Editar es el primer paso para retomar un proyecto ¿verdad? Además, necesito ponerme al corriente para despertar las viejas ideas y reacomodar la historia.
Lamento la ausencia y el haber iniciado otros fics en lugar de continuar los existentes. Últimamente, las cosas se han puesto de cabeza para mí y estoy lidiando con ello. No ha sido la cosa más fácil del mundo pero, tampoco es que fuera a matarme.
Espero que la edición quede decente.
Arthur's POV
Otro estúpido día en el trabajo, otro más en el que termino preguntándome con más frecuencia de la habitual por qué mierda sigo aquí, pero la respuesta llega mucho antes de lo que me gustaría aceptar: tengo una deuda pendiente y, como el caballero que soy (¿habría otra razón?), la pagaré; además, es el único empleo al que pude ingresar sin que la reputación de mi familia abogara por mí.
Si puedo ser sincero, me costó declinar a la oportunidad de continuar la empresa familiar; es decir, era demasiado tentador estar a la cabeza de una multinacional ya formada pero necesitaba más... aunque, dadas las cosas ahora, tampoco tengo la desfachatez de poder negar que mi situación actual no resulte bastante masoquista. Eso de iniciar tu propia carrera individual cuando tu apellido está en el nombre de una empresa que se posiciona como lo más cercano a un Imperio comercial en todo el Reino Unido es bastante difícil, por lo que quedarme en Bretaña hubiera resultado en un completo estancamiento. Vea por donde lo vea, la respuesta era obvia así que, sin darle muchas vueltas, tomé el primer vuelo que encontré disponible a América pensando en todas las veces que había oído tanto hablar del famoso Sueño Americano mientras me decía "¿Por qué no?" con unas cuantas maletas, unos dólares en el bolsillo (ahorros de toda una vida) y la ilusión de todo hombre joven que se siente capaz de comerse al mundo...
Grave error.
Comenzar como el chico del McDonald's debió haber sido el augurio de mi futuro aquí pero decidí ignorarlo. Me dije "Los estudios de Derecho no se pagan solos" y recordé que no había sido un problema cuando cursé la carrera de Literatura Inglesa en Oxford. Las cosas eran completamente distintas ahora y, teniendo ya un título, me sentí enormemente tentado de presentar mi CV a cuanta casa editora viera pero... Dios, encontrar un empleo en mi campo resultaba casi imposible ¿Quién no conocía a la Editorial Kirkland? muy aparte de que sólo sería cuestión de horas (o minutos, porque ese hombre era el Diablo con esmoquin) para que el Presidente Ejecutivo, mi adorado hermano Alistair Scott, se enterara en donde había llegado a parar.
¿Qué puedo decir? Una carta llena de insultos y promesas que ni siquiera estaba seguro de si podía cumplir no podía haber sido una buena forma de decirle que me largaba de casa, sin más. Como sea, decidí postular a una beca aferrándome a la esperanza de no recurrir al ya casi extinto fondo que había juntado durante años para cuando me emancipara pero era sencillamente imposible y terminé afrontando la realidad de golpe.
Y sí, soñar resulta tan fácil y sencillo que podría significar un crimen atroz a largo plazo.
Tras duros años de oler frituras hasta el hastío y llenos de una desgracia en lo que respecta a hábitos de sueño, me gradué como el primero en mi clase. Pensar que el sólo hecho de ser el mejor del curso me iba a abrir puertas en el campo laboral se había convertido en mi segundo grave error ¿por qué? Porque el día que tuve el Título en la mano fui a decirle al idiota de mi jefe, al gerente y a los demás empleados lo mediocres que eran y decir toda la porquería de ellos que me guardé por años. No entraré en detalles sobre los resultados, basta decir que, si valoro mi futuro laboral, no lo pondría como una referencia a la cual consultar.
Recién graduado y recién desempleado, además de adjudicarme el título del Rey de los Patanes por la escenita que me acaba de montar.
¿Qué rayos tenia en la cabeza?
El fin de mes llegó mucho más rápido de lo que siquiera puede prever así que, con un nuevo título bajo el brazo, repartí mi CV por cuanta plaza de trabajo veía y, mientras paseaba a duras penas a los ocho perros de los vecinos de mi edificio, recibí la llamada que puso fin a mis días de cuidador de perros improvisado. Volví a mi apartamento, me puse el traje más formal que tenia y salí a por el primer taxi que encontrara, rumbo a la Jones Company,
El resto es historia.
Frederick Jones, el Gerente General, se convirtió en un padre para mi. Nos conocimos en la entrevista pero ¿qué iba a saber yo que ese viejo bonachón que me entrevistó, de sonrisa contagiosa y con esos ojos azules cargados de juventud eterna, resultara ser el dueño del edificio donde me encontraba y no era un simple oficinista de Recursos Humanos? Hablamos largo y tendido de nuestras perspectivas de la vida, nuestras pasiones y nuestras futuras metas personales y reconozco que, a pesar de no gustarme hablar de temas tan privados, me estaba agradando bastante la conversación. Para cuando llegamos a la razón de mi presencia en la compañía, me fue inevitable darle un giro un poco más serio a la plática, cosa que no pareció compartir mi entrevistador.
— Bien, Arthur —esbozó una sonrisa, como si no fuera algo importante de lo que estuviéramos hablando.—, comienzas mañana... u hoy mismo, si así lo prefieres. Tu oficina estará en el mismo piso del despacho del Gerente General. —mis ojos se abrieron de par en par mientras digería lo que acababa de oír.
Jones se levantó, aún divertido, dirigiéndome una mirada cargada de una ligera confusión, como si no comprendiera por qué mi cuerpo había optado por no moverse ni un milímetro.
— Sígueme —repuso de inmediato, haciendo que espabilara y me pusiera de pie bruscamente.— , echaremos un vistazo
— Eso... ¿eso es todo? —tartamudeé sin estar seguro de qué más decir.— No... ¿no necesito la aprobación del Gerente General?— Apreté el folio que contenía mis documentos, apelando a no dejarme llevar por la bonita promesa de un empleo así de fácil.
Esperaba la trampa a todo el asuntillo, o las cámaras escondidas de cualquier ridículo programa de televisión que tanto abundaba en las cadenas de señal abierta.
El viejo rió un poco con un aire comprensivo.
— La tienes. Ahora... —me dio la espalda, como si con él no fuera la cosa.— hay un montón de cosas por hacer, niño. —empezó a caminar en dirección a la puerta al momento en que mis piernas, por puro instinto, empezaron a seguirle el paso.
— ¿Eh? ¿Pero cuando...?
El hombre se detuvo, obligándome a frenar a unos cuantos pasos tras suyo. Giró el rostro hacia un lado, lo suficiente como para dejarse oír y ver parte de su rostro.
— Oh, lo siento, muchacho. —pude escucharle reprimir una risa.— Soy Frederick Jones, el dueño de esta empresa. —sonrió inocentemente, como si fuera la verdad más obvia del mundo.—¿Ahora si nos vamos? —dicho esto, retomó su camino mientras yo parpadeaba aún, incrédulo.
Ni siquiera supe cómo salí del pequeño trance en el que estaba.
— S-sí. —la voz me salió en un hilo.— S-sí, seño-señor... —reanudé el paso hasta alcanzarle, sin saber qué decir. Mi rostro ardía y me obligué a mirar mis propios pies, sintiéndome completamente ridículo por haber iniciado mi primer día de forma tan estúpido.
Bien hecho, Kirkland.
— Sólo Jones. —interrumpió el hilo de mis pensamientos haciéndome levantar la cabeza por acto reflejo.— Por el amor de Dios, ya sé que estoy viejo pero no me lo recuerdes.
— Lo siento, seño- —me mordí la lengua antes de darme un golpe en la cara mentalmente.
El Gerente General rodó los ojos.
— En serio, a tu edad, era mucho más rápido. —rió mientras me miraba por el rabillo del ojo.—
No hagas que me arrepienta de haberte contratado, Arthur
— N-no lo hará... Jones.
Atravesamos el pasillo del salón hasta el ascensor, el mismo que abordamos para subir hasta la última planta. A nuestro paso, pude notar que era querido y respetado por sus empleados, había confianza y un ambiente bastante casual para ser una oficina. Una vez llegamos y me presentó el ambiente donde iba laborar, se sentó en la silla giratoria de mi nuevo escritorio, mirándome fijamente.
— Ahora, Arthur, dime. ¿Que es lo que trae a un británico de buena formación, proveniente de una de las familias más poderosas del Reino Unido a esta humilde empresa en los Estados Unidos de América? —podía sentir perfectamente el escrutinio en mí mientras mi cabeza intentaba reaccionar ante semejante situación.
Me congelé, no esperaba esa pregunta.
— Chico, seré viejo pero aun sigo en mis cinco sentidos. —prosiguió.— Ese apellido que traes no es tan común que digamos.
¿Qué se supone que iba a decirle? "Oh, no, que va. Hay un montón de gente apellidada Kirkland por todo el Reino Unido, saludándote a cada esquina, tanto que empiezas a preguntarte si todos los países que conforman la Unión está formada por hermanos"
Tragué saliva, mirándolo con recelo.
— Yo... —un suspiro escapó de mis labios a la par que cerraba los ojos. Ya estaba contratado ¿podía acaso mentirle? No podía arriesgarme a perder este trabajo, no con la situación en la que estoy.— Quiero hacerme de un nombre propio, quiero alcanzar mis propios méritos. —empezaba a dudar si explicarme fuera una buena idea.— Necesito demostrarle al mundo y a mi mismo que soy lo suficientemente bueno para llegar hasta ese punto por mi propia cuenta. Ahora, entiendo que crea que es una artimaña para sabotear su empresa o algo por el estilo pero no es así. De todas formas, entiendo también el puesto que me ofreció así que, no se moleste en decírmelo. —me di media vuelta pensando en lo imbécil que había sido al creer en algo que era demasiado bueno para ser verdad.
Cerré los ojos pensando en mi orgullo herido mientras mis puños se cerraban con fuerza maldiciendo la influencia que mi familia podía tener incluso atravesando el Atlántico.
Una risa estruendosa resonó en la habitación.
— ¿Quién dijo que me retractaría? —podía sentir las rueditas de la silla sobre el suelo de cerámica, cambiadas por los pasos en mi dirección y, posteriormente, la mano sobre mi hombro. Atiné a abrir los ojos y girar el rostro hacia el anciano.— Tómate la tarde libre. Te espero mañana a las ocho en punto ¿bien?
Rió entre dientes antes de ir hacia la puerta, dejándome solo en la oficina en la que trabajaría de ahora en adelante. Parpadeé unas cuantas veces procesando todo, pensando en que mi nuevo jefe era un jodido demente... pero era mil veces mejor que estar sin empleo, o pasear perros. No había mucho que pensar, si lo ponías así.
Mi primer día como Asesor Legal fue bastante sencillo, de hecho. Aparecí a las siete, con un poco de tiempo para poder instalar lo básico y poder trabajar sin problemas durante el día. Mi meta del día había sido familiarizarme con el personal y el ambiente, cosa que consideré cumplida al final de la jornada. El asistente del Gerente hacia las cosas un poco más fáciles aunque era bastante reservado y formal, mucho más que yo, incluso. Kiku Honda, un japonés que había inmigrado por cuestiones académicas y terminó en ese puesto por sus habilidades... era agradable tener a alguien así cerca, aunque debo decir que a veces lograba estresarme la formalidad japonesa. También conocí a Francis Bonnefoy y supe que, siguiendo el arquetipo, en ninguna oficina podía faltar el payaso cara de rana ¿no? Y mira que el franchute hace honor a todos y cada uno de los estereotipos de su gente... desde que lo vi, supe que iba a ser un completo fastidio pero ¿sabes? no pienso sufrir solo. Si caigo, caerá conmigo.
Las semanas siguientes pasaron muy rápido. Había memorizado el organigrama interno, los puntos de acceso y tenia en mi cabeza el plano de las instalaciones para evitar perderme y poder movilizarme a cualquier parte sin problemas. El asunto en sí es que nunca se me ha dado por profundizar una relación de trabajo y sí, me llevaba neutralmente con mis compañeros de trabajo y podía realizar un proyecto con cualquiera y hasta salir o ir por unos tragos, pero no más de eso. La única excepción era Jones, quien terminaba siempre hablándome como si nos conociéramos de años y siempre me llamaba por mi nombre; según él, era su forma de demostrarme que valoraba a Arthur, el trabajador de su empresa yno al menor de los hermanos de la Multinacional Kirkland.
Como sea, le había atinado y no me sentía capaz de hacerlo a un lado. Era... algo que siempre me hizo sentir cómodo y por lo que siempre me sentí agradecido.
Si bien Jones y yo teníamos una amistad, nada de esto contaba en el trabajo. Trabajé duro para demostrarle que no se había equivocado al contratarme, escalé puestos a base de mi esfuerzo hasta lograr posicionarme como uno de los Jefes de Departamento y mano derecha de Jones. El tipo era bueno pero, maldita sea, siempre iba un par de pasos delante mío. Lo admiraba y lo respetaba... pero en verdad se ganó mi infinita gratitud cuando le negó a Alistair el capricho de pedir mi puesto a cambio de no competir contra la compañía.
La presencia de mi hermano allí, frente a mí, pidiendo mi renuncia había sido el colmo. Hubiese entendido el quedar despedido y no hubiera ni alegado ante la situación... pero no fue necesario. Jones se puso de pie y, con el casi nulo sentido del juicio, hecho a Scott de la oficina y del edificio entero.
Fueron tiempos difíciles pero estaba en deuda, me sobre exigí y puedo decir que, al final, el trabajo de mi Departamento fue decisivo para ganarle la guerra sucia a la Editorial Kirkland. Hubiera dado muchas cosas por ver la cara de mi estúpido hermano mayor tan roja por la ira, como su cabello...
Tal vez eso hizo que nuestra amistad se estrechara aún más y fuera más dolorosa la época en la que tuve que decirle adiós.
Los años pasaron y lo inevitable llegó. La noticia de la muerte de Frederick Jones tomó por sorpresa al personal entero. Muchos le lloraron y vistieron de negro guardando luto, incluyéndome, la empresa se paralizó por completo por el duelo mientras una pregunta iba cobrando fuerza entre los empleados
¿Quién tomaría el mando de la Jones Company?
Se vocearon los nombres de los Jefes de Departamentos -entre ellos, el de Bonnefoy y el mío- y el del propio Asistente Personal... pero la conmoción llegó cuando el hijo del Jefe, recién graduado en Ingeniería en algo y sin experiencia alguna en las finanzas o en el campo laboral, tomó el puesto de Gerente General yendo en contra de las recomendaciones de todos los accionistas minoritarios de la Empresa, dejando una inmensa incertidumbre en cada uno de los trabajadores.
Y es así que, en términos generales, inició mi infierno personal.
