hacer. Inténtalo, repite el proceso. Quiero esa niña.
No tardaron demasiado en alcanzar la mansión de la familia. El pequeño no soltaba la mano a la que se aferraba mientras atravesaban aquel amplio pasillo a oscuras. En silencio, retiraron las puertas correderas que delimitaban la entrada al dormitorio principal. Allí, pudo ver de espaldas cómo una mujer peinaba su larga melena, de un color prácticamente idéntico al de la suya. La cascada de seda bajaba hasta la cintura, y mientras se acercaban a la misma, reparó en las decenas de muñecas que a lo lejos le miraban con sus diabólicos iris artificiales.
- Querida, hoy es una fecha para recordar. Aquí le tienes, como te prometí.
Ella dejó el cepillo sobre su tocador, dándose la vuelta lentamente.
El niño la miró. Era sumamente hermosa, su rostro fino parecía hecho de porcelana, curvándose los rojos labios en una sonrisa primero dulce... Luego extraña. De sus ojos brotó un brillo inexplicable.
Gemmei se sintió atacada por dos flancos: por uno, le llenaba de gozo recibir la muñeca más espectacular de todas cuanto había podido soñar. Por el otro, su orgullo femenino fue herido de muerte, al querer ser compensada de aquella forma su esterilidad.
Pero ninguno supo de sus sentimientos aquella noche. La esbelta mano, coronada por uñas a juego con el carmín, acarició la pequeña cabeza.
Cumpliendo con el ritual acostumbrado cada vez que le regalaba una nueva integrante de la colección, el médico le hizo la pregunta de rigor.
- ¿Cómo le llamarás?
Ella lo pensó unos instantes, para luego bautizar al pequeño ángel de plata que había caído sobre su regazo.
- Kazutaka.
Fue el primer contacto que Kazutaka Muraki tuvo con su propia identidad. Sin tener voto en aquella elección, pasó a ser la muñeca preferida de Gemmei.
Con todas sus consecuencias.
