Francia 1791

Dentro de mi escondrijo, intento conciliar el sueño, pero no es sino de madrugada y escucho como mi mentor nos llama a los presentes aquí, nunca hay un momento en el que se pueda estar en calma, pues todo es un constante frenesí de muertes en estos tiempos... Compruebo que mi hoja oculta está en condiciones, ayer tuve un mal enfrentamiento con uno de mis compañeros, dijo que no merecía ser asesina porque era muy orgullosa. De una forma u otra eso ya no importa, nuestro mentor acaba de llegar, y eso significa que se empezará la ceremonia de mi ascenso a verdadera asesina.

Oigo como mi mentor pronuncia mi nombre, varios de mis compañeros sienten orgullo por mi logro, otros simplemente indiferencia. Christophe, el mentor de esta zona me obsequia de las ropas de asesino blancas, y en un momento en mi estancia mientras los demás se preparan para presenciar la ceremonia, yo empiezo a vestirlas hasta quedarme satisfecha con el resultado. Una vez lista, salgo a la sala de ceremonias y empiezo a dirigirme hacia el altar del final de la sala.

- Laa shay'a waqi'un moutlaq bale kouloun moumkine -comienza en un idioma antiguo para luego proseguir- la sabiduría de nuestro credo se revela en estas palabras, actuamos en las sombras para servir a la luz, somos asesinos -coge las tenazas a fuego que están en las brasas y con cuidado las pone alrededor de mi dedo anular, aprieto la mandíbula mostrándome inexpresiva antes los demás- Nada es verdad, todo está permitido.

Termina diciendo, así como dejando la herramienta en su sitio, ambos, mentor y yo nos vamos a lo alto de nuestra guarida, donde me espera la tabla fijada al techo, mi maestro me extiende su mano como señal de que ya puedo hacer el salto de fe para finalizar la ceremonia de mi ascenso, asiento insegura.

- Ya es la hora Tokaku, te convertirás en uno de los mejores asesinos -comenta mi superior orgulloso de mí.

Finalmente lista para el salto final literalmente, me acerco al borde, tomo aire y salto hacia el vacío, unos instantes parece que voy a morir y a desaparecer, hasta que llego a un mullido colchón de heno y echo un suspiro de alivio.