¡Hello personitas! Esta historia tiene ya tiempo, muuuucho tiempo. Comencé a escribirla en metroblog, debido a la presión de unas amigas con ganas de que escribiese (¿por qué? No tengo ni idea). El caso es que cuando empecé en el servidor anteriormente mencionado, no tenía ni idea de escribir (fue allá por el 2011) y aquello era un desastre. A pesar de todo, mi fic tuvo bastante éxito y terminé la primera parte, escribiendo una segunda que dejé abandonada (sí, soy muy poco persistente). Más tarde decidí trasladar la historia a tumblr, con una mejor redacción (que es la que veis a continuación) y todo eso... Pero tampoco tuvo éxito y como soy una maldita vaga lo dejé. Así que aquí, he decidido dejaros la versión oficialmente remasterizada de la primera parte "Ignorance", que espero que disfruteis tanto como yo lo hice en su día escribiendo. Dependiendo de mis ganas optaré por remasterizar y continuar la segunda parte, que jamás completé.


Londres. 10 am. Una joven morena se encuentra dando tumbos por una oficina, llevando papeles de un lado al otro del edificio, llamando a puertas. Es lo que hacen las novatas, no parar ni un segundo. Se llama Jessica, tiene ventidos años y lleva sus seis últimos meses viviendo en aquel país, desconocido para ella, pero que, más o menos, podía llamar hogar.

Por fin, tuvo un momento de respiro, y se sentó en su escritorio, abarrotado de folios por revisar, para tomar un poco de aliento y desentumecerse las piernas. Miro el reloj que llevaba en su muñeca, aun le quedaban tres horas por delante, hasta el descanso de la comida. Pero justo en aquel momento, una mujer, que no debía tener más de 45 años e iba impecablemente vestida se dirigió hasta el sitio donde la española descansaba, aquella mujer era, como no, su jefa.

- ¿Qué tal Jessica? – Preguntó con una sonrisa socarrona - ¿Podrías hacerme un favorcito pequeño? – la chica asintió, no le quedaba más remedio. Si se negaba podría acabar de patitas en la calle, y en su situación no podía permitírselo. – Tenemos una reunión trascendentalísima con los jefes de una importante empresa y la máquina de café esta estropeada. Necesito que bajes al Starbucks y que traigas un un café descafeinado con leche, un latte machiatto, un café americano y tres capuchinos normales.

- Sí, por supuesto - ¿Qué iba a decir si no la muchacha? ¿Qué se fuera a tomar por saco? Pero ya podrían tener esos directivos un gusto más facilito… ¿Dónde quedó el café cortado?

- Ah, una cosa más, ahora mismo no tengo la tarjeta de la empresa a mano, así que… ¿podrías adelantar tú el dinero? – preguntó, una vez más su jefa. La chica estalló en rabia por dentro, pero debía contenerse, así que tomó aire profundamente y volvió a asentir.

- Sin problema – contestó, mientras la mujer madura se alejaba. Quería chillar y salir de allí para nunca volver. Cogió su bolso y maldijo por lo bajo a su jefa – Definitivamente, soy la más pringada de aquí – murmuró mientras se apoyaba en uno de los laterales del ascensor y se colocaba los cascos de su mejor compañía, su iPod.

Poco rato después ya estaba haciendo malabarismos con las dos bandejas de cartón a la salida de la famosa cafetería y sin prestar mucho atención a su alrededor. Tatareaba los compases de "Born To Run", una de esas canciones que solía cantar junto a su hermano cuando ambos eran pequeños. Iba centrada en no derramar nada y en sentir la canción en sus oídos, tan centrada que de pronto algo chocó contra ella, haciendo que los cafés cayesen al suelo y también un teléfono móvil.

Se mordió el labio mientras profería maldiciones por el fatal encuentro. Miró al frente y pudo ver a un chico de venti-no-se-cuantos años, con el pelo castaño, intensos ojos verdes y la cara con algunas pecas, debía ser el dueño del iPhone que yacía en el suelo.

- ¡Oh, joder, mierda! ¡Lo siento muchísimo! – dijo Jessica mirándole, pues el chico tenía una mancha marrón en su pantalón y otra, todavía más grande en su camiseta.

- Perdona, ha sido culpa mía – trató de disculparse el muchacho – Estaba en mi mundo, hablando por teléfono con mi compañero, y claro… - se mordió el labio – Creo que te he dejado sin café, aunque quizás era mucho para una chica como tú – añadió riendo.

- Oh, ¡el café, maldición! – la cara de espanto de Jessica era un autentico problema – No era para mi, era para mi jefa y ahora… ¡Me va a matar!

- ¿Puedo ayudarte en…? – comenzó a decir el chico, pero antes de que se diera cuenta, la morena estaba casi a dos metros de él, disculpándose.

- ¡Lo siento! ¡Debo volver a la cafetería! – gritó ella desde lejos y desapareció de su vista. El chico se limitó a encogerse de hombros, reír y agacharse a recuperar su teléfono, que todavía estaba en el suelo. Lo inspeccionó detenidamente: ni un arañazo, ni una raja en la pantalla. Por casi 600€ era lo mínimo que cabría esperar de un Apple.

Buscó un número en su agenda de contactos y se llevó el móvil a la oreja:

- ¡Disculpa, Tom! Se ha cortado porque acabo de tener un pequeño percance en la calle, ahora te cuento en cuanto llegue a tu casa – dijo al interlocutor mientras se alejaba por las transitadas aceras del centro de Londres.