Está en el muelle, en las orillas del lago, donde Ahiru ahora vivía. Nadando, ya no caminando. Graznando, ya no hablando. Aleteando, ya no bailando.

Actualmente Ahiru es un pato, cuando antes era únicamente patosa.

Fakir iba ahí, a observarla, a visitarla. Se sienta allí y escribe, deja su corazón en cada palabra, su alma, pero parece que no es suficiente. Nada da el resultado que quiere, arruga la hoja y vuelve a comenzar. No quiere ese final, se niega a que todo termine de esa manera, así que trata de crear uno, donde Ahiru vuelva a ser humana.

Solo quiere lograr eso, quiere rozar su piel y no sus plumas.

¿Cuantos amaneceres lo vio así con un pato? ¿Atardeceres?

Haga lo que haga, nada se cumplía. Su historia no se estaba volviendo realidad. Ahiru no se estaba convirtiendo en humana, la misma que siempre lo apoya, siempre está cerca de él. La alimenta, la acaricia con ternura. Ella grazna en señal de apoyo, eso le da fuerzas en los días en que siente que nada tiene significado.

Era muy pronto para rendirse, pero está harto.

Hay muchos papeles a su alrededor, demasiados errores en su escritura, tacha, borra. Nada es bueno, nada está bien. Ahiru vuelve a graznar, en un intento de animarlo porque nota su ceño fruncido, su enojo contenido, pero él está molesto y su sonido solo lo enoja más.

Porque no la entiende y a pesar de que escriba que lo hace, no se cumple. Aunque trata de comprender cada gesto y cada mirada, algunas veces no sabe si es correcto lo que interpreta.

—¡Cierra el pico! —grita, ya no aguanta.

Arroja el cuaderno en el cual tantas historias fallidas habían escrito.

Sin ningún buen resultado.

Ella baja la cabeza tristemente, él se pone peor por haberla herido, pero el también lo estaba. ¿Por qué no podía lograrlo? Sabía que ella no tenía la culpa, es más sabia que lo estaba apoyando, pero después de tanto tiempo ya no quería escuchar su graznido, quería oír su voz, su efusiva y estrepitosa voz.

Sus ojos color como el cielo, lo miran dolorosamente. No pronuncia nada y retrocede cuando se acerca. La había asustado, se agacha y estira la mano, ella se acerca y sube.

—Lo siento—se disculpa—. Pero quiero tanto entenderte —Sus dientes se aprestan—. Quiero que vuelvas a ser humana —expresan sus ojos aceituna, le acaricia la cabeza, las suaves plumas que tiene. Ahiru con su cabeza, choca una y otra vez su palma, le devuelve el gesto, en tono cariñoso.

Y a pesar de que Fakir está furioso consigo mismo, de no poder conseguirlo y teme que haga lo que haga. Escriba lo que escriba nada tenga un satisfactorio resultado. Ese sentimiento se apacigua al estar al lado de ella, al recordar porque empezó a hacer esto, por con tanto afán y esmero escribía cada día.

—Ya estoy bien—se permite sonreír.

Y ella grazna porque está mejor, luego se tapa con sus alas el pico con la boca al creer que va a volver a gritar. Fakir no hace nada como eso, solo sonríe suavemente, ya que pato o humana, Ahiru era un libro abierto y lo seguiría leyendo, seguiría escribiendo.

Porque debía tener fe, esperanza. Algún día se volvería realidad su deseo, aun no podría rendirse si anhelaba un futuro a su lado.