Disclaimer: los Juegos del Hambre no nos pertenecen. La idea de la Academia de Vigilantes, por otro lado, es propiedad de Elenear28, HikariCaelum y Coraline T.

Las zonas en que se divide el Capitolio son idea nuestra y pueden verlas en el blog "The Rowah's World" en mi perfil.


1. Yo siempre gano

Rowan Greyfox, 17 años.

Resulta curioso como la vida de una persona puede meterse en un camión. Unas cuantas docenas de cajas, algunos muebles nuevos— solo porque no llegaba a convencerme el aire genérico del piso que me han asignado— y un juego de llaves en mi mano. Eso es todo lo que ha tomado para arrancar mis endebles raíces y colocarme en un lugar completamente distinto.

Ya no tengo que elegir entre Capitolium Square y Venice Avenue. Se acabó la cansina situación en donde papá y mamá competían por cual estilo de vida era más envidiable: el político en ascenso o la estrella de la ópera.

El auto oficial, con las banderas del partido ondeando sobre el capó, avanza sin dilación por las calles de Capitolium hasta casi llegar al límite con Beach Street. Se supone que, desde donde estaremos hospedados, puede inclusive atisbarse el mar a lo lejos. Resulta mucho menos opresivo que el corazón del Capitolio y, obviamente, no tiene la misma vitalidad que Venice, con sus fiestas un día sí y otro también.

Este extremo de la ciudad tiene una vibración mucho más sosegada, tal vez porque la Academia ha sido construida fuera del círculo de la ciudad, alejada de los centros políticos para propiciar la concentración de los estudiantes. No es una tormenta eléctrica, sino energía geotérmica, gestándose bajo una ciudad dormida. Poderosa e igual de letal, pero menos vistosa… Resulta interesante.

Tal vez, lejos de tantas distracciones mi mente pueda calmarse también. Tal vez esta noche las pesadillas se detengan… Tal vez...

Pero no soy un optimista.

El camión dobla en una esquina y el auto lo sigue. Hay en total cuatro torres residenciales dentro del campus y seis edificios que cuentan con aulas, laboratorios y simuladores. Me han asignado uno de los dos apartamentos en la planta más alta del edificio A, el que está destinado a miembros de la élite. Sin duda mi padre ha cobrado algunos favores, pero me siento satisfecho por el hecho de que sus influencias no llegaron hasta el proceso de admisión. Lo oí quejarse por ello. Si he llegado hasta aquí, ha sido por mis propios méritos.

La Academia de Formación de Vigilantes surgió como una iniciativa del Gobierno. Nuestra Pesidenta, Antigone Pylos, aparentemente se había cansado del aire militarizado que habían adquirido los Juegos del Hambre y, más aún, de cómo esas personas que ahora eran un sacrificio simbólico para compensar el daño que habían hecho los distritos durante los Días Oscuros, se habían convertido en una suerte de ídolos y héroes para nuestra razonablemente civilizada comunidad en el Capitolio.

Resultaba evidente que los Juegos del Hambre necesitaban un refrescamiento, un punto de vista que les otorgara ideas creativas y no una simple repetición de una fórmula que se había oxidado. Los Vigilantes no tenían la suficiente visión como para resultar útiles, al menos no los vigilantes viejos y cansados que ya empezaban a aburrirse de su trabajo.

Necesitaban sangre nueva, necesitaban mentes que no estuvieran viciadas, pero, al mismo tiempo, que aún tuvieran la capacidad de aprender.

Y así fue cómo surgió la idea de hacer de la vida de Vigilante una carrera profesional. Dieron el aviso hace meses en un programa de visionado obligatorio y por semanas las Oficinas de de Justicia estuvieron colapsadas, recibiendo miles de inscripciones que posiblemente no llegarían a nada para la mayoría.

Aunque claro, yo no soy de la mayoría.

Las cartas de admisión llegaron hace un par de semanas, después de un proceso de selección que incluyó exámenes teóricos, prácticos y psicológicos. La única parte que me preocupó un poco fue esta última, pero me he convertido en un experto en encubrir mi problema, aunque no siempre resulta sencillo.

Como respuesta a mis pensamientos, la luz de las últimas horas de la tarde empieza a proyectar sombras extrañas sobre la acera al caer sobre las ramas desnudas de un árbol y, solo por un momento, tengo un vistazo del terror de anoche.

El rostro descarnado, las manos convertidas en huesos, con algunos músculos y tendones recubriéndolos… Mi boca se seca, mi piel se cubre con una fina pátina de sudor. Mis manos se cierran en apretados puños sobre mis rodillas y mis dientes se rozan unos con otros con un crujido audible, hasta que una mano, suave y ligeramente regordeta, se posa sobre mi brazo.

—Estoy bien— mascullo mientras vuelvo a la realidad—. Gracias.

Ella acomoda su cabello, de un suave color caramelo, sobre uno de sus hombros y me da una palmadita antes de apartarse. Su rostro en forma de corazón está algo pálido y tiene los ojos azules muy abiertos. Este lugar es nuevo para ella también.

Evaki es la única persona en la que confío realmente. Ella me dedica una fugaz mirada de preocupación, pero no dice nada. Si pudiera, es posible que lo hiciera, pero le quitaron esa posibilidad hace algunos años. La veo tragar, con esa extraña dificultad que tienen los avox y mientras la observo, ella se dedica a mirar por la ventana.

Me siento más tranquilo solo por tenerla cerca.

Mi padre lo desaprueba. Ella debería ir en el camión junto a los otros avox pues, a fin de cuentas, él ha asignado a cinco de los doce que atienden su mansión en Capitolium Square para que me ayuden a mudarme, y me ha permitido quedarme con dos en la residencia, pero lo cierto es que no me interesa.

Dejando de lado a Evaki, prefiero prescindir del personal. Los avox son prácticos porque aún y cuando se enteren de mi secreto, no tienen muchas formas de andar por ahí contándolo, pero uno nunca sabe cuándo podría llegar una carta mal intencionada a alguna de las revistas de chismes que abundan en el Capitolio y entonces todo mi secreto quedaría expuesto.

He aprendido a cuidar más mis secretos que las riquezas que se esconden tras la bóveda familiar.

No. Es mejor mantener dentro de mi vida a una cantidad de personas mínima. La Academia de Formación de Vigilantes me viene bien para esto. Ya no tendré que inventar excusas a mi madre para explicar por qué siempre luzco tan cansado. No tendré que ser cruel con Jessabeth, mi única hermana, para que se mantenga lejos.

La quiero, pero Jess nunca ha sido capaz de mantener la boca cerrada y si bien mi padre la adora por lo funcional que ha sido al averiguar algunos secretos políticos con métodos más que cuestionables, no es precisamente el tipo de persona en la que podría confiar.

El auto se detiene frente a una de las torres.

—¿Señor Greyfox? Hemos llegado —dice el chofer.

Mi rostro se convierte en una máscara de fastidio.

—Gracias por señalar lo evidente, señor Charming —en cuanto su nombre sale de mis labios, me molesto aún más. Los nombres de Magic Town siempre resultan de lo más estúpidos y el hecho de que este zoquete no se haya molestado en cambiar el suyo después de ser contratado por alguien con la categoría de mi padre, definitivamente me hace dudar de su capacidad. Si a eso le sumas el hecho de que su nombre de pila es Prince… resulta doblemente patético—. La próxima vez que tenga dificultades para determinar de qué color es el cielo o el césped, le preguntaré. Queda claro que tiene un don para señalar lo obvio.

Mi boca se tuerce en una sonrisa cuando veo como su rostro ha enrojecido, solo por un segundo, antes de que baje del auto y me abra la puerta.

El viaje del centro del Círculo de Gobierno, en donde se encuentra la mansión de mi padre y el campus de la Academia, no es demasiado largo. Una hora, como máximo, pues en Capitolium la mayor parte de las edificaciones se encuentran separadas una de otra por motivos de seguridad, lo que la hace una región muy extendida, pero tengo los músculos algo entumidos después de otra noche difícil. Estiro los brazos y flexiono mi cuello. Cuando abro los ojos, Ev me mira con el ceño fruncido.

—¿Y ahora qué?

Ella apunta a Charming con la barbilla, que ahora está sacando el equipaje de mano de la parte trasera del auto. Su nuca es de un color rojo granate.

Me río.

—Sabes que no puedo con la estupidez —le respondo y ella pone los ojos en blanco y coloca los brazos en jarra, empezando a zapatear con su pie derecho—. No, olvídalo, no voy a disculparme— ella entrecierra los ojos—. No, no estás enfadada. Creo que en el fondo también te divierte.

Ella se tira del cabello con dramatismo.

—No seas dramática —la regaño en broma—. Iré a registrarme, ¿te encargas de supervisar todo esto? Asegúrate de que cuiden los vinilos, son una antigüedad y estoy dispuesto a matar a quien sea si alguno se rompe.

Ella asiente.

—Te veo arriba.

Cada edificio tiene un sector administrativo en la planta baja. Las mudanzas comienzan hoy, pero el campus se ve desierto. Asumo que se debe al hecho de que es viernes por la tarde. Supongo que los muy ridículos darán fiestas de celebración en sus casas y dejarán la mudanza para el domingo, sin pensar que posiblemente para entonces las calles estarán colapsadas y tendrán que esperar horas en fila para que los camiones puedan aparcar y descargar las cajas, especialmente por los controles de seguridad que deben hacerse al pasar tan cerca de centros políticos importantes.

A mí, su falta de planificación me viene bien. No tendré que lidiar con sus pequeñas mentes por hoy.

Una mujer con una enorme peluca blanca, que me recuerda con vaguedad algunos de los trajes de la Ópera de Panem, está al otro lado de una ventana con la leyenda "Admisiones e Información" escrita en letras doradas de un palmo de altura.

—¿Vienes a inscribirte, cielo?

"Cielo", nunca he tenido claro porque la gente utiliza ese tipo de apelativos para referirse a personas que acaban de conocer. "Cielo", "cariño", "querido". Todas resultan ridículas. Incorrectas.

Mi mente empieza a divagar:

—No soy su cielo— le digo lentamente—, al menos no si se refiere al cielo como algo brillante o cálido, pues en ese caso conmigo se equivoca. Supongo que, si fuera un cielo, sería uno gris, embotado por las nubes de tormenta, con rayos destellando aquí y allá —una sonrisa tironea de mis labios cuando veo la suya decaer. Continúo hablando—, pero dudo que esa haya sido su intención y, además, tengo la impresión de que usted es simplemente de esas personas que parece sentir la necesidad de cubrir los silencios o los espacios con palabras sin sentido. Podría haber esperado a que me presentara, o haber solicitado mi carta de admisión. Puede que inclusive tuviera la posibilidad de reconocerme— digo con un encogimiento de hombros —, he estado en más programas políticos sobre mi familia de los que puedo contar, pero he comprobado que muchas veces cuando el genio es lento, la lengua es rápida.

Ella no parece saber qué responder. Una lástima, habría sido divertido el seguir con este intercambio.

—Respondiendo a su pregunta— le digo mientras saco la carta de admisión, pulcramente doblada, del interior de mi chaqueta y la extiendo sobre el mostrador—, sí, voy a registrarme. Mi nombre es Rowan Greyfox. El apartamento asignado es el 28 A de este complejo y…

—Greyfox— me interrumpe ella y yo frunzo el ceño—. Greyfox como el Ministro.

—Sí.

—¿El hijo de Drusilla Lightscale?

—A menos que mi padre haya decidido reconocer a alguno de sus bastardos, sí —ella se encoje un poco ante mi dureza.

—Soy una gran admiradora de tu madre…— dice como si eso lo solucionara todo.

—Como todo el mundo. No tengo todo el día. Tengo treinta y seis cajas que desempacar y un grupo más que cuestionable de empleados para hacerlo, así que agradecería que pusiera su computadora en marcha, registrara mi ingreso y habilitara el ascensor de carga para enviar mis cosas arriba.

—Enseguida— dice ella, empezando a teclear con dedos temblorosos.

Al ver que solo utiliza sus índices para digitar, decido que esto se tomará un buen rato. Suelto un suspiro y me apoyo contra la pared, dándole la espalda a la mujer. Sé que el despliegue ha sido innecesario y posiblemente inmerecido, pero las noches particularmente difíciles llevan a días en los que soy extremadamente irritable.

—Eso ha sido tan innecesario…—dice una voz ligeramente arrogante.

Levanto la mirada y me encuentro con una chica, supongo que más o menos de mi edad, aunque mucho más bajita. Tiene el cabello de un brillante color plateado, cayendo en suaves ondas a la altura de los hombros y el rostro salpicado de pecas. Sus ojos, de un verde claro y luminoso, parecido al jade, se encuentran enmarcados por unas pestañas oscuras y una generosa cantidad de delineador negro. Sostiene en sus manos una carpeta de color negro con letras doradas.

—¿Disculpa?

—Nada— dice apoyando los codos en el mostrador.

—Me estabas hablando a mi ¿no?

Ella me dedica una mirada altiva.

—En realidad hablaba conmigo misma. No osaría exponerme a la ira que una frase de lo más ordinaria podría desencadenar en ti.

—¿Por qué hablabas contigo misma? —pregunto con una sonrisa—. ¿Tienes más de una personalidad con la cual puedas conversar?

Ella pone los ojos en blanco.

—Dime, la necesidad de probar que eres más inteligente que los demás ¿es una cuestión de nacimiento o surgió a partir de tu crianza?

—Pues resulta relativo— le respondo—. Mi capacidad de hablar se desarrolló aproximadamente un año después de mi nacimiento, lo cual implica que hubo doce meses de crianza que pudieron haber entorpecido mis habilidades natas, sin embargo, considero que mi agudeza puede ser una suma de ambos factores ¿no crees?

Le dedico la sonrisa de político, esa que he perfeccionado a lo largo del tiempo. La que hace que mi madre se olvide de los motivos que tenga para regañarme o que mi padre deje de lado sus discursos interminables. El tipo de sonrisa que uso en contadas ocasiones, porque me hace ver cómo alguien confiable, encantador…

Su ceño fruncido se relaja un poco, aunque no llega a desaparecer.

—¿Cómo te llamas? —le digo.

Ella parece sorprendida por la pregunta.

—¿Por qué te importa?

—Porque estaba convencido de que mi tiempo aquí se iba a ver desperdiciado, pero puede que no— respondo aún sonriendo. Decido que podría gustarme esta chica.

Un débil rubor oscurece un poco más sus pecas.

—Tal vez no todos sean tan estúpidos como pensé —continúo yo.

Su ceño fruncido reaparece.

—¿Se supone que debería sentirme halagada por haber superado tus expectativas mediocres?

Le sonrío. Sí, definitivamente me gusta esta chica.

Me encojo de hombros.

—Deberías. Notarás que no pasa muy a menudo.

—Eres un presumido —dice ella arrugando su pequeña nariz.

—También notarás que tengo motivos para serlo.

—No contaría con ello. Dudo mucho que coincidamos por aquí.

—¡Listo! —exclama la mujer del mostrador como si el ingresar datos en una matriz fuera un gran logro—. Señor Greyfox, su admisión se encuentra completa. Puede subir a instalarse. Ya he enviado un mensaje para informar a sus subalternos, lo estarán esperando arriba.

—De acuerdo. Nos veremos después, Arah Ranghild —digo mientras recojo la carpeta de ingreso del mostrador.

Ella se queda de piedra.

—No te he dicho como me llamo.

—Lo pones en tu carpeta— digo señalándola y ella la mira como si la hubiera traicionado—. A la próxima, podrías ponérmela un poco más difícil.

—No habrá una "próxima". Con dos mil estudiantes nuevos, dudo mucho que nos veamos.

Le sonrío.

—Créeme, no te conviene apostar en mi contra. Yo siempre gano. Siempre.

Ella hace una mueca.

—Me encuentro bastante segura de mis posibilidades— dice dando por zanjada la conversación y dirigiéndose de manera profesional a la mujer de la recepción de documentos—. Buenas tardes, mi nombre es Arah Ranghild, quiero registrarme.

—Por supuesto, cie… señorita Ranghild— se corrige sobre la marcha.

Me río mientras atravieso el lobby y llego hasta el ascensor, presionando el botón para llamarlo.

Cuando llego a la última planta, el ascensor se abre, revelando un pasillo amplio con una puerta a cada lado. Escucho el ir y venir de algunas personas y asumo que los avox ya se encuentran colocando la ropa sobre las perchas y los libros en los estantes.

La puerta de mi nuevo apartamento se encuentra abierta de par en par y veo a tres hombres y dos mujeres ir y venir con cajas, cargando camisas y metiendo zapatos en el interior del armario. Se mueven como un pequeño regimiento o tal vez como hormigas que cargan hojas para su colonia.

Mi padre pensaba que era un desperdicio de mi tiempo el venir desde hoy. Después de todo, los avox están hechos para esto. Una vida de esclavitud es casi todo a lo que pueden aspirar. Pude haber esperado al domingo y simplemente llegar a dormir, pero soy controlador y prefiero dar el visto bueno de las cosas. Aunque por el momento no tengo mucho que hacer.

Ev se mueve por las habitaciones, dando instrucciones en señas y regañando en silencio a los que no están haciendo un buen trabajo.

Me apoyo en el marco de la puerta y cierro los ojos.

Por los próximos tres años este lugar será mi nuevo hogar. Tendré que aprender a moverme aquí. Tendré que conocer sus sombras, familiarizarme con cada silueta para no permitir que el miedo me domine. Tendré que aceptar la estupidez de nuevas personas en mi vida…

Un suave taconeo me hace abrir los ojos y mi boca se estira en una sonrisa.

Arah Ranghild se detiene a tan solo unos pasos. Los ojos verdes muy abiertos y la boca formando una mueca de incredulidad mientras arrastra una maleta casi tan grande como ella.

—Pues ¡mira eso! —digo burlón—. ¿No te dije que era una mala idea apostar contra mí?

Su boca se abre para responder y vuelve a cerrarse. Su rostro está teñido de un suave rosado, por la pena o por la furia, es difícil decirlo. Estoy deseando molestarla un poco más, pero el inconfundible sonido que emite un vinilo al romperse rompe la burbuja.

Lanzo una mirada de fastidio sobre mi hombro.

—Bueno, tendremos que dejar nuestro reencuentro para después, Arah Ranghild— saboreo cada sílaba de su nombre, es una pequeña victoria para mi—. Buenas noches, vecina. Ya nos veremos después.

Y cierro la puerta detrás de mí antes de que tenga oportunidad de responderme.


¡Primer capítulo!

Coraline y yo nos volvimos locas por la posibilidad de dar a conocer más profundamente la historia de Rowan y Arah y en nuestra locura, terminamos arrastrando a las otras chicas, así que tendremos una historia con los orígenes de los Vigilantes principales del SYOT Colaborativo "Amapolas para las luciérnagas" del foro El diente de león.

El fic será narrado por Elenear28 (Rowan), Coraline T (Arah) y HikariCaelum (Cherise).

Si no participas en el SYOT pero quieres saber de qué se trata, puedes buscarlo en las historias de esta cuenta.

Esperamos que la historia les guste y por favor, no duden en dejar su crítica aquí, siempre y cuando sea constructiva.

Saludos, E.