Erase una vez un pueblecito de Asgard en el que vivía un precioso jovencito de ojos azules y largos cabellos rubios llamado Hagen. Hagen vivía en una casita con su madre, cuyos cabellos rubios y largos había heredado. Ella era la curandera del pueblo y estaba casada con Thor, el padrastro del muchacho, que era leñador, cazador, herrero y cualquier otro oficio que se le presentara. Por desgracia, en aquel pueblito también vivía un malvado recaudador de impuestos llamado Alberich, quien constantemente llamaba a las puertas de las gentes para demandar pago inmediato.
Un día de invierno a mediados de enero Hagen recibió un abrigo largo hecho por un diseñador famoso como regalo de cumpleaños por parte de sus padrinos, Hilda y Siegfried, que vivían en una gran casa en la capital del reino de Asgard. Ni que decir tiene que Hagen estaba como por las nubes con su regalo y se fue corriendo a casa de Syd, su mejor amigo, para enseñárselo. Syd vivía muy cerca de su casa.
—¡Guau! ¡qué abrigo tan chulo, Hagen! —exclamó admirado—. ¿Quién te lo envió?
—Hilda, ella es una antigua compañera de colegio de mi madre— le explicó a su amigo.
—¡Qué suerte, tío!
A Hagen le gustó tanto su maravilloso abrigo que sólo se lo quitaba para dormir y por donde quiera que fuera llamaba la atención. Ahora bien, eso no era necesariamente algo bueno porque por desgracia llegó a llamar la atención del recaudador de impuestos. Cuando Alberich lo vio decidió enviar a su joven sirviente, Bud, ordenándole que lo siguiera discretamente y averiguara donde vivía el joven rubio.
Bud, del que apenas nadie conocía de su existencia, era el gemelo idéntico de Syd, al que por culpa de las leyes vigentes en Asgard habían separado de su familia al poco tiempo de nacer. Sus padres fueron forzados a tomar aquella terrible decisión por las autoridades y además, se les prohibió mencionar lo ocurrido bajo pena de muerte. El pequeño Bud fue adoptado por una familia de humildes campesinos que vivía en otro pueblo mientras que Syd permaneció con sus padres.
Cuando se convirtió en un adolescente fue enviado por sus padres adoptivos a que trabajara al servicio de Alberich, el recaudador de impuestos, y aunque nunca le había faltado ni comida ni un techo su vida no había sido fácil al haber tenido que permanecer oculto a los ojos del mundo y en cuanto a Alberich, todo iba bien si le obedecía en todo lo que le pidiera pues de lo contrario los castigos eran terribles.
El pobrecillo ya estaba más que harto y desesperado por escapar de esta terrible situación, aunque no sabía cómo.
