Esta historia tiene como único objetivo el nuestro entretenimiento, y es la adaptacion de "Cerca del Paraíso" de DIANA PALMER, una excelente y muy recomendada escritora, con los personajes de Nobuhiro Watsuki.

Gracias por leer y disfrutenlo.

Capítulo 1

ERA una noche frenética en el casino Bow Me de la isla Okushiri. Kenshin Himura estaba en el balcón fumándose un cubano mientras le daba vueltas a la cabeza. Hacía unos años, había sido un hombre de negocios duro con unos contac tos bastante sospechosos y una reputación muy mala, conocido bajo el seudónimo de Battousai por su impiedad y frialdad. Seguía siendo un tipo duro, por supuesto; pero esperaba haberse deshecho de su reputación de mafioso.

Era el dueño de un buen número de hoteles y ca sinos en Japon y en otros lugares turísticos. El Bow Me era una mezcla de hotel y casino, su favo rito. La clientela exclusiva estaba compuesta, princi palmente por estrellas de cine, de rock, millonarios y un par de pillos. Era multimillonario y aunque to dos sus negocios eran legales tenía que mantener su reputación de mafioso durante algún tiempo más. Y lo peor de todo era que no podía decírselo a nadie.

Bueno, aquello no era del todo cierto: podía de círselo a Nobu su guardaespaldas. Ése sí que era un tipo realmente duro. Tenía una iguana por mascota y se estaba convirtiendo en un mito en la isla: hasta había llegado a pensar que el motivo principal de que sus clientes fueran al casino era el de conocer al misterioso señor Nobu.

Se desperezó para quitarse el cansancio. Su vida nunca había sido tranquila; pero últimamente estaba resultando extenuante. Se sentía como si tuviera do ble personalidad; pero cuando pensaba en el motivo de tanto estrés, no se arrepentía de su decisión. Su único hermano, Kazuo , estaba enterrado en Osaka, había muerto víctima de un señor de la droga que utilizaba una empresa en la isla para blanquear su fortuna.

Kazuo sólo tenía veintiséis años cuando murió y había dejado una mujer y dos hijos pequeños. Kenshin se ocupaba de su bienestar, pero eso no les de volvía al marido y al padre. La peor muerte: por di nero. O, peor aún, por el dinero que un banquero estaba blanqueando al ayudar a un mafioso renega do de Tokio a comprar casinos en la isla Okushiri . No se iban a escapar fácilmente.

Dio una calada a su habano, el mejor del merca do. Nobu tenía amigos en la el en gobierno que viajaban a Cuba de vez en cuando. Compraban allí los cigarros y se los regalaban a quienes querían. Nobu se los pasaba a su jefe porque él no fumaba tampoco be bía y rara vez decía palabrotas. Kenshin meneó la ca beza, riéndose para sí: Nobu era todo un enigma. Aunque muy parecido a él, tuvo que admitir.

Levantó la cabeza para aspirar la brisa del océa no. El viento le alborotó el pelo rojo y lacio atado prolijamente en una coleta alta, pronto cumpliría treinta y lo aparentaba. Medía un metro ochenta y cinco y, a pesar de su corpulencia era un hombre elegante y tan ágil como una pantera. Tenía unas manos muy grandes y las únicas joyas que llevaba eran un Rolex en la muñeca y un anillo con un rubí en el dedo meñique. Tenía la tez clara y el blanco inmaculado de su impecable camisa la resaltaba. Llevaba un traje de chaqueta negro hecho a medida, sus zapatos negros estaban tan brillantes que en ellos se refleja ban las palmeras del balcón donde estaba, y la luna. Tenía las uñas muy cortas e impecables. Iba recién afeitado y nunca llevaba nada mal puesto. Le obsesionaba ir bien arreglado.

Quizá se debiera a que había sido muy pobre de niño. Un hijo de padres inmigrantes. Su hermano Kazuo y él se habían puesto a trabajar muy jóvenes ayudando a su padre en el pequeño taller que com partía con otros dos compatriotas. Así habían apren dido la ética del trabajo y sabían que ése era el úni co modo de salir de la pobreza.

Su padre tuvo la mala suerte de cruzarse en el camino con un matón del barrio que le propinó una terrible paliza cuando se negó a trabajar con coches robados.

Kenshin apenas tenía doce años cuando aquello sucedió; demasiado pequeño para buscarse un trabajo. Su madre trabajaba limpiando y Kazuo, tres años menor, todavía iba al colegio. Con su padre sin poder trabajar, tuvieron que vivir de lo que su madre llevaba a casa, lo cual sólo llegaba para poner algo de comida sobre la mesa.

Hasta que llegó un día en el que no pudieron pa gar el alquiler y acabaron en la calle. Los dos socios de su padre se negaron a prestarle ayuda y lo aparta ron del taller alegando que no había ningún contrato escrito. No pudieron hacer nada porque no tenían dinero para un abogado.

Su madre se vio obligada a pedir ayuda al esta do. Era una mujer abatida que intentaba sacar a su familia adelante mientras su marido permanecía in móvil en una cama, incapaz de reconocer a su pro pia familia. Un coágulo acabó con él a los pocos meses de la paliza, dejándolos a ellos tres solos.

La salud de su madre se fue deteriorando y Kenshin y su hermano se vieron obligados a ir a un cen tro de acogida. Fue entonces cuando Kenshin decidió que no podía consentir aquella situación, que tenía que hacer algo.

Convenció a un amigo suyo para que le llevara a ver al jefe de la mafia. A éste le pareció un chico es pabilado y le dio el puesto de correo entre los miem bros del grupo. En pocos días, consiguió una gran cantidad de dinero y alquiló un apartamento para su madre y su hermano; incluso les consiguió un segu ro médico.

Su madre sabía lo que estaba haciendo e intentó disuadirlo; pero él era muy maduro para su edad y logró convencerla de que lo que estaba haciendo no era nada ilegal. Además, le preguntó si quería vol ver a ver a su familia rota y a sus hijos en un centro de acogida.

La idea horrorizó a la madre, que aceptó lo que estaba haciendo. Sin embargo, comenzó a ir a misa cada día para pedir por su hijo descarriado.

Cuando Kenshin cumplió los veinte años ya esta ba totalmente integrado en la banda, al otro lado de la ley, cada día más rico. En el camino, había encon trado al capo de la droga que le había dado la paliza a su padre y había arreglado cuentas con él. Más tar de. compró el taller y echó a los socios de su padre a la calle.

Había descubierto que la venganza tenía un sa bor muy dulce.

Su madre nunca aprobó lo que estaba haciendo y siguió rezando por él hasta su muerte. Él había sen tido una pizca de remordimiento por defraudarla; pero el tiempo rápidamente lo curó. Metió a su her mano Kazuo en un colegio privado para que recibiera la educación que él no había tenido y nunca volvió a mirar atrás.

Cuando su hermano acabó la carrera de Derecho, se casó con Sayuri, el amor de su infancia. Kenshin se alegró mucho por ellos y, aún más, cuando nacie ron sus sobrinos. Sin embargo, él no iba a seguir sus pasos. Él no estaba hecho para la familia; su forma de vida no se lo permitía, por lo que las mujeres iban y venían sin dejar huella.

Una vez se permitió enamorarse. Era una mujer hermosa proveniente de una familia poderosa y mi llonaria del este de Japón. Una mujer totalmente incompatible con él. A ella le atraía su reputación el aura de peligro que lo rodeaba. Le gustaba presumir de él delante de sus amigos, pero no le gustaba Kazuo ni tampoco los amigos de él; la mayoría, gente de su barrio de la infancia, gente con tantas aristas como él.

A él no le gustaba la ópera ni la literatura y tam poco los cotilleos, así que, cuando mencionó que quería una familia, Tomoe se rió de él en su cara.

Le dijo que no estaba preparada para tener hijos, que todavía esperaría unos años. Todavía quería ir de fiesta en fiesta y viajar por el mundo. Además, cuando decidiera tenerlos, sería con un hombre que no tuviera que pretender que era civilizado, le había dicho con altivez.

Entonces, Kenshin se dio cuenta de que ella sólo lo quería por la novedad, como algo pasajero. Aque llo lo dejó roto.

El final de su relación llegó cuando preparó una fiesta de cumpleaños para Tomoe en uno de sus hote les más grandes de Tokio. Tomoe desapareció un buen rato y, cuando fue a buscarla, la encontró sa liendo de una habitación con Akira un viejo conocido que él ha bía invitado. Fue el final de un sueño. Tomoe no sólo se había reído sino que le había dicho que le gustaba la variedad. Kenshin le dijo que lo que ella quisiera. Se despidió de ella y nunca miró hacia atrás.

A partir de entonces, perdió el interés por las mujeres y comenzó a interesarse por los lienzos y los pinceles. Al principio, era el hazmerreír de todos; pero, enseguida dejaron de burlarse de él cuando empezó a ganar competiciones internacionales. Co noció a muchas mujeres y hombres hábiles y disfrutó de su compañía. La mayoría eran señoras casadas o ancia nas. Las solteras lo miraban con extrañeza cuando conocían su nombre, nadie quería mezclarse con un capo. Aquello fue lo que le condujo a tomar una de cisión, una decisión que cambiaría su vida; pero de la que no podía hablar con nadie.

Estaba cansado de ser un tipo malo, quería lavar su imagen; pero primero necesitaba continuar con aquel juego un poco más. Su problema más inme diato era encontrar un contacto que le sirviera de in termediario entre él y la persona que estaba en el hotel Nassau; no podía dejarse ver con ese hombre y usar el teléfono era muy arriesgado. Era un pro blema, pero no el único: el hombre con el que tenía que hablar esa noche todavía no había aparecido por el casino.

Apagó el cigarro con desgana; pero en el casino no se podía fumar. Él mismo había puesto esa regla desde que su sobrino desarrolló asma. Tenía que proteger a su familia y para eso haría lo que fuera.

Entró en su oficina y miró a Nobu que estaba sentado frente a unas pantallas de televisión.

-Jefe, será mejor que veas esto -le dijo po niéndose de pie.

Era como una montaña. Tendría unos cincuenta años, pero su aspecto seguía siendo imponente.

Kenshin se unió a él y en una pantalla vio a una chica morena que estaba forcejeando con un hombre que tenía dos veces su tamaño. El hombre se movió y Kenshin vio de quién se trataba, sintió que se le in cendiaba la sangre.

-¿Quieres que me ocupe yo? -preguntó Nobu.

Kenshin chocó un puño con una mano.

-Yo necesito hacer ejercicio -se dirigió con la elegancia de una pantera hacia el ascensor y presio nó el botón para bajar.

Kaoru Kamiya estaba luchando con todas sus fuer zas: pero no lograba deshacerse de su acompañante que estaba borracho. Intentó morderle la mano, pero pareció que el hombre no notaba sus dientes. Estaba desesperada, se lo habían presentado su hermana y su cuñado, estaba pasando una temporada con ellos para superar la reciente muerte de su madre; sin em bargo no lo estaba pasando muy bien, especialmen te, en aquel momento.

-Me gustan las chicas bravas -dijo el hombre jadeante mientras le levantaba la falda

-Yo odio a los hombres que no aceptan un no por respuesta -respondió ella casi sin aliento, in tentando levantar una rodilla para golpearle.

El hombre se rió y la empujó contra la pared.

Ella empezó a gritar y el hombre aplastó su boca apestosa contra la de ella mientras hacía mo vimientos obscenos contra su cuerpo. Ella no se había sentido tan impotente ni había pasado tanto miedo en la vida. ¡Si ni siquiera había querido salir con aquel banquero repulsivo! Pero Sanosuke, su cu ñía insistido en que necesitaba compañía. A su hermana tampoco le había gustado mucho el aspecto del hombre; pero Sano estaba seguro de que Kiozoto Wasuri era todo un caballero. El hombre tenía que ir de todas formas al casino, así que po día aprovechar para llevarla a ella a que se divirtie ra un poco.

Mientras cenaban, no paró de tomarse una copa detrás de otra para calmar los nervios. El hombre murmuró algo sobre meterse en la cama con una serpiente para mantener el negocio. Para Kaoru aquellas palabras no tenían ningún sentido y estuvo a punto de marcharse pero el hombre no se lo había permitido.

Le mordió el labio y eso sí que le hizo daño. La alegría de ella sólo duró unos segundos porque el hombre se puso tan furioso que le propinó una bofe tada.

La fuerza del golpe la dejó helada, y muerta de miedo, pensando que podía sucederle cualquier cosa. En aquel momento, una sombra se acercó a Kiozato, lo giró y lo tiró al suelo de un puñetazo en la cara.

Un hombre enorme, impecablemente vestido, se dirigió a ella:

-¿Se encuentra bien, señorita?

-Hijo de... -gritó el borracho, mientras inten taba ponerse de pie ¡Te voy a matar!.

-Inténtalo -le retó una voz profunda con un tono divertido.

Kaoru se echó hacia delante antes de que su res catador hiciera nada y le dio a Kiozato con el bolso en la cabeza, con todas sus fuerzas.

-¡Ay! -protestó el hombre.

-¡Ojalá tuviera un bate de béisbol, desgraciado! -le soltó ella con la cara roja de furia.

-Yo te puedo prestar uno -le dijo Kenshin, ad mirando su ferocidad.

Kiozato miró al hombre con ira y dio un paso hacia él.

-¿Quién te has creído...?

No pudo acabar la pregunta porque Kenshin le propinó un puñetazo en el estómago que lo hizo caer de rodillas al suelo.

-Muy amable -le dijo Kaoru con voz delicada-. Gracias.

Kenshin se fijó en su vestido roto y su semblante se endureció.

-¿Qué estás haciendo aquí con este tipo?

-Mi cuñado me lo ofreció como acompañante - dijo ella con asco-. Cuando le diga a Megumi lo que me ha intentado hacer, va a darle una patada a su ma rido por insistir en que saliera con este miserable.

- ¿Megumi?

-Es mi hermana mayor, Meguni Sagara. Está casada con Sanosuke Sagara ; es el propietario de unos hoteles -le aclaró.

Kenshin levantó las cejas sorprendido y sonrió, su suerte acababa de cambiar.

Ella miró al hombre fascinada.

-Muchas gracias por salvarme. Sé un poco de kendo; pero no me ha servido de mucho -se frotó la cara compungida.

-¿Te ha pegado? -preguntó él muy enfada do-. No lo vi.

-Es todo un encanto -murmuró ella, mirando al borracho que todavía estaba sujetándose el estó mago, gimiendo de dolor.

Kenshin sacó su móvil y apretó un número.

-Nobu -le dijo-. Ven aquí y llévate a este tipo de aquí; no queremos problemas.

Kenshin apagó el teléfono y miró a Kaoru con cu riosidad

-Necesitas que te arreglen ese vestido -le se ñaló mientras se quitaba la chaqueta para cubrirla con ella. Estaba caliente por el calor de su cuerpo y olía a perfume caro y a tabaco.

Ella lo miró con total fascinación, era un hombre guapo, a pesar de la cicatriz que tenía en la cara. Tenía unos ojos ámbares muy grandes y un perfil que parecía estar esculpido en mármol. Su aspecto era el de un luchador y pa recía un tipo peligroso, muy peligroso.

Él también la miró con detenimiento, era menu da, pero tenía la fuerza de una leona. Estaba impre sionado.

El ascensor se abrió y Nobu caminó hacia ellos. -¿Adónde lo llevo?

Kenshin miró a Kaoru interrogante.

-Estamos en el hotel Sakura Bay en Nassau. Él le hizo una seña a Nobu , que tiró del brazo de Kiozato e hizo que se pusiera de pie.

El hombre levantó la cara llena de odio hacia

Kenshin ; de repente, cambió su semblante. -¿Battousai Himura? -preguntó sin aliento.

-Qué pequeño es el mundo, ¿verdad? Kiozato tragó con dificultad.

-Sí -dijo haciendo un esfuerzo para endere zarse-. En realidad, estoy aquí para hablar conti go.

-¿Ah, sí? Vuelve cuando estés sobrio.

-Sí. sí, claro. Verás, he tomado unas copas y ella no paraba de insistir...

-¡Mentiroso! -le espetó ella.

-Hay cámaras por todas partes y lo tenemos todo grabado -dijo Kenshin con actitud amenazado ra.

Kiozato desistió.

-No me lo tomes en cuenta. Quiero decir, so mos como familia.

Kenshin tuvo que morderse la lengua para no es tropearlo todo.

-Otra proeza como ésta y necesitarás una fami ia... para el velatorio, ¿entiendes?

Kiozato perdió el color.

-Sí, sí -se separó de Nobu -. Estaba borra cho; lo siento.

-Llévatelo de aquí -le dijo Kenshin a Nobu que empujó al hombre hacia el ascensor.

-Me pondré en contacto contigo -le dijo el hombre antes de desaparecer por la puerta del as censor.

Kenshin no lo miró. Agarró a Kaoru del brazo. -Vamos a arreglar ese vestido, no puedes vol ver así a casa.

Ella todavía estaba intentando descifrar lo ocu rrido. Kiozato conocía a aquel hombre, incluso le te nía miedo. ¿Quién era ese hombre grande y sinies tro?

-No te conozco -dijo ella dudosa

Él levantó una ceja.

-Los arreglos primero; las presentaciones, des pués. Estás a salvo conmigo.

-Eso fue lo que mi hermana me dijo de ese tipo.

-Sí. pero yo no necesito atacar a las mujeres en callejones oscuros -señaló-. Suele pasar al revés.

Estaba sonriendo. A ella le gustaba su sonrisa.

-De acuerdo -dijo ella devolviéndole la sonri sa-. Gracias. Parece que atraigo a los borrachos - le explicó ella-. El mes pasado fui a una fiesta con Megumi y Sano y un borracho insistió en bailar con migo; antes de que yo pudiera decirle nada, se cayó redondo a mis pies. Después, en el cumpleaños de Megumi, un hombre que había bebido demasiado me estuvo siguiendo toda la noche intentando comprar me un paquete de cigarrillos -lo miró con una son risa compungida-. Yo no fumo.

Él soltó una carcajada.

-Es por tu cara. Pareces una persona compren siva y por lo general los hombres no pueden resistirse.

Los ojos mar de ella brillaron.

-¿Es cierto eso? Tú no pareces un hombre que necesite que le tengan lástima .

- Normalmente, no -sujetó la puerta del ascen sor para que ella pasara.

Ella dio unos pasos al frente y se paró en el cen tro de la habitación, girando a su alrededor. La al fombra era mullida, de color champán y los mue bles, de caoba. Había un montón de ordenadores y pantallas que mostraban distintas perspectivas del casino. También había una barra con taburetes altos. Parecía el centro de operaciones de la CIA.

-¡Caramba! ¿Eres un espía?

Él se rió y meneó la cabeza.

-Nunca di la talla -señaló hacia un enorme cuarto de baño-. Detrás de la puerta hay un albor noz. Quítate el vestido en lo que encargo uno a la boutique del hotel.

Ella dudó un instante y lo miró insegura.

Él señaló hacia la esquina de la habitación.

-Hay cámaras por todas partes. Nunca lograría hacer nada, el jefe tiene ojos en todas partes.

-¿El jefe? ¿,Quieres decir el dueño del casino?

Él asintió, reprimiendo una sonrisa.

-¿Eres un...?-estuvo a punto de llamarle «go rila»; pero aquel hombre era demasiado elegante para ser un matón-. ¿Eres de seguridad? -se co rrigió.

-Algo así -asintió él-. Ve a cambiarte. Ya has pasado por demasiado esta noche; yo nunca te haría daño.

Sus palabras hicieron que se sintiera culpable. Ella era una persona confiada; pero había sido una noche muy dura.

-Gracias -dijo ella.

Cerró la puerta y se quitó el vestido. Se quedó con la combinación negra que llevaba y los zapatos de tacón. Se puso el albornoz y se preguntó por qué confiaba de aquella manera en un extraño. Si era de seguridad, debía de ser el encargado porque le había dado órdenes al otro hombre, Nobu, sobre lo que te nía que hacer. Se sentía a salvo con él, a pesar de su tamaño y su lado oscuro. Para trabajar en un casino tenía que ser un tipo duro, se recordó.

Salió del baño envuelta en un albornoz que debía ser cinco tallas más grande; lo llevaba arrastrando por detrás como si fuera la cola de un vestido de novia.

Ella se sentó en una silla mientras él se dedicaba a la ver por los televisores y hacer algunas llamadas. Estaba impresionada.

¿Te gustan los cuadros- pregunto él vuando la vio observar los amplios lienzos que adornaban la habitación.-

La técnica es tan suave, pero a la vez tiene gran poder , solo doy algunos cursos de pintura pero a decir verdad los encuentro maravillosos- dijo emocionada y ofreciéndole una sincera sonrisa.

Él levantó la vista de las pantallas.

-¡Qué sorpresa! ¿Y qué haces cuando no estás enseñando?

-Tengo un taller de arreglos en Tokio. Además, diseño algunas cosas para una museo, no gano mucho dinero, pero me gusta mi tra bajo.

-Eso es lo más importante.

-Eso es lo que yo opino. Una de mis amigas se casó y tuvo un hijo. Después, descubrió que podía ganar mucho dinero ejerciendo de abogada en la ciudad. Agarró a su hijo y se marchó a Nueva York, donde se hizo rica. Pero se sentía muy desgraciada lejos de su marido y además, apenas podía estar con su hijo. Después, se divorciaron -dijo entristecida-. A veces somos felices y no tenemos lo que creemos que puede ha cernos felices. De todas formas, aprendí de ella que no quería esa presión, que el dinero no merecía la pena.

- Eres muy madura para tu edad. No creo que tengas más de veinte años... -indagó él.

Ella le sonrió. -¿No crees?

-¿Cuántos años tienes? -le preguntó direc tamente.

-Se supone que los caballeros no hacen esa pre gunta -señaló ella.

El soltó una carcajada.

-Yo no soy ningún caballero, así que puedes decírmelo.

Ella suspiró. -Tengo veintitrés.

Él la miró condescendiente. -Todavía eres una niña.

-¿En serio? -preguntó ella, ligeramente irritada. -Yo voy a cumplir treinta –dijo él-. Y tengo muchos más años en algunos aspectos.

Ella sintió una punzada de remordimiento. Era guapo y muy atractivo y todo su cuerpo juvenil vi braba al estar cerca de él. Era una reacción nueva e inesperada. Ella nunca había sentido las cosas de las que sus amigos hablaban; se había desarrollado es pecialmente tarde.

-¿No dices nada?

Kaoru se encogió de hombros.

-No me has dicho cómo te llamas.

-Himura -le dijo él, observando su reacción-. Kenshin Himura -añadió y notó que ella no recono cía el nombre-. Nunca has oído hablar de mí, ¿ver dad?

-¿Eres famoso? -preguntó ella.

-Con mala fama -respondió él caminando hacia la puerta para recibir el vestido que había encargado para Kaoru y se lo ofreció, ella lo agarró, sintiendo, de repente, que tenía frío. En cuanto volviera a ponerse el vestido todo terminaría. Probablemente, nunca volvería a verlo.

-Hay algo en los extraños... -murmuró ella absorta.

Él apretó la mandíbula y la miró detenidamente. Su inocencia se mezclaba con la atracción, con el miedo y la tensión.

Entrecerró los ojos pensativo, nunca se había sen tido tan atraído por una mujer tan repentinamente; es pecialmente por ninguna como aquélla que clara mente, provenía de otro mundo. Sus contactos iban a serle de mucha utilidad; pero no quería involucrarse sentimentalmente con nadie. No podía permitírselo.

-¿Cómo te llamas?

- Kaoru Kamiya-contestó ella.

-Eres de la capital. Ella sonrió.

-¿Has vivido allí toda tu vida? Ella le sonrió juguetona. -Todavía no.

Él se rió.

-¿De dónde eres tú? -le preguntó ella. - De Osaka.

Ella dejó escapar un suspiro.

-Nunca he estado allí. En realidad, ésta es la primera vez que salgo de Tokio.

Él encontró aquello sorprendente. - Yo he estado en todas partes. Ella sonrió.

-El mundo es muy grande.

-Mucho -respondió él mientras estudiaba sus grandes ojos azules y su tez fina y suave. Su boca era generosa y de aspecto dulce. De repente, sintió una necesidad inesperada.

Ella se movió incómoda.

-Será mejor que vaya a cambiarme -dudó-. ¿Hay taxis a esta hora?

-Toda la noche; pero no necesitas uno -le dijo mientras luchaba contra su sentido común .