Perdiendo el hábito

PruePhantomhive


(Disclaimer)

Los personajes y escenarios de Arrow & Flash pertenecen a sus respectivos autores y son usados en ésta historia sin fin de lucro.

(Resumen)

Iris desapareció tras ir a Ciudad Star a investigar una nota. Para encontrarla, Barry terminó pidiendo la ayuda del alcalde Queen.


1


La última vez que Joe vio a Iris, fue el cinco de diciembre, cuando la mujer llegó emocionada a casa, lista para empacar una maleta y tomar el tren a Ciudad Star para investigar una nota periodística acerca de los rumores de la nueva pandilla de narcotraficantes que usaba a niños como mulas y terminó involucrando al hijo de catorce años de una famosa cantante oriunda de Ciudad Central.

Joe recordaba perfectamente bien las últimas palabras que le dijo a su hija mayor antes de besarla en la frente y verla partir: «Sé cautelosa, no cometas ninguna imprudencia y promete que te mantendrás en contacto. Te amo», a lo que ella respondió con una sonrisa, un abrazo y un metódico «Sí, papá». Ahora, Joe se preguntaba cómo serían las cosas de no haber sido tan confiado y haberle exigido a Iris que se quedara en casa —en el fondo, sabía que eso no hubiera servido de nada, porque su hija habría hecho valer su carta de adulta y le hubiera dado la espalda, pero su cabeza parecía estar a la espera de múltiples maneras de torturarlo y hacerlo sentir culpable—.

La estación de policía de Ciudad Star era muy diferente a la que él conocía tan bien en Ciudad Central: ésta no tenía la cálida iluminación dorada, ni los paneles de madera que le conferían un aire cálido y elegante al sitio, sino luces blancas de neón que parpadeaban cada pocos segundos y se reflejaban en los muros, fríos y amarillos, cubiertos de retratos hablados, mapas de la ciudad y reportes policiacos. Todo en Ciudad Star parecía estar planeado para intimidar a las personas, para que sintieran el frío de los casos, no para hacerlas sentir seguras y eso comenzaba a darle náuseas. Sospechaba que la policía de Ciudad Star tampoco se manejaba de la misma manera que la de Ciudad Central y eso, dadas las circunstancias, le daba pánico: si su hija estaba en peligro, quería que el caso se tratara con precisión quirúrgica para asegurar su regreso.

Joe estaba sentado en una incómoda silla frente al escritorio del capitán de la policía. Estaba molesto y exhausto, ansioso por obtener las respuestas que se le habían negado por las circunstancias los últimos días. A su lado, Barry ocupaba una dura silla de madera, con las uñas de ambas manos aferrando con fuerza las rodillas de sus jeans gastados. Una de sus piernas tenía un tic nervioso que la hacía moverse de arriba abajo a toda velocidad; Joe sintió el impulso de exigirle que se detuviera, pero se vio incapaz de hacerlo. Todos estaban preocupados y lidiaban con eso a su manera. Wally, al otro lado de la habitación, estaba recargado en uno de los muros cubiertos de papeles, con los brazos firmemente cruzados y el ceño fruncido, la mirada fija en sus zapatos deportivos. Desde que su padre le dio la noticia de la desaparición de su hermana, no había dicho mucho aparte de incitarlos a ir inmediatamente a buscarla. Joe admiraba su devoción.

Cuando la puerta de la oficina del capitán Lance se abrió y un hombre entró, seguido por una oficial uniformada, Joe y Barry se pusieron de pie inmediatamente para recibirlos; Wally dio un paso al frente. Habían esperado aproximadamente media hora, pero los segundos habían sido particularmente lentos y crueles.

—Detective West —dijo el hombre, tendiéndole la mano. Joe se apresuró a estrecharla, sintiendo una punzada de vergüenza en la boca del estómago ante el sudor que le cubría la palma. El hombre fue amable al no hacer ningún gesto al respecto—. Soy el capitán Quentin Lance y ella es la teniente Dinah Drake. Lamento la tardanza, pero estábamos atendiendo una redada en el bulevar este. Entiendo que están aquí para reportar a una persona desaparecida —comentó, rodeando su escritorio y ocupando la silla detrás de éste.

Barry y Joe volvieron a sentarse lentamente, casi como si estuvieran ante la presencia de un depredador. Wally caminó hacia ellos, colocándose nerviosamente detrás de sus sillas. La teniente Drake tomó una de las butacas apostadas junto a la puerta y la acercó a él, ofreciéndosela con un gesto de la mano que el muchacho agradeció con una sacudida de la cabeza y las mejillas rojas, entonces, la oficial se apostó con aire marcial detrás del capitán Lance.

—Se trata de mi hija —comenzó a decir Joe—: Iris West. Vino aquí hace dos semanas a investigar un caso —el capitán Lance enarcó las cejas al escuchar la palabra «caso»—. Es periodista. Trabaja para el Picture News de Ciudad Central —aclaró el detective.

De inmediato, el capitán intercambió una mirada contemplativa con la teniente Drake. Joe supo que eso era una mala señal y, por la tensión en Barry a su lado, él también se percató de eso inmediatamente, pero el capitán Lance no les dio tiempo a preguntar por su incomodidad:

—Explíqueme qué clase de caso investigaba una periodista de Ciudad Central en Ciudad Star —preguntó el hombre, suspicaz. De pronto, sus buenos modales parecían haber saltado por la ventana, dando pie a un comportamiento más austero. Joe intentó controlar su ansiedad para portarse de la misma manera, ya que no quería depender de otra institución para encontrar a su hija. Él era el detective ahí, él era quien reunía a las familias con sus seres queridos desaparecidos, todo eso estaba fuera de lugar. No podía creer que ahora era su familia la que estaba sumergida en una pesadilla como esa.

—Estaba escribiendo una nota sobre el tráfico de Stardust. El hijo de una figura pública de Ciudad Central se vio relacionado con el caso y resultó herido, así que decidió investigarlo —explicó Barry, cuya voz sonaba más aguda de lo normal gracias a la preocupación.

El capitán Lance puso los ojos en blanco, tan lento, que pareció hacerlo en cámara lenta, y un gruñido escapó de sus labios. La teniente Drake respiró profundo y su ceño se frunció con más incomodidad. Joe sintió una punzada de alerta en la boca del estómago y supo que, si averiguaba más sobre lo que había ocurrido con Iris, no sería bueno. El terror amenazó con agobiarlo, pero hizo todo lo posible por mantenerlo a raya.

Stardust —dijo el capitán Lance, siseando como una serpiente. Parecía estar paladeando la palabra con sumo desagrado. Se recargó en el respaldo de su silla y negó con la cabeza. Parecía tener algo qué decir al respecto de la droga, pero pareció pensarlo mejor y se contuvo. En vez de eso, inquirió—: ¿qué les hace pensar que la señorita West se encuentra desaparecida? ¿Vino sola a la ciudad?

Barry tragó saliva y se sentó en el filo de su silla para estar más cerca del escritorio. Un temblor incontrolable le sacudía el cuerpo entero y Joe casi podía sentirlo vibrar junto a él.

—Ella vino sola —respondió el muchacho, que comenzó a sudar—. Viajó el día cinco de diciembre, por la tarde, y llegó aquí al anochecer. Cuando se registró en el hotel, me llamó por teléfono para decirme que había arribado bien. Durante los días siguientes nos comunicamos por mensajes de texto y las redes sociales, pero luego… —hizo una pausa y respiró profundo— no respondió uno de mis mensajes en Facebook —el capitán Lance pareció tentado a poner los ojos en blanco otra vez: Barry sabía lo delicados que se volvían algunos casos cuando se involucraban las redes sociales—. Pensé que estaba ocupada o algo por el estilo, pero cuando intenté llamarla, no atendió. Ella siempre contesta las llamadas. Ayer por la mañana, intenté comunicarme con ella de nuevo y respondió con un texto —Barry hurgó en su bolsillo para sacar su teléfono, lo desbloqueó y buscó la página de mensajes. Le tendió el aparato al capitán Lance, que lo tomó, dubitativo, y leyó la pantalla. Sus cejas se enarcaron al leer el «Tdo esta bien amor. No t preocupes» enviado por Iris.

—No comprendo —confesó el capitán, devolviéndole el teléfono a Barry—. Tu novia te dijo que estaba bien, ¿qué hay de misterioso en eso?

Barry palideció un poco y clavó la mirada en sus rodillas, que seguían siendo mutiladas por sus uñas. Wally, sentado a su lado, tomó la batuta de la conversación:

—Ellos no son novios —explicó—. Barry es nuestro hermano adoptivo.

El rostro del capitán Lance se contorsionó de una manera casi graciosa.

—Y, sólo para estar seguro, ella no te llama «amor» como un mote cariñoso habitualmente, ¿no? —inquirió.

Barry negó con la cabeza.

—Tampoco tiene faltas de ortografía al escribir mensajes. Siempre es demasiado puntillosa y ese está tan mal escrito que… siento que no es ella, no puede ser ella —insistió Barry.

—Antes de venir aquí, fuimos al hotel en el que se registró a pedir información sobre ella y dijeron que no ha pasado por recepción en dos días. La última vez que la vieron fue el martes por la mañana, al salir del hotel —siguió Joe.

El capitán Lance asintió con la cabeza, luciendo exhausto.

—Entonces, la última vez que crees haberte comunicado con Iris fue hace… —preguntó, mirando a Barry.

—Tres días —respondió éste a toda velocidad. El capitán Lance miró a los demás.

—Yo hablé con ella por teléfono hace tres o cuatro días, también —comentó Wally—. Y estuvo compartiendo fotografías de Ciudad Star en Instagram hasta hace tres días. La última fue de un bar muy concurrido.

Joe se limitó a asentir con la cabeza, porque sí, las cosas habían sido normales hasta hace tres días, cuando hizo esa pausa antes de volver a responder sus mensajes de manera tan extraña.

—Solicitaré los registros de vídeo de las cámaras del hotel para verificar la información que les dieron —dijo y miró a la teniente Drake—. También quiero los registros telefónicos del celular de la señorita West: si alguien lo está usando por ella, quiero saber quién es —la teniente asintió con la cabeza y salió de la habitación en un revuelo—. Haremos un boletín de persona desaparecida con la información de la señorita West, en cuanto lo tengamos, enviaré a dos de mis mejores agentes a investigar sus últimos paraderos, a partir de ahí, le prometo que haremos todo lo posible para encontrar a su hija, detective West. Por el momento no podemos hacer nada más.


2


Los West y Barry se hospedaron en el mismo hotel en el que había estado Iris los últimos días, ansiosos por respuestas que no parecían presurosas por llegar. Aunque Barry era un experto forense y Joe, un detective, el capitán Lance fue bastante autoritario al pedirles que se mantuvieran alejados del caso, que podrían perjudicar debido a sus estados de ánimo. A ninguno le gustó la solicitud, pero la obedecieron a regañadientes.

Wally diseñó volantes con la imagen de Iris y su información de contacto e imprimió un centenar. Le dio la mitad a Barry y ambos se dispusieron a repartirlos por la ciudad mientras Joe intentaba localizar a todos los conocidos de su hija, averiguar si sabían algo, si ella se había contactado con ellos antes de desaparecer, lo que fuera.

Todos tenían los ánimos demasiado bajos y la adrenalina al cien por ciento mientras intentaban encontrar la mejor manera de ayudar y ser útiles.

En el centro de la ciudad, Wally se separó de Barry para recorrer establecimientos, dando los volantes con la cara de su hermana, mientras Barry permanecía de pie en la calle frente a la alcaldía, entregando panfletos a los transeúntes y pidiendo información, suplicando que alguien supiera algo, que las cosas pudieran solucionarse pronto.

En una desaparición, las primeras horas eran de crucial importancia, determinantes para que la persona apareciera sana y salva o no. Aunque intentaba no torturarse con eso, Barry no podía dejar de contar las horas, los minutos, que habían pasado desde la última vez que habló con Iris; no podía evitar imaginar cientos de escenarios diferentes en los que ella podía encontrarse, en algunos segura y en otros… en otros…

Una suave brisa de agua fría comenzó a caer sobre su cabeza cuando un montón de nubes grises se apilaron en el cielo. El sonido de los truenos, regurgitando entre las masas de aire, le dio escalofríos y se vio obligado a levantar el cuello de su abrigo para protegerse del frío.

Había algo en Ciudad Star que le revolvía las tripas con una sensación de desconfianza; se sentía como si un maleante se escondiera en cada esquina y, por ende, reticente a ser un navegante de sus calles. Nada en el lugar parecía fiable y algo en el fondo de su cabeza recitaba poemas épicos en honor a Ciudad Central, a su calidez, a su sol dorado, incluso al imparable ritmo de sus habitantes… y estaba en eso cuando un auto lujoso dio vuelta a la calle y circuló frente a él a toda velocidad, levantando con el rechinido de sus llantas un montón de agua encharcada gracias a una cloaca bloqueada, empapándolo de pies a cabeza. Ni siquiera tuvo tiempo de cerrar la boca, lo que le granjeó un largo, profundo y asqueroso trago de agua sucia. Cuando su cerebro pareció captar la información de que era muy probable que le diera una infección estomacal, Barry frunció los labios y se sintió tentado a vomitar.

La lluvia, mofándose de su suerte, aumentó de intensidad, repicando en su coronilla a manera de burla. Iba a llegar rezumando agua al hotel y lo peor de todo era que algunos de los volantes de Iris se habían arruinado.

El auto se detuvo a un metro de distancia de donde ocurrió el incidente. La puerta trasera se abrió y un hombre bajó, sin importarle empapar su elegante y —obviamente costoso— traje o arruinar sus zapatos de diseñador.

—Lo siento tanto —dijo el hombre, caminando a toda velocidad en su dirección.

Por un segundo, Barry tuvo ganas de decir algo, recriminarle lo que había pasado, pero, cuando levantó la mirada —y se encontró con ojos de un increíble color azul—, se dio cuenta de que eso no sería lo más conveniente, porque había leído los suficientes encabezados de periódico —y escuchado a Iris recitando poesía acerca del cuerpo del sujeto— para saber que estaba frente a frente con Oliver Queen, alcalde electo de Ciudad Star. Comenzó a boquear, intentando decir que estaba bien —aunque no se sentía bien—, que todo había sido un accidente —que pudo haberse evitado—, pero las palabras no parecían querer abandonar su boca.

Barry siempre había tenido un problema frente a las personas con autoridad: lo hacían sentir nervioso y culpable, por algún motivo, demasiado torpe, demasiado insignificante… y Oliver Queen era un hombre impactante que pondría celoso al mismo Zeus si llegaran a encontrarse.

»—Si me acompañas a la alcaldía —siguió el hombre, Oliver, que no parecía haberse percatado de su titubeo—, me encargaré de que alguien te consiga ropa seca, lo prometo. En verdad lamento esto.

—No —fue lo primero que Barry consiguió decir—. Está bien, yo… mi hotel está cerca. No hay… problema… —y en un brote de vergüenza y estupidez, escupió «alcalde Queen» con una voz demasiado ansiosa.

Las cejas del hombre se enarcaron. Aunque era atractivo y una pequeña sonrisa permanecía en la comisura de sus labios, parecía haber algo demasiado duro en su mirada, casi frío, como la ciudad que gobernaba. Barry pensó que no le gustaría toparse con él en un callejón oscuro; sería aterrador.

— ¿No eres de Ciudad Star? —preguntó el alcalde, cuyo corto cabello dorado comenzaba a empaparse. Un hilo de agua clara resbaló por su sien y se perdió en la curva de su cuello.

Barry frunció los labios antes de responder:

—No, vivo en Ciudad Central. Estoy aquí porque… —levantó los carteles de DESAPARECIDA que tenían la imagen de una Iris jovial—, porque estoy buscando a mi hermana. Ella… desapareció —dijo en voz baja.

De pronto, la dureza aumentó en los ojos del alcalde Queen. Una de sus pesadas y grandes manos se levantó para descansar en el hombro de Barry, que la miró, atónito.

— ¿En mi ciudad? —preguntó el hombre con una voz que sonó casi igual a un gruñido lobuno.

Barry movió la cabeza de arriba abajo una vez.

El sonido de la lluvia a su alrededor e impactando en el toldo del auto estacionado al lado de la calle tañía como campanas. Hacía demasiado frío y, si las cosas seguían así, tal vez pronto comenzaría a nevar.

—Tal vez debas acompañarme a la alcaldía para hablar. Si el suceso aconteció en mi ciudad, me interesa —dijo con seguridad—. Haré todo lo posible para devolverte a tu hermana.

Y, por algún motivo, Barry le creyó.


3


La oficina del alcalde Queen era amplia, con grandes ventanales que cubrían toda la pared detrás de su escritorio y, en ese momento, se veían azotados por la lluvia inclemente. Un único rayo de sol lograba atravesar la cúpula de nubes que cubría el cielo y golpeaba justo la silla del alcalde, confiriéndole un aire casi divino que hizo que Barry se sintiera increíblemente incómodo: ahora entendía todas esas veces que Iris había llamado al alcalde de la ciudad vecina «sexy» y se sentía estúpido por notarlo ahora también.

Aunque siempre había circulado con total seguridad entre las costas de su bisexualidad, nunca antes se permitió explorarla en su totalidad: desde niño había sentido una gran atracción por Iris y ésta había menguado hasta hace unos años, cuando ella por fin tuvo el valor de enfrentarlo y explicarle que eso jamás podría suceder porque ella lo consideraba su hermano. Eso… bien, fue duro y doloroso para él, pero logró superarlo. Y luego apareció Eddie, con quien siempre tuvo una relación extraña —amistosa, a pesar de la creciente duda que el oficial provocaba en él—. Al final, eso tampoco llegó a nada porque Iris comenzó a salir con Eddie y Barry se sumergió en un limbo que lo convenció de que las relaciones sentimentales no eran para él. Luego, Eddie tuvo aquel accidente de trabajo que lo hizo abandonar la policía y la ciudad… Barry no volvió a pensar en eso hasta ahora.

Y ahora, obviamente, aunque el alcalde Queen le parecía devastadoramente atractivo, estaba cien por ciento convencido de que no era un gusto que debiera alimentar, porque si las cosas con Iris y Eddie no pudieron ir más allá de una amistad, menos ésta: seguramente el alcalde lo veía como un hombre insignificante, quizá como una mosca parada en la pared, una molestia que había aparecido en su ciudad para robarle preciados minutos de su tiempo y retrasar su agenda… Barry solía sentirse de esa manera habitualmente.

Aunque quiso ver el lado bueno de las cosas: si Iris estaba viva y lograban recuperarla sana y salva, le contaría sus impresiones del alcalde sólo para hacerla reír, porque valdría la pena si en ese instante estaba viviendo una pesadilla.

Para ocuparse de su ropa mojada, Barry se quitó el abrigo negro que llevaba, que había recibido la mayor cantidad de agua. El alcalde se lo entregó a su asistente, que lo tomó y prometió llevarlo a la tintorería para devolvérselo como nuevo: aunque Barry quiso protestar, nadie escuchó sus réplicas. El suéter verde que había estado usando bajo el abrigo estaba casi intacto, así que no fue necesario ponerlo en manos del alcalde, que enarcó una ceja al hacérselo notar.

—De acuerdo —dijo el hombre, cruzando su oficina en pocas zancadas para ocupar la silla detrás de su escritorio (con el desdeñoso rayo de sol) lo que los llevó a ese preciso momento en el tiempo—. Bien, señor Allen —continuó. Barry nunca se había sentido cómodo cuando lo llamaban así, pues era algo que le generaba recuerdos demasiado cercanos a casa, a su padre, que había muerto siendo él demasiado joven para soportarlo—, hábleme de su hermana —pidió el alcalde, observando la imagen de la mujer en uno de los volantes menos mojados que Barry pudo entregarle. La tinta estaba un poco descolorida, pero aún servía.

—Su nombre es Iris… —comenzó y prosiguió a relatarle una historia idéntica a la que ya había sido escuchada por el capitán Lance.

En ese momento, estaba convencido de que tener al alcalde de su lado en verdad los podría ayudar a recuperar a la mujer perdida.


4


Tener al alcalde Queen en la estación de policía era todo un acontecimiento… que en los últimos dos meses se había vuelto algo usual, pero que seguía poseyendo el don de hacer que el capitán Lance pusiera los ojos en blanco, sobre todo por el encanto de Queen con los oficiales y detectives, que olvidaban cualquier clase de mesura para con los casos en cuando se encontraban con la primera sonrisa despampanante del ex-playboy de Ciudad Star.

Quentin se sentía con el derecho de mostrarse incómodo, molesto y con la potestad de amonestar a Queen: sus dos hijas salieron con él en la juventud y el hombre estuvo a punto de destruirles la vida casi como había hecho con la suya tras la muerte de su padre en aquel naufragio. Afortunadamente, Laurel logró salir del bache al encontrarse con Tommy Merlyn, que era una manzana que había caído demasiado lejos del árbol que la había engendrado —afortunadamente— y Sara, al unirse a la milicia. Aunque no era el sueño de un padre tener a su hija en el ejército, la mujer se las arreglaba y le daba a entender constantemente que había encontrado su camino en la vida. Y, aunque ellas ya no tenían nada más qué ver con Oliver aparte de una incómoda amistad —para Quentin, incómoda para Quentin—, el alcalde seguía siendo un dolor en el trasero para el capitán de la policía.

¿En qué demonios habían estado pensando los votantes al elegir a ese sujeto como su alcalde? Aunque, claro, la otra opción hubiera sido apocalíptica y Quentin, en secreto, prefería lidiar con Queen y no con Darhk.

— ¿Qué quieres ahora, Oliver? —preguntó el hombre sin tapujos al entrar a su oficina y encontrar al hombre sentado frente a su escritorio, con un volante en la mano del que parecía no poder despegar la vista.

Quentin ocupó su silla y apoyó los codos en el escritorio, mirando a Oliver con el ceño fruncido. Los ojos azules del hombre se encontraron con los suyos y un escalofrío recorrió la espalda del capitán: algo se había muerto en Oliver Queen el mismo día que se hundió el yate de su padre en altamar…

—Hoy tuve un encuentro bastante curioso con un hombre llamado Barry Allen —comenzó a relatar el alcalde. Quentin se abstuvo de poner los ojos en blanco: no creyó que los West (o el señor Allen) fueran capaces de llegar tan lejos como para contactar al alcalde, pero, vamos, si fueran Laurel o Sara las que estuvieran desaparecidas, él se metería con el mismísimo presidente en caso de ser necesario…—. Me habló de su hermana adoptiva, Iris West, que está desaparecida desde hace tres días.

—Lo sé —interrumpió Quentin—. Hablé con ellos ésta mañana. Ya la reportamos como persona desaparecida. Tengo a la teniente Drake revisando la información del caso y, ahora que estás aquí, no creo que vaya a gustarte lo que te voy a decir.

Oliver frunció el ceño y lo miró, retador. Colocó el panfleto con la información de Iris West sobre el escritorio y se recargó en el respaldo de su silla:

—Algo que me guste menos que tres periodistas que investigaban el caso del Stardust desaparecidas, dos de ellas encontradas muertas en el último mes, en mi ciudad, ¿me preguntó qué será? —inquirió con sarcasmo.

Quentin se tragó una agrura iracunda y miró al alcalde con irritación:

—El último paradero confirmado de Iris West fue el Verdant.


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