Título: Guardajuramentos
Claim: Jaime Lannister/Brienne de Tarth
Notas: Spoilers hasta Festín de Cuervos. Se ignora lo que pueda sucerder a partir de Danza con Dragones. Post-series. Posible fuera de carácter.
Rating: T
Género: Romance
Tabla de retos: Abecedario
Tema: 27. Guardián


Jaime dejó escapar una carcajada que retumbó más allá de la niebla que los envolvía, una densa masa de aire con olor a azufre, muerte y enfermedad. No le quedaba nada tras la batalla, ni el honor que vagamente había tratado de recuperar, ni familia, ni tierras, ni título. Nada por culpa de Cersei, nada salvo recuerdos de ojos verdes, fuego valyrio y destrucción y aún así, la mujer a su lado se atrevía a cuestionarlo, tan recta ella, tan estúpida como siempre, tan llena de honor. Brienne de Tarth, la bella.

—¿No deberías de proteger a Tommen, a Myrcella? Son tus hijos —a Jaime le causaba mucha gracia el que se lo preguntara, cuando muchos otros lo habían considerado una abominación, cuando los chicos no habían conocido a otro padre más que el borracho de Robert Baratheon, cuando él no había hecho ningún esfuerzo por acercarse.

—No son mis hijos —decretó tajante, pues le molestaba sobremanera tener que pelear con la moza, era testaruda y lo último que quería dentro de esa niebla que apestaba a rayos, era seguir inhalándola por la boca, en donde le dejaba un regusto de los mil demonios—. Cersei nunca me dejó ocuparme de ellos. No tengo nada qué ofrecerles tampoco. ¿Qué podría darles un padre tullido además de vergüenza? Cállate, es mejor así. Cállate y sígueme.

Jaime no estaba muy seguro de que su plan fuese a funcionar, Brienne era lo suficientemente ingenua para confiar en él, para seguirlo una vez le juraron a Daenerys Targaryen que no alzarían la espada en contra de su reino, pero el siguiente paso a dar era incierto y la doncella de Tarth podía dejarlo tan solo como se merecía, un tullido en medio de un mar de oscuridad, pagando aún por sus pecados.

—¿A dónde vamos? —preguntó ella después de unas horas, en las cuales la posición del sol cambió y Desembarco del Rey se volvió un punto en la lejanía. Parecía desconfiada y él no podía reprochárselo, nunca nadie había llegado a confiar en él después de lo de Aerys Targaryen y además, nunca le había dicho que la iba a llevar a Tarth. Sólo le había dado la orden de que lo siguiera y ella, la moza ingenua, lo había seguido, tras haberse asegurado de que Sansa Stark estaba sana, salva e intacta.

—A la aldea más cercana —respondió él, haciendo trotar a su caballo con mayor rapidez, pues el sol les estaba ganando terreno, tiñendo las tierras asoladas por los dragones de un color sangriento, sólo distinguible de la sangre real por las sombras fantásticas que creaba en los árboles.

—¿Y después a dónde iremos? —Brienne lo seguía de cerca y lo hizo remontarse a aquél tiempo en el que viajaron juntos de regreso a Desembarco del Rey, cuando todavía era un hombre completo, cuando no le faltaba una mano y con ella valor.

El hombre no se dignó a darle una respuesta, a veces Brienne lo desesperaba, tanto que deseaba tener su mano buena y cortarle la lengua si eso detenía sus preguntas, sus juramentos, su ingenuidad. Alcanzaron una aldea en reconstrucción cuando la primera estrella apareció en el horizonte, en un cielo entre dorado y púrpura, entre sangriento y negro. Como siempre, los habitantes los miraron con desprecio y sus muecas se reflejaron al pasar en los restos de armadura que vestían, pues ya no querían saber más de la guerra, de caballeros en brillante armadura que escondían monstruos bajo el yelmo, de bandos de lobos y leones por igual.

—Ser Jaime, me parece que aquí no podremos descansar —apuntó ella, mientras seguían sorteando casas, tabernas en plena construcción y posadas, desde donde los dueños los miraban mal encarados, esperando sin duda a que les pidieran su hospitalidad para hacerles un desaire. Jaime ya lo sabía y no se molestó en contestar a la obviedad de la mujer, de nuevo comenzaba a enfadarse.

—No quiero ninguna maldita posada, ¿dónde está el septón supremo, un sacerdote rojo, un maldito árbol o el dios ahogado? No me importa cual, tráiganmelo —anunció él, en medio de lo que parecía ser una plaza y su tono de voz hizo que Brienne le soltara una advertencia—. No eres mi madre —le espetó burlón, mientras observaba cómo los aldeanos se apresuraban a obedecer sus órdenes con tal de que fueran lo más pronto posible—. ¿Tienes a Guardajuramentos?

—S-sí, ¡¿no pensarás hacerles daño, verdad? ¡Haz jurado respetar la paz de la reina! —aún así, Jaime logró quitarle la espada de las manos, pues la había desenvainado, mostrándole aún lo mucho que seguía siendo la doncella enfundada en una armadura, que pensaba la protegería de las burlas de los demás.

—He roto demasiados juramentos como para que me importe ahora —le recordó él, alzando la espada hacia la luz de la luna, la cual le arrancó destellos rojizos como la sangre—. Uno más no importará a los dioses, cualesquiera que sean.

En ese momento, el septón de la pequeña aldea se presentó unos minutos después, mientras Jaime discutía con Brienne sobre no hacer daño a los aldeanos. Él lucía una sonrisa confiada en los labios, digna de un Lannister y ella, cual monstruo le decían, tenía el ceño fruncido y los puños apretados en un gesto de amenaza.

—Empecemos con esto —la espada se dirigió directamente hacia el cuello del septón, que comenzó a temblar al mirar la punta de la Guardajuramentos, tan afilada como para cortar la noche. Brienne hizo ademán de atacar a Jaime para detenerlo—. Viejo, quiero que nos cases. Inmediatamente. No tenemos testigos ni la maldita capa Lannister y no tengo nada que ofrecerle a Brienne salvo esto —alzó la mano de oro como si fuese un trofeo de guerra y en realidad, era tan inútil como uno.

Desmontó del caballo para hablar con el hombre, mientras todos a su alrededor murmuraban burlas y bromas por igual, ignorando a la desconcertada Brienne.

—¿Es esto una broma, ser? —inquirió ella, acercándose hacia donde ambos sostenían una discusión sobre los honorarios del hombre, que ayudarían a reconstruir el maldito septo del lugar, en donde seguramente ya no quedaban dioses.

—No es una broma, Brienne. Rompo un juramento y hago otro. Se supone que los miembros de la Guardia Real no pueden casarse ni tener hijos, se supone tampoco que no pueden matar a su rey, pero yo ya no soy miembro de la Guardia de la reina Targaryen y sus dragones, así que puedo hacer lo que me venga en gana y es precisamente esto, casarme con vos. Sé muy bien que vos no rompes los juramentos que haces y esta es la única manera que encuentro para no quedarme solo —Jaime no hizo ademán de arrodillarse, ni mucho menos, pero aún así a los ojos de Brienne y de todos aquellos que habían acudido a curiosear, pareció tan galante como cuando la rescató del foso del oso en Harrenhal, un recuerdo que aún permanecía arraigado en la memoria de ambos y que, sin duda alguna, había sido la piedra angular que los había llevado a ese momento—. Brienne de Tarth, la Doncella Guardajuramentos, la Bella. Quiero casarme con vos. ¿Pronunciareis el juramento junto conmigo?

Para Jaime, Brienne era más transparente que el cielo en esa noche estrellada, por eso no le sorprendió su respuesta, el sí sorprendido pero auténtico, el sí que había entrevisto durante sus travesías y reencuentros, juramentos que no se atrevería a romper y que esperaba, él tampoco rompería, aún con la fama que se cargaba, aunque el "para siempre" le sonaba aterrador e irreal, pero lo suficiente como para que alguien como él se conformase.