Disclaimer: Todos los personajes de Los Juegos del Hambre pertenecen a la autora Suzanne Collins.

Esta historia está basada en la película Leap Year director Anand Tucker, la cual la verla, no pude evitar compararla con una de nuestras parejas favoritas: Haymitch y Effie.

Espero les guste.

Año Bisiesto

Effie creía tener la vida perfecta.

Vivía en el Capitolio, tenía un excelente trabajo que le apasionaba, un novio atractivo que además era un renombrado Cardiólogo, y estaba por obtener el departamento de sus sueños en una de las zonas más exclusivas de la ciudad.

― Euphemia, cuéntanos un poco de ti, ¿eres una agente inmobiliaria? ― le preguntó un hombre mayor, elegantemente vestido, que era uno de los encargados de entrevistar a las personas que deseaban adquirir un apartamento de lujo en la Torre Platinum.

― Pueden llamarme Effie, y no, soy asesora. Muestro apartamentos para los agentes inmobiliarios. Transformo espacios comunes en algo especial. La mayoría de la gente no sabe lo que quiere hasta que se los muestro y hay muchos lugares que necesitan mi ayuda.

― Seguro.

― No que el Platinum requiera mi ayuda, por supuesto ― aclaró de prisa.

― Deben de saber que los apartamentos de la Torre Platinum no se ofrecen muy seguido ― se ajustó los lentes la mujer frente a ellos, quien también estaba presente en la entrevista ― y tenemos muchos solicitantes. Así que ¿por qué ustedes?

― He vivido en el Capitolio toda mi vida y siempre soñé con vivir aquí. Por suerte, ―volteó hacia su izquierda y tomó la mano de Seneca, su novio ― encontré a alguien que comparte ese sueño y le aseguro que no encontrará a dos personas más en armonía con sus estándares excepcionalmente altos y, si me permite decirlo, con su gusto.

― Gracias ― sonrió la mujer claramente complacida con su respuesta ― Nosotros les haremos llegar la respuesta a corto plazo.

La pareja se despidió y salió del elegante edificio.

― Repite conmigo ― le dijo su novio, cuando estuvieron parados en el jardín frente a las puertas dobles de la Torre Platinum ― Tres habitaciones.

― Tres habitaciones ― repitió ella.

― Conserje.

― Conserje ― continuó ella.

― Gimnasio completo y piscina con vista panorámica ― recalcó la última parte algo exasperado ― ¿Cómo?

― No seas arrogante.

― ¿Por qué? ¿Crees que no les gustamos?

― Yo creo que estuvimos muy bien. ¿Y tú?

― Sí, creo que estamos bien.

― Bien.

― Bueno aquí vamos ― se paró frente a ella y levantó su teléfono celular para tomarle una fotografía al lado de la placa con el nombre del edificio en letras doradas ― Sonríe amor, estás parada frente a nuestro futuro hogar.

Ella se echó el cabello hacia atrás y sonrió.

― ¡Horrible! ― dijo él.

― ¿Disculpa?

― No tú, cariño. Es el Sr. Snow que me manda emails de su doble bypass ― se acercó a ella para mostrarle las fotografías.

Ella arrugó la nariz ― Me alegra haberme perdido el almuerzo.

― No, esto es bueno, porque de esta manera no tengo que entrar a cirugía hoy por la tarde. Podemos ir a cenar.

Sonó su celular, indicando la entrada de un nuevo mensaje― ¡Oh! El departamento que vestí esta mañana para su venta, ya tiene dos ofertas. Fulvia, la agente inmobiliaria está muy agradecida conmigo ― comentó ella al leer el mensaje.

― Claro, eso se debe a que eres un genio en todo lo que haces.

― Gracias ― contestó ella sin levantar la vista del teléfono ― ¿Ya preparaste las maletas para tu viaje de mañana?

― Ya tengo casi todo listo ― comentó él, tecleando un mensaje al mismo tiempo ― Tenemos reserva para las 8 en el Blue Moon y sabes que son muy estrictos. No vayas a llegar tarde.

― ¿Cuándo llego tarde?

― Cuando aparece tu padre demandando ver a su hija ― levanto brevemente la vista de su teléfono.

― Tengo que ir, Seneca. No he visto a papá en semanas.

― Está bien, solo que no te quiero de mal humor o sensible en nuestra cena especial de hoy.

― Sabes que no me gustan las sorpresas.

― Esta te gustará ― se acercó a ella para besarla en la mejilla antes de irse ― ¡Nos vemos! ― le dijo antes de subirse a su coche.

Effie lo despidió con una sonrisa y sintiendo un poco de esperanza sobre lo que le esperaba esa noche.


...

― Effie, ¡esto te encantará! ― le comentó su cuñada, apenas entró en la boutique, donde a la rubia le estaban haciendo unos últimos ajustes a un vestido nuevo color ciruela que traía puesto y que deseaba usar en la cena de esa noche.

― ¿Qué compraste? ― le preguntó cuando la vio cargada de bolsas.

― Nada importante, no es eso lo que te quiero comentar ― se apuró a aclararle Agatha ― ¿Adivina a quién acabo de ver saliendo de Tiffany?

La rubia se giró de prisa ― ¿A quién?

― ¡Seneca!

― Lo viste. ¿Cuándo?

― Justo cuando venía para acá. El taxi estaba atorado en el tráfico y lo vi salir de esa tienda llevando una pequeña bolsa roja.

― La bolsa… ― Effie tenía los ojos y la boca muy abiertos de la sorpresa.

― Solo existe una razón por la que la gente va a Tiffany ― habló de prisa su cuñada ― Vas a tener un anillo de compromiso mejor que el mío, ¡cretina!

― ¡Oh Dios mío!

― ¿Lo sabías?

― No, pero me inscribí para recibir su catálogo hace un par de meses esperando que se diera cuenta…

― ¡Pues se dio cuenta! ¡Lo hizo!

Effie sonrió ampliamente.

― Pero espera, hay que trabajar en tu cara de sorpresa porque no quiero que se entere que te dije.

― Bien ― se volteó la rubia tratando de ocultar su excitación ― Hazme la pregunta.


...

Cuando salió de la boutique se dirigió a un restaurant bar de un hotel donde había acordado encontrarse con su padre. Se sentó en la barra y pidió una copa de vino rosado mientras esperaba.

El barman puso la copa frente a ella y tomándola le dio un pequeño sorbo. De pronto sintió la presencia de alguien a su lado y cuando volteó vio a un tipo algo desaliñado, estaba claro que tenía ya tiempo bebiendo en el bar.

― Es usted una hermosa dama.

― Gracias ― contestó ella sin voltear a verlo.

― ¿Te casarías conmigo?

― Lo siento mucho, pero me voy a comprometer esta noche.

― ¿Comprometer? ― escucho la voz de su padre a su espalda.

― Papá ― se giró ella para abrazarlo.

― ¿Mi hija está comprometida? ¡Esto tenemos que celebrarlo! ― la tomó del brazo y se sentaron en una mesa con amplios y elegantes sillones de tapiz verde oscuro con finas líneas doradas. Levantó el brazo para hacerle una seña al mesero y que se acercara ― Tu madre se pondrá feliz con la noticia, después de cuatro años de noviazgo es bueno que por fin se decidiera.

― ¿Puedo ofrecerles algo de tomar? ― preguntó el mesero en cuanto se acercó a la mesa.

― Una botella de su mejor champagne.

― En seguida señor.

― Y dime ― le preguntó su padre ― ¿Dónde está el afortunado?

― Empacando. Tiene una convención de cardiología en el distrito Diez.

― Pues fue bueno que ya te hiciera la propuesta, de otra forma hubieras tenido que seguirlo al distrito Diez este fin de semana. Es año bisiesto, ¿sabes?

― Papá, no cuentes esa historia de nuevo, es solo un mito familiar.

― Por supuesto que no, es real. Tu abuela Damara, mi madre, le propuso matrimonio a tu abuelo Erasmus. Ya ves que ella era de los distritos del norte donde tienen estas creencias y tu abuelo lo había estado posponiendo por mucho tiempo hasta que ella se cansó, le dijo que quería visitar a su familia y el 29 de febrero le propuso matrimonio y ¡listo! Lo siguiente que hizo él, fue comprarle el anillo de compromiso.

― Bueno, yo no tendré que hacer lo mismo que mi abuela Damara.

― Me alegro mi niña, pero apuesto que tu madre se alegrará más al saber que pronto le podrás dar nietos. Ya ves que estaba preocupada de que se te estaba pasando el tiempo y de tu reloj biológico, y en fin, lo que siempre dice.

― Papá ya tengo que retirarme.

― Pero acabo de llegar y apenas si le diste un sorbo al champagne.

― Sí, pero llegaste tarde, te dije que a las 7 ― le dio un beso para despedirse y se retiró deprisa. Todavía le faltaba arreglarse para la cena.


...

Logró llegar a tiempo al restaurante y la pasaron a la mesa donde ya estaba Seneca esperándola.

Ordenaron vino y estuvieron conversando.

― Estoy feliz de que queramos lo mismo ― le comentó él ― siempre has planeado todo para nosotros. Incluso con mis horarios locos y … ― le sonrió él ― Sabes que lo aprecio mucho ¿verdad?

Effie estaba tratando de mantener el rostro sereno, pero su corazón quería desbordarse, sabía lo que seguía.

― Así que ― continuó él y metió la mano al interior de su saco para sacar una pequeña caja de terciopelo negro.

Ella ya no pudo contener más su sonrisa al ver ese gesto.

― Esto es para ti ― colocó la cajita frente a ella.

― Seneca ― pronunció su nombre casi en un susurro emocionada, se puso una mano en el pecho y levantó la mirada para verlo a los ojos antes de abrir la pequeña caja con las manos un poco temblorosas.

¡Unos aretes! Su sonrisa se cayó por completo. No podía creerlo, no era lo que había imaginado.

Levanto el rostro y en esta ocasión compuso una sonrisa más forzada ― Son aretes.

Seneca le estaba sonriendo ― Sí.

― Para mis orejas ― estiró más su sonrisa.

El frunció el ceño ― Lo siento ― sacó su teléfono celular del bolsillo del pantalón y contestó la llamada ― Dr. Crane, hola Plutarch. Um parece que tendrás que entrar por la columna vertebral. Envíame una foto. La miraré. ¿Bien? Bueno. Lo siento. ― terminó la llamada y colocó el teléfono sobre la mesa, después volteó a verla y le preguntó ― ¿Por qué no te los pruebas?

― Lo siento, claro ― trató de sonreír y comenzó a quitarse los artes que traía puestos para ponerse los de diamante que le acababan de obsequiar.

― Aquí hay una aorta digna de ver ― levantó de nuevo el teléfono y le mostro la foto.

― Cariño, aquí no ― le dijo ella mientras se ponía uno de los aretes nuevos, odiaba ver las fotos que le mostraba Seneca todo el tiempo.

― Lindo ― dijo él todavía admirando la foto ― Entonces yo… ― volteó de nuevo hacia su teléfono ― Lo siento mucho Effie, Plutarch dice que tengo que ir "aorta". Mira el teléfono en realidad escribió "aorta". Así que agarraré mi maleta, iré al hospital y de ahí directo al aeropuerto. ¿Me perdonas?

― Claro.

― Bien ― se puso de pie de inmediato ― Lo siento mucho. Te amo ― se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

― Te amo ― le dijo ella.

― Esta bien ― él se mostraba algo indeciso por dejarla ahí.

― Tienes que ir "aorta", corre, no te preocupes.


...

Esa noche, acostada en su cama, Effie no lograba conciliar el sueño, se sentía profundamente decepcionada. Daba vueltas y vueltas en la cama tratando de dormir, pero la conversación con su padre se repetía una y otra vez en su mente. Es año bisiesto, ¿sabes?

Se levantó de la cama y encendió su laptop, comenzó a buscar sobre esa tradición y se dio cuenta que databa de varios siglos atrás. Las mujeres podían declarársele a un hombre el 29 de febrero, un día cada cuatro años.

― Es ridículo ― comentó en voz alta mientras veía un video de una propuesta en internet.

Pero apenas amaneció, se dispuso a hacer la maleta y compró un boleto para el siguiente vuelo disponible al distrito Diez.

Tomó su lugar junto a la ventanilla en el avión y a su lado se sentó un hombre cuya vestimenta indicaba que se trataba de un sacerdote.

― Buenas tardes ― lo saludó ella cuando él se estaba abrochando el cinturón de seguridad.

― Buenas tardes hija.

― Effie Trinket ― le tendió la mano. Sería un vuelo largo y deseaba compartir sus planes con alguien.

― Soy el padre Blight ― le devolvió el saludo con un breve apretón de manos.

Apenas despegó el avión, fue el padre quien inició la conversación ― ¿Viaja por negocio o por placer?

― En realidad, voy a proponerle matrimonio a mi novio el 29 de febrero ― le dijo con una gran sonrisa.

― ¿De veras? ¡Felicidades! ― le dijo el sacerdote y abrió una pequeña biblia dispuesto a comenzar a leer.

― Gracias ― contesto ella mientras terminaba de inflar una almohadilla para el cuello ― Seneca, mi novio, está allí por negocios ― se volteó hacia él.

El padre levantó la vista un momento de su lectura y solo asintió con la cabeza.

Pero Effie decidió continuar ― Hemos estado juntos por cuatro años. ¡Cuatro años! No es que esté apurando las cosas al proponerle matrimonio. ¿sabe?

El hombre solo trataba de mantener una sonrisa en su rostro tratando de ser amable y dejó que ella continuara desahogándose.

Pasaron las horas y Effie continuaba hablando sin darse cuenta que el sacerdote, junto con el resto de los pasajeros estaban dormidos.

De pronto el avión dio una sacudida que despertó a todos y se escucharon varias exclamaciones.

― Damas y caballeros ― comenzó a hablar el capitán ― Estamos experimentando algo de turbulencia, les pedimos amablemente que permanezcan sentados y ajusten sus cinturones.

Las sacudidas se incrementaron y Effie se comenzó a poner más nerviosa ― ¡Voy a comprometerme! ¡No voy a morir sin comprometerme!

Las mascarillas de oxígeno cayeron en ese momento y de nuevo escucharon la voz del capitán ― Damas y caballeros, puede que haya subestimado la tormenta un poco. Seremos desviados al aeropuerto del distrito Trece, porque el aeropuerto del distrito Diez fue cerrado.

― ¿Qué? ― exclamó ella preocupada.

A su lado, el padre Blight rezaba al cielo aterrizar a salvo.

― Una vez que aterricemos, el personal de la aerolínea en tierra, les ayudaran a programar nuevos vuelos enlace para que puedan llegar a su destino final.

― ¿Trece? No, no podemos aterrizar en el distrito Trece ― dijo ella algo molesta.

― Al menos vamos a aterrizar ― comentó el sacerdote.

― Sí, pero tengo un itinerario.

El padre solo volteó a verla con cara de incredulidad.


...

El aeropuerto del distrito Trece era un caos por todas las personas que se encontraban varadas ahí por los múltiples aviones que tuvieron que ser desviados a ese lugar.

Ella se fue abriendo paso entre todas las personas ahí reunidas, arrastrando su maleta tras ella.

― Aviso ― se escuchó en los altavoces ― Debido al clima inclemente, todos los vuelos de hoy han sido cancelados.

Los trabajadores tras el mostrador estaban pidiendo disculpas a todas las personas en la fila debido a que no podrían programarles un nuevo vuelo hasta el siguiente día.

Entre empujones y disculpas, Effie llegó al mostrador ― ¿No hay vuelos hasta mañana?

― Hasta mañana, felicitaciones usted tiene un buen oído y es capaz de repetir lo que dije ― le contestó de manera sarcástica la mujer de cabello castaño hasta los hombros, en cuyo saco traía una pequeña placa con el nombre de Johanna.

― Pero eso no me sirve. Mire voy al distrito Diez a proponerle matrimonio a mi novio el 29 de febrero. Es año bisiesto. Y es una vieja tradición de los distritos del norte, y necesito comprar un vestido y encontrar un anillo y reservar un restaurante. Por lo tanto, como mujer, creo que puedes entender por qué necesito estar allí hoy.

Johanna levantó por un momento sus ojos al techo y exclamó ― ¡Odio mi trabajo y odio este distrito! Aparte de todo, tengo que escuchar las historias aburridas de gente fastidiosa. No me pagan lo suficiente para esto.

La rubia decidió ignorar el monólogo de la señorita frente a ella, no quería pelearse con nadie, necesitaba de su ayuda.

― De acuerdo ― le dijo la castaña ― En este momento llamaré al aeropuerto del distrito Diez y solicitare que le abran una pista especialmente para usted ― le dio una sonrisa forzada y fue todo lo que necesito Effie para saber que no recibiría más ayuda de ella.

Se giró para alejarse del mostrador y una vez más escuchó la voz de Johanna ― ¡No vaya a la estación del tren, recuerde que hay una huelga nacional!

No puede ser ― pensó ― Ahora, ¿qué voy a hacer?

Levantó la vista y vio un módulo de turismo, en él ofrecían diversos paquetes para conocer la ciudad. Effie se acercó y tomó un folleto que ofrecía un vuelo en avioneta para admirar un gran cañón que se encontraba al norte de la ciudad.

― Necesito un vuelo en avioneta ― le dijo a uno de los hombres tras el módulo.

― Lo siento, pero por el momento no se pueden hacer vuelos debido al mal clima.

― Estoy dispuesta a pagar MUY bien, pero necesito que me lleven hasta el distrito Diez.

Los dos hombres intercambiaron miradas.


...

El vuelo en avioneta era terrible, no dejaba de sacudirse mucho debido a la fuerte tormenta.

― Lo siento señorita ― escuchó a través de sus auriculares la voz del piloto ― Pero tendremos que aterrizar de emergencia en el distrito Doce.

― ¡Pero yo pagué para que me llevaran hasta el distrito Once! ― era lo más cerca que le habían comentado la podían llevar.

En eso la avioneta descendió bruscamente y de nuevo logró el piloto estabilizarla.

― Al Doce está bien ― contestó ella muerta del miedo.

El distrito Doce no contaba con un gran aeropuerto. No había vuelos nacionales hacia ese lugar. Hasta allí se llegaba en autobús o en tren. Así que ahora tendría que buscar la manera de que alguien la pudiera llevar al Diez en coche.

Se colocó una gabardina, estaba lloviendo a cantaros y no traía paraguas. Camino bajo la lluvia hasta que vio bar con las luces encendidas. RESTAURANT - BAR ABERNATHY, señalaba el letrero de afuera.

Entró. El lugar estaba casi vacío. Las sillas estaban colocadas sobre las mesas y alrededor de la barra estaban sentadas tres personas conversando con el bartender. Además de un chico rubio limpiando las ventanas por dentro y una chica de cabello castaño y ojos grises, barriendo el lugar.

― Buenas noches ― los saludó para hacerse notar ― ¿Está abierto?

Un hombre moreno a quién le faltaba la mano izquierda le comentó al pelirrojo que estaba a su lado ― Distrito Uno.

El otro hombre contestó ― No, yo apuesto que del distrito Dos.

― De hecho, soy del Capitolio. Me llamo Effie ― saludo brevemente con la mano ― En realidad me gustaría saber si hay algún medio para llegar de aquí al distrito Diez. ¿Hay un autobús?

― Hay uno ― le dijo el pelirrojo ― Pero solo sale los jueves, así que partió hoy por la mañana. Pero esta el tren.

― Recuerda la huelga ― respondió la joven.

― Lo olvidaba, es cierto ― le contestó el joven.

― De acuerdo ― dijo ella y se acercó al hombre tras la barra, quien tenía los codos apoyados en está ― Disculpe, ¿Tendrá por casualidad el número de algún taxi?

El hombre no respondió, solo se enderezó y giró para tomar una tarjeta que tenía sobre un mueble a su espalda. Sin decirle ninguna palabra, colocó la tarjeta frente a ella.

― Perfecto, gracias.

Los hombres en la barra le sonrieron disimuladamente al bartender quien ingresó por una puerta abierta a la cocina.

Effie sacó su teléfono celular y trató de marcar, pero un sonido de éste, le indicó que la batería estaba por agotarse ― Mi batería murió.

― Señorita ― la llamó el rubio que estaba en las ventanas ― por allá hay un teléfono público.

― Gracias.

El teléfono estaba montado sobre la pared de atrás y era de monedas. Sacó de su bolso algunas y las introdujo para marcar al número que le dieron.

― ¿Hola? ― escuchó la voz de un hombre al otro lado de la línea.

― Hola. Necesito un taxi que me lleve al distrito Diez.

Todos los de la barra se giraron para observarla.

― Sí, ¿de dónde llama?

― No sé, de un raro bar llamado Aberthy o algo así.

― No llevamos a capitolinas rubias.

― ¿Cómo? ¿Qué quiere decir con eso de que no lleva a capitolinas rubias? ¿Cómo sabe el color de mi cabello?

A su espalda el bartender se paró en la puerta de la cocina sosteniendo un teléfono en su oído, y todos en el lugar soltaron la carcajada.

El hombre era rubio, de cabello un poco largo y algo desaliñado, pero era atractivo. Y cuando ella giró para verlo, el movió el auricular que sostenía en la mano.

― Claro. Eres el taxista. Bueno, necesito…

El hombre colgó el teléfono y ella después hizo lo mismo.

― Necesito que me lleve al distrito Diez.

― ¿Distrito Diez? ― preguntó recargado en la puerta ― Te diré algo sobre el distrito Diez, Princesa ― se acercó de nuevo a la barra y recargó los brazos ― El distrito Diez es una ciudad de estafadores y trampas, y de traidores. Es donde se junta lo peor de la humanidad para envenenar este hermoso país. No la llevaría hasta allí, aunque me ofreciera 700dlls.

― Caramba amigo ― comentó el moreno ― ¡Vendería a mi mujer por 700dlls!

― Créeme, tendrías pocas ofertas ― le dijo el pelirrojo.

― De acuerdo. ¿Alguien más quiere ir hasta el distrito Diez por 700dlls? ― preguntó ella.

― Yo la llevo señorita ― se puso de pie un hombre viejo y canoso; pero, así como se puso de pie, se cayó de lo borracho que estaba.

― Es mala suerte comenzar un viaje en viernes ― dijo el chico rubio de la ventana.

― No Peeta, es mala suerte comenzarlo en sábado ― lo corrigió la chica.

― Estoy casi seguro que es el viernes.

― ¡El domingo! ― dijo el borracho del piso.

― Bueno, es tarde. Estoy segura de que encontraré a alguien que quiera llevarme al distrito Diez mañana. ¿Alguien puede indicarme el hotel más cercano? ― pregunto Effie ― O ¿una posada?

El rubio tras la barra sonrió de manera burlona.

Y ella apretó los labios por un momento ― Claro. Este también es un hotel ― suspiró.


...

― El baño está al final del pasillo. Tiene que jalar la palanca del sanitario dos veces para que baje ― comentó el dueño del lugar y abrió una puerta a su derecha.

― Como el Capitol Four Seasons ― dijo observando cuidadosamente el piso y las paredes del pasillo.

El hombre colocó su maleta adentro de la habitación y encendió la luz.

― Espere un momento ― le dijo antes de que se fuera ― ¿Había un menú en el bar?

― Está cerrado.

― Me lo imaginaba. Pero dada la famosa tradición de este distrito de hospitalidad y generosidad…

― Princesa ― sonrió él ― no sé dónde escuchaste esa estupidez, pero veré si el chico puede prepararte un sándwich.

― ¿Un sándwich de qué? ― preguntó ella, pero el hombre salió de prisa sin responderle.


...

Haymitch bajó de nuevo al bar.

― Todas las mujeres del Capitolio, siempre atraen problemas.

― ¿Lo dices por experiencia? ― sonrió Darius a su lado.

― Solo lo sé, y esa mujer de allá arriba trae la palabra "problema" tatuada en la frente.

― Peeta ― lo llamó el dueño del bar ― Sé que ya es hora de que se vayan pero, ¿podrías preparar un sándwich o algo para nuestra huésped? Esa mujer en verdad es un fastidio.

― Por supuesto ― dijo el chico rubio ― Katniss espérame un momento, yo te acompaño a tu casa ― la chica asintió con la cabeza y él se metió a la cocina.

La habitación era diminuta, había una cama individual pegada a la pared, una pequeña cómoda a un lado y frente a la cama un antiguo armario de madera.

Effie sacó el cargador de su teléfono celular de la maleta y comenzó a buscar un contacto en la pared para enchufarlo, y dada su mala suerte, lo encontró justo en la pared debajo de su cama.

Con mucho esfuerzo comenzó a jalar el respaldo metálico tubular de la cama para poder moverla a un lado y así poner a cargar su celular, pero la cama era algo pesada y cuando por fin la empujó utilizando todas sus fuerzas, sin querer estiró la cortina de la ventana que estaba tras ésta arrancando el cortinero de la pared y tumbó el armario haciendo que esté se abriera y se cayeran todas las cosas de su interior.

Sin molestarse en recoger las cosas tiradas, conectó el cargador en el enchufe, y al instante éste hizo un corto circuito que ocasionó que se fuera la luz no solo en el bar, sino en la mitad del distrito.

Abajo en el bar todos tenían la vista puesta en el techo observando cómo se desprendía polvo de yeso y cubrían las bebidas con las manos para que no fuera a caer dentro de éstas.

― ¿Qué tanto estará haciendo? ― preguntó Darius.

― No lo sé, pero estoy seguro que estará destrozando el lugar ― dijo el moreno a su lado.

Haymitch solo emitió un gruñido.

De pronto la luz se fue en el bar y por lo que se dieron cuenta también en el resto del pueblo.

― ¡Ay no! ― exclamó Katniss ― Prim tiene examen mañana y se suponía debía estar estudiando, con velas va a ser muy difícil.

― Yo se los dije, esa mujer es sinónimo de problemas, mañana probablemente va a acabar con el pueblo ― Chaff le dio un trago a su bebida.

― ¡Listo! ― Peeta le entregó el plato con el sándwich a Haymitch.

― Gracias chico, ya váyanse a descansar ― respiró hondo antes de dirigirse al piso de arriba.


...

― No puede ser ― Effie dijo para sí misma, se sentía completamente agotada. Tomó una pequeña lámpara de bolsillo que siempre cargaba en su maleta como toda mujer precavida y comenzó a recoger las cosas del armario que estaban esparcidas sobre la cama.

Encontró un retrato y lo giró para verlo con la luz de la lámpara. ― Um ― en la fotografía aparecía el hombre rubio del bar junto a una hermosa mujer de cabello castaño y ojos grises, y al otro lado de la chica, estaba otro hombre muy parecido a él, pero unos años más joven. En la parte inferior de la foto estaba la fecha, era de hacía siete años.

En ese momento la puerta de la habitación se abrió y ella dio un grito del susto.

― ¿Qué diablos pasó aquí?

― Enchufe algo.

El hombre bajó la mirada a su regazo y vio el retrato ― Dame eso. Es personal ― le dijo algo molesto y le tendió el plato con el sándwich.

― Usted me quemó mi teléfono ― le dijo ella mostrándoselo con una mano.

― ¡Y usted quemó la mitad de la ciudad! ¡Idiota!

― ¡Lenguaje! ― le gritó ella, pero él ya había cerrado la puerta de golpe ― Rudo y maleducado ― habló más para sí misma y se puso a ver el plato de la cena con la lámpara para ver si era comestible.


...

Al día siguiente muy temprano, Effie bajó a utilizar el teléfono público que estaba en el bar. Iba enfundada en una larga bata estilo japonesa.

― ¿Estás aquí en el norte? ― le preguntó Seneca al otro lado de la línea.

― Sí, quería sorprenderte, pero quedé varada en el distrito Doce, es una larga historia ― suspiró ― Pero me alegra saber que al menos alguien sabe dónde me encuentro. No te imaginas lo que funciona como hotel aquí, o su idea de cortesía.

― No puedo esperar a verte.

― Yo tampoco.

― ¿Cuándo llegarás?

― Debería llegar ahí esta tarde. Solo necesito un taxi.

― Es una gran sorpresa, cariño. Te amo.

― Yo también. Adiós ― colgó el auricular y volteó hacia la ventana donde se escuchaba hablar en voz alta a dos hombres.

― Haymitch Abernathy, te he dado mucho tiempo para cubrir tu deuda.

― Pero ya casi llego. Me falta el último maldito interés.

Effie tomó su bolsa y decidió asomarse para ver lo que pasaba.

― Vamos Thread, ¡No puedes llevarte la cocina! ¡Me arruinarás el maldito negocio! ― el dueño del lugar estaba cruzado de brazos.

― Me pagas todo, o meto la cocina en la camioneta ― lo amenazó un tipo alto.

― Dame un mes.

― ¿Un mes? Una semana.

― ¿Una semana? ¡Por Dios! ― sacudió la cabeza el rubio ― Diez días, 1000dlls, garantizados.

― Son 1300, Haymitch.

Effie se giró para regresar a su habitación, sabía que era de mala educación espiar a la gente. Si su madre estuviera ahí, ya le habría dado un sermón sobre el apropiado comportamiento de una dama.

En cuanto entró, se quitó su bata y se quedó en ropa interior. Cuando estaba a punto de tomar la ropa que se iba a poner, la puerta se abrió de golpe.

― Está bien, hagámoslo Princesa ― Haymitch entró a la habitación y Effie solo alcanzó a ponerse una mano sobre el pecho tratando de cubrirse ― Pero solo porque estás desesperada.

― ¿Qué? ― se agachó para tomar la bata y cubrirse.

― La llevaré al distrito Diez.

― ¿Puede salir?

El rubio rodó los ojos y solo le dio la espalda ― 700 dólares, como dijo. ¿Sí o no?

― Usted no es fan del distrito Diez. Lo dejó muy claro anoche, así que no lo molestaré.

― No es una molestia.

― ¿Qué parte de "puede salir" no entendió? ― le dijo ella molesta.

― Bastará con un simple sí o no.

― Sí, puede llevarme, ahora… ― le dijo ella casi al borde de la histeria.

― De acuerdo, la espero abajo en 10 minutos ― se salió de la habitación.

― ¡Dios! Qué hombre tan grosero ― dobló la bata que tomó para cubrirse y la colocó en la maleta abierta que tenía sobre la cama.

La puerta se volvió a abrir de golpe ― Por cierto, son 100dlls por la habitación y eso incluye el vandalismo.

― ¡Estoy desnuda! ― gritó ella y de nuevo trato de cubrirse.

― De acuerdo, ahora la dejo sola, la espero abajo ― cerró la puerta, pero desde el otro lado de gritó ― ¡Bonito encaje!


¡Hola!

Espero les haya gustado este primer capítulo, esta historia no tendrá tantos, a lo mucho 5.

Si les gustó, les agradeceré mucho que me puedan regalar sus comentarios.

Estaré actualizando los lunes

saludos

Marizpe