Cuenta la leyenda, que en el reino de Güasap se juntaron dos locas con poderes místicos, o eso decían ellas... Total, que la maravillosa Fanclere (cuyos fics son de lectura obligatoria e imprescindible) y yo hemos tenido la idea de juntarnos y escribir una historia a cuatro manos.
Se ha decidido que lo suba yo, pero el prólogo es suyo.
Disfrutad.
Los personajes que aparecen en el fic no nos pertenecen (ojalá) solo los tomamos prestados para el disfrute de los lectores. Sin embargo la historia si es nuestra.
Este fic va dedicado en especial a mi esposa porque es lo mejor que me ha pasado.
Espero que lo disfrutéis.
PRÓLOGO
No se sabe cómo empieza, quizás como cualquier historia que adorna o coge polvo en nuestras bibliotecas, con aquellas muletillas que iniciaban cuentos de antaño, había una vez…
No sabemos cómo empieza una historia como tantas otras, podría quedar relegada al olvido, escondida en los recovecos de la imaginación y los sueños… Supongo que dicha incertidumbre puede ser desterrada si cerramos los ojos y logramos visualizar esas lejanas tierras cargadas de antigua magia y de misterios, de reinos olvidados en los cuales habitan criaturas de ensueño, cohabitando con la raza humana en paz y harmonía.
Letian era su nombre, su origen olvidado en escritos milenarios que solo lo más eruditos podían descifrar. El amasijo de colores bordeaba sus fronteras. Al norte, el blanco pálido de las montañas nevadas; pasando por el rojizo y amarillo de las dunas y desiertos; el inmenso verde de los grandes bosques que parcheaban el lugar, dejando pequeñas o inmensas motas por todo el continente; y terminando con el azul negruzco de los mares embravecidos al sur.
Si bordeas sus caminos y te detienes ante los transeúntes, preguntando la razón por la cual las tierras yacen divididas entre las criaturas que las habitan, seguramente te contestarán que fue la decisión de los dioses, regalos como la cultura, el lenguaje y las tradiciones, pero nadie sería capaz de contar en qué momento se trazaron las fronteras, en qué minuto se tomó la decisión de que los elfos gobernaran los bosques; los trasgos, el desierto; los gigantes y enanos habitaran las montañas; y los hombres habitaran desperdigados en distintas ciudades cerca del mar.
Durante milenios convivieron en paz, comerciando entre ellos, sin miedo a cruzar las fronteras invisibles que dividían el reino hasta que, como una maldición, la ambición y violencia que marcaba el carácter de los hombres empezó a tomar fuerza, provocando que esta orgullosa y altiva raza olvidase el por qué de sus fronteras, quebrando la fina balanza de la paz.
No se sabe el origen de dicho declive, ni qué hecho lo originó, pudo ser una apropiación indebida de tierras, unas palabras mal intencionadas o una serie de hechos aislados que, al juntarlos, prendieron la mecha que destruyó el fino hilo que mantenía la paz.
Cerca de trescientos años pasaron y cada rincón de aquel bello lugar estaba sumido en el horror de una guerra que se había cobrado demasiado. Una encrucijada en la que dos bandos mayoritarios destacaban por encima de los demás. Los humanos, creyéndose merecedores del control absoluto del lugar y todos los seres sometidos a su control a lo largo de los siglos, la bandera con su estandarte, al igual que la sangre y el hedor de la muerte, abarcaban la mayoría del reino.
El único lugar libre de ocupación eran los inmensos bosques de Letian, habitados por los elfos. Raza orgullosa y guerrera, longeva y entregada a las antiguas tradiciones, aun en medio del caos, respetaban las creencias que, durante milenios, habitaban en su pueblo. Sus oraciones seguían siendo elevadas a los antiguos dioses, aunque el reino los había olvidado.
Era la única raza que había logrado escapar al dominio de la humanidad y aún presentaba batalla, sus soldados entrenados desde el nacimiento, ágiles y mortíferos se volvieron el mayor enemigo que los humanos aún no habían conseguido doblegar.
Conocedores de la naturaleza, fundiéndose con ella en los bosques, protegidos por su intuición y su sabiduría milenaria, esquivaban los embistes que los reyes de los humanos enviaba para aplastarlos, provocando que el odio, la ira y la frustración de los soberanos creciese, convirtiendo los vestigios de la rebelión en la única esperanza para restablecer el equilibrio y, al mismo tiempo, tornándose una obsesión en la mente de cada uno de los reyes, cuya única ambición se convirtió en destruir y aniquilar hasta el último de los elfos, eliminarlos de lo que, orgullosamente, denominaban sus dominios.
A medida que su odio crecía, su obsesión se alimentaba con la sangre bañando sus tierras, con la hambruna que diezmaba la población, con el sonido de los cuernos llamando a la batalla, las hogueras ennegreciendo el cielo, los funerales y las lágrimas que ya habían dejado de derramar pues lejos quedaban los recuerdos de paz, lejos quedaban las fronteras por las que transitaban criaturas en armonía y sin temor.
Lejos quedaban las risas de los niños, apagadas por los murmullos, la vigilia eterna, el miedo al anochecer y al sonido de los cascos de caballos que solo traían muerte y destrucción.
Tras más de trescientos años de dolor, solo en pergaminos ennegrecidos quedaban relatadas aquellas historias de paz y bienestar, pergaminos que acababan desvaneciéndose en hogueras ante las frías miradas de generales fieles a sus reyes, intentando aplastar las dudas y deslealtades hacia su pueblo y expandiendo el odio y la desconfianza hacia los elfos, escondidos en los bosques, protegidos por la espesura y dueños del odio de toda la humanidad.
Lejos en el tiempo, demasiado lejos quedaba el sueño de despertar en un mundo donde la oscuridad y el fuego no fueran dueños del tiempo, donde el azul del cielo brillase con fuerza y, al anochecer fueran visibles las estrellas, un mundo donde los niños creciesen libres sin la sombra de la muerte y la batalla metida en sus venas…
Solo leyendas, canciones prohibidas que se entonaban cerca de las hogueras en invierno, en eso se convirtió la paz que el mundo ansiaba, en eso se convirtió aquella desconocida palabra que algunos aun susurraban elevando sus oraciones al viento… en un sueño inalcanzable, por el que muchos dieron la vida aparentemente en vano…
Un sueño perdido y silenciado por el sonido de las espadas chocando, el alarido de la muerte acechando… Un sueño muerto al igual que la esperanza.
Continuará...
