Advertencias: Todos los personajes y situaciones pertenecen a George R.R. Martin.


El sol más brillante

Era la mejor oportunidad, servida como si todo hubiese sucedido para culminar en aquella extraña situación que le permitiría saciar sus ansias de venganza, aquella sed primitiva por devolverle al mundo lo que le había hecho a él, hacerle sentir el dolor, el tormento de la pérdida, la agonía de saber que no la volvería a ver, la estrella resplandeciente que guiaba su vida hasta que, apagada y desgarrada, murió desangrada por las garras de un perro salvaje y bestial, amaestrado por el león.

No le importaba el juicio ni quién había asesinado al niño rey. Por él bien podría haberse atragantado solo y sin ayuda, pero su muerte le había brindado la ocasión ideal para mostrarse tal como era, peligroso y letal, enseñarles a esos desembarqueños lo que era bailar con la muerte, la danza del sol. La venganza que llevaba tanto tiempo planeando.

Y todo estaba saliendo tan perfectamente que temía que su hermano no estuviese detrás. Sólo alguien de su ingenio podría idea algo tan simple y, a la vez, tan complejo, para lograr sus objetivos. Y él iba a ser su arma, la mano ejecutora, el tormento de los dioses. Porque no iba a ser misericordioso, le haría sentir cada puñalada que le había propinado a su hermana, le haría pagar muy caro que la hubiese violado. Moriría, sí, entre terribles sufrimientos, gritando por el Dios de la muerte, que tuvieran piedad.

Mintió al ofrecerse como su campeón, su inocencia le resultaba completamente indiferente, a pesar de sentir una sincera simpatía hacia el enano de la sonrisa torcida y deformada, a quien nadie temía y a quien todos humillaban. Quería luchar por su causa para enfrentarse a su oponente, la Montaña, y lograr inculparle por el asesinato de la princesa Ellia de Dorne y de su hijita. Sí, iba a vengarse con todo el esplendor de Lanza del Sol.

Y cuando sintió cómo le abría la cabeza, no le importó, porque había confesado sus crímenes. Ante la corte, frente a los Dioses, por él. Y su muerte había traído justicia, aunque el sol más brillante se tuviera que consumir entre llamas por ello.