Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos. Otro reto cumplido para la genialísima Chia en foro Proyecto 1-8. ¡Espero que te guste! Se me ha ido un poco de las manos con las palabras, así que tómate el tiempo que necesites para leer.

Advertencia: Contiene lime, Yamakari y una pizca de Taiora (¿La receta perfecta? Jaja).


Amnesia selectiva [1]

—Miren, está despertando. —Fue lo primero que escuchó mientras intentaba emerger desde la nebulosa que era su mente en ese momento. Palabras de una voz que se le hizo terriblemente familiar y lo llenó de tranquilidad al instante; dulce, cálida y un poco ansiosa, aunque algo, que no hubiera sido capaz de identificar, le decía que esa ansiedad no era tan propia de ella.

Entreabrió los ojos y la luz del lugar, intensa y blanquecina, le ardió en las pupilas un par de segundos, obligándolo a parpadear repetidamente.

Tanto se sumió en dicha tarea, que pasó por alto el pitido intermitente de un aparato que estaba a su lado y al que estaba conectado. Quizá aquello le hubiera dado una pista de dónde se encontraba.

Tenía la vista emborronada y le tomó varios segundos dejar de ver manchas a su alrededor. Cuando por fin se le aclaró, fue capaz de distinguir a la persona que había hablado.

Ligeramente inclinada sobre él y enmarcada por la misma luz que momentos atrás le había molestado, estaba Sora. Su Sora. Luciendo tan radiante como si estuviera en un sueño.

—¿Taichi? —preguntó ella. Él había tenido razón antes: la ansiedad que notaba en su tono no era natural, algo la había causado, pero ignoraba qué o quién podía ser el responsable.

—¿Zzoda? —Al intentar hablar notó la lengua extraña, como si fuera demasiado grande para su boca o estuviera adormecida. Todo comenzó a darle vueltas dentro de su cabeza, haciendo que la imagen de la pelirroja se desdoblara frente a sus ojos—. ¿Es que acaso morí y estoy en el cielo? —preguntó con su dramatismo innato.

La joven soltó una risita entre divertida y azorada, y otra persona se aproximó a ella, apareciendo repentinamente en el campo visual del castaño.

—Ah, no. Si está Yama, entonces es el infierno —se lamentó Taichi.

Solo al notar la presencia de una tercera persona en el cuarto logró contener la risa que rogaba por emerger de su garganta. De pronto se sentía muy feliz, ¿a qué se debía esa montaña rusa emocional que estaba experimentando?

—¡Hikari! No lo entiendo... —Se llevó ambas manos a la cabeza para intentar impedir que todo siguiera dando vueltas. Entonces notó la aguja enterrada en el dorso de su mano y la manguera que lo conectaba a una bolsa de suero—. ¿Es que estoy en el limbo? —preguntó con auténtico terror.

—Genial. Si antes estaba loco, ahora definitivamente se chifló —protestó sardónicamente Yamato a lo lejos.

Un momento, ¿a lo lejos? ¿Cuándo se había alejado tanto? Por más que intentaba encontrarle una lógica a la situación, Taichi no entendía nada de lo que estaba pasando. La habitación se contraía y expandía por momentos, ¿o solo eran sus oídos los que lo engañaban y generaban ese efecto?

—No seas así, es normal que esté un poco confundido después de lo que pasó —le contestó alguien. El castaño no estuvo seguro de quién.

Enseguida sintió una mano sobre la suya y la figura de una pelirroja colmó su visión, haciendo que desplazara todo lo demás a un rincón dentro de su mente para fijarse en ella.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —De repente se sentía tremendamente confundido.

—Te lo dije —dijo otra voz, una que esta vez Taichi tampoco fue capaz de identificar.

—¿Qué quieres decir con quién soy? —preguntó la chica—. Soy yo... tu novia.

—¿Novia? Yo no tengo una novia tan bonita, ¿o sí?

—Bueno, técnicamente no soy tu novia —contestó ella con una sonrisa divertida—. Soy tu prometida. —Le enseñó un anillo precioso que adornaba el dedo anular de su mano derecha y que tenía un dije de corazón que arrojaba destellos plateados por la habitación cuando la luz incidía en él. Parecía uno de esos anillos caros, no de juguete o una baratija.

—Guaaaau —soltó sorprendido, no supo si más por las palabras de la pelirroja o porque estuviera sugiriendo que él se había gastado una millonada (porque estaba claro que ese anillo debía ser carísimo; lo sabía incluso con lo confuso que se sentía y el dolor que comenzaba a nacerle en las sienes) en una sortija de compromiso—. ¿De verdad eres mi novia? ¿Va-vamos a casarnos?

—Claro que sí, baka.

—¡Y eres tan bonita! ¡Tengo una novia tan bonita! ¡Qué afortunado soy!

Quizá la escena les hiciera gracia a sus acompañantes al principio, puede que incluso le arrancara una sonrisa al amargado de Yamato, pero dejó de ser divertido después de que el castaño se pasara los siguientes cinco minutos canturreando lo mismo [2].

—¡Qué afortuna...! —Se calló bruscamente en cuanto el puño de Yamato impactó directamente contra uno de sus ojos, cayendo una vez más dormido sobre la camilla del hospital.

—¡Yamato! —La voz de Sora sonó inusualmente chillona. Se había llevado ambas manos a la boca tras soltar el grito—. ¿Qué crees que estás haciendo?

Cuando el rubio se dio la vuelta, notó que tanto la pelirroja como Hikari, unos pasos por detrás de ella, le miraban con reprobación.

—¿Qué? No me van a decir que no estaba irritándolas también. Le hará bien dormir un par de horas más para que se le pase la anestesia y vuelva a ser el mismo idiota de siempre.

—¿Qué tal si empeoras la situación? —Sora no estaba tan segura de su razonamiento.

—Los doctores dijeron que estaba fuera de peligro. Solo le faltaba despertar y ya lo hizo. Repito, no le hará mal tener un par de horas extras de sueño... y, además, no estarás hablando en serio cuando dices que podría empeorarlo. Ambos sabemos que Taichi ya estaba dañado desde antes. —Su comportamiento, todavía más frío y despótico de lo habitual, solo demostrado lo cabreado que estaba de tener que permanecer allí. Quizá por eso Sora no volvió a replicar.


Despertó tiempo después, aunque por razones lógicas no supo cuánto. Por él podrían haber sido minutos como horas, pero se sentían más como horas. Al menos esta vez el mundo no le daba vueltas ni veía doble. La única diferencia desconcertante en relación a la vez anterior era que le dolía el extremo derecho de la cara.

—¿Por qué me siento apaleado? —preguntó a nadie en particular.

Sora, que se hallaba sentada en una de las dos sillas de las que disponía la habitación, se levantó de un salto para aproximarse a él. Hikari, que había estado sentada a su lado, la imitó de forma más lenta. Yamato se quedó en su posición, justo junto a la puerta, como si de ese modo tuviera garantizado poder salir huyendo en cualquier momento si las cosas se ponían mal.

—Taichi, al fin despertaste...

—Sora... —murmuró él, parpadeando varias veces para terminar de esclarecer su visión. Era curioso, por un lado, sentía que había dormido un montón, pero por el otro seguía sintiendo sueño—. ¿Qué me pasó?

—Tuviste un accidente... —le explicó con la voz estrujada. ¡Había estado tan preocupada!—. Cuando ibas rumbo al trabajo un motociclista te atropelló. De milagro no te quebraste nada, solo quedaste con un par de heridas menores, pero tú no despertabas. El doctor temía que pudieras tener algún daño interno, así que tengo que llamarlo para que te examinen...

—Aguarda —pidió en cuanto notó que ella se disponía a ir en busca del doctor, tal como le acababa de explicar—. ¿Tienes un espejo o algo? Es que me duele mucho este lado de la cara. —Se señaló el lado derecho con el dedo índice.

—Ehh...n-no querrás verte todavía. El accidente te dejó un par de moretones.

—¿En serio? ¿El accidente? —preguntó con sospecha—. Porque siento como si alguien me hubiera dado un golpe justo en el ojo.

Sora se rio, sin poder ocultar su nerviosismo.

—Pero qué ideas tienes ja, ja.

No obstante, Taichi le conocía tan bien, que estuvo seguro de que le mentía.


—Lo dejaremos descansar hoy para tenerlo en observación y mañana temprano, si no hay novedades, le daremos el alta. Pero los exámenes están bien, así que no debería haber ningún problema —concluyó el doctor.

—¿Y podemos verlo ahora? —preguntó Sora.

—Por supuesto. Seguro que le hará bien estar acompañado, aunque no lo presionen demasiado. Sería muy normal que se sintiera un poco confuso o incluso hubiera olvidado alguna cosa menor. Si es así y notan que se le ha olvidado algo que debería recordar, lo más recomendable es seguirle la corriente y dejar que vuelva solo a la normalidad. La amnesia selectiva es más común de lo que se cree.

—Muchas gracias. —Sora y Hikari se inclinaron ante él respetuosamente antes de verle partir.

Yamato, tal como había sido la tónica desde que Sora lo llamara para contarle del accidente, permanecía un poco alejado de ellas, lamentando que solo ellos tres estuvieran disponibles y que por lo mismo no pudiera dejar solas a las chicas en aquel lugar. Su conciencia no se lo permitiría. Incluso aunque intentaba convencerse de que lo hacía por Taichi y Sora, debía reconocer que lo hacía también por Hikari.

Regresaron a la habitación de Taichi justo para verle zamparse, literalmente, su almuerzo: un insulso y desabrido pollo acompañado de arroz, según protestaría un instante más tarde. Pero en ese momento, al menos a juzgar por su expresión, parecía estar comiéndose un verdadero banquete.

—¿Qué? —preguntó en cuanto notó la presencia de los otros tres, que lo miraban con variables expresiones de diversión en sus rostros—. Tengo que recuperar el tiempo perdido, ¿no?

—Con lo glotón que eres, supongo que tienes razón —bromeó Sora, acercándose a él. Debía recordar agradecerle una vez más a Jou por conseguir que su padre obtuviera un permiso especial que les permitiera estar a los tres con Taichi.

—¿Y qué dijo el médico?

—Que hay un par de desbarajustes en tu cabeza, pero al parecer eran de antes —Lo picó Yamato, si bien de forma sarcástica, con una actitud más alivianada que la que tuvo la primera vez que el castaño despertó.

—Ja, ja, ja. Muy gracioso, Ishida.

—Dijo que todo está en orden —intervino Sora—. Así que tendrás que pasar la noche aquí y mañana te darán el alta.

—Que aburrido —bufó, dejando caer la cabeza sobre la almohada.

—Al menos nos tienes a nosotros para hacerte compañía —habló Hikari por primera vez, dándole la vuelta a la camilla para poder ponerse frente a Sora y así estar igualmente cerca de su hermano—. No sabes lo preocupados que estábamos. Es más, todos te mandaron saludos. No pudieron venir por distintas razones, pero han estado llamando y escribiendo todo el rato.

—Siento haberlos preocupado...

El tiempo se les pasó bastante rápido conversando acerca de esto y aquello, ya fuera de detalles que Taichi recordaba del accidente (algunos de ellos bastante vívidos mientras que otros momentos aparecían totalmente borrosos) y más tarde, para evitar sobrecargarle la mente, cosas relativas al nuevo trabajo de Sora en una gran empresa textil, cómo iba Hikari en el curso de ballet y finalmente Yamato.

El chico había intentado encarecidamente evitar que la conversación se centrara en él, al punto de mantenerse casi por completo ajeno y al margen de lo que los otros comentaban, pero al final fue inevitable.

—Así que... ¿cuándo te vas?

Después de egresar de la secundaria con excelentes calificaciones y sorprender a todo el mundo abandonando para siempre el mundo de la música, y de ese modo descartándolo como un posible futuro que quienes lo conocían daban por sentado, Yamato había vuelto a desconcertar a todos matriculándose en la carrera de Ingeniería en Física. Un giro que nadie vio venir, aunque opacado en relación a Taichi escogiendo Ciencias Políticas.

Iba ya por tercer año cuando comenzó a frecuentar a Hikari, que por ese tiempo tenía dieciocho años y acababa de salir de la secundaria. Ni siquiera recordaba muy bien cómo comenzó, pero si recordaba con claridad que una vez que lo hizo fue como tirarse en paracaídas; no hubo vuelta atrás.

Para él, que nunca fue un romántico, resultó increíble lo fácil que se enamoró de ella. Se sintió, en cierta forma, timado. Como si ella fuera una sirena que lo hubiera llevado a sumergirse en un mar tan hondo que ya no pudo volver y terminó ahogándose. Pero Hikari no era una sirena ni una engatusadora. Estaba lejos de serlo.

Salieron tres años, tres cortos años, si se lo preguntaran a él. El tiempo transcurrió tan rápido durante esa época que cuando intentaba rememorar su tiempo juntos todos los recuerdos se le venían encima de golpe, mezclándose hasta parecer uno solo, un cuadro borroso e imperfecto.

Jamás esperó que comenzara, menos aún que terminara después de haberle pedido matrimonio, después de que por una vez en su vida se atrevió a hacer planes mirando hacia el futuro, como si este fuera un largo puente que atravesar y que lanzara destellos de lo que «podía llegar a ser» y no el túnel negro que siempre creyó que era.

En ese momento no lo pensó. Simplemente tomó la decisión que llevaba un par de semanas dando vueltas en su cabeza como una opción inviable porque significaría estar lejos de ella, y llegado ese punto ya no sabía si podría estarlo.

Se apuntó en las Fuerzas Aéreas Japonesas para comenzar su entrenamiento como piloto, y después, con algo de suerte, dar un salto más grande. La verdad es que en parte fue por la necesidad de estar lejos de todo y todos para sanar sus heridas, pero por otra, y no una menor, también el cumplimiento de un sueño que arrastraba desde su niñez, un sueño de esos que los adultos tachan de inverosímiles.

En la actualidad, por más que lamentara haber conseguido la oportunidad que a cualquier otro le hubiera costado el doble de tiempo y esfuerzo gracias a su pasado como niño elegido, se preparaba para pilotear por primera vez una nave espacial. Y para cuando pudiera tacharlo de su lista de pendientes, todavía le quedaba el sueño de hacerlo algún día con Gabumon a su lado; cuando los humanos aceptaran la existencia de los digimons y todos convivieran pacíficamente.

Aquello era algo que ella le enseñó, a siempre tener un sueño en el bolsillo.

—¿Yamato? —Cuando volvió a la realidad tenía tres miradas puestas sobre él, a una de ellas la eludió, de las otras dos se quedó con la de Taichi, que era quien le había hablado—. Te hice una pregunta, ¿cuándo te vas?

—En una semana —contestó tras un breve carraspeo. Hundió la mirada en su café de máquina servido en uno de esos vasos de cartón. Cuando se atrevió a levantarla, sus ojos chocaron de frente con los de Hikari, quien sin siquiera hacer un gesto parecía decirle con la mirada que a ella no le engañaba, pues sabía de sobra cuánto odiaba ese café; siempre refunfuñaba al respecto.

—Vaya, es poco tiempo. Así no sé si alcancemos a darte una fiesta de despedida...

—No es necesario —replicó cortante.

—Sí, contigo nunca lo es, ¿verdad? —rio Taichi—. De todos modos, algo haremos...

—Creo que ya deberíamos irnos. Jou ya está haciendo mucho por nosotros al haber conseguido que podamos estar los tres, no deberíamos darle más problemas sobrepasando el horario de visitas —sugirió Sora.

—Es cierto. Le debemos un regalo a Jou-senpai —complementó Hikari.

—¿En serio me dejarán solo aquí?

—No seas bebé —lo reprendió Sora, aunque la sonrisa divertida la desmentía. Por más que afirmara lo contrario, le hacía gracia el dramatismo de su novio—. Volveré mañana para llevarte a casa, ¿bien? Por fortuna estás ileso.

Yamato y Hikari apartaron la vista al mismo tiempo para evitar ver la melosa despedida entre el par de tórtolos y luego se avergonzaron, él más que ella, al notar lo sincronizado que había sido el movimiento.

Después de que se separaran y permitieran que los otros dos se despidieran, la castaña con un beso y algún comentario alentador, y el chico con un apretón de manos y un parco asentimiento de cabeza, se disponían ya a irse cuando la voz de Taichi los frenó en seco.

—Yama, confío en que cuides de mi hermanita mientras salgo de aquí, ¿vale?

La primera reacción del rubio fue quedarse parado junto a la puerta con una expresión de desconcierto que no pudo disimular.

¿Le estaría jugando una broma?

Viniendo de Taichi la idea no era absurda, bastaba con recordar la vez en que puso una araña en su comida hace varios años atrás sabiendo que las aborrecía [3], pero incluso teniendo eso en cuenta y siendo un adicto a meterse con él, le parecía una broma demasiado cruel.

Carraspeó para deshacer el silencio que se formó ante las palabras del castaño. No se atrevió a mirar a Hikari.

—¿Cómo?

Taichi rodó los ojos, mirándolo como si fuera un tonto por no entender lo que le decía.

—Que cuides de Hikari. Es tu tarea como novio, pero no está de más recordártelo, ¿o sí?

Yamato estuvo tentado a repetir su pregunta, pero apretó la mandíbula para no hacerlo.

—No sé qué es lo que...

—¿Qué pretendes, Tai? —lo interrumpió Sora con aire casual. A veces lo llamaba así.

—¿Cómo que qué pretendo? —Frunció el ceño, como si recién cayera en cuenta de que las otras tres personas en la habitación lo miraban como si no tuvieran idea de lo que hablaba—. Proteger a mi hermanita, por supuesto. Que les haya dado permiso de salir no significa que no mantendré un ojo encima de Yama.

—Pero si Hikari y yo... —comenzó Yamato a explicarse, no esperó que Sora lo interrumpiera.

—Hikari y él están felices de aprovechar todo el tiempo que puedan tener juntos ahora que Yama está por irse, así que no necesitas preocuparte por eso, ¿de acuerdo? —improviso la pelirroja con una sonrisa tensa en los labios antes de agitar una mano en despedida y prácticamente empujar a los otros hacia afuera de la habitación.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Yamato entre desconcertado y enfadado.

—Baja la voz —pidió Sora, hablándole en un susurro—. ¿Acaso no oíste lo que dijo el doctor? Nos advirtió que esto podía pasar.

—Claro que lo escuché, pero no veo por qué le mentiste. Si está confundido, deberíamos aclarárselo de inmediato.

—Estoy de acuerdo. De lo contrario, podría aumentar su confusión —secundó Hikari.

—Esto no es una simple confusión, es amnesia —replicó Sora con severidad—. Y el doctor nos recomendó que le siguiéramos la corriente, dijo que volvería por sí solo a la normalidad.

—¿Ah, sí? ¿Y cuándo va a ser eso? —contestó Yamato, mordaz—. ¿Pretendes que le sigamos la corriente hasta que pueda recordar? Porque es la idea más estúpida que he escuchado.

—Estúpida o no, es lo que nos dijeron y debemos hacer.

—¿Y qué tal si Taichi está fingiendo? —insistió el rubio.

—Después de todo lo que le costó asumir lo vuestro, ¿crees que fingiría haber olvidado cómo terminó todo? —La voz de Sora adquirió un matiz serio y grave. Todo su cuerpo, tenso como la cuerda de una guitarra recién afinada, parecía gritar que no la desafiara porque no pensaba ceder. Ella siempre era la chica razonable y comprensiva, pero si debía ponerse firme para proteger la salud y bienestar de su novio, definitivamente lo haría.

—Esto es una estupidez... —farfulló el chico antes de alejarse de espaldas un par de pasos y luego girarse bruscamente para desaparecer por el pasillo sin despedirse.

Tras girar en la esquina no tardó mucho en escuchar a alguien siguiéndolo a una distancia prudente.

Supo enseguida de quién se trataba. Todavía le resultaba absurda la manera en que podías acostumbrarte tanto a alguien al punto de identificar todo de esa persona, partiendo desde lo más simple como su voz o su risa, hasta llegar a lo más insólito, como su respiración o su forma de caminar.

Hikari siempre había sido de pasos pesados para su menudo cuerpo, incluso cuando se esforzaba en pasar desapercibida.

Se dio el lujo de caminar un poco más antes de detenerse. No se sentía con ganas ni ánimo de fingir que aquello no le producía cierta satisfacción, que ella fuera quien lo seguía a él y no al revés; al fin y al cabo, no había sido él quien lo estropeó todo años atrás como todo el mundo pensaba.

Había permitido que todos lo creyeran, primero por respeto a Hikari, cuestión que nunca reconocería en voz alta, y segundo, porque siendo honestos era tan lógico pensar que fuese su culpa, que intentar establecer lo contrario casi parecía una falacia. Muchas veces se había descubierto pensando que, de alguna extraña y retorcida manera, sí que había sido su culpa después de todo, incluso aunque no comprendiera en qué punto había fallado. Simplemente estaba destinado a arruinar las cosas, a marchitar todo lo bueno que podía ofrecerle la vida. Tristemente, Hikari era solo un punto más en la lista.

Al final se detuvo cerca de la entrada del hospital, donde un montón de gente pasaba por su lado en una u otra dirección.

Su oído afinado le permitió escuchar a sus espaldas cómo los pasos de Hikari también se detenían.

—No necesitas que te cuide, ¿o sí? No voy a seguirle la payasada a tu hermano solo porque está convaleciente —le soltó sin anestesia; como había dicho antes, definitivamente no estaba de humor.

—No es eso. Sé cuidarme muy bien sola, gracias —replicó ella con una mordacidad que en su voz suave y sedosa sonaba casi ridícula.

—Oh, ¿en serio? ¿Como cuando te entregaste a Vamdemon? —No lo pensó. Horas más tarde, encerrado en su habitación, juraría una y otra vez, aunque no hubiera nadie para oírlo y creer en su juramente, que habló sin pensar. Se dejó llevar por la tensión del momento.

Estuvo a punto de arrepentirse, es más, se arrepintió casi en el mismo instante que pronunció dichas palabras, pero nunca esperó que Hikari le devolviera el golpe.

—¿Te refieres a cuando tú dejaste que me entregara?

Yamato calló. Ella nunca, en tres años de relación, ni tampoco antes, le reprochó aquello, y no era que no hubiera tenido oportunidad.

—Sí, tienes razón. Fue mi culpa. Hasta que al fin lo reconoces.

—Yamato, no quise... —susurró compungida.

—Sí quisiste y está bien, porque es la verdad.

Alcanzó la puerta en un par de zancadas y abandonó el hospital sin mirar ni una sola vez atrás. Ella no lo siguió y él no esperaba que lo hiciera.


Se despertó cerca de las nueve de la mañana con el sonido de su teléfono resonando desde algún punto de la habitación. Primero intentó agarrarlo de su mesa de noche, tanteando donde se suponía que debía estar con los ojos cerrados, pero tras botar la lámpara y otras cosas, terminó por desistir, incorporándose con los ojos a medio abrir.

Para cuando pudo encontrarlo, justo al lado de uno de sus zapatos, por supuesto que quien fuere que estuviera llamando decidió cortar. Así funcionaba la Ley de Murphy, ¿no?

Soltó una grosería mientras acercaba el dichoso aparato a su cara e intentaba enfocar la pantalla, restregándose con una mano los rastros de sueño adheridos a sus pestañas.

Tenía dos llamadas perdidas de Taichi, probablemente la primera era la que lo había hecho caer de la mesa, pero antes de que pudiera llamarlo de vuelta entró un mensaje de su parte.

De: Taichi

[08:55 AM] ¿Qué hay, Yama? Te estuve llamando, pero no contestaste. No estarás dormido, ¿o sí? Quería saber si podrías recoger a Hikari de su clase de danza a las once de la mañana. Iría yo, pero estos idiotas no me darán el alta antes del mediodía. No te escribiría si supiera que ella va a pedírtelo, pero ya sabes cómo es, nunca le ha gustado molestar.

Yamato quiso decirle muchas cosas, como por ejemplo por qué demonios seguía cuidándola como una niña o por qué se comportaba como el típico hermano entrometido que interviene en la relación de su hermana. También que por supuesto que estaba dormido, eran sus vacaciones y se suponía que debía descansar apropiadamente antes de la misión, la primera de su vida, motivo más que suficiente para poner de los nervios a cualquiera. Pero recordó la discusión con Sora la tarde anterior y se abstuvo. Decir que se sentía culpable de su actitud era, tal vez, decir mucho, sin embargo, comprendía la preocupación de la pelirroja por su novio. Y también en algo influyó, debía reconocerlo, la consciencia que tenía de que discutir con Taichi o negarse a uno de sus pedidos no serviría de nada; nunca lo había hecho.

De: Yamato

[09:01 AM]: Ok, envíame la dirección.

Recibió otro mensaje del castaño minutos después que ni se molestó en abrir.

Por el momento, somnoliento y de mal humor como estaba, consideró mejor idea comer algo y ver si ordenaba un poco su departamento. Que pasara poco tiempo en él no era una excusa para tenerlo en el estado que lo tenía.

Cuando salió faltaban veinte minutos para las once. El estudio de ballet estaba cerca de la bahía, por lo que le quedaba cerca.

Intentó al menos alegrarse por el hecho de que interpretar el papel de un novio decente le confería la excusa perfecta para desempolvar su vieja motocicleta, que llevaba meses sin utilizar, aunque la verdad sea dicha, su humor no mejoró demasiado, ni siquiera al sentir el aire golpeándole el cuerpo y la velocidad subiéndole la adrenalina.

Aparcó frente al estudio justo a tiempo para ver a un grupo de muchachas de diversas edades saliendo en tropel. Le bastó echar un vistazo al reloj para comprobar que pasaban dos minutos de las once, por lo que Hikari no tardaría en aparecer entre ellas, o eso creyó.

Cuando la muchedumbre comenzó a dispersarse, dejando frente a sus ojos solo el inmóvil e inmaculado frontis del lugar, decidió bajar de la moto y quitarse el casco.

¿Se le habría pasado entre tanta gente?

No lo creía posible.

Hikari era menuda, pero no solía pasar desapercibida. Él estuvo atento en todo minuto...

Suspiró. Quizá solo se había retrasado.

Miró su reloj. Ya habían pasado veinte minutos desde su llegada. ¿No era mucho tiempo para un simple retraso?

Coqueteó con la idea de entrar a buscarla. El sitio no se veía muy grande, no debería ser muy difícil ubicarla. Podría preguntar por ella en recepción. Pero a la vez algo le detenía de hacerlo.

¿Y si le molestaba? ¿Siquiera le habría dicho Taichi que había enviado a su flamante novio por ella? Si, tal como creía, el castaño había omitido ese detalle, la chica estaría cabreada. Y tendría razón en estarlo después de la infructífera y venenosa conversación de la tarde anterior.

Decidió que nada perdía con intentarlo. Ya fuera adentro o afuera, ella lo vería y entendería lo que había pasado, tendría que entender que no era su culpa ni estaba allí por su propia voluntad.

Entró al estudio a paso rápido y firme para no tener tiempo de arrepentirse. Había una pequeña recepción que contaba con dos sofás de cuero negro que se veían bastante cómodos y un mesón al frente tras el cual apenas alcanzaba a atisbarse la figura de una chica menuda y de apariencia tímida con el cabello negro y anteojos que le venían un poco grandes.

—Ehh, buenos días... —saludó Yamato.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

Yamato se quedó en silencio por un par de segundos. No había pensado en lo que diría. La muchacha le miraba expectante y estornudó un par de veces, al parecer debido a una alergia.

Al final se decidió por lo más simple: decir la verdad.

—Vine a buscar a mi...novia. —Cuatro años después de haberla llamado así, la palabra se sentía extraña en sus labios. No había llamado novia a ninguna chica desde entonces—. Pero no ha salido y pensé que todavía estaba adentro.

—Claro, ¿cuál es su nombre?

—Yagami Hikari.

—Oh, habla de Yagami-san. Ella siempre se queda practicando un poco más después de la clase. Está en la sala nueve, al fondo de este pasillo a la izquierda.

Yamato le agradeció con una pequeña inclinación de cabeza y se internó en el pasillo antes de que la duda o el miedo pudieran obligarlo a salir corriendo de allí.

Fue contando las salas mentalmente y comprobando que iba bien en los carteles puestos sobre cada una de las puertas hasta que llegó a la última.

La puerta estaba entreabierta, así que no le costó tanto reunir el valor de asomarse. Pensaba solo echar un vistazo, comprobar que Hikari estaba ahí y luego esperarla afuera, pero en cuanto la vio enfundada en una malla rosada y siguiendo una coreografía que parecía tan improvisada como natural, fue incapaz de retroceder.

Recorrió su figura con descaro, de una forma que no se permitía hacerlo desde que terminaron, sabiendo que ella permanecía completamente ajena a su presencia.

Quiso achacarlo a la forma en que la malla se adhería a su cuerpo como una segunda piel, acentuando las curvas que antaño habían aparecido delicadas y suaves, mostrándole cada cambio en su anatomía, y sí, algo debía haber de eso, pero el deseo que lo embistió, imprevisible y voraz, no había despertado por una curiosidad masculina que por lo demás resultaba natural, sino por el recuerdo táctil de tenerla entre su brazos o saborear la piel de su cuello con la lengua; el sabor dulzón de su perfume mezclado con el sudor.

No sabía, hasta ese minuto, que conservara tantos recuerdos de ella. Especialmente esa clase de recuerdos. Pero, por un segundo, la tentación de atraparla por sorpresa, tenderla sobre el suelo y hundirse en ella, le cortó la respiración.

Parecía tan fácil... la tenía allí, sola y a su mereced, tan ajena a su presencia, como perdida en otro mundo. Hikari siempre estaba, en mayor o menor medida, como perdida en otro mundo.

Agitó la cabeza, sintiéndose como un depredador que espera el momento preciso para saltar sobre la yugular de su presa.

¿Desde cuándo se comportaba así? ¿Desde cuándo tenía esos pensamientos tan salvajes?

No recordaba haberlos tenido antes, o quizá era que los consumaba antes de que llegaran a ese punto. Antes no había tenido que fantasear con ellos, antes podía hacerlos realidad.

Y ahora no, e incluso si pudiera, sabía que no sería tan satisfactorio. No era la clase de chico que se aprovechaba de una ex novia solo para tener un poco de sexo. Lo había hecho con alguna chica durante esos últimos cuatro años, pero hacérselo a Hikari le resultaba repugnante. Prefería recurrir a una prostituta antes que arrastrarla a ella a su cama y a su caos una vez más.

—Yamato —lo llamó la castaña.

Él pestañeó y sus pensamientos se dispersaron como aves emprendiendo el vuelo en distintas direcciones, dejándolo vacío y un poco aturdido. Estaba dentro de la sala. No recordaba haber entrado, pero aparentemente en medio de su ensoñación se había dejado llevar hacia el interior y ella había notado su presencia.

Hikari solía hacerlo. Voltear en el último segundo cuando la encontraba en algún lugar y quería sorprenderla, o decir su nombre antes de que la alcanzara, sin siquiera tener una posibilidad de haberlo visto. Presentirlo.

Le sorprendía un poco que siguiera siendo capaz de hacerlo, aunque había que considerar que esta vez se lo había puesto fácil, quedándose de pie ahí, como un lerdo encandilado por la aparición sorpresiva de las luces de un auto.

—¿Qué haces aquí? —volvió a hablar Hikari cuando transcurrieron varios segundos sin obtener respuesta alguna por parte del chico.

—Vine a buscarte —respondió con un tono tosco y torpe, como si se le hubiera olvidado cómo hablar. Tosió para luchar contra la sequedad de su garganta, intentando humedecerla—. Taichi me envió. —Le pareció correcto aclararlo.

Por un segundo se debatió con la posibilidad de disculparse por haberla interrumpido, pero antes de que se decidiera ella se le adelantó.

—Eso no será necesario. Puedo perfectamente irme sola... —contestó, no con soberbia ni desprecio, sino con decisión, y luego fue a coger sus cosas, que se hallaban tiradas en una esquina, para perderse por una puerta lateral que Yamato se vio obligado a asumir que conducía a los vestuarios.

Se quedó ahí durante un par minutos preguntándose qué hacer. Irse parecía la opción más obvia, incluso la que estaba bastante convencido de querer tomar hace un instante atrás, pero ya no. No quería marcharse y no solo porque se lo había prometido a Taichi, pues sabía que Hikari no lo delataría, sino porque después de tanto tiempo convenciéndose de que ya no la quería, sus defensas comenzaban a flaquear.

Al final decidió esperarla afuera del estudio junto a su motocicleta. Supuso que sería decepcionante para ella pensar que se había ido al no verlo en la sala y luego toparse con él afuera, pero aun así no pensaba marcharse.

La chica salió diez minutos más tarde, con un vestido ligero de color coral, sandalias bajas y el cabello, que le llegaba ligeramente por debajo de los hombros, todavía húmedo. Un pequeño bolso, en el que seguramente debía llevar su uniforme y zapatos, colgaba de uno de sus brazos.

Se detuvo un segundo en la entrada al verlo del otro lado de la calle, pero enseguida se recompuso y comenzó a caminar hacia la derecha, ignorándolo por completo.

Yamato sacó el freno de mano y arrastró la motocicleta junto a él para ponerse a un lado de la chica y seguir su camino, solo que por la calle, en total silencio.

Al cabo de media cuadra ella se detuvo de golpe y se giró a mirarlo.

—Te dije que no necesitabas acompañarme.

—Lo sé. Pero pensé en lo que dijo Sora y creo que tiene razón. Deberíamos seguirle la corriente a Taichi o quién sabe cómo podría reaccionar. Además, yo me voy en una semana. Solo sería una semana... —La última frase se acercaba demasiado a una súplica, todo lo que Yamato quería evitar, pero ya estaba hecho.

Hikari se giró en su dirección, de modo de quedar frente a frente, y lo miró fijamente, sopesando lo que le acababa de decir.

No pasaron muchos segundos antes de que terminara soltando un suspiro.

—También creo que es lo mejor —dijo, a juzgar por su expresión, muy a su pesar—. Podemos hacerlo...

—¿Recuerdas cómo montar una de estas o pretendes que nos vayamos caminando? —preguntó él, con cierta ironía para ocultar lo feliz que lo hacía su respuesta.

La castaña sonrió. Las primeras veces que se había subido a su moto había sido a espaldas de su hermano, desde luego. No tanto por ir en contra de sus exagerados deseos sobreprotectores o desafiarlo, sino por rebelarse contra la idea de niña buena y delicada que todos tenían de ella.

Lo adoró desde la primera vez que lo hizo, tras la cual ella y Yamato se habían besado por primera vez. Nunca se había sentido tan libre en su vida, aferrada a la cintura del tipo de chico que probablemente nadie hubiera imaginado para ella, el chico cool y frío que resultaba inalcanzable, con el viento meciendo su cabello y el mundo corriendo a toda velocidad a su alrededor.

Pensó que nunca volvería a sentirse igual, pero esa tarde, cuando se subió detrás de Yamato y cruzó con cierto titubeo sus manos por delante de su cintura, la sensación fue idéntica, como si la hubiera conservado en un frasco de cristal para volver a empaparse de ella cuando se presentara la oportunidad.


Yamato había dicho que solo sería una semana y ella no tenía motivo para desconfiar de él, ya que su viaje a Estados Unidos no era algo que pudiera cambiar a su antojo, por más niño elegido que hubiera sido en el pasado.

Así que aceptó. Lo hizo mayormente por su hermano, aunque también, en una pequeña, pero no despreciable proporción, porque sentía curiosidad por saber cómo se desenvolverían las cosas después de cuatro años sin verse ni cruzar palabra. La tensión entre ambos se había disuelto desde el momento en que cedió y se subió a su moto, así que confiaba en que todo saliera bien.

Lo que Hikari nunca esperó fue que siete días pudieran pasarse tan lento o que su hermano, desorientado como estaba, les obligaría a pasar casi todo el tiempo juntos.

Sora les había explicado que el doctor lo examinó y determinó que efectivamente lo que padecía era una amnesia selectiva. Era imposible saber con exactitud por qué su mente había "escogido", si es que podía llamarse así, olvidar esa determinada porción de información, aunque en la mayoría de los casos se trataba de recuerdos traumáticos, parámetro que estaba claro que no se aplicaba al caso.

De cualquier forma, lo normal era que la memoria volviera a la normalidad dentro de un tiempo variable. Podían ser días, meses o años. En raras ocasiones los pacientes no recuperaban ese trozo de sus recuerdos, porque como consistían en tramos específicos y generalmente no indispensables para su desenvolvimiento social, no les afectaba en su cotidianidad. Pero ellos no debían preocuparse, les aseguró la pelirroja, porque al fin y al cabo Yamato se iría. El pensamiento se volvía más pesado en el estómago de Hikari cada vez que ella lo repetía para convencerlos, hasta que Yamato la interrumpió para decirle que lo harían, y entonces los abrazó a ambos con una gratitud infinita.

Como eran vacaciones de verano y Taichi estaba con licencia, terminaron pasando la mayor parte del tiempo en el departamento que el castaño compartía con Sora, ya fuera viendo películas, jugando cartas, viendo viejos álbumes de fotografías que retrataban sus aventuras o simplemente pasando el rato. La pelirroja tenía un horario bastante flexible en su nuevo trabajo, por lo que se les unía cerca de las cuatro de la tarde. Generalmente llegaba con comida o alguna película nueva para ver.

La vida parecía haberse estancado entre las cuatro paredes de ese departamento, pero a ninguno de ellos podía importarle menos.

Cierto día, mientras cenaban sentados alrededor de la tradicional kotasu que Sora había elegido para el departamento cuando se mudaron a vivir juntos a Tokio, Taichi se quedó viendo a Yamato y Hikari fijamente.

—Si sigues mirándome así, pensaré que te gusto —bromeó el rubio, con su habitual humor ácido y sin dejar de comer.

—Ya sabes que lo mío no son los chicos ni menos rubios. Si fueras pelirrojo, tal vez...

—¿Debería preocuparme que tú y Kou pasen tanto tiempo juntos? —preguntó Sora con una sonrisa.

—Sabes que no —contestó Taichi, sorprendiéndola con un beso en el cuello que la hizo soltar un pequeño gritito de disgusto. No aquí, decía la mueca en sus labios.

—¿Entonces qué tanto nos veías? —preguntó Yamato.

—Solo... me sorprende lo bien que te estás controlando, Ishida —se explicó el castaño, volviendo a tomar sus palillos para enrollar una nueva porción de fideos en ellos—. Antes no perdías oportunidad para robarle un beso a Hikari o rozarle el brazo cuando creías que no estaba mirando...

Tres de los comensales tragaron lentamente lo que tenían en la boca, evitando convenientemente mirar al cuarto, que observaba alternativamente a sus acompañantes sin entender a qué venía tanta tensión.

—Exageras. —Yamato decía la verdad, Taichi exageraba, pero la esencia de lo que decía era cierto.

Al principio de su relación, debido a que el castaño siempre estaba atento y les molestaba cual guardia que custodiara la pureza de su hermanita, ellos habían agarrado la manía de besarse a escondidas en la casa o donde fuera. No podían negar que resultaba excitante, aunque en rigor había sido el mismo Taichi quien los empujó a ello.

—Ya. No soy idiota, otra cosa es que hiciera que no me daba cuenta.

—¿Puedo preguntar a qué viene todo esto? —inquirió Hikari con voz ligeramente trémula.

—A que ahora ni siquiera se tocan. Es más, es como si evitaran hacerlo... —Los señaló con un dedo, dejando en evidencia que a pesar de estar sentados lado a lado, mantenían una distancia premeditada para no rozarse siquiera por accidente.

—Eso es porque... —intentó la castaña explicarse.

—A ti no hay cómo darte en el gusto —bufó Yamato, interrumpiéndola casualmente—. Antes te la pasabas separándonos y ahora te quejas de que no nos tocamos. Creí que sería evidente que lo hacemos por respeto a ti, como estás convaleciente y todo eso.

—Como si realmente me respetaras —ironizó el castaño.

—Taichi... —intervino Sora. Su voz cuidadosamente controlada—. ¿A qué viene tanta desconfianza? Son tu hermana y tu mejor amigo... ¿qué crees que podrían estar ocultando?

—Nada —contestó el aludido con simpleza—. Simplemente me parece curioso.

Yamato rodó los ojos y dejó la servilleta con la que había estado limpiando su boca de un golpe sobre la mesa.

Hikari no lo vio venir, ni tampoco tendría por qué haberlo hecho. El rubio nunca había sido del tipo impulsivo ni menos de los que daban muestras de afecto en público. Esas eran dos razones de peso para la sorpresa que la invadió en cuanto éste la agarró bruscamente del rostro para girarlo hacia él y la besó en la boca. Así de simple. Sin previo aviso ni ceremonias innecesarias.

Desde luego, no fue una caricia dulce ni sentida. Los labios del chico estaban fuertemente apretados, causando que se sintieran tensos contra los suyos, ligeramente entreabiertos al soltar una pequeña exclamación de sorpresa que fue acallada por los otros.

Alzó ambas manos a los costados por puro instinto, como si en cualquier momento fuera a ponerse a aletear o pretendiera apartarlo de un empujón, pero la jugada audaz y repentina del chico terminó por congelar cualquier movimiento posterior que ella pudiera querer intentar.

De modo que todo lo que pudo hacer fue quedarse así, pegada a él durante los escasos segundos que duró aquello, hasta que Yamato se separó de manera tan rápida e inesperada como se había acercado.

—¿Suficiente para ti? —preguntó el rubio toscamente en dirección a Taichi.

—Tampoco era para que te aprovecharas —contestó el aludido, tan atónito como Sora y la misma Hikari, a pesar de que cierta diversión parecía hacerse presente en su voz.

Hikari se relajó y evitó a toda costa mirar a Yamato. En su lugar se giró de vuelta hacia su plato, confundida y aturdida como si acabara de bajarse de una montaña rusa. Incluso podría jurar que si se levantaba le temblarían las piernas.

Conforme los segundos pasaban y la conversación resurgía alrededor de un tema más amable e inocuo del que no llegó a enterarse, una sensación extraña comenzó a apoderarse de ella.

No solo estaba desconcertada por lo que el chico acababa de hacer, sino también molesta. Se sentía vulnerable y expuesta, ofendida quizá fuera una palabra más adecuada. No porque él se tomara el atrevimiento de besarla de la nada como si tuviera el derecho, sino por la forma en que la había besado, como si se trata de una tarea desagradable y sin importancia, una obligación que no deseaba cumplir, pero de la cual tampoco podía rehuir. Y es que, además, ¿qué necesidad había? Ninguna. Seguro que Taichi solo se estaba quedando con ellos y si alguien no podía alegar que no había comprendido los propósitos del castaño, ese era Yamato, que por algo llevaba siendo su amigo tanto años.

Pensó en decírselo, en esperar a terminar de almorzar y abordarlo en algún recoveco del departamento, pero Yamato se fue con una burda excusa en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo y antes de que ella pudiera siquiera hacer algún intento de acercamiento.

Las cosas volvieron a ser complicadas desde entonces. Pasó dos días sin verlo, y era obvio que le estaba evitando. Supo por Sora que le había preguntado si podían decirle la verdad a Taichi de una vez, a lo que la pelirroja le explicó, tal como lo hizo con ella también, que el doctor había sido muy enfático al decir que cualquier intento por sacar a Taichi de su error podía resultar contraproducente. Como mínimo le generaría una confusión muy difícil de disipar, pero de ello podían devenir otra serie de consecuencias como ansiedad o un efecto de despersonalización o desrealización al no comprender parte importante del entorno que lo rodeaba.

Así que no tenían más opción. Simple y llanamente intentaron lidiar con el asunto lo mejor que pudieron hasta que la semana se cumplió y llegó el momento de la fiesta de despedida que Yamato tanto intentó evitar.

Con tan poco tiempo y un Taichi en reposo, a Mimi, encargada no pública de la misión, le fue imposible reunir a todos como en viejas oportunidades, aunque considerando que solo faltaron Takeru, Daisuke e Iori, tal vez no fuera un mal trabajo después de todo.

Yamato se comportó exactamente como era esperable que lo hiciera. Compartió un poco con todos al principio, quedándose más tiempo con Koushiro y Ken, que eran con quienes mejor se llevaba después de Taichi y Sora, pero en cuanto se descuidaron se perdió de vista, o al menos de la vista de la mayoría.

Hikari no pudo evitar perseguirlo con los ojos en plena huida hacia el balcón. Se mordió el labio mientras se debatía entre seguirle o no, intentando calcular cuál sería su reacción, pero justo entonces, como enviado desde el cielo, el celular le vibró en el bolsillo con la notificación de un nuevo mensaje.

De: Takeru

[22:03 PM] Como no estoy ahí contigo para decírtelo, te lo digo por mensaje: Ve y habla con él. Ambos se lo deben. No puede terminar peor que la última vez, ¿o sí?

Sonrió sin poder evitarlo. Takeru era como una verdadera estrella en su vida. A veces oculto por las nubes, pero siempre presente, incluso si no podía verlo.

En ese mismo momento se encontraba en Francia, y aunque no había hablado con él al respecto, estaba bastante segura de que había preferido no volver para la despedida como un favor personal, para que ellos pudieran hablar.

Apenas descorrió el ventanal la brisa la golpeó en el rostro. Estaba bastante fresco para ser verano, pero no lo suficiente como para volver por una chaqueta. Nada le aseguraba que si lo hacía no se le fuera a escapar el valor por el camino o Yamato buscara otro escondite. No podía arriesgarse...

A pesar del ruido que causó al abrir, y posteriormente al cerrar, Yamato no se giró a mirarla. Es más, ni siquiera dio muestra alguna de haberla oído, aunque pensar lo contrario era cuando menos improbable.

Se hallaba inclinado hacia adelante sobre el barandal, en un ángulo de cuarenta y cinco grados, contemplando la ciudad en silencio. Cientos de luces se hacían visibles frente a ellos, algunas provenientes de casas o departamentos, y otras de diversos colores que pertenecían a la gran gama de locales nocturnos con los que contaba Tokio.

Hikari caminó hasta quedarse de pie a su lado y se abrazó a sí misma, sin saber qué más hacer con sus manos.

Había añorado tanto ese momento, tanto... Solo una oportunidad para poder explicarse o al menos hablar de lo que ocurrió, pero en todo ese tiempo ni el destino ni Yamato quisieron proporcionársela, por eso esa noche tenía que ser ella quien la tomara por el mango.

—¿Estás nervioso por mañana? —Se sintió estúpida apenas pronuncio aquellas palabras. Las había dicho con la intención de romper el hielo. Quizá esa técnica le hubiera funcionado con otra persona, pero no con él, no con quien podría leer enseguida su verdadero propósito, y más considerando lo titubeante que sonó.

—Algo —contestó él, todavía sin mirarla. Una respuesta corta y segura.

La chica suspiró.

—Escucha, iré directo al punto. Vine aquí porque creo que necesitamos hablar...

—¿Para qué? —preguntó con tono aburrido, como si ella le hablara de una película o tema que no le interesara en lo más mínimo, pero no quisiera tener la descortesía de negarle la oportunidad de intentar persuadirlo.

—Para poder cerrar el ciclo. —No obtuvo respuesta esta vez, por lo que asumió que debía seguir intentándolo—. Sé que nunca quisiste hablar de lo que pasó...no te pido que me dejes explicarte, pero... deberías saber cómo sucedieron las cosas. Probablemente no cambie nada, pero en algún momento debiste querer saberlo. Creo... —Se mordió el labio, comenzando a dudar—. De verdad creo que es necesario.

—En realidad, solo hay una cosa que siempre quise saber —reconoció él, un par de segundos más tarde.

—¿Qué cosa? Puedes preguntar lo que sea.

—¿Cuántas veces pasó?

«Todo menos eso», pensó Hikari.

—¿Cuántas veces me engañaron?

Recordar esa etapa de su vida no era precisamente gratificante, y era lógico que así fuera. Por más que ella resultara ser quien lo engañó y Yamato la víctima, en otras palabras, los papeles invertidos a los que cualquiera hubiera elegido para ellos, no fue solo él quien sufrió.

Ella sufrió, por una parte, el tener que perderlo. Y en segundo lugar tuvo que asumir un papel que nunca antes había tenido. El de la culpable. La chica que se podía equivocar. La chica que no era perfecta... y no es que lo creyera, que de verdad pensara que era perfecta, pero al ser la imagen que todos a su alrededor tenían de ella, había acabado irremediablemente perdida dentro de esa idea.

Por aquella época ya estaban comprometidos. Habían sorteado con éxito, para sorpresa de varios, tres años de relación cuando él se lo propuso.

Hikari nunca lo esperó. Sabía lo que Yamato pensaba acerca del matrimonio, siempre lo supo, por lo mismo valoró todavía más el que él, a pesar del miedo y su renuencia, depositara en ella la esperanza de escribir una historia diferente a la de sus padres. Una historia que no terminara con un final triste.

Así que aceptó. Y solo un par de días más tarde todo se fue por un tubo debido a su culpa. Suya y de Takeru.

—Solo dos veces —respondió aferrándose con fuerza al barandal—. La primera fue en su departamento de la facultad. Ese fin de semana que estuviste fuera de la ciudad. Quedamos para ver películas, lo típico. Ni siquiera sé cómo ocurrió, pero de repente estábamos besándonos... me fui justo después de eso.

—Ya veo. Entonces cuando los encontré en tu casa...

—Fue la segunda vez. Yo lo había estado evitando, incluso recuerdo que tú y Taichi bromearon acerca de que los mejores amigos de la historia estaban peleados... pero él fue a verme. Se disculpó, me dijo que había sido un error y que nunca podríamos dejarlo atrás si no hablábamos. Le dejé pasar, estuvimos de acuerdo en que fue extraño besarnos y él llegó a una teoría... dijo que tal vez era un asunto pendiente en nuestra lista. Que como todos siempre habían creído que estábamos hechos el uno para el otro, quizá nuestros subconscientes se hubieran quedado con esa idea y necesitaran confirmar si era así o no.

—¿Y le creíste?

—No estoy segura, pero sí sé que quería creerle. Quería creer que había una razón para lo que hicimos. Lo demás ya lo sabes —concluyó evasivamente, sin querer rememorar el resto de la historia.

—Los encontré en tu habitación... —murmuró él—. Pensé que cuatro años serían suficientes para olvidarlo, pero todavía los veo cada vez que te miro.

Hikari se alejó del barandal y se dio la vuelta, dispuesta a regresar al interior del departamento y dar la conversación por terminada, pero los dedos de Yamato enroscándose alrededor de su muñeca más cercana a él la retuvieron en el lugar. Subió lentamente la mirada desde el agarre hasta los ojos del chico.

—Quiero oír el resto...

—No hay más que contar. Tú te fuiste, Takeru y yo lo intentamos durante un tiempo. No funcionó. Aceptó una beca en Francia y ha estado allí desde entonces. Solo lo he visto dos veces que ha venido un par de días.

—Yo no me fui por ustedes. Quiero decir que no fue solo una excusa para escapar... —replicó, quizá ejerciendo más presión de la necesaria sobre la muñeca que permanecía cautiva entre su mano derecha—. Fue más que eso.

—No pensé que lo fuera... —susurró sorprendida, sin entender a qué quería llegar o qué esperaba que dijera.

—Pues debiste hacerlo. Estaba tan muerto de miedo de arruinar las cosas que cuando fuiste tú quien lo hizo, creí que era el momento de irme.

—Antes de que tu miedo se hiciera realidad... —dedujo ella.

—Me asusté —reconoció con la mirada turbia, pero fija, sin mostrarse avergonzado—. Pensé que era mejor marcharme con la conformidad de que no había hecho nada malo, que lo había intentado y simplemente no funcionó, en vez de quedarme y meter la pata yo. Durante mucho tiempo me convencí a mí mismo de que era lo mejor que podía hacer...

—¿Ya no lo crees? —preguntó con voz trémula.

Yamato negó con la cabeza y se acercó un paso o quizá dos, todavía sin soltarla.

—Dijiste que debíamos cerrar el ciclo, pero antes de que lo hagamos necesito comprobar si de verdad se terminó.

El chico se inclinó hacia ella con la suficiente lentitud para que tuviera tiempo de detenerle, y a la vez, con el miedo en la mirada de que fuera a hacerlo, de que lo rechazara. Sus ojos eran tan azules y lucían tan expectantes que parecían poder consumirla, pero ella nunca tuvo miedo de eso, ni siquiera en sus peores días como pareja.

Cuando lo tuvo a un palmo de distancia y sus propias manos, actuando por sí solas, como desarticuladas del resto de su cuerpo, se posaron en las mejillas pálidas del chico, frías bajo su tacto debido a la brisa nocturna del balcón, lo único que se vio capaz de hacer, al ser lo único que quería en ese minuto, fue tirarlo más hacia ella para que sus bocas se encontraran.

Lo hizo casi al mismo tiempo que él se lanzó a sus labios, de modo que después, cuando sopesaran los pormenores en sus cabezas podrían calificarlo como un empate. Limpio y bonito. A nadie le gustaba especialmente un empate, pero tampoco a nadie disgustaba del todo, era mejor que una derrota.

Esta vez el beso fue lo opuesto al de a vez anterior frente a Taichi y Sora, húmedo y cálido donde el otro había dejado resabios de sequedad y frialdad.

Yamato no tardó en sujetarla de la cintura y pegarla a su cuerpo. Hikari se descubrió pensando en lo curioso que era que cuando no sentía que ansiara protección, él la hacía sentir así, protegida.

De niña había necesitado constantemente que cuidaran de ella, de adolescente se prometió que dejaría aquello atrás y lo cumplió. Ahora, de mujer, podía aceptar que la protegieran sin sentirse frágil o débil por eso. Todos deberían tener un círculo de brazos en el que descansar un momento del peso de la existencia, unos brazos en los que dejarse ir por un instante, incluso cuando no sentían que lo necesitaran.

Se aferró más a él y permitió que deslizara la lengua dentro de su boca y recorriera cada recoveco de ella, redescubriendo un terreno que antaño conocía a la perfección.

Se separaron poco a poco, con las respiraciones agitadas y los brazos entrelazados, los de él en su cintura, los de ella en su cabello y cuello.

—¿Quieres a Takeru? Porque puedo vivir con lo que pasó, pero lo que no puedo es dejarlo atrás si tú no estás segura de que...

—Te quiero, Yamato —lo interrumpió ella, bajando la mano que mantenía hundida en su cabello hasta su mejilla—. A ti, no a él... ahora estoy segura.

El chico se inclinó un poco más de lo que ya estaba hasta posar sus labios a la altura de la oreja de ella y susurrar unas palabras.

No hizo falta más que un asentimiento en respuesta y luego Hikari se desprendió del abrazo para entrar al departamento, coger su bolso y caminar hacia la salida antes de que cualquiera pudiera detenerla o preguntarle a dónde iba.

Taichi iba a hacerlo, alcanzó a hacer un ademán de perseguirla, pero entonces Yamato apareció desde el balcón, donde no estaba seguro, pero podía apostar que también había estado su hermana, y abandonó sigilosamente el lugar.

Sora, al percatarse de lo que miraba su novio, se acercó a él por detrás. El resto estaba demasiado concentrado en sus cosas como para notar la fuga de dos miembros del grupo.

—Ya era hora... —suspiró el castaño con una sonrisa satisfecha en el rostro, sin notar la presencia de Sora a su lado.

—¿Cómo que ya era hora? —preguntó ella, confundida acerca de lo que el chico acababa de decir.

—¡Ah, Sorita! Estabas ahí... —Taichi intentó disimular su sobresalto fingiendo que había sido solo porque no la había visto.

—Un momento... —Entrecerró los ojos, lo miró con sospecha—. Tú... no lo puedo creer, ¿estuviste fingiendo todo el tiempo?

—¿Fingiendo qué?

—¡Sabías que Yamato y Hikari no estaban juntos! —lo acusó.

—¿Qué? Por supuesto que no... —Se detuvo al darse cuenta de que no iba por el camino correcto—. Espera, ¿Que Yamato y Hikari no estaban juntos? ¿De qué me hablas? Ahhh, me duele la cabeza... —se quejó mientras se la cubría con ambas manos en medio de un gesto de aflicción.

—Conmigo no te funcionará esa táctica —le refregó en la cara con aire de suficiencia—. Ahora dime la verdad.

—Tenía amnesia...—alegó con seguridad—, al menos al principio —añadió luego más bajito.

—¿Al principio? ¿Cuándo recuperaste la memoria?

—Acabo de hacerlo.

—Taichi...

—¿Hace un par de días? —No pudo evitar el tono irresoluto que adquirió su voz.

—Taichi...

—Ah, maldición. Nada te conforma, pelirroja. De verdad no recordaba nada al principio, pero ustedes actuaron muy raros en el hospital y estaban estos flashes que iban y venían de imágenes que no lograba entender...

—Ve al grano. ¿Cuándo?

—El día que salí del hospital todo empezó a aclararse en mi mente... —confesó. Había recordado el día en que regresó al departamento y se encontró a Yamato y Hikari discutiendo en el salón, la discusión más fuerte que les había oído mantener alguna vez.

—De modo que por eso les hiciste tantas preguntas y hasta hiciste que se besaran frente a ti...

—Ese no fui yo. Fue cosa de Yamato.

Sora suspiró.

—Ya no importa, pero me queda una duda. ¿Por qué hiciste algo así?

—¿Por qué? —preguntó sin entender.

—¿Por qué molestarte en intentar que volvieran cuando te costó tanto asumir que salieran juntos?

—Porque quiero verlos felices... —contestó con melancolía—. Y separados no lo eran.


A Yamato se le cayeron las llaves al entrar al departamento. No le importó en lo más mínimo. Que hubieran logrado llegar ya era un milagro.

Cerró la puerta de una patada sin dejar de besar a Hikari y la levantó de un impulso en cuanto ella terminó de forcejear con su cinturón y lo arrojó lejos, dejando que sus pantalones cayeran al suelo de golpe y quedaran enredados en sus pies. Ella, sin dar muestra alguna de haber perdido la costumbre, envolvió las piernas alrededor de su cintura y se quitó la polera por encima de la cabeza cuando el chico la empujó contra una pared, dándole cierta estabilidad.

Se separaron un segundo solo para que él pudiera bajarse los calzoncillos hasta donde seguían estando sus pantalones, limitándose a dejar ambas prendas ahí convertidas en un lío, para comenzar a subir las manos por los muslos femeninos, subiendo con ello su falda hasta la cintura y forcejeando con sus bragas para lograr sacárselas por una pierna. Gruñó por lo bajo cuando la escuchó reír ante su dificultad, pero la embistió antes de que alcanzara a tomar aire para recuperarse. Y entonces ya no hubo risa.

Las piernas de Hikari le presionaron con más fuerza contra su propio cuerpo y ella se contorsionó hacia adelante, mordiéndole un hombro para evitar gritar.

Fue rápido e intenso, más de lo que lo había sido cualquiera de sus veces juntos. Dejaron salir todo aquello que ya no podían contener y fue como si en lugar de llegar al orgasmo, fuera el orgasmo el que llegara a ellos, dejándolos palpitantes y sudados.

Permanecieron así un minuto o quizá dos. No había reloj ni tiempo en la oscuridad del salón.

Pero luego, cuando las piernas de la chica cedieron, caminaron juntos hasta el dormitorio y se encerraron allí a hacer el amor con toda la calma que pudieron extender sobre el futón. Se reencontraron con viejas heridas y marcas, y encontraron otras tantas nuevas. Se besaron, acariciaron y mordieron, dejando atrás todo el dolor de esos últimos cuatro años, deshaciendo entre saliva el rencor y murmurando entre gemidos las palabras no dichas.

No, acostarse no iba a solucionar sus problemas. Lo sabían.

Pero al menos suavizó las cosas y eso, para ellos, que habían preferido callar y evitarse durante tanto tiempo, era un comienzo. Un comienzo bastante prometedor.


Despertó tarde, lo supo antes por el frío que sintió en el otro extremo de la cama que por los rayos del sol que a esa hora lograban colarse a través de las persianas de la habitación.

Abrió los ojos con torpeza solo para confirmar lo que ya sabía; Yamato no estaba ahí, pero una nota ocupaba su lugar en la almohada.

Se abrazó a la suya y contempló el papel doblado en dos, queriendo aferrarse por un rato más a la noche de reconciliación. No quería creer que hubiera durado tan poco. Simplemente no quería.

Al final no soportó mucho tiempo así. La curiosidad le ganó y tuvo que extender el brazo para tomar la misiva y conducirla hacia sus ojos.

La caligrafía de Yamato, tan pulcra como la recordaba, pero a la vez apresurada, la hizo sonreír.

Hikari,

Te escribo esta nota porque no quiero que cuando despiertes y no me veas pienses que me he ido de nuevo, aunque técnicamente será lo que habré hecho.

No pude seguir esperando porque mi vuelo estaba por salir y solo Kami-sama sabe lo que cuesta despertarte (y el miedo que da hacerlo), de modo que nuestra despedida quedará reducida a un par de palabras en un papel.

Mentí cuando dije que me había ido porque prefería quedarme con que fue tu culpa antes que meter la pata yo. Me fui porque sé lo que tú nunca te atreverás a decirme, que lo que pasó entre Takeru y tú fue culpa mía también, porque te dejé de lado, porque después de que te pedí matrimonio no sabía si acababa de cometer el error más grande de mi vida o era el primer acierto de todos. Ahora lo sé.

Te diría que no soy lo suficientemente egoísta para pedirte que me esperes, pero sería otra mentira. Lo soy.

Si prometes esperarme puedo prometer que volveré en tres meses que es el tiempo mínimo que debo estar en la Estación Espacial.

No quiero desperdiciar más tiempo del necesario o del que ya he desperdiciado.

Pregúntale a Koushiro cómo puedes hacer para mandarme un mensaje, él conoce el programa.

Espero tu respuesta.

Yamato.

Un suspiro de aire que no sabía que estaba conteniendo salió de sus labios.

Era probablemente la nota romántica menos romántica de la historia, pero no podía ser de otro modo ni necesitaba que lo fuera. Ella siempre había podía leer entre líneas cuando de Yamato se trataba y sabía lo que le habría costado escribir todo eso. Incluso lo imaginaba allí, sentado a su lado tamborileando el lápiz contra el cuaderno del que extrajo la hoja y mirándola dormir entre cada palabra que escribía.

Arrastró la mirada hasta el reloj que estaba sobre la mesita de noche. Eran las siete y media. El vuelo de Yamato salía diez para las siete, por lo que ya no tenía caso intentar alcanzarlo.

Se había ido, pero esta vez no era para siempre.

Se levantó de la cama a pesar del dolor de cabeza que la atenazaba. Necesitaba a encontrar a Koushiro cuanto antes para hacerle llegar su respuesta.


Referencias:

[1] Amnesia selectiva: Es la incapacidad para recordar ciertos tipos de recuerdos o detalles de hechos ocurridos. Es una pérdida parcial de memoria como ocurre en la amnesia lacunar, sin embargo, la información olvidada no es brusca y global, sino más sutil y discriminativa. Incluiría los lapsus de la vida cotidiana y amnesias selectivas secundarias al estado de ánimo, por ejemplo el depresivo tendría dificultad en recordar sucesos alegres de su vida, y al contrario en la manía.

[2] Para escribir la escena en que Taichi delira a causa de la anestesia me inspiré en un vídeo que vi en Youtube hace tiempo en el que un hombre después de una operación realmente no reconoce a su mujer y se pone a celebrar que está casado con una mujer muy hermosa. Al parecer es bastante común que la gente despierte cuando los efectos no se les han pasado del todo y tengan ese tipo de comportamientos.

[3] Referencia a mi fic "Rey de las bromas mis polainas".


Notas finales:

Quería escribir algo de drama y traté de aferrarme a ello, pero reconozco que se me escaparon algunas partes de humor. Es culpa de Taichi que no me deja escribir nada serio (?) Takeru también, por eso lo dejé fuera o si no esto podría haberse convertido en un trío...de humor, claro, ¿qué pensaban? Taichi, Takeru y Yamato.

El título es un poco spoiler y aburrido, pero no se me ocurrió otro que reflejara la idea general del fic (estoy abierta a ideas). De todas formas, me gustaría aclarar que, si bien investigué un poco de la amnesia, es probable que esta historia no se ajuste en todo momento a la realidad. No obstante, traté de hacerlo lo más realista posible dentro de lo que cabía.

¡Gracias por leer!