Nota: Las letras en cursiva representan pensamientos.
De casualidad, en su ruta de práctica (una de sus tantas, pero esta era la que recorría más comúnmente), desviando su vista, que siempre veía hacia adelante, hacia abajo, se encontró con otro pequeño mundo diferente al suyo. Una cancha casi vacía junto al río; niños pequeños riendo tras el balón; alguien cuyas palabras de aliento no se agotaban desde la portería. Sus ojos se quedaron posados en esa persona. Hizo una pausa al trote; su cabello rebotando graciosamente en su marcha estacionaria. Creía haberlo visto alguna vez, a esa persona, pero era difícil distinguirlo correctamente a la distancia. Aún así, era impresionante la energía que transmitía, tanta que, aún desde allí arriba, los gritos de ánimo de aquel chico le llegaban y le hacían sentir que podría correr incontables maratones sin siquiera agotarse. Sonrió, viendo como los pequeños jugaban con mucho más empeño, chutando el balón a la meta con muchas más ganas. El guardameta tenía una risa agradable, notó involuntariamente, mientras él paraba todos los intentos de marcar a la red.
-¡Así se hace, chicos!-
Sin dejar de sonreír, el silencioso espectador dejo atrás aquel mundillo diferente, siguiendo su recorrido; sin embargo, volvió días después, siempre observando a lo lejos, y días después de ese, y así hasta que aquella ruta de trote pasó a convertirse en una ruta de entrenamiento diaria.
Algunos días, elegía sentarse a descansar allí, al tope de las escaleras de cemento, siempre mirando con una sonrisa en el rostro.
Un día, por cuestiones del "guardameta de banda naranja" (como le había empezado a llamar desde que tuvo una visión un poco más clara de él) una pelota chocó a sus pies, mientras el, atreviéndose a adentrarse un poco más en aquel mundo, estaba sentado en uno de los banquillos.
-¡Oye!- oyó que le llamaban,- ¿Podrías regresar el balón, por favor?-
El chico miró abajo a sus pies, donde aquel redondo objeto, representante de ese universo diferente al suyo, se hallaba estático, como expectante.
-Uh, ¡C-claro!,- tomó el balón en sus manos, por alguna extraña razón inseguro de cómo devolverla. Frunció el cejo, sin despegar su vista de la pelota. Como por inercia, depositó el esférico en el suelo de nuevo, y miró hacia el guardameta con decisión,- ¡Ahí va!-
El portero solo tuvo unos pocos segundos para sorprenderse, y luego reaccionar.
Fue una atajada limpia.
Es muy bueno¸ pensó el chico de cabello azulado con una sonrisa desafiante.
-¡Ese fue un buen tiro!- el portero le sonreía ampliamente, mientras se acercaba a su presencia, -¿Has jugado alguna vez fútbol? ¿Quieres unirte a nuestro juego?-
-Ah…- se había quedado sin palabras.
Mi nombre es Kazemaru Ichirouta, y no juego al fútbol. Soy un atleta.
-¡Vamos! No tengas pena, ¡ese tiro no estuvo nada mal! ¡Únetenos! Ya verás que te divertirás, ¡garantizado!-
Oh, que diablos…
El chico de pelo largo sonrió, extendiendo su mano,- Soy Kazemaru Ichirouta, un gusto tratar de anotarte un tanto.-
Pestañeando algo fuera de guardia, el guardameta frente a él sonrió algo apenado, tomando el balón con una sola mano mientras trataba en vano de limpiarse el guante libre, - Ah, hehe, lo siento…- al ver que no conseguiría limpiar aquella manopla no importara cuanto se la sacudiera contra sus shorts, optó por simplemente olvidarse de aquello y presentarse formalmente, -¡Soy Endou Mamoru! Ehm, un gusto impedir que me anotes tan siquiera un gol.- rió divertido después de aquel pronunciamiento.
La sonrisa desafiante de Kazemaru volvió a su rostro. Aquella risa significaba que este portero estaba muy confiado. Como se enteraría no mucho después Endou, a Kazemaru le gustaban los retos.
