Los personajes de VA pertenecen a Richelle Mead

Capítulo 1

PoV Rose

La mayor parte del tiempo yo no era del tipo interesada en la naturaleza, pero en ese momento me encontraba observando a través de la ventana de la habitación de Lissa la batalla épica entre dos golondrinas por alcanzar la última baya de un árbol. Tampoco sabía que las diminutas aves eran tan aguerridas cuando se trataba de su comida, pero como la primavera estaba terminado y sol comenzaba a secar cada árbol o arbusto con frutos a su paso, entonces suponía que su instinto de supervivencia activaba la parte más primitiva de su ser.

Volviendo atrás, puedo entender porque nadie más estaba observando atentamente aquella escena como yo; y es que la lucha de aquellos animales no era para nada entretenida en realidad. Tampoco me habría interesado si no me hubiera servido para evadir conscientemente las prácticas espirituales que se estaban gestando en aquella misma habitación.

Podría haber intentado estar en otra parte, si no hubiera sido por insistencia de Lissa y porque escabullirse entre los pasillos se había vuelto mucho más complicado desde el ataque Strigoi un par de semanas antes.

Tampoco había podido saltar por la ventana. En primer lugar porque la habitación de Lissa estaba estratégicamente ubicada en el tercer piso, como la de todos los estudiantes Moroi. Aquella planta era la más segura del edificio de la academia. Suponiendo que los Strigoi pudieran violar todas las medidas de seguridad, incluida la fuerte barrera de magia elemental que rodeaba el instituto, y el centenar de guardianes altamente letales que rondaban por el campus, entonces tendrían que atravesar todo el edificio administrativo, la zona recreativa, las salas escolares y las habitaciones de los novicios antes de poder llegar a los Moroi. Así que las ubicaciones asignadas no sólo colocaban a los Moroi en la cima del edificio, también me imposibilitaban escaparme sin arriesgarme a romper todos mis huesos en el intento.

Por otra parte, la ventana de la habitación de Lissa estaba sellada permanentemente por aquel entonces. Era una de las muchas e inútiles medidas de seguridad que los directivos de la escuela habían tomado para proteger a sus estudiantes... algunos estudiantes.

— ¡Lo logré!— Lissa había gritado con efusividad aquella tarde, apartándome con violencia de mis pensamiento triviales. Al despegar la mirada de la ventana y los pájaros fuera de ella me había encontrado con su rostro, una expresión jubilosa estampada en él. — Rose, lo he hecho.

En ese entonces los dones del poder de Lissa no estaban tan pulidos como ahora, ni teníamos muy claro cuáles eran dichos dones en realidad; por eso no me sorprendí cuando Lissa no supo responderme cuál era aquella acción realizada que la hacía sentir tan emocionada y satisfecha.

— ¿Y cómo es que sabes que ocurre cuando no tienes conocimiento acerca de lo que debe ocurrir?—Le pregunté. Me preocupaba más por su propia salud mental que por el potencial que una cuchara de plata encantada podía tener. — Sigue siendo una cuchara.

— ¿Sabes que no realizamos transformaciones, Rose?— me preguntó Adrian, arrebatando la herramienta metálica de las manos de Lissa y estudiándola meticulosamente.

— He sentido el poder emergiendo de mí—aseguró Lissa, apaciguando su adrenalina y tomando asiento delicadamente en la cama.

— Bien... plata encantada... ¿y de qué sirve?— A Lissa se le había ocurrido ante los últimos acontecimientos, luego del incidente con la desactivación involuntaria de la barrera mágica, verter su poder en algún elemento de plata -que suplantara a las estacas- con el fin de crear un hechizo alternativo al de los cuatro elementos, o como menos complementario para reforzar la protección.

Lissa y Adrian no habían tenido en cuenta el enorme vacío informativo acerca de su poder, que les imposibilitaba conocer el cambio especifico que ocurría ante la alteración mágica del metal, y su función en la vida. Por eso no tenían idea de lo hacían. Estaban caminando a ciegas frente al peligro potencial que podría haber sido la creación de un hechizo al azar, quizás de un arma letal.

Además, su poder arrastraba tras de sí un oscuro presagio de muerte y locura.

Lissa y yo habíamos descubierto tiempo antes la existencia de un Moroi portador del mismo poder que ella y Adrian tenían, así como una guardiana dhampir qué había sido resucitada al igual que yo. Vladimir -el Moroi- y Anna -la dhampir- habían sido amigos inseparables desde pequeños, y lo habían sido más allá de la muerte, literalmente. Después de que Anna muriera ahogada, el Espíritu en Vladimir se había manifestado y él la había curado, convirtiéndola en una Bendecida por la sombra.

Vladimir y Anna eran las guías por excelencia en nuestra propia relación, a pesar de que llevaban muertos varios años. Después de un accidente automovilístico, en donde Lissa había perdido a toda su familia, el poder en ella también surgió como en Vladimir, ayudándola a traerme de regreso luego de que yo muriera. Un extraño vínculo había nacido aquel día entre los cuerpos de sus padres, el metal retorcido y el fuerte olor a querosene, un vínculo que iba más allá de la relación fraternal que ya teníamos. Convertirme en una Bendecida por la sombra me había hecho capaz de infiltrarme en la mente de Lissa... al principio involuntariamente, aunque paulatinamente comencé a controlar los impulsos de mi propia consciencia por mezclarse con la suya.

Hasta ahí todo parecía ser bastante llevadero, ventajoso incluso para mi futuro papel como su guardiana, pero el poder de Lissa tenía también una parte oscura. Su uso frecuente provocaba un gran degaste mental en los portadores, muchas veces arrastrándolos a una locura extrema. Pero Lissa me tenía a mí, alguien con quien compartir la oscuridad y el destino incierto que la esperaba. El problema era que los efectos secundarios en mi eran ligeramente diferentes a los que provocaba en Lissa. Yo no tenía la necesidad de lastimarme -como había ocurrido con Lissa en tantas ocasiones- al menos no aún, pero había comenzado a presenciar cosas que no hacían mucho por alejarme del abismo profundo en el que ya caminaba.

Mi primer asesinato Strigoi me había conectado con la muerte de una manera más estrecha, si eso era posible considerando que yo ya había atravesado los senderos del otro lado. Sentir la muerte como un síntoma y verla a través de los espíritus era sólo una parte de mis "dones".

Aunque no la más increíble descubriría luego.

— Sentí la magia fluir a través de mi— repitió Lissa, su alegría desinflándose poco a poco.

— Dijiste lo mismo de última docena y media de cubiertos— señalé, levantándome del piso de su cuarto. — Tal vez no esté destinado a ser. Tal vez su poder no es como los otros elementos, y rechaza a la plata.

— Bien, aquí, Adrian devuélvele su cuchara— exigió tristemente.

— Ya no la necesito— respondí, dando una mirada apenada a mí helado derretido sobre su mesa de escritorio.

— Increíble— Levante los ojos al sentir la mirada acosadora de Adrian en mí. — Es increíble.

— Lo sé, lo soy— dije encogiéndome de hombros. — Pero tus ojos me asustan un poco ahora.

— No tu, aunque también te vez increíble. Tu aura cambió radicalmente cuando tomaste la cuchara. Ya no está oscura por... valga la redundancia, la oscuridad. Y sus auras ya no tienen una conexión— explicó, señalando tranquilamente a Lissa.

Miré a la cuchara entre acusadora y cautelosa, como esperando que ella se desintegrara en mis manos, pero nada ocurrió. No estaba segura de entender lo que Adrian acababa de decir.

— ¿Entra en su mente?— ordenó Adrian, un poco cauto. Quería responderle que no era su jodida rata de laboratorio, porque me molestaba de una manera inexplicable estar rodeada de personas que evaluaran mi condición y obligaran a mi sistema a generar cambios, pero vi la mirada esperanzada en Lissa y no podía ser yo la responsable de romper todos sus sueños.

— Bien— renegué, pero accedí. Inmediatamente me puse a trabajar en ello. Ingresar a la mente de Lissa no era en realidad una tarea muy ardua, de hecho, muchas veces ocurría sin que me diera cuenta o muy en contra de mi voluntad, pero si requería de cierto grado de concentración. Negué con la cabeza, frustrada por el vacio negro al que me dirigía mi mente. — ¿Qué demonios hiciste, Adrian?

— ¿Yo? Nada. Lissa sí. Aunque no sé qué— confiesa finalmente. — Sus auras se separaron al momento en que tocaste la cuchara, como si creara una barrera entre ellas. Bloquea al vínculo. Ahora, ¿es un cambió permanente o temporal?

Dejé caer la cuchara, un ruido agudo resonando en la habitación cuando el instrumento de metal toco la superficie del suelo. Tanto Lissa como yo dimos una mirada expectante a Adrian.

—Y volvió— Dispuso alegremente, contagiando su ánimo a Lissa. — El efecto sólo dura lo que dura el elemento encantado en tus manos, en contacto contigo.

— Y no sirve de nada— dije, arrojándome deliberadamente a la cama de Lissa.

— Podría ayudar a restablecer tú mente— sugirió Lissa con voz dulce.

— Mi mente está bien— respondí enérgicamente, apoyando mis codos sobre la cama y elevándome para poder mirarla a los ojos. — No vamos a bloquear el vínculo, mucho menos después de lo que ocurrió con Jesse.

— Por lo que ocurrió con Jesse es que deberíamos hacerlo. Al menos déjame encantarte un amuleto para que puedas usarlo en caso de que algo parecido vuelva a ocurrir— Me dio una mirada tierna, una maldita mirada tierna que sabía que nunca podría rechazar. — ¿Sólo si es necesario?

— Sólo si es necesario— suspire finalmente.

x*X*x

La primavera estaba a unos pocos pasos de terminar y las temperaturas habían comenzado a elevarse demasiado en Montana por aquella época, por eso no había asociado mis noches de insomnio a nada más el clima húmedo y pesado de medio junio.

Los "días" Moroi eran bastantes llevaderos desde que teníamos una vida nocturna, pero las noches, con la luz del sol atravesando las ventanas durante cada momento de sueño, eran por decir menos insoportables. Por aquel entonces yo no era una defensora acérrima de los climas fríos, no después de la tragedia que había ocurrido durante el invierno anterior a mi última primavera en la academia. Pero las últimas semanas me había vuelto bastante quisquillosa con el calor, a tal punto que tenía que escabullirme por las noches para llegar a las escaleras de la entrada al edificio para tomar un poco de aire.

Cada noche durante mi última semana en la academia me levantaba incomoda, con mis sábanas empapadas de sudor y un dolor punzante en la nuca que apenas me permitía pensar. El clima elevado estaba sacando la peor parte de mí, porque desde que apenas dormía durante las "noches" estaba realmente fastidiosa durante el día y terminaba discutiendo con casi todos en la academia... aunque eso ya pasaba antes de que comenzaran las temperaturas altas. Las malas noches de sueño también estaban comenzando a afectar mi rendimiento en las clases, eso cuando no llegaba tarde a ellas. El guardián Alto ya había tenido más "charlas" conmigo aquella semana que en todo el año escolar.

Había asociado mis males al calor, la falta de descanso y los efectos del poder de Lissa. Los dhampir no nos enfermábamos, ese era un hecho incuestionable, por lo que no tenía motivos para sospechar que algo malo estaba ocurriendo conmigo. Lissa había sido bastante insistente con el tema del collar encantado después de que presenciara uno de mis malestares cuando había llegado a hablar conmigo sobre otro de sus descubrimientos, aunque nunca se le había ocurrido que dejar de usar espíritu, en caso de que mi "enfermedad" fuera causada por él, era mejor opción que bloquear el vínculo.

Por entonces también había comenzado a afectarse mi relación con Adrian. Él nunca se había rendido a conquistarme, pero esos últimos días parecía mucho más resignado que nunca. Había comenzado a observarme con una mirada acusatoria, al punto en que estaba considerando disculparme con él en algún momento por si lo había ofendido de alguna manera inconsciente. Pero entonces la hostilidad comenzó a infiltrarse en nuestras charlas. Él apenas me hablaba, o lo hacía si era un tema relacionado con Lissa, y cuando lo hacía apenas podía fingir que soportaba mi presencia. Yo pensaba que su actitud tenía que ver con mi emergente relación con Dimitri, quien por fin había cedido a aceptarme plenamente en su vida, y con quien había pasado una noche apasionante en la cabaña del bosque no mucho tiempo atrás. En ese momento no consideré que Adrian no tenía forma de saber que aquella noche había ocurrido, o que él era bastante consciente de mis sentimientos hacia mi mentor desde tiempo atrás.

Pero nuevamente no tenía motivos para creer que su reacción estaba asociada a algo más allá de eso... algo que cambiaría mi vida y la de muchas personas para siempre.


(Capítulo reescrito)