Capítulo 1.
Una leve sonrisa iluminaba los tensos labios de Richard Castle mientras contemplaba el caos de las calles desde el ventanal del salón. Los coches subían y bajaban por las empinadas cuestas y los autobuses avanzaban con cautela sobre los quince centímetros de nieve que, según el portero del edificio, habían caído desde primera hora de la mañana. Todavía seguía nevando y la forma en la que lo hacía avecinada que iba para rato.
Rick suspiró. Los habitantes de Nueva York no estaban muy acostumbrados a la nieve en esa época del año y la verdad es que a él mismo le había tomado por sorpresa.
Su mirada se concentró en la lejanía. La nieve y la oscuridad de la noche impedían que pudiera ver mucho. Deprimido, Rick se apartó del ventanal y volvió a suspirar. Su loft, cálido y elegantemente redecorado, le pareció una minúscula cárcel en esos momentos.
Cansado y cada vez más impaciente, se preguntó dónde estaría Kate. Empezó a caminar de un lado a otro a grandes zancadas, gastando una energía que no le sobraba precisamente. El interminable vuelo desde Sídney y la firma de libros, que había durado casi cuatro semanas, lo había dejado físicamente exhausto.
En un determinado momento, se detuvo y echó un vistazo a su vestimenta, arrugada por las muchas horas de viaje; llevaba unos pantalones vaqueros y un jersey de cuello vuelto que a esas alturas empezaba a molestarle, y su cara denotaba claramente que no se había afeitado.
Aunque habían instalado hace unos meses un nuevo cuarto de baño en la planta baja, por el momento ni siquiera había pensado en la posibilidad de ducharse y cambiarse de ropa; estaba demasiado asustado, demasiado desesperado por la necesidad de ver a Kate. En cuanto su avión aterrizó, tomó un taxi al hospital donde habían internado a su esposa, pero las enfermeras se limitaron a decirle que ya le habían dado el alta
Por supuesto, insistió en que le dieran más información sobre lo sucedido. Como no pudo encontrar al médico de Kate, ni a Espo, Ryan o Lanie, decidió llamar por teléfono a su madre, por si sabía algo al respecto. Lamentablemente, no estaba en casa.
Acto seguido, llamó al loft. Y aunque no obtuvo respuesta, decidió ir por si Katherine había dejado alguna nota.
Desde entonces había pasado un buen rato y un montón de llamadas telefónicas tan inútiles como las anteriores, incluido el mensaje que había decidido dejar en el contestador de su madre.
Cada vez estaba más nervioso y se sentía más frustrado, pero pensó en el último mensaje que había recibido de Espósito y se tranquilizó un poco.
Si Espo había dicho que todos se encontraban bien, sería así. Su amigo nunca se equivocaba, ni le engañaba.
Apretó los dientes y se acercó de nuevo al ventanal, aunque sólo tardó unos segundos en volver a girar sobre sí mismo y dirigirse al dormitorio principal. Una vez allí, se desnudó y entró en la ducha.
Minutos más tarde, después de afeitarse y de cambiarse de ropa, se encontraba mucho mejor. Volvió a llamar a su madre, pero de nuevo saltó el contestador automático. El escritor maldijo en voz alta y cuando estaba marcando el número de Kate sonó el timbre de la puerta. Colgó el auricular y corrió hacia la puerta de la entrada
Cuando abrió, se encontró cara a cara con Martha.
-No deberías ser tan pesado hijo mío-protestó la veterana actriz.
Él recordó la serie de mensajes que le había dejado y sonrió.
-Y tú deberías tener el móvil operativo cuando te llamo -declaró, arqueando una ceja.
Martha suspiró. Se echó hacia atrás el cabello cobrizo y sus ojos azules brillaron con un destello de cansancio. Pero a pesar de ello, sonrió mientras entraba al loft y dijo:
-Está bien, empecemos otra vez... Buenas noches hijo, ¿cómo ha ido el viaje?
Rick la miró con incredulidad
-Vamos madre, no estoy para responder ahora preguntas. ¿Qué le ha pasado a Kate?, ¿Dónde se encuentra ahora?
Martha le dio dos besos en las mejillas y respondió:
-Tranquilízate, Kate está perfectamente. Cuando le dieron el alta en el hospital se fue a casa de Lanie para que pudiese descansar un rato y relajarse.
Castle tomó a su madre de un brazo sin controlar sus nervios y la llevó al salón
-¿Y por qué tuvo que ir al hospital? -preguntó, tan impaciente como asustado.
Ésta se sentó en un sofá y cruzó las piernas.
-Anoche se desmayó en la sesión de fotos que tenía después de salir de comisaría y llamaron a una ambulancia. Me llamaron para contarme lo sucedido y te llamé y al dar con tu móvil apagado decidí dejarte un mensaje, después de hablar con Kate y con los médicos. Eso es todo.
Rick con los puños cerrados, se llevaba los dedos a los labios
-He pasado un rato terrible. En el hospital no quisieron decirme nada.
-La compañía amenazó con poner una denuncia al hospital si se filtraba la noticia de que Kate había estado ingresada.
Richard no se contentó con la explicación. Tomó la chaqueta que había dejado sobre el respaldo de una silla y se la puso. Beckett era su principal preocupación y quería verla.
Cuando se volvió para marcharse, su madre se levantó y lo tomó de un brazo.
-Hijo, no vayas a molestarla si el único propósito es echarle en cara el que aceptase compaginar ambos trabajos. Está muy cansada y es lo último que necesita.
-Sí, claro -dijo él, molesto.
-Deja de preocuparte. Está bien, en serio.
Castle rió aunque la situación no le parecía divertida en absoluto. Y acto seguido, se marchó sin mirar atrás.
A Kate Beckett le encantaba la casa y la compañía de su amiga Lanie, pero sabía que no era la mejor opción para desconectar del estrés. Lanie estaba siempre de arriba para abajo, ahora al lado de Espósito había conseguido ganar una cierta estabilidad, pero con la forense nunca se sabía.
Se encontraba en la enorme cocina, contemplando la nevada a través de las ventanas y disfrutando de la calidez del piso de su amiga. Su suegra había tenido la delicadeza de visitarla unas cuantas veces, al igual que su padre.
Encendió la calefacción y al bajar la mirada a esa taza de café que descansaba entre sus manos, pensó en él. Y al hacerlo suspiró. Amaba a Castle con una intensidad que no había decaído en esos ya seis años de matrimonio, pero no sabía si era feliz. A sus treinta y cuatro años, Katherine ya conocía el éxito profesional; y en cuanto a él, sus treinta y siete años lo habían llevado a la cúspide de su carrera. Sin embargo, tenía la impresión de que se estaban perdiendo muchas cosas. Por ejemplo, paz y tranquilidad. Por ejemplo, niños.
En ese momento, el cachorro de Espo y Lanie, Danger, aulló desde la puerta de la cocina que se encontraba cerrada para que lo dejasen salir de allí
Kate sonrió y aprovechando que estaba sola en la casa, abrió de inmediato. El perro se acercó y ella le acarició en la cabeza.
-¿Qué te parecería si nos quedáramos en esta casa solos para siempre? -le preguntó al animal. Tus dueños podrían seguir de fiesta en fiesta y Castle podría seguir con sus libros y sus viajes. Estoy segura de que nosotros podríamos sobrevivir con una dieta a base de ostras, almejas y moras.
Danger hizo caso omiso y corrió hacia la bolsa de comida para perros, que olfateó con evidente interés. Kate le llenó el comedero y le dejó para prepararse una sopa. El frigorífico estaba prácticamente vacío, claro que no le extrañaba. Espo y Lanie seguían viviendo como si estuviesen en la etapa de su primer enamoramiento y era raro el día en el que cenaban en casa como una pareja adulta. Sin embargo, decidió esperarse a mañana para hacer la compra.
En ese momento empezó a sonar su móvil. Kate dejó lo que estaba haciendo y contestó la llamada.
-¿Dígame?
Una risa femenina sonó al otro lado de la línea.
-Katie, por fin has vuelto... Menos mal. Te había prometido que quedaríamos hace tres semanas, pero no he tenido ni un momento de tranquilidad hasta hoy.
Era Maddie, una de sus mejores amigas.
-No te preocupes, pude imaginármelo. Intenté llamarte por teléfono, pero las líneas estaban cortadas.
-Bah, no importa. Pero ¿cómo te encuentras? Pensaba que estarías preparando ese reportaje fotográfico al que decidiste unirte...
Kate suspiró
-Me temo que estoy de vacaciones obligadas. Brandom no me permitirá posar para el reportaje hasta que tenga permiso del médico -explicó.
-¿Es que estás enferma? ¿Es algo grave? -preguntó, preocupada la empresaria.
Beckett pasó un dedo por la pared de la cocina y frunció el ceño al observar que estaba cubierta de polvo.
-No, en absoluto. Sólo es estrés y cansancio.
