Sin fines de lucro. Los personajes aquí presentados no son de mi propiedad, sino de la magnifica mangaka Rumiko Takahashi. Únicamente la siguiente historia me pertenece.
¡Espero lo disfruten!
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Pequeños Ajustes
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—Esto es completamente innecesario, Akane—dijo Ranma, irritado.
—No empieces, Ranma; ya estamos aquí. Además, tu mamá ya se ha tomado la generosa molestia de darnos dinero para pagar.
—Aún no pagamos. Podemos invertirlo en algo más.
—Mejor deja ya de quejarte. Todavía no estoy de humor para siquiera escucharte.
—Pero ¿por qué? ¡No fue mi culpa! ¿Es que acaso piensas que yo mismo me lo quité y lo arrojé a la alcantarilla adrede?
—¡No te estoy acusando de ser culpable de nada, bobo! Yo sé bien que fue un accidente.
—Entonces ¿qué pasa? —Akane no respondió—. ¡Akane, respóndeme! ¿Por qué diablos estás tan enojada? ¡Desde ayer estas así!
—Cállate. Ya llegamos, así que compórtate de una buena vez.
El tono agresivo de su voz advertía que, por su seguridad, era prudente desistir el cuestionamiento. Ya más tarde intentaría abordarla.
Llegaron a la gran entrada de la mansión, ricamente decorada al tradicional estilo chino. Akane tocó un par de veces y la puerta fue abierta por el mismo señor Iwashi*, quien los recibió con gran ánimo alegre.
—¡Qué alegría verlos, jóvenes! Pasar, por favor, pasar —les invitó el anciano, con esa característica apacible y anfitriona que sólo la edad avanzada engalana. La sonrisa provocaba que sus tan rasgados ojos se cerraran completamente.
—Muchas gracias, abuelo. Con su permiso —dijo Akane, no menos sonriente.
—¡Oh, joven Akane! Seguir siendo tan hermosa como antes. No haber cambiado nada en estos tres años —halagó el anciano, mirándola de arriba abajo con cierto entusiasmo no compatible a lo decente, pero que Akane no notó debido a la diminuta estatura del señor Iwashi.
—Oh, abuelo. Usted siempre tan amable —respondió Akane.
Ranma, disgustado y bien avisado de esas inspecciones libidinosas, aclaró la garganta y se puso frente al anciano.
—¿Y qué hay de mí, viejo sardina? ¿Cómo me ve a mí?
El señor Iwashi sacó de la nada un jarro con agua y, dando un salto, la vertió encima de Ranma, provocando enseguida así su forma femenina.
—Tú seguir siendo un travesti. Pero sin duda ser muy bonita también —dijo riendo el pequeño anciano, al tiempo que esquivaba los golpes de Ranma.
—¡Ranma, basta! —lo detuvo Akane, con auxilio un buen codazo en las costillas—. Te he dicho que te comportaras.
—¿Qué no prestaste atención, ciega? ¡Él empezó!
—Abuelo Iwashi, en verdad lo siento — se disculpó Akane, ignorando las quejas de Ranma.
—No preocuparse, linda Akane. Seguirme, por favor.
Tras recorrer opulentos pasillos tapizados de espejos, vitrinas con antiquísimas reliquias y la humareda de purpúreos inciensos, llegaron al fondo de la gran casa, cuya última habitación no era menos deliciosa en excentricidad ancestral.
—Y bien —dijo el señor Iwashi—, ¿qué ser lo que necesitar, bella Akane?
—Necesitamos que nos ayude con esto —respondió Akane, sacando de su bolso la pequeña cajita que entregó al señor Iwashi.
—¡Vaya, ser linda pieza! —exclamó al admirar el brillante anillo dentro de la cajita—. ¿Este ser el de él? —preguntó el anciano. Ranma —aún como mujer— y Akane asintieron. El señor Iwashi tomó la mano de Ranma para ponerle el anillo en el dedo anular, pero éste quedaba muy grande a su pequeño dedo femenino—. Oh, ahora poder ver el problema. ¿Querer lo mismo de última vez?
—Así es. Necesitamos que nos ayude tal como lo hizo hace tres años adaptando los zapatos de Ranma.
—Muy bien, entonces ser poción de adaptación. Pero no poder darles un pequeño frasco, como la vez anterior, ya que esto ser mucho más pequeño.
—¿Y entonces? —preguntó Ranma.
—Yo tener que hacer poción de adaptación especial para anillo. Tener que esperar durante un rato, pues quizá tardar un poco. Ah, y necesitar cabello y medidas, muchacho, como la última vez.
El anciano midió con una cinta el pequeño anular de la mano de Ranma y también le cortó un pequeño mechón pelirrojo de la trenza. Luego, sacó nuevamente de la nada una jarra llena de agua (esta vez caliente) y la vertió sobre Ranma.
—¡Ah! ¡Está hirviendo!
—¡No moverse, chamaco chillón! —espetó el anciano.
Midió de nuevo su dedo masculino y volvió a cortar un moreno mechón.
—Muy bien. Esperar aquí, mientras yo preparar poción. Mi ayudante servirles té enseguida.
Los jóvenes fueron llevados por el timorato asistente a un salón de estar que, aunque mucho más convencional, no abandonaba en su lucir esa magna esencia de dinastías imperiales. De inmediato, el joven preparó el té y bocadillos a trompicones, y así la mesita frente a la pareja se convidó de delicias y tacitas de porcelana tambaleantes.
—Muchas gracias —dijo Akane, con su deslumbrante sonrisa, dejando encantado al ayudante y un tanto más nervioso de por sí. Al ver la amenazadora mirada de Ranma, sin embargo, reunió el valor para espabilar y escabullirse—. ¿Ves cuanta amabilidad nos brinda el señor Iwashi? Deberías ser educado.
—Cualquiera es amable cuando le pagan —respondió de inmediato. Akane sólo viró los ojos—. ¿Sigues molesta? —ella no respondió—. Mejor dicho, ¿me dirás ya por qué estas molesta? —pero Akane se mantenía en silencio—. ¡Dios mío! ¿Cómo solucionar los problemas si no sé ni qué problema te inventas?
—Exactamente, Ranma. ¡Escúchate, bruto! No eres capaz de analizar tus propias palabras, mucho menos de analizar la situación.
—Es por ello que te pregunto qué es lo que sucede, ¡pero eres tan obstinada! No soy adivino, Akane.
—¡No, eres un bobo insensible! ¿Es que acaso debo explicarte todo? Tú mismo debes darte cuenta de qué fue lo que dijiste ayer.
Ambos se dieron la espalda, ambos volvieron a la necia distancia del silencio, el escudo de los brazos cruzados y el ceño fruncido. Akane estaba furiosa y Ranma realmente confundido.
Como hombre distraído y bruto —muy a su pesar de su vanidad— que sabía que era, su memoria no daba mucha longitud de análisis. Recordaba las costillas que cenaron la noche anterior, recordaba que se mordió la lengua por masticar apresuradamente, y, aunque tampoco se le olvidaba que el día anterior se patrocinó por el estrés de haber perdido el anillo, no hallaba entremezclado alguna metida de pata más allá de ese incidente.
«Algo que dije… ¿Qué diablos dije? ¡Caray, las mujeres parecen tener dos cerebros: uno para pensar y otro para guardar rencor!», alucinaba Ranma, rascándose la cabeza hasta que le ardió
(…)
(…)
—Lo siento, Akane. No tenía idea de que iba a llover hoy.
—No te preocupes, no es culpa tuya. Verás que pronto lo encontraremos —con esa apacible sonrisa, tranquilizó a Ranma de todo remordimiento autodestructivo—. Entonces, ¿crees que sea por aquí?
—Sí, no tengo duda. Cuando regresábamos a casa, la lluvia nos alcanzó justo en este lugar y empezamos a correr, ¿recuerdas? Estoy seguro que debió caerse por aquí.
Y así habían continuado la búsqueda durante toda la tarde, sin éxito de encontrarlo. El atardecer cubrió el cielo, así como el cansancio asfixió el esfuerzo. Casi extinta la puesta del sol, se prestaron los últimos rayos como reflector de dos lindas señoritas sentadas en la banqueta. La chica con corto cabello azulado recargaba su cabeza en el hombro de la otra chica, una pelirroja con el cabello trenzado, y ambas tenían una expresión bastante desanimada.
—Regresemos a casa; se está haciendo tarde. Continuaremos mañana —Ranma interrumpió la silenciosa sinfonía del arrebol con su suspiro.
Akane no respondió, simplemente se levantó y comenzó a caminar, pero incluso al avanzar, ambos paseaban la mirada por el suelo, con la esperanza de invertir hasta los bostezos en encontrarlo. El sol ya ondeaba sus franjas desde la acera hasta los tejados en cuenta regresiva para irse a dormir. Akane regresó la vista hacía el fondo de la calle para despedirse del empeño.
—¡Ahí, Ranma! ¡Algo brilla!
Akane señaló el reflejo de una ventana, que mostraba la fotografía opaca de un intruso brillo al fondo de una cloaca frente a ésta.
Ambos corrieron hacía la procedencia del tintineo. Y lo encontraron en la alcantarilla, no muy al fondo, como un tesoro en medio de la arena; en este caso, en medio de mugre con tonalidades ocres, cuyas sustancias prefirieron no indagar. Lo siguiente, un par de chicas con aspecto esquizofrénico: la de cabello corto sosteniendo de las piernas a la otra de no caerse al fondo del acueducto, mientras aquella se esforzaba por alcanzar la sortija y contener el vómito.
(…)
—Esta es la quinta vez que sucede —mencionó Nodoka, mientras todos cenaban—. En ocasiones anteriores, tuvieron suerte que fuese aquí en casa donde se perdiera, pero ¿una alcantarilla? Esto ya es demasiado, hijo, hay que hacer algo.
—¿Qué tal atarlo con una cinta? —dijo Soun.
—Mejor podríamos adherirlo a su dedo, con un buen pegamento —sugirió Nabiki.
—''O pegarlo con hierro fundido'' —decía el letrero de Genma, convertido en panda.
—¿¡Qué diablos!? —exclamó Ranma.
—¡Papá, tío! —quiso intervenir Akane.
—El hierro es muy resistente, así jamás volvería a caerse —apoyó Kasumi, con tierno entusiasmo.
—¿¡Cómo demonios…¡? —exclamó Ranma nuevamente, pero los demás lo ignoraron.
—¿Pero no se le quemaría el dedo? —preguntó Nabiki, a lo que Happosai respondió:
—No si congelamos su dedo primero.
—¿Y si se le cae por estar congelado? —cuestionó Soun, y Genma le respondió en un letrero más grande:
—''Intentaríamos con el otro. Para ello nació con dos dedos anulares''.
—¿¡Acaso están dementes!? ¡Ni me atarán ni pegarán el maldito anillo, mucho menos con hierro fundido! Simplemente dejaré de usarlo y se acabó —explotó Ranma, y el silencio agrió hasta al ramen.
—Pero, hijo, es tu anillo de…
—Mamá, esa cosa es inútil, sólo sirve para perderse —dijo Ranma con firmeza en los cachetes llenos de fideos.
Justo al terminar de escuchar eso, Akane se levantó de súbito de la mesa, con la mirada oscura y el aura de ultratumba, y fue con rapidez a lo que se adivinaron como su habitación. Desde la mesa se escuchó tal portazo, que el té en las tacitas vibró y se escurrió
—A… ¿Akane? ¿Pero qué le ocurre? —todavía con las mejillas infladas de comida, Ranma recibió la acusatoria mirada de todos—. ¿Qué? ¿Por qué me miran así?
—¡Ah, hijo! A veces eres tan tonto —respondió su madre, con un suspiro de frustración.
—Algo me dice que dormirás afuera, querido cuñado —Nabiki mantenía el humor.
—¿Qué…? — Ranma permanecía sin entender, pero, alertado por esa mofa, tragó el kilo de fideos que la duda no le había permitido masticar y salió del comedor hacia su habitación. La familia permaneció en silencio—. Akane, ¿ahora qué hice? Abre la puerta —se escuchaba decir al chico en el piso superior, tocando insistentemente la puerta.
Nabiki comenzó a reír a carcajadas.
—Nabiki, por favor… —la reprendió quedamente Kasumi.
—¡Ah, qué desgracia! —comenzó a llorar Soun—. Ojalá pudiésemos adaptar el anillo tal como hicimos con sus zapatos.
—¿Sus zapatos? —preguntó Nodoka.
Genma vertió sobre sí mismo una jarra de agua caliente —siempre salidas de la nada— para volver a su estado normal y responder a su esposa:
—Veras, querida, hace ya tres años, Ranma perdía continuamente sus zapatos al convertirse en chica, pues le quedaban bastante grandes y, al correr o durante alguna batalla, éstos se le salían. Así que Cologne nos presentó a un amigo suyo, que ideó una pócima de adaptación para que los zapatos de Ranma cambiaran del tamaño al mismo tiempo que su cuerpo lo hacía.
Hubo silencio un par de segundos. Cada quien pensó en lo que convino: Kasumi en recoger los platos, Soun en su almohada para llorar hasta dormirse, Genma en asaltar el congelador cuando todos durmieran; Nabiki en venderle a Ranma una llave maestra para abrir la puerta de su cuarto, Nodoka en retomar su intención de seppuku* contra esposo e hijo, y Happosai… bueno, él sólo pensaba en tetas. No obstante, pasados los tres segundos, a todos se les encendió el foco.
(…)
(…)
A pesar de intentar recordar cada palabra que él le había dicho a Akane en el día anterior, Ranma aún no encontraba algún insulto u ofensa que justificase que Akane lo dejara durmiendo afuera de su habitación la noche anterior.
—Ayer —comenzó a decir Ranma, después de varios minutos en silencio— no te insulté ni una sola vez en todo el día… algo bastante extraño, por cierto. Fue un buen día. Cuando salimos, ningún loco psicópata nos molestó: nos escabullimos de Shampoo, de Ukyo, ¡hasta de Kuno y Kodashi! Según yo, todo había salido bien… ¡Fue de la nada que te levantaste a media cena y me cerraste la puerta de la habitación! ¡Tuve que dormir en el patio para que mi madre dejara de perseguirme con la katana, Akane!
Ella se volvió hacia él con una lentitud aterradora.
—¿Maldito anillo? ¿Cosa inútil? ¿Sólo sirve para perderse?
—¿Qué…?
—¡Eso fue lo que dijiste sobre el anillo ayer, idiota!
«Demonios, así que eso era…» pensó Ranma.
—Akane, yo…
—¡Eres un insensible! ¿En verdad eso representa para ti nuestro anillo de matrimonio? —sollozó ella, con ojos a punto de derramarse, pero sin perder por ello la ferocidad.
Ranma pensó un momento en qué responder. Había algo que le molestaba mucho sobre el anillo o, más bien, sobre el hecho de que el anillo se perdiera por quedarle grande cuando se convertía en mujer. Eso era.
—Akane, lamento haber dicho eso. No es el anillo… es mi maldición. Tal como cuando vinimos hace tres años por lo de los zapatos. No importan los años que pasen, no estoy cómodo con mi condena como para adaptarme a ella, y me es aún más difícil lidiarla cuando provoca que me cierres la puerta del cuarto y me persigan con una katana.
Ranma agachó la mirada, con esa vulnerabilidad de gatito empapado.
—Ay, Ranma… —ella se acercó para abrazarlo—. Ya habíamos hablado sobre esto muchas veces: no importa el cuerpo que tengas, no dejas de ser tú. El idiota con quien me comprometieron contra mi voluntad, con quien accedí a casarme y pasar el resto de mi vida, el idiota que amo —expresó Akane, entre algunas risas tímidas y el rastro de lágrimas inconclusas.
—Y tú…pues tú mi gorda esposa marimacho —respondió él, también divertido.
—Algún día —comenzó a decir Akane—, te libraras de la maldición. Pero mientras tanto, debes adaptarte a ella y con una actitud positiva. Yo siempre estaré contigo sin importar qué.
—Entonces, ¿me dejarás volver a dormir en nuestra habitación? Ayer me devoraron los mosquitos.
—Claro que sí, bobo.
Retomada la ternura e inspeccionado el perímetro para salvarse de cualquier interrupción que los cohibiera, poco a poco se acercaron para darse un dulce, si bien muy torpe, beso.
—Jóvenes, el anillo estar… ¡Oh, pero qué ver! —el señor Iwashi recién iba entrando al salón.
Ambos dieron un brinco de sorpresa y se separaron apresuradamente. A pesar de estar casados desde hacía un poco más de un año, no habían superado del todo la timidez desarrollada durante tres años de negligencia.
—Tardó mucho menos que la última vez, viejo sardina —espetó Ranma.
El señor Iwashi aclaró la garganta.
—Yo decirles que anillo estar ya listo. Acompañarme, por favor, a probar si todo estar bien.
Ambos, aún algo apenados y abanicándose el pudor sonrojado, lo siguieron hasta el último salón. El anciano puso el anillo a Ranma, que quedaba justo en su forma masculina. Después, derramó sobre su cabeza agua fría y el anillo, justo al tiempo que Ranma se volvía mujer, se hizo más pequeño y se ajustó perfectamente a su anular.
—Sortija sólo necesitar pequeños ajustes. Ahora ser mujer casada también —dijo el señor Iwashi con una risita.
—No sabe cuán agradecidos estamos, abuelo. ¿Cuánto debemos pagarle? —Akane sacó su monedero.
—No deber pagarme nada, jóvenes. ¡Hace tiempo ganar mucho dinero gracias a ustedes!
—¿Cómo? —dijeron ambos al mismo tiempo.
—Verán, jóvenes: cuando yo conocerlos, apostar con un amigo sobre su compromiso. Él apostar que ustedes no casarse, yo apostar mucho, mucho, que ustedes casarse tarde o temprano. ¡Ganar tanto dinero que aún tener! —confesó el anciano a carcajadas —. Por lo tanto, ser gratis, linda Akane.
(…)
—¿Lo ves? El abuelo Iwashi en verdad es muy amable —dijo ella, mientras ambos caminaban de regreso a casa.
—Es lo menos que podía hacer. Si en verdad fuera bueno como tú tanto dices, nos hubiese dado un poco del dinero que ganó apostándonos.
—En realidad, me parece muy lindo que él haya apostado a favor nuestro.
Akane estiró su mano para admirar su propio anillo. Ranma, instintivamente, extendió también su mano cerca de la de ella para apreciar lo bien que combinaban ambas sortijas; lo bien que combinaban ellos juntos.
—Ahora ya no podrás excusarte, así que más te vale no volver a perderlo, porque, de ser así, yo misma te lo pegaré con hierro fundido, ¿entendido?
Ranma asintió y esbozó una sonrisa, que ella correspondió con el mismo gesto. Y tomados de la mano, se encaminaron a casa.
—Oye, hay que gastarnos el dinero y no decirle a mi mamá.
—¡Ranma!
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Fin.
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*Iwashi: Sardina, en japonés. Por ello Ranma lo llamaba así.
*Seppuku: Sacrificio/suicidio japonés para morir con honor. Recordemos que la madre de Ranma estaba obsesionada con la promesa de matarlos para salvaguardar la dignidad familiar.
¡Muchas gracias por leer!
Esta idea surgió porque mis jeans favoritos me quedaron grandes de la nada, así que pensé en Ranma. Luego recordé que, al leer el manga, se podía apreciar que en el dibujo los zapatos de Ranko le quedan grandes. Eso debía ser un gran lío, ¿no creen? De ahí surgió el fic ñ.ñ
De paso, ¡Muchas gracias por los reviews en mi historia anterior Akane en las estrellas (que ya ni existe, jojojo)!
Tengo muchas historias más por escribir sobre Ranma ½ y otras series :33, ¡así que no se despeguen! ¡Nos leemos pronto! Bechotes & Abachotes *3*
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PD: Sus reviews son la hamburguesa de mi hambre *u*
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