Hola, ¿cómo han estado?

La verdad es que esta idea no me ha dejado de molestar desde hace mucho. Así que me dije, ¿por qué no publicarla? Tal vez y les guste a ustedes, que es lo que más importa, ¿no?

Este es un fic ni tal largo, ni tan corto. Con forme va, creo que no pasa de los diez capítulos. Habrá romance, con todas las parejas, y creo que OoC (no sé mucho de eso). Y todos serán redactados en primera persona, pero con diferentes personajes, ¿me di a entender?

Sin más, disfruten.


Demashitaa! Powerpuff Girls Z, no me pertenece.


Campamento de verano.

―Hemos llegado ―La voz de mi padre me sacó de mis pensamientos, haciendo que mi vista se fijara en la escuela.

Genial, mi vida estaba arruinada.

―Baja, que tu profesora nos está viendo.

―No quiero ir ―dije por primera vez. En todo el camino no había abierto la boca para emitir sonido.

Mi padre abrió la puerta que estaba a su lado para salir, ignorándome de paso, y así caminar hacia la cajuela del auto. Lancé mi quinceavo suspiro y tomé mi mochila pequeña en donde guardaba cosas de higiene personal y dulces, principalmente dulces. Salí del auto y me encaminé con mi papá, quien ya había sacado mi maleta y la había colocado en el pavimento, sonriéndome muy grande.

Mi profesora comenzó a llamarme a lo lejos. Al girarme, me percaté de que el autobús que nos transportaría al aeropuerto había llegado. Mi última oportunidad de inventar algo para así no ir a ese fétido lugar estaba cerca, y mi cabeza estaba en blanco. ¡¿Por qué mi cerebro me traiciona justo cuando más lo necesito?!

Un hombre alto, quien es uno de los dos profesores que nos acompañará en el viaje, se acercó a mi maleta y la tomó, saludando en su camino muy formalmente a mi padre y a mí.

―Te esperábamos, Momoko, a ti y a otros tres chicos. No tardes.

―Oiga, mi maleta, no se la…

Tarde. Ya se había alejado lo suficiente para meter mi maleta en el compartimiento del equipaje del autobús, no sin antes etiquetarla. Me giré a ver a mi padre frunciendo muy grande mi entrecejo. Él en ningún momento había borrado esa sonrisa en su rostro. Es obvio: está feliz de deshacerse de mí y de mi hermana menor, Kuriko, mandándonos a un fétido campamento de verano a cada una.

Vamos, Momoko, piensa. La profesora ya está dando indicaciones y pronto subirán al autobús, tienes que decir algo. Una excusa, una mentira, ¡por lo menos una jodida palabra! Estúpido cerebro: sólo actúa cuando quiere, no cuando lo necesito.

―Vamos, hija, no debe de ser tan malo. Sólo irás tres meses…

―Sí, mis tres meses de vacaciones ―contesté sacando un dulce de mi mochila―. ¿No crees que es malo? Salí de vacaciones para relajarme, no para ir a un campamento donde me pondrán a hacer quién-sabe-qué cosa. Además, me inscribieron en contra de vi voluntad. No me preguntaron primero, y eso es atacar por la espalda. No quiero ir, papá. No quiero ir.

¡Bien! Mi cerebro volvió, ¡y de mi lado! Éste puede ser traicionero cuando le conviene. Me crucé de brazos y lo miré con enojo fingido. Sabía que, tal vez, si decía algo relacionado con eso de la inscripción sin consentimiento lo haría cambiar de opinión. Si no funcionaba, no sé qué lo hará. Lo vi lanzar un suspiro y formar un rostro decidido, tomándome de los hombros. ¿Acaso funcionó?

―Lo siento, Momoko. No puedo hacer nada, ya estamos aquí.

Si no fuera porque aún me sostenía de los hombros, en ese momento hubiera caído contra el suelo, desmayada. Volvió a su sonrisa gigante. Era todo: iría a ese lugar lo quisiera o no.

Besó mi frente, soltándome e incitándome a caminar hacia el autobús, bajo la mirada de los demás metiches, DIGO, compañeros de mi salón, y de mis dos profesores. Le di un beso en la mejilla y, tomando con fuerza la correa mi mochila, comencé a caminar hacia ellos. Maldita sea, todos me miran como si fuera un insecto raro. Qué incómodo.

Quedé justo detrás de todos; no tenía ganas de llamar más la atención. Miré que mi profesora comenzaba a llamarnos a cada uno así que, percatándome de que una de mis compañeras con quien mejor me llevó estaba delante de mí, decidí peguntarle.

―Oye, ¿qué está haciendo, Misaki?

―Nos está llamando por nombres para que nos acomodemos dentro del autobús, Momo. Si te llama, pasa al frente y te asignará asiento ―contestó ella: rubia de ojos color miel con una dulce y linda mirada. Me alegra que ella sea una amiga mía.

―Gracias, ¿es todo?

―Sí, sólo mantente atenta.

Con una sonrisa me alejé de ella apretando con fuerza el dulce que aun cargaba en mi mano. Ni siquiera tuve la decencia de comérmelo, ¡y encima lo torturo apretándolo con fuerza! Pobre caramelo de fresa. Comencé a guardarlo lentamente en mi mochila hasta que me percaté de que no fui la última en llegar. Claro, por algo el profesor dijo: «te esperábamos a ti y a otros tres chicos». La noticia del campamento te afectó de verdad.

El profesor hizo exactamente lo mismo con ellos que conmigo: corrió hacia ellos, pude ver que les decía algo ―un saludo, un regaño, quizás un cumplido― y tomó sus tres maletas, llevándolas al autobús y así etiquetarlas. Ellos comenzaron a acercarse. Genial, estaré bien mientras no me hablen.

¿Por qué tanto odio? No lo sé, tal vez porque siempre me hacen travesuras, me molestan, me ofenden, me hacen enojar y me meten en problemas. Cabe recalcar que yo soy una de las chicas más aplicadas de mi salón; por lo tanto, más tranquila y menos problemática. Con ellos, los hermanos Him, siempre termino con problemas con los profesores y con castigos. Siempre. Si eso es poco, entonces soy una exagerada de primera. Y créanme que yo sé de exageraciones.

Mis compañeros comenzaron a subir al autobús, dejándome sola cada vez más, junto con aquellos tres idiotas. Casi al último, dos de ellos ya habían subido, dejándome con el mayor de los tres. Genial, esto iba a ser perfecto: me tocará sentar con él y no creo sobrevivir a su lado.

―Momoko Akatsutsumi. Brick Him. Por favor suban.

Siendo la primera en caminar hacia el autobús y subir, pude ver a mis dos mejores amigas en el autobús, sentadas juntas, saludándome. Devolví el gesto. Bien, tal vez si hubiera llegado más temprano, o me hubiera resignado con mi padre desde horas antes, me hubiera tocado sentarme con alguna de ellas o, por lo menos, con alguien menos odioso. El profesor nos indicó sentarnos en el último asiento del autobús que estaba hasta el fondo de lado izquierdo, si lo mirabas desde el frente.

Un suspiro más y me encaminé a él, sentándome del lado junto a la ventana. Segundos después él me alcanzó y se sentó a mi lado. Tampoco se veía muy feliz que digamos, incluso, se veía más frustrado que yo: se quitó la gorra que siempre carga y pasó su mano por sus pelirrojos cabellos, cerrando sus párpados. Tal vez así mantenga una distancia prudente de mí.

Los dos profesores dijeron algo que no escuché y así el motor del autobús se encendió. Ahí asimilé que mis vacaciones estaban peor que arruinadas; no sólo por el campamento, sino también porque pasaría estos tres meses junto al trío de idiotas más molesto de todo el instituto. Mirando por la ventana, vi a mi padre acercarse junto a otros dos hombres al autobús, cerca de mi ventana. Se despidió con un ademán de mano, el cual yo respondí con una sonrisa un poco apagada, para después comenzar a perderlo de vista.

Bien, estaba listo: yo iría al campamento que estaba técnicamente al otro lado del país y me perdería mis programas favoritos. Es trágico, muy trágico. Bueno, no sería tan malo… si tan sólo ellos no fueran al mismo campamento que yo. Pero tengo un consuelo: mis amigas estarían en él. Puedo soportarlo. Claro que sí.

Mi vista se dirigió hacia Brick: él me miraba con cara entre confundida, burlona, extrañada, e incluso asustada. Me giré bruscamente hacia la ventana, un poco sonrojada. Perfecto, ahora me tirará de a loca por ver mis gestos a la hora de subirme a mí misma el autoestima. Qué bien. Qué bien. Mi vida está arruinada, a más no poder.

¿Recuerdan que dije algo sobre las exageraciones? Pues, soy eso y más: exagerada; dramática; e hiperactiva. Mi doctor familiar dice que es por comer tanta azúcar. Me da igual: jamás dejaré los dulces. Son mi vida.

Saqué de mi mochila mi reproductor de música y me coloqué mis audífonos. Lancé un suspiro nuevo y recargué mi cabeza en la ventana, sintiendo los temblores de tal por el motor y el movimiento del autobús. No tenía la intención de hablar con él, y al parecer, él tampoco la tenía para hablar conmigo.

Mi primera carta hacía mis familiares para decirles qué tan bien me va, dirá una nota final más o menos así:

«Yo les dije que no quería venir a este estúpido campamento. ¿Están felices con mi sufrimiento? ¡Yo sé que lo están! Pero me tendrán en unos meses de vuelta, y los volveré a hacer sufrir ya que estaré otra vez con ustedes. ¡Já! Y otra vez, ¡já! Y, ¡já! Nota: Los amo a todos. Nota dos: No olviden grabarme mi programa. Nota tres: Alejen a Kuriko de mi habitación… ¡ah, no! Ella está igual que yo. Olvídenlo. Nota cuatro: Compren dulces. Ya me terminé los que tenía».

Claro que sí. Les diría exactamente eso. Aunque mi vida se terminara gracias a la golpiza que mis padres me darían ―metafóricamente hablando―, pero valdría la pena.

Instantes después me acomodé sobre mi asiento y me quedé dormida.


¿Qué tal está? No lo sé, ya dependerá de ustedes qué suceda con el fic: si lo continúo, lo dejo así, o simple y sencillamente lo borro de la faz de esta página.

Súbanme o bájenme el autoestima (¿?) diciéndome qué tal está. Yo prometo responder, en serio, XD.

Nos leemos. Besos de caramelo y abrazos de galleta (¿qué?). Adiós.