Capítulo 1
Hacía apenas media hora que había llegado de la oficina y estaba allí inmóvil sentado en un sillón, ni siquiera se había quitado la chaqueta. Era casi siempre el peor momento del día, cuando llegaba a su apartamento al terminar la jornada y estaba tan solo y le quedaba toda una noche por delante de darle vueltas a la cabeza, de frustración, de angustia. Intentaba que sus pensamientos no se deslizaran fuera de lo estrictamente necesario para atrapar a los ya célebres 8 fugados de Fox River. En otras circunstancias el caso actual habría sido para él un juego, un acicate, le apasionaba resolver acertijos, jeroglíficos, enigmas, juegos de palabras, etc. Scofield había trazado un plan deslumbrante con el que él se había llegado a obsesionar, era para él un reto averiguar los entresijos de la mente de aquel hombre, comprender su funcionamiento a través del complejo plan que se había trazado y seguir todas sus pistas. Pero la presión constante de la Compañía, o mejor dicho su chantaje, esa amenaza invariable, que pesaba sobre él y su familia como la espada de Damocles, los actos que le estaban obligando a cometer y que le hacían descender cada vez más abajo, hacia el fondo de ese pozo en el que había caído a partir de lo de Shales, le hacía percibir de manera terriblemente nítida que su vida se había ido a la mierda y que nada nunca volvería a ser como antes. En todos los sentidos.
En esa huida desesperada de sí mismo y de sus actos sabía instintivamente, aunque tratara por todos los medios de encontrar una vía de escape, que al final sólo había un precipicio en el que caería sin remisión, entonces… ¿porqué tanto correr? Se dio cuenta que le temblaban las manos, una arcada subió desde su estómago que era como una bola a punto de salir por su boca. ¡Maldita sea, necesitaba el midazolam! ¡ése imbécil de Steve había quedado en llamarle cuando consiguiera las pastillas y todavía no lo había hecho y no le quedaba ni una! No se daba cuenta que las necesitaba, que no podía pasar un día sin ellas…
Entonces sonó el timbre, le extrañó, no se acordaba de que sonara así. Desde que se divorció y vivía solo, o más bien desde lo de Shales, casi nunca llamaba nadie a su puerta… ¿quién coño sería? Cogió su arma y se la metió atrás en el cinturón, miró por la mirilla, era Steve. Abrió la puerta con cara de pocos amigos y metió adentro a Steve de un tirón, luego miró fuera y cerró la puerta y allí mismo tras la puerta, le espetó de malas maneras:
¿Qué diablos haces aquí? Te dije que me llamaras al móvil y yo te diría dónde nos veríamos.
Lo siento… Sr. Mahone… pensé que era más rápido venir aquí directamente.
No me gusta que vengas a mi casa, no vuelvas a hacerlo –le dijo lentamente, levantando el dedo índice de forma amenazadora.
Antes, venía algunas veces… - Empezó a balbucear Steve, este hombre a pesar de todo a veces le aterraba.
Eso era cuando me informabas sobre Shales, a esto no quiero que vengas aquí, ¿las traes no?
Sí, Sr. Mahone… pero…
Dámelas –la mirada fulminante que le echó hubiera bastado para que se las diera sin pronunciar palabra.
Steve titubeante sacó del bolsillo de su cazadora un bote de pastillas con alguna dificultad, Mahone se lo arrebató de la mano.
Sr. Mahone… verá… creo que debería visitar a un médico, para sus nervios…esto no creo que le esté haciendo ningún bien.
Steve estaba aprovechando que Mahone estaba ocupado abriendo el frasco y engullendo una pastilla para hablar.
Son difíciles de conseguir, no sé si podré seguir trayéndoselas… ¿Ya no quiere que le siga buscando información sobre Shales o sobre cualquier otra cosa? Sabe que soy bueno husmeando en los bajos fondos…, enterándome de cosas en la calle…
No Steve, ya no necesito nada sobre Shales…
Pero todavía está fuera…
¡No puedo ocuparme de tantos convictos al mismo tiempo! – dijo Mahone furioso perdiendo los nervios.
Pero…
1500 miligramos de esto una vez al mes –le dijo levantando el frasco y poniéndoselo delante de las narices- eso es todo lo que quiero de ti ¿entendido? -rugió Mahone.
Pero Sr. Mahone no debería…, se está destruyendo.
¡Eso no es asunto tuyo!
¡Sí lo es! – dijo Steve levantando la voz por primera vez ante Mahone, indignado y audaz.
Este cambio de su habitual actitud y este arrebato que no le conocía, dejó a Mahone un poco perplejo.
¿Que sí lo es? Vamos chaval… ocúpate de tus cosas y déjame en paz…
Dijo con algo de sorna, aunque apenas le dio tiempo a terminar la frase porque Steve se avalanzó sobre él y cogiéndole la cabeza entre las manos le estampó un beso en la boca, Mahone se golpeó la cabeza y la espalda contra la pared y tardó algunos segundos en darse cuenta de la naturaleza del ataque. Le dio un empujón con toda su fuerza y Steve tambaleando casi cae al suelo.
¿Te has vuelto loco? ¿a qué coño viene esto? – le bramó Mahone al muchacho todo sofocado y hecho un basilisco.
Lo siento…lo siento, - balbució Steve bajando la cabeza, encogiéndose y ruborizado hasta las cejas, por un momento creyó por la expresión de Mahone que le iba matar allí mismo.
¿Qué lo sientes? ¿qué mierda de respuesta es ésa? – vociferó Mahone todavía más cabreado.
Me gusta –dijo al cabo de unos segundos-. Sé que no debería haber hecho eso, pero estoy enamorado de usted. – le contestó en un susurro haciendo acopio de valor y casi sollozando.
Mahone se quedó literalmente con la boca abierta y pasaron los segundos (a Steve se le hicieron horas). Por fin reaccionó, seguía con expresión de muy pocos amigos, pero al menos bajó el tono de voz:
Sin duda me estás tomando el pelo muchacho… al menos eso espero.
En absoluto.
Pero… ¿es que eres gay?
¡Pues claro que soy gay! ¿le habría dicho si no lo que le he dicho?
No lo sabía… dijo Mahone, nada más decirlo le pareció una estupidez el comentario que acababa de hacer, estaba de repente desorientado y confuso.
Bueno no llevo un cartel puesto ni nada por el estilo… no tenía porqué saberlo.
Yo no soy gay.
Lo sé
¿Y…?
¿Y? Pues nada, que lamento lo que he hecho, pero nunca le hubiera dicho lo que le he dicho, jamás le hubiera confesado mis sentimientos si usted no se maltratara de esa forma. Pero no soporto ver cómo se hunde… si pudiera ayudarle de alguna manera…
No Steve, no puedes ayudarme, lo siento. – Ahora Mahone parecía exhausto, agotado, como si no le quedaran fuerzas para nada, ni siquiera para hablar o pensar. Hablaba en voz muy baja. –Creo que será mejor que te vayas ¿no? Toma – añadió y le puso en la mano un billete que se sacó del bolsillo.
Abrió la puerta y le hizo gesto a Steve de que saliera. Éste cabizbajo salió arrastrando los pies, todavía rojo de vergüenza. Cuando llegó a la calle inspiró y expiró profundamente, había hecho la mayor tontería de su vida. Aún le quemaba en la boca el contacto con los labios de Mahone, también sentía un nudo en la garganta, un vacío enorme en el estómago y un calor enorme en las mejillas, no sabía si por la vergüenza, si por el obvio rechazo de Mahone (o más bien diríase por su obvio desinterés) o simplemente por ser tan estúpido como para gustarle un hombre así, mejor sería que se hubiera comprado una cobra y tenerla de mascota en casa.
Agradeció la noche fresca y agradable. Trastabillando cruzó la calle, había un parquecillo, se sentó en un banco y se puso a meditar sobre el disparate y el ridículo que había hecho y sobre aquel agente del FBI un poco pirado y pensaba también que peligroso, que le había sorbido el seso sin darse él cuenta de cómo, ¿Por qué estaba tan obsesionado con él? ¿Porque sabía que no podría tenerle, que era un imposible? Tal vez era eso… o no…, ¿era sólo deseo? Pero si era únicamente lujuria porqué se preocupaba tanto de si se tomaba o no aquella mierda. Mientras más hecho polvo llegara a estar y más hundido, más posibilidades había que al final cayera en sus manos. Inmediatamente se recriminó por haber considerado esa posibilidad. ¿Qué pensaría Mahone de él ahora? ¿Que era un imbécil? ¿Un imbécil y un marica? Es posible que tan siquiera pensara nada, probablemente para él el muchacho que le proveía de sus pastillas era sólo eso y le importaba menos que una hormiga. Tenía 26 años y Mahone… ¿entre 40 y 45? Lo más probable. Pero dios… era tan atractivo que se le hacía un nudo en la garganta cada vez que lo veía. Su voz, su manera de moverse, incluso esa forma desabrida de dirigirse a él le galvanizaban y entonces fantaseaba con poder algún día perderse en ese cuerpo largo y fibroso, en esa boca tan sensual, en el hielo candente de sus ojos tan azules.
Pero eso eran, fantasías, eso es, estúpidas fantasías que le hacían enrojecer. Cada vez que veía a Mahone estaba más irritable y más desagradable, bueno en realidad desde que lo conocía nunca había sido alguien especialmente fácil, lo último seguro que le pasaba por la imaginación eran los pensamientos entre románticos y concupiscentes hacia su persona por parte de su proveedor de midazolam.
