Disclaimer: Los personajes de esta historia no me pertenecen.
Advertencias: La parte no canonverse de este fic está registrada (parte de una historia con personajes originales). No copiar ni adaptar a otros fandoms.
Espero que les guste.
Nací en un mundo oscuro, delimitado por grotescas estructuras surgidas desde lo más profundo de la tierra. Un lugar donde el cielo tiene el mismo color grisáceo que la tierra que piso bajo mis botas. Un lugar sin viento arrullador, sin un astro que muestre el paso del tiempo, sin otra vegetación que no sean musgos y setas.
Respiré humedad la primera vez que abrí mis pulmones, un aire denso cargado de podredumbre. Crecí corriendo a través de calles tan irregulares como las caprichosas columnas que conectan la tierra con el cielo. Dormí bajo un cielo sin estrellas durante noches que se presentaban eternas.
Viví en un mundo en el que solo sobrevive el más fuerte. Donde la muerte no te acecha de forma traicionera en un callejón, ni siquiera por la espalda con un cuchillo deslizado a través de tu garganta… no. Allí la muerte te encara de frente, mostrando sus mortíferas facciones y una sádica sonrisa mientras te clava un puñal en pleno corazón.
No es ciudad para inocentes, ni cobardes. Todo aquel que nace en ella está condenado a sobrevivir, a abrirse paso entre las fauces de piedra de la enorme caverna, para evitar ser devorado por la pobreza y la desesperación.
La ciudad subterránea no perdona los errores, ni la vulnerabilidad que otorgan los sentimientos. Tan solo sus centinelas, aquellos apostados en las alturas donde se fusionan ambos mundos, son capaces de mostrar algún tipo de pasión, siempre por unas monedas de plata, claro.
En un mundo donde los asesinos, los corruptos y los ladrones representan la máxima autoridad. ¿Qué esperanza queda para la humanidad?
Farlan
En un mundo así, solo los más inteligentes, los más diestros o los más fuertes sobrevivían. Farlan no era fuerte, aunque no se defendía mal en una pelea, no habría continuado con vida de haber sido de otro modo. Pero ahora que la mayor parte de la banda que le protegía había sido brutalmente aniquilada, necesitaba encontrar a alguien que pudiera suplir sus carencias.
Siempre había pensado que trabajar en equipo era la mejor arma para sobrevivir. Quizás fuera la excusa de un cobarde, pues nunca le había gustado matar. Siempre había dejado que otros se mancharan las manos en su lugar y se había derramado demasiada sangre para su gusto. Su especialidad era el espionaje y la elaboración de estrategias.
Hasta ese momento creía haber dado con la manera de conseguir objetivos, renombre y notoriedad. Esos tres pilares podían significar la diferencia entre la vida y la muerte en la ciudad subterránea. No obstante, pasó por alto un importante detalle. Cometió un error, un error que estaba a punto de costarle la vida tal y como sucedió con los hombres que no escaparon a tiempo de su escondite. Su error había sido considerar que todos sus compañeros eran dignos de confianza, olvidando que trataba con personas oportunistas y de lealtad corruptible.
Estaba pagando cara su necedad, claro que aquellos que lo habían traicionado pagaron aún más cara la suya.
Aquellos desgraciados que pensaron que una de las cofradías de ladrones más poderosas de la ciudad los aceptarían con los brazos abiertos, colmándolos de riquezas, cediéndoles sus acolchados lechos y saciando su sed de fuerte licor.
Idiotas.
No solo fueron los primeros en morir, sino que eligieron para ellos la opción más sangrienta. En ese lugar todos traicionaban, pero los traidores estaban mal vistos. Resultaba una paradoja un tanto incomprensible para todo aquel que se hubiera criado bajo la luz del sol. Robar, matar, traicionar… eran casi una obligación, pero era mejor no ser descubierto en el proceso. Todo eso formaba parte de un absurdo código de honor entre personas que carecían del mismo. Mucho más sencillo de comprender: Nadie quería a un traidor en su banda, y el que había traicionado a los suyos en el pasado volvería a dejarse llevar por la codicia y la ambición en cuanto tuviera ocasión.
Farlan era consciente de que no duraría ni dos días más en ese aciago lugar si no buscaba un refugio. Sin embargo, ¿a dónde ir cuando uno de los matones más peligrosos que hubieran existido quería acabar con tu vida?
Dudaba de que pudiera conseguirlo, al igual que los cinco que continuaban depositando su confianza en él, lo que restaba de su banda. Necesitaban la protección de un refugio y de nuevos miembros que estuvieran dispuestos a asociarse con ellos en esas circunstancias. Por desgracia, la mayoría de criminales actuaban por cuenta propia y de forma desorganizada. Pocos eran los que se atrevían a confiar lo suficiente en otra persona como para decidir formar un equipo. En una ciudad donde incluso los hermanos de sangre eran rivales entre sí, donde por un pedazo de pan se cometían verdaderas atrocidades, ¿dónde iba a encontrar a alguien que fuera poderoso pero no despiadado?
Era complicado, ya que los más débiles eran carne de cañón y solían ser las personas bondadosas que habían tenido la mala suerte de nacer bajo ese cielo de estalagmitas.
Llevaba dos días escabulléndose de la amplia red de espías de su enemigo. Había tenido que refugiarse en una grieta natural de la piedra y permanecer en una insufrible postura durante horas, todo para evitar ser descubierto. La información que había conseguido hizo que valiera la pena el riesgo, aunque estuvieron más cerca que nunca de dar con su pellejo.
Al menos obtuvo la localización que buscaba.
Si quería vencer a un enemigo tan formidable, necesitaba a un aliado que le igualara o incluso le superara en sus habilidades. Necesitaba a alguien fuerte, astuto y que controlara un distrito con recursos. Necesitaba a Rivaille, tal y como había pronunciado aquella mujer.
Quiso indagar algo más acerca de ese personaje, pero todo lo que le contó fue que se trataba de alguien peligroso que se había ganado el respeto del resto de los matones de su distrito. No actuaba en equipo, al menos no de forma permanente. ¿Cómo era posible que un único individuo hubiera podido llegar tan lejos? ¿Quién era ese Rivaille?
Avanzó con cautela utilizando las desgastadas fachadas de las viviendas a modo de cobertura. No era la primera vez que visitaba ese distrito, pero todavía le sorprendía la cantidad de mercancía que movían los mercaderes de la ciudad en esa zona. Era un buen lugar en el que vivir.
Se acercó con sigilo hacia la zona donde habitaba el individuo al que quería contratar y esperó con paciencia a su regreso. La descripción que le habían dado de él era un tanto vaga, aunque creía ser capaz de reconocerlo cuando lo viera.
Pasados unos minutos, una figura de baja estatura se adentró en la calle pasando por debajo de una de las pasarelas. Iba acompañado de otros dos encapuchados que caminaban a su lado en silencio. Farlan observó con interés como todos los presentes se apartaban a su paso. ¿Cómo era posible que temieran a un chico? Por la estatura debía tratarse de un adolescente. A Farlan le resultó imposible distinguir su rostro, llevaba la oscura capucha bien ajustada sobre la cabeza.
«¿Tan horribles son tus crímenes muchacho? ¿Tanto te has dejado infectar por la lacra de esta sociedad? ¿Tan bajo has caído?» Pensó el rubio.
Detestaba ver a un chaval blandir un arma. Era absurdo, porque los hombres fuertes de ese lugar habían tenido que criarse con un cuchillo entre los dientes o no podrían ser tan diestros y respetados. Sin embargo, le resultaba más sencillo lidiar con un asesino adulto que con un crío que intentaba corromper su alma para trepar un escalón más en aquella degenerada pirámide social. Le dolía ver cómo mataban a su propia inocencia con cada puñetazo, con cada tajo, aunque fuera en defensa propia. Si tan solo hubieran nacido unos metros más arriba…
Meneó la cabeza, estaba divagando demasiado. Quizás ese muchacho podría ayudarle a deshacerse de James, su enemigo. No obstante, dudaba de que un solo asesino pudiera contra él, nadie era tan fuerte. Tan solo necesitaba que lo distrajera el tiempo suficiente para que pudiera ejecutar un plan que pusiera a salvo a lo que restaba de su banda.
Cuando Rivaille desapareció tras el umbral de su puerta, Farlan salió de entre las sombras para acercarse al tramo de escaleras. Nadie osaba decirle nada, pero veía miradas de sorpresa en los rostros de los que ahí circundaban. Una mujer, con aspecto de anciana pero que no debía sobrepasar los cuarenta, detuvo su cepillo de barrer para lanzarle una intensa mirada. Su boca se torció en una grotesca sonrisa de dientes podridos, como si se estuviera anticipando a contemplar la desgracia del joven.
Por supuesto, Farlan había contemplado la posibilidad de que ese muchacho deseara matarlo con solo atreverse a tocar su puerta. Aún así, le consolaba pensar que ninguna muerte sería tan dolorosa como la que le esperaba a manos de James.
«No tengo nada que perder», se repitió con cada peldaño que dejaba a sus espaldas.
Tragó saliva al tiempo que sus nudillos hacían contacto con la rugosa superficie de madera. Contuvo el aliento, expectante por averiguar con qué velocidad vendría su amenaza. Volvió a insistir al cabo de unos segundos, pero no recibió respuesta alguna. Miró hacia el ovalado ventanal escarbado en la fachada, esperando distinguir algún atisbo de movimiento en el interior de la vivienda. Nada.
Sin pensarlo dos veces, agarró el pomo en un inútil intento de abrir, aunque nadie en su sano juicio dejaría una puerta abierta, sin embargo, contempló atónito cómo la madera giraba sobre sus goznes, permitiéndole acceder al interior sin ningún tipo de barrera.
La habitación estaba bañada en una semi penumbra, iluminada por la ondulante luz de un candil que reposaba sobre una robusta mesa de madera. Parte de la sala estaba oculta en sombras, allá donde el resplandor anaranjado era incapaz de llegar. Sabía que las sombras eran una promesa de muerte, de modo que decidió colocarse lo más cerca posible de la mesa.
—Saludos, quisiera hablar con Rivaille. —Se esforzó en que su voz sonara firme y desprovista de cualquier matiz amenazador que se pudiera malinterpretar.
Desconocía la cantidad de personas que habitaban en ese lugar, aunque sospechaba que aquel muchacho no tenía familia. Farlan se percató de que en un extremo de la mesa había un plato con un poco de verdura y una barra de pan que lucía un mordisco. Lo había interrumpido justo cuando iba a comer.
Alzó las manos para dejar claro que iba con buenas intenciones.
—Solo he venido a hablar. —Se sintió ridículo al conversar con una habitación aparentemente vacía—. Tengo un trabajo que quizás pueda interesarte.
Llegado a ese punto, esperaba algún tipo de reacción por parte del muchacho, o al menos, que se hiciera visible. Sin embargo, los minutos pasaban y no parecía que fuera a mostrarse para conversar cara a cara.
—No voy armado. —Hizo una pausa y meneó la cabeza mientras sacaba la única navaja que guardaba en un lateral interior de su bota. La depositó sobre la mesa con cuidado—. Ya no.
Jamás se había sentido tan expuesto ante nadie. Debía estar muy desesperado para actuar con tan poca cautela. Aclaró su garganta y continuó hablando consigo mismo.
—Verás, he oído que eres el más fuerte de este distrito. Me interesaría mucho contar con tus habilidades para resolver un problema que tengo. Te pagaré bien, con todo lo que me queda, siete monedas de plata.
Farlan empezó a sospechar de que Rivaille había abandonado la vivienda a través de alguna salida secreta mientras él hacía negocios con unas toscas paredes de piedra.
Paseó su lengua para humedecer sus resecos labios antes de proseguir.
—Te pagaré la mitad por adelantado, claro.
Enmudeció cuando escuchó un portazo a su espalda y cerró los ojos maldiciendo en voz baja cuando sintió algo punzante contra su columna vertebral, a la altura de la zona lumbar. Permaneció en la misma postura, paralizado y angustiado. Jamás se habría imaginado que el otro lo esperaba escondido detrás de la puerta. Farlan era consciente de que se podría haber convertido en un cadáver antes siquiera de pronunciar su saludo inicial. ¿Cómo había podido ser tan estúpido?
—Te atreves a entrar aquí, manchando mi suelo con la mierda de tus botas —siseó a sus espaldas.
Farlan se sobresalto al escuchar el tono grave de aquella voz, no se correspondía a la imagen de adolescente que tenía en mente.
—Interrumpes mi cena y me ofreces un trato de mierda —añadió presionando aún más.
Farlan tragó saliva con dificultad.
—Creo que es una buena cantidad —discrepó.
—¿Cómo se llama tu problema? —Notó aquel cálido aliento a la altura de su hombro.
—James Scheider.
Una risa sardónica escapó de los labios del más bajo.
—Nadie se atreve con ese. Menos aún por la mierda de cantidad que ofreces —dijo con desdén.
—Entonces buscaré a otro que lo haga.
—No sin antes limpiar la mierda que has traído a mi casa —respondió con tono amenazante.
Todo sucedió con demasiada rapidez. Farlan dio un salto hacia adelante para alejarse lo máximo posible, al tiempo que extendía su brazo para recuperar su cuchillo. Se giró, describiendo un tajo descendente con la intención de herirlo, sin embargo, la hoja solo consiguió rozar el aire.
Retrocedió hasta sentir el filo de la mesa contra la parte trasera de su muslo. Utilizó el inmueble a modo de protección para evitar que pudiera sorprenderlo por la espalda. No había previsto eso cuando había realizado la finta, convencido de que el otro cometería la típica insensatez de abalanzarse contra él al verlo saltar. Es lo que habría hecho la mayoría, pero Rivaille no era un criminal cualquiera, su fama lo precedía.
Errores y más errores. Últimamente cometía demasiados.
Unas gotas de sudor se deslizaron por su frente. Todo su cuerpo estaba en tensión, esperando a que el otro saliera a través de cualquiera de las sombras que había en la habitación. Notó cómo el mango del cuchillo resbalaba entre sus sudorosos dedos y su corazón retumbaba en sus propios oídos, delatando sus nervios.
Se arrepentía de haber acudido allí él solo, pero sentía que aquella era su responsabilidad. Los integrantes de su banda eran habilidosos, pero carecían de capacidad de negociación.
Sus ojos azules observaron cada tramo, cada esquina, sin percibir ni el más mínimo movimiento. Odiaba que jugaran con él de aquella manera, sentía que el otro se estaba burlando de él, que podía oler su miedo y que disfrutaba con ello.
De repente, algo golpeó la corva de sus rodillas por debajo de la mesa, provocando que perdiera el equilibrio y cayera de bruces contra el suelo. Podría haberle partido las piernas de haberlo golpeado con más fuerza. Ni siquiera tuvo ocasión de recomponerse cuando unos dedos firmes retorcieron su mano, enviando lejos su única posibilidad de defensa.
Rivaille utilizó un brazo para voltear al rubio, como si no le costara ningún esfuerzo, como si fuera un muñeco de trapo que pudiera manejar a su antojo. La espalda de Farlan golpeó el suelo dejando sus pulmones sin aire y su oponente lo redujo sentándose a horcajadas encima. Colocó las manos de Farlan por encima de su cabeza, aprisionándolas con una de las suyas mientras que con la otra apuntaba su navaja sobre la garganta del rubio.
Farlan contuvo el aliento porque en ese momento pudo contemplar a la muerte a la cara y no era para nada como esperaba.
Su baja estatura le había hecho confundirlo con un adolescente, pero el hombre que tenía sentado encima debía rondar su misma edad. Su rostro era pálido, como la mayoría de rostros que nunca había visto de forma directa la luz del sol. Llevaba un corte bastante peculiar en el cabello, rapado en la nuca y en los laterales, dejando que unos mechones lisos y oscuros enmarcaran los ojos grises más intimidantes que había visto en su vida.
—Oye, deja que me vaya, ¿vale? —titubeó tras tragar saliva—. Ni siquiera me verás más por aquí, no quiero problemas contigo.
El otro chasqueó su lengua y compuso una expresión de desagrado en su rostro.
—No te veré más por aquí porque estás muerto —susurró.
A pesar de lo precario de su situación, Farlan se percató de un detalle. Rivaille desprendía un olor bastante agradable. Le resultó irónico que sus sentidos se centraran en eso, en lugar de intentar buscar un resquicio en su posición que le permitiera escapar, sin embargo, no dejaba de ser sorprendente que algo o alguien oliera así de bien en aquella ciudad. La mayoría de las personas olían a rancio, a sudor, a mugre e incluso a orina. Por no hablar de sus alientos, resultaba insoportable mantener una conversación con determinados individuos aunque estuvieran situados a un metro de distancia. Ese hombre parecía sacado de otro mundo.
Farlan se vio atrapado bajo aquellos ojos hipnóticos como los de una serpiente. Sí, la muerte poseía un rostro bastante atractivo y temió haber perdido lo que restaba de su cordura ante semejantes pensamientos.
—Rivaille. —El aludido frunció el ceño—. Te daré lo que quieras, pero déjame marchar.
Farlan sopesó sus propias palabras. Si le entregaba todo su dinero entonces no podría contratar a nadie para que intentara acabar con su enemigo, así que no tendría escapatoria de todos modos. Puestos a morir, prefería que fuera la cuchilla de Rivaille la que hiciera el trabajo, no parecía un sádico, seguramente haría un corte limpio y ni se enteraría. La idea se le antojó una tanto tranquilizadora.
—No es mi cuchillo el que te matará —explicó el otro con frialdad—. Hay que ser idiota para buscarse problemas con ese. No tienes ninguna posibilidad —hizo una pausa—. Y ya te he dicho que no te irás hasta que limpies mi suelo.
Farlan lo miró perplejo. ¿Ese tipo iba en serio con lo de la limpieza?
—Yo no he buscado problemas con él. Fue uno de mis socios el que lo hizo y ahora quiere matarnos a los demás —explicó desesperado.
—No es asunto mío. —dijo mientras apartaba el cuchillo.
El más bajo se incorporó con la agilidad de un gato, sin que siquiera crujiera la madera bajo sus pies. Avanzó descalzo hacia el lugar donde había aterrizado la navaja de Farlan y la tomó entre sus finos dedos observándola con interés. El rubio sintió un escalofrío ante la pérdida de contacto y contempló con atención todos sus movimientos hasta que algo húmedo y rugoso lo golpeó en plena cara. Farlan se incorporó de súbito para toser y contempló con ojo crítico la bayeta mojada.
Rivaille se sentó en la mesa y procedió a comer de forma despreocupada.
—Limpia —ordenó.
Los ojos de Farlan iban de la bayeta al rostro de aquel hombre. Se encogió de hombros, la situación le parecía absurda, pero decidió cooperar para poder salir de allí cuanto antes. Arremangó su camisa y se coloco de rodillas para limpiar la mugre que había dejado con sus botas. Al cabo de unos segundos, decidió que sería una tarea inútil si se las dejaba puestas, por lo que las depositó al lado de la puerta con cuidado antes de continuar. La expresión divertida de Rivaille lo humillaba aún más.
Conforme retiraba la suciedad, fue consciente de lo limpio que estaba todo. Era como si aquella vivienda y ese tipo hubieran aparecido de la nada, tanto orden estaba fuera de lugar, jamás había visto nada parecido. Con razón podía andar descalzo sin preocuparse de ennegrecer la blanquecina tez de sus pies.
«Es demasiado extraño», pensó con desconfianza.
Una auténtica lástima. Si tan solo lo hubiera conocido hace unas semanas. Estaba seguro de que él habría previsto el desastre. Rivaille tenía esa mirada intuitiva. No dudaba que fuera inteligente, pero tenía la sensación de que había más astucia, más intuición que capacidad de estrategia en esa cabeza. Era justo el tipo de persona que necesitaba, pero sabía que por eso mismo había sido capaz de ver a través de su plan. Sabía que pretendía dejarlo vendido frente a James por unas míseras monedas de plata mientras él escapaba.
Lo único que no comprendía Farlan era el por qué seguía respirando.
Cuando terminó de retirar a conciencia la última mancha, se incorporó para encararlo con toda la dignidad de la que era capaz. Rivaille se levantó con deliberada lentitud de su asiento, descruzando sus piernas con movimientos fluidos y elegantes. Se acercó hacia Farlan sin hacer el menor ruido y se plantó a escasos centímetros de su rostro, con la barbilla ligeramente levantada y los ojos entrecerrados. No se amedrentaba por la diferencia de estatura.
—Ya he terminado. ¿Me puedo marchar ya?
—Nombre. —No era una pregunta, si no una exigencia.
—Farlan. Farlan Church —respondió intentando imitar su tono autoritario.
El más bajo chasqueó la lengua.
—De acuerdo, Farlan. —Apuntó hacia el corazón del rubio con su propia arma—. No vuelvas a venir a molestarme.
Con un movimiento de muñeca lo hizo rotar, ofreciéndole el mango mientras sostenía la afilada hoja con su índice y pulgar sin cortarse. Farlan asintió mientras recuperaba su cuchillo, sin embargo, Levi no liberó la hoja de inmediato.
—No vuelvas por este distrito —advirtió—. Y es Levi, no Rivaille.
Farlan no tenía pensado hacerlo, aunque en aquel momento, tras haber conocido a ese personaje, sentía que no existía un lugar más seguro en toda la ciudad subterránea para esconderse de James.
Descendió las escaleras de la vivienda y liberó un profundo suspiro. Sintió la humedad de su ropa en la espalda y en los costados. Había pasado auténtico miedo ahí dentro, pero también una profunda fascinación.
«No sé de dónde ha salido este tipo, pero tengo claro que lo necesito, lo quiero en mi banda».
¿Cómo pedirle ayuda a alguien que lo mataría si volvía a poner un pie en ese distrito?
