Capítulo I

Revelaciones

Lucy había finalizado su séptimo y último año en Hogwarts y ahora iba junto a su hermana menor Alice, quien había terminado el sexto año, de regreso a casa en el expreso del colegio. Acababa de pasar el carrito de la comida cuando retomaron el tema que venían explotando desde que se montaron en el tren. Lucy le iba explicando cómo eran los ÉXTASIS del último año, cuando de pronto Alice cambió la conversación de golpe.

—Frank me ha pedido que sea su novia— dijo de forma atropellada, cosa que su hermana tardó unos segundos en asimilar, luego sonrió y le contestó eufórica.

—¡No lo puedo creer! —exclamó—. ¿Y qué le respondiste? Porque le respondiste algo ¿verdad? —inquirió sorprendida, a lo que Alice bajo la cabeza.

—No le respondí nada —murmuró apenada—. Le he pedido tiempo hasta el próximo curso. O si es posible, antes que nos bajemos del tren.

—¿Y ya tienes la respuesta? —Quiso saber Lucy entusiasmada.

—Creo que le diré que no… —Respondió algo triste.

—¡¿Te has vuelto loca? Toda la vida te ha gustado, ¿y le vas a decir que no? La verdad no te comprendo —Comentó Lucy mirando a su hermana como si le faltara algo a su cabeza, ese algo que te hace desear ser feliz.

—Lo que pasa es que… no creo que sea lo… suficiente… ¡Él es tan inteligente! y todo lo que hace le sale bien y aun así le queda tiempo para estar conmigo —Argumentó Alice con tristeza.

—Bueno, nadie como Sirius, es… ¡Simplemente espectacular! —sentenció Lucy con picardía.

—...en cambio yo soy tan torpe, olvidadiza y distraída. Jamás haríamos una buena pareja —dijo como si eso zanjara el asunto.

—No seas tonta. Primero, tú no eres así, tienes cualidades y dones muy buenos que yo jamás lograría tener, y segundo, por si no te has dado cuenta, ustedes están hechos el uno para el otro —La contradijo con seriedad. Alice no respondió nada y prefirió comerse las grageas multisabores que acababan de comprar, como buscando una excusa para no seguir la conversación.

El viaje culminó en silencio y al llegar a la estación King Cross tomaron un taxi muggle hacia su casa, en una pradera llamada Marie-Pride, allí las esperaba su madre, Julieth ansiosa por volver a verlas.

Era una calurosa tarde de verano mientras Julieth preparaba el té. Lucy y Alice jugaban snaps explosivos esperando la presencia de su madre. Todo iba bien hasta que una repentina explosión llamó la atención de las tres mujeres.

—¿Qué ha sido eso? —Preguntó Julieth preocupada—. ¡Alice, no me digas que otra vez hiciste algo desastroso con los snaps!

—No, madre, La explosión ha sonado afuera, no he sido… —Pero otra explosión calló sus palabras. Julieth pasó corriendo hacia la puerta principal y se asomó hacia la calle, sus hijas la imitaron.

Una oleada de mortífagos encapuchados se divertía lanzando maldiciones y haciendo explotar las casas. La madre de las chicas se dio la vuelta para dirigirse a ellas.

—Vayan arriba y no bajen, yo podré con esto —ordenó.

Ambas corrieron hacia las escaleras, pero no subieron, sólo se quedaron al pié del último escalón atentas a cualquier novedad.

Julieth sacó su varita y se puso en posición de defensa. Esperaron expectantes, pasaron los minutos y las explosiones siguieron hasta que quedó sólo una casa en pié: La de ellas. El suspenso abrumaba a la pequeña familia, pero ellas no iban a desobedecer a su madre. Aún no. La mujer se dio vuelta para informarles algo a sus hijas, pero sus palabras quedaron ahogadas por un golpe sordo de la puerta al caer al suelo, Julieth se dio la vuelta de forma automática y el momento, o mejor dicho, el hombre que tanto había esperado había llegado.

Voldemort estaba recostado en el umbral de la puerta cruzado de brazos, en la mano derecha sostenía la varita, el mago miraba a la mujer con rencor y sonreía con malicia.

—Julie, Julie, Julie… —canturreó negando con la cabeza— ¿Por qué no me habías dicho del fruto de nuestra relación?

—N-no... No sé de qué hablas… —Dijo Julieth balbuceando gracias a su notable nerviosismo.

Voldemort se le acercó con furia, pero antes de que pudiera tocarle un solo pelo a la bruja, Alice salió en su defensa.

—¡No se atreva a hacernos daño! —Gritó con una corta oleada de valentía—. ¡Aléjese! Sabemos defendernos.

—Oh, pero si yo ni siquiera tuve que buscarte, tu viniste a mí —dijo Voldemort abriendo los brazos como en recibimiento de un gran amigo que no veía en años—. Digna hija mía.

Las últimas palabras dejaron helada a Alice, no sabía exactamente qué estaba pasando. Hace unos segundos pensaba en las mil y unas razones para que Voldemort deseara hablar con su madre. No podía ser, ella, la hija del mago más tenebroso de todos los tiempos.

—Mamá, ¿es cierto que yo soy la hija de este mald…? —Alice fue interrumpida por su madre.

—¡Por supuesto que no! Ni se te ocurra pensarlo —Los ojos de Julieth lucían desorbitados, parecía que los nervios la iban a hacer estallar en un llanto incesable.

—No lo niegues. Tanto tú como yo sabemos que la adolescente que está parada allí es nuestra hija y voy a llevármela quieras o no —Declaró en tono amenazador.

—Mi madre dice la verdad —Lucy se había armado de valor, ahora se encontraba junto a su hermana y hablaba de forma muy seria—. Yo soy Lucy Riddle, la hija que usted tanto busca —Dijo dirigiéndose al mago oscuro. Ella decía la verdad y Voldemort lo supo tan sólo con verla a los ojos, aunque ella apartó rápidamente la mirada, pues no le gustaba esa sensación de que le estuvieran revisando hasta lo más profundo de la mente. La verdad es que sentía repulsión al saber que por sus venas corría la sangre de Tom Riddle, el día que su madre se lo había contado había llegado a sentir asco de sí misma, pero no podía evitar lo inevitable, aunque sí podía hacer algo por el futuro de su familia.

—Entonces eres tú —Dijo sonriendo—. Ven conmigo, hija.

—¡Lucy, no! —Suplicó su madre extendiéndole la mano —Te está engatusando… él te hará sufrir… igual que a mí…

—No seas estúpida, Julieth. Ella vendrá conmigo, porque soy su padre. ¿Cierto, Lucy? —Voldemort sonreía satisfecho de que las cosas hayan salido tan fáciles.

—No, Lucy no… Eso sólo sería sobre mi cadáver —Lo retó acercándose al mago.

—¡Mamá, no! —gritó Lucy, pero ya era muy tarde.

—Bien, Julie, como tú digas —Dijo en tono complaciente. Levantó rápidamente su varita y con un estallido un rayo de luz verde salió directo al pecho de la bruja. Hubo un leve suspenso. Una expresión de profundo miedo. Tres, y ahora dos corazones latiendo fuertemente.

Ambas chicas estaban congeladas. El dolor, la desesperación y el odio eran sentimientos que se arremolinaban en el corazón y la mente de Lucy. Julieth cayó con un golpe suave sobre la blanca alfombra de la sala de estar. En ese momento, fue como si el tiempo se hubiera congelado.

—¡Mamá! —La voz de Alice fue lo primero que se oyó en la habitación. Gruesas lágrimas corrían por sus mejillas mientras se agachaba junto a su madre y posaba la cabeza de su madre sobre el regazo de sus piernas. Lucy tenía miedo, pues sabía que esa muerte no era lo único que había venido a buscar Voldemort. Él la querría a ella.

Mientras Alice lloraba, el mago tenebroso celebró su triunfo soltando grades carcajadas de gloria, como si lo que acabara de hacer fuera de lo más gracioso.

—Con esto tengo mi penúltimo Horrocrux —Confesó sacando de su bolsillo un guardapelo y colocándolo frente a él. Pronunció unas palabras confusas en voz baja apuntándose al pecho con la varita.

Las hermanas voltearon hacia otro lado, siendo conscientes de lo perturbador que podría ser observar tal acto de magia oscura. Alice estaba aterrorizada, nunca había pensado que llegaría a presenciar aquel ritual tan siniestro. Sollozaba llena de terror y se aferraba a la túnica de su hermana como si su vida dependiera de ello.

Todo esto lleno a Lucy de amargura y cólera. Sólo deseaba vengarse. Levantó su varita, las manos le temblaban.

—¡Maldito! ¡CRUCIO! —Exclamó, pero sólo fueron chispas lo que salió de su varita. Quería hacerlo sufrir lo más posible, pero no pudo.

—No, no, hija. Yo te enseñaré cómo se hace —Apuntó rápidamente con la varita y gritó—: ¡Crucio!

Allí mismo donde estaba, Alice comenzó a chillar y a retorcerse, en la misma alfombra blanca, junto al cuerpo de su madre. Al parecer, Voldemort lo disfrutaba con ello, pues no se detenía, mientras una gran sonrisa y destellos rojos se dibujaban en sus ojos.

Lucy tenía que hacer algo, sin encontrar otra forma de contra atacarlo decidió embestirlo.

—Déjala —ordenó al mismo tiempo que lo empujaba con todas sus fuerzas y lograba ponerle fin al hechizo.

—Gracias —Susurró Alice, quien yacía jadeante, arrodillada y sosteniéndose con las manos para no caer de bruces.

—Valiente, muy valiente —Musitó con amargura—. Al fin y al cabo, yo me encargaré de que esta no sea la última vez que tu hermanita sea torturada —El mago miró su reloj de bolsillo y frunció el ceño—. Tenemos que irnos —Indicó a Lucy, dando por entendido que de todas formas él no se iría sin ella.

—Espera un momento. Alice, te escribí una carta de despedida —Se volteó hacia su hermana y sacó un pergamino del bolsillo de su túnica y se lo entregó en sus manos. Luego, Lucy caminó junto a su padre y ambos siguieron caminando hacia las afueras de la pradera. Alice contempló a su hermana con lágrimas en los ojos. No comprendía nada, de un momento a otro su pueblo había sido destrozado, su madre había sido asesinada y su hermana… había resultado ser la hija de Lord Voldemort.

Alice Lloró durante un largo rato sentada en una de las butacas de la sala, tenía miedo de abrir la carta de su hermana, pero aun así, se atrevió a hacerlo.

Querida Alice:

Sé que debes estar muy molesta por todo lo que está pasando, esta mañana cuando me desperté sentí una horrible sensación y si estás leyendo esto es porque ha llegado el momento de la revelación y Voldemort ha venido por mí, tal como mamá siempre me dijo que pasaría. Si ella está viva, llévala contigo al refugio queusábamos de niñas para jugar fuera del alcance de ella. Allí nosencontraremos, te lo prometo.

Con amor, Lucy

Lucy caminó junto a Voldemort y un par de mortífagos hasta llegar a un lugar alejado de miradas a las afueras del poblado, Voldemort hizo una seña a los hombres y ambos tomaron a la chica por los brazos y luego desaparecieron, ella cerró los ojos con fuerza, pues aún no se acostumbraba a aquella sensación.

Al abrir los ojos notó que se encontraba en un lugar que parecía estar abandonada desde hace mucho, los mortífagos la dejaron caer sobre la vieja y empolvada cama y luego salieron de la recámara cerrándola por fuera. Lucy se incorporó, estaba encerrada, pero al menos conservaba su varita, pasaron unos minutos hasta que escuchó voces otra vez aproximándose, guardó su única arma en el bolsillo trasero de su pantalón muggle. La puerta se abrió, era un mortífago.

—No lo puedo creer, Bellatrix Black —Conocía a la chica de Hogwarts, había estudiado con ella, era una Slytherin malvada que disfrutaba haciendo sufrir a las personas con las que no se la llevaba, "sus enemigos".

—¡Expelliarmus! —Gritó, haciendo que la única esperanza de Lucy saliera volando por los aires y luego con un "Accio" atrajo la varita hacia sí—. No es nada personal, Riddle. O mejor dicho, sí. ¡Te odio! —exclamó con demencia y luego salió riendo a carcajadas y cerrando la puerta tras sí.

Lucy no podía creer lo que acababan de ver sus ojos, aunque después de todo lo ocurrido, ya nada podía sorprenderla. Estaba molesta, se asomó por la ventana, su hermana estaba sola en una cueva subterránea, su madre estaba muerta y ella estaba prácticamente secuestrada. Golpeó con fuerza el vidrio de la ventana, lo hizo una y otra vez durante todo el día hasta que oscureció y su mano ya no pudo más. Pasó la noche llorando parada en la ventana, no sabía cómo iba a escapar de esta. Caminó hasta la puerta y tomó la perilla para intentar abrirla, sabía que era un acto inútil, pero fue lo único que se le ocurrió, lo que no esperaba era que la puerta se abriera como si nada. Se quedó unos minutos allí parada frente al pasillo, al parecer Bellatrix durante su frenetismo se olvidó pasarle el seguro a la puerta.

«¿Qué esperas? ¡Corre!» resonó una voz muy parecida a la de su madre en su cabeza. Ella echó un vistazo a su alrededor, no había nadie, sin pensarlo más corrió a través del pasillo y bajó las escaleras en silencio, estaba a punto de abrir la puerta que daba a la calle cuando la voz de su padre habló tras ella.

—¿Piensas dejarme? —Lucy se dio de vuelta y notó que el hombre estaba sentado frente a la chimenea, que en esos momentos estaba apagada—. Nadie deja a Lord Voldemort —Declaró con severidad.

—Yo no voy a dejarlo —Respondió ella—. Porque nunca estuve con usted.

Voldemort se levantó de su asiento con la varita en alto.

—¿Pasa algo, Tommy? —Preguntó una voz risueña. Bellatrix había irrumpido en el momento preciso. Voldemort se dio de vuelta.

—¡Que no me llames así, niña! —Exclamó con furia caminando hacia ella.

—Lo siento, mi… —era el momento de largarse.

¡Puff!

El mago miró hacia la puerta de salida.

—¡Idiota, Lucy se ha ido!