Vapores de la fantasía.

Yo esperaré por usted el tiempo que sea necesario. Pídamelo, y seré capaz de desafiar a la misma eternidad. Conde D.

"Buenos días, querido, detective."

"Por favor, deje eso ya."

Leon se ruborizó un poco. Pensó que jamás se acostumbraría del todo al apelativo afectuoso. "Tenga, estos son para usted."

Se sentó en el mullido sofá como de costumbre. Simplemente disfrutando de la alegría que irradiaba de D al sentarse también, frente a él, mientas abría con avidez la caja de los chocolates más finos y sabrosos que había podido conseguir.

"Oh, detective, usted no debió…"

Su voz era tan suave entonces. Le hacía sentir cosas tan extrañas, especialmente esta vez… ¿por qué? D parecía mucho más hermoso y exquisito, y tuvo cierto deseo de saltar hambriento sobre él, o… simplemente, acercarse lo más posible.

Atraparlo entre sus brazos y no dejarlo ir.

"Detective… muchas gracias."

Leon suspiró distraídamente.

Estaba dispuesto a seguir contemplando descaradamente aquel monumento por el tiempo que fuese necesario.

El tiempo necesario… qué ingenuidad. Nunca se cansaría de hacerlo.

"No esperaba verlo tan temprano, francamente."

D seguía hablándole, y Leon le entendía a medias. No del todo.

"Yo quise venir temprano esta vez."

Replicó con un tono poco usual.

D sonrió.

"Sólo a traerle estos chocolates. Nada más."

"Lo sé."

Leon se puso de pie. Una mesita entre ellos fue lo único que los separaba.

"Ha de estar retrasado."

"Lo estoy."

D miró la caja pequeña de dulces y la apretó contra su pecho, inclinando el rostro. Ahora lo incorporó para mirar a Leon, cuando el detective le habló: "Quisiera quedarme, D, en verdad."

"No sea tonto. Debe ir a trabajar. Por favor, mi amor, siento que se esté retrasando por mi culpa."

Leon respiró con profundidad. D apretó contra su pecho la pequeña caja que Leon le había entregado.

Pareció que cada paso que daba hacía la salida demoraba un siglo. Sin embargo fueron cuatro escasas cortas zancadas las que dio.

Miró sus zapatos. Le resultaba imposible hacer algo más.

Entonces se volvió, D lo miraba. Sonreía a pesar de las lágrimas que se deslizaban en sus mejillas.

"No sea tonto. No me mire así, vaya a trabajar, por favor…" la voz de D amenaza en romperse ya. Tragó saliva y secó las lágrimas con el dorso de su mano. "Adiós."

"D…"

En un segundo, Leon atrapó la mano pequeña, bonita y delicada de D entre la suya.

D miró su mano sujetada por la de Leon. Él también apretó.

Negándose a dejarlo ir.

"Quisiera… quedarme para siempre, porque yo..." TE AMO, TE AMO!

El conde negó lentamente con su cabeza mientras reía (interrumpiendo lo que diría). Fue una risa un tanto amarga.

"Tonto, tonto, tonto…" decía, y volvió a decir, "vaya a trabajar, detective. Pero desearía que un día…"

"Yo no me apartaré de su lado. Lo prometo"

Aseguró con una pequeña sonrisa honesta.

D asintió. Sus ojos brillaban.

"Lo sé. Es una promesa."

Leon soltó la mano de D.

D mantuvo su brazo extendido hacía él, como una máquina.

Leon se detuvo en la puerta. Miró su mano; sintió una fría y triste sensación donde antes había estado la mano de D.

Se volvió para mirarlo por última vez.

"A-DI-OS."

Vio que D había formado esas palabras con sus labios. Pensó que, tal vez lo hizo porque si él mismo se las oía decir lloraría sin remedio.

La puerta de la tienda se cerró, y él supo que nunca más volvería a abrirla.

"D!" aulló Leon despertando agitadamente.

Se incorporó en la cama enseguida.

"Leon, cariño, qué pasa?" preguntó su esposa.

Leon la ignoró. No habría sabido qué responder. Se tumbó en la cama dándole la espalda y respirando con ansiedad. Había sido sólo un sueño. D había muerto, y nunca más él lo volvería a ver.

O al menos…, eso se dice.

:.El amor nunca olvida, detective. Es una promesa.: