Capítulo 1. A new beginning.
Astoria observó como Draco arrugaba la hoja de periódico, exclamaba un ¡joder! (que el rubio creyó ella no había oído) y cómo, apretando la mandíbula lo lanzaba a la chimenea. Acto seguido se levantó hacia el mueble bar y se sirvió una copa de whisky de fuego bien cargada. Su semblante era mucho más serio de lo normal, si bien sus ojos desprendían algo que Astoria, incluso después de casi quince años de matrimonio, no supo bien cómo interpretar.
¿Anhelo? ¿Deseo?
No estaba segura, a pesar de llevar una eternidad compartiendo el mismo techo que él, jamás había apreciado ese matiz en la mirada de Draco Malfoy. Y, menos aún por ella.
Su enlace había sido concertado. Por supuesto. Era lo que se estilaba en las grandes familias de sangres limpia y en la alta sociedad mágica de Londres. Casi desde que nacieron, sus destinos estuvieron sellados. Incluso después de fallecidas sus familias, el deber y el peso de sus apellidos, fueron más fuertes que sus propios sentimientos. Porque, ciertamente, entre Astoria Greengrass y Draco Malfoy existían sentimientos, pero no los que se supone deben fundamentar un matrimonio.
Los primeros meses tras su unión habían sido muy duros, apenas podían estar en la misma habitación juntos. No se soportaban. No soportaban tener que verse obligados a compartir cama por imposición de su familia. Ninguno tenía la culpa, si bien se culpaban así mismos. Por ser tan desgraciados. Por no gustarse. Ni lo más mínimo. Y ese sentimiento se había convertido en un profundo odio hacia el otro, aunque ninguno, repito, tuviera culpa de su situación.
Con el paso del tiempo comenzaron a tolerarse, más o menos. Continuaban teniendo que aparentar ser el matrimonio perfecto pero, al menos ya podían cruzar un par de palabras, incluso mantener alguna que otra conversación. Poco a poco descubrieron que, a pesar de tener que vivir en esa situación, si ponían un poco de su parte, podrían hacerla mucho más llevadera y reducir su amargura un poquito.
No era amor lo que había empezado a surgir entre ellos, sino una relación de comprensión y respeto. A fin de cuentas, si tenían que estar juntos hasta que la muerte les separara, mejor poder hacerlo con alguien en quien, de alguna forma, confías. Y eso era lo que existía en su relación. Algo, sin nombre, basado en la tolerancia, la comprensión y algo así como la lástima que el uno sentía por el otro. Podían compartir cama incluso, sin tocarse, pero guardando las apariencias ante la familia y la prensa.
Aproximadamente un año y medio después de su enlace, con el pretexto de tener que soportar la temida reunión familiar por el cumpleaños del patriarca Greengrass, Draco y Astoria se cogieron un buen pedo, para paliar un poco la situación de asco infinito que tenían que soportar.
Y esa noche, sin tan siquiera ser conscientes de lo que hacían, claramente afectados por el alcohol y dejándose llevar por sus hormonas, se acostaron. Fue la única vez. A pesar de ello, fue suficiente para que Astoria quedara embarazada, dando a luz nueve meses después a la razón por la cual se habían podido soportar todos estos años, su hijo Leo.
Leo fue como la calma que llega después de la tormenta. Desde su nacimiento, todo daba igual: su familia, la prensa, la presión… Él había sido la luz al final del túnel. Algo por lo que valía la pena levantarse cada mañana y alguien por quién dar la vida.
Y eso les había mantenido unidos.
Hasta ahora.
Con Leo a punto de comenzar su primer año en Hogwarts, ambos sabían que la balsa en la que estaban flotando, iba a comenzar a llenarse de agua poco a poco y que, antes de lo que esperaban, acabarían en el fondo del mar sin nada a lo que aferrarse para subir a la superficie. Siendo el fin de cualquier esperanza a encontrar la felicidad en ese matrimonio de pega.
Astoria apartó la mirada de Draco. Aunque no le amara, le dolía verle en es estado de amargura.
Esa mañana, mientras desayunaba había tenido la oportunidad de leer el periódico y conocía exactamente lo que había provocado esa reacción en Draco. Jamás habían hablado del tema directamente, pero Astoria no era idiota. Una mujer sabe cuando su marido, aunque fuera un marido de paja, piensa en otra mujer. Y, cuando El Profeta dedicaba su primera plana y tres extensas páginas a la noticia más sensacionalista del momento sobre Ella, y tu marido se ponía a beber como si no hubiera un mañana, sobran las palabras.
Dos más dos son cuatro. Estaba muy claro.
Astoria no dijo nada. Simplemente se puso en pie y se acercó al mueble bar, sirviéndose ella también una copa y sentándose junto a él.
Draco levantó la vista, todavía claramente alterado y fijó su mirada en ella. Astoria asintió. No necesitaban comentar nada, ambos lo sabían.
La pantomima de sus vidas estaba llegando a su fin y lo que sería de ellos, bueno, el tiempo lo diría.
Hermione Granger dejó las bolsas en el suelo y agitó su varita con un elegante giro de muñeca para encender las luces de lo que era su nuevo hogar. De ella y Claire, su hija.
La castaña se giró para mirar a la pequeña. Bueno ya no era tan pequeña, ese año comenzaría su primer año en Hogwarts. Había sido una suerte poder matricularla fuera de plazo. Realmente le estaría eternamente agradecida a la profesora McGonagall por haberla aceptado.
Hermione fue a decir algo, pero las palabras murieron en su boca. Se veía superada por la situación y, a pesar de sentirse como una mierda por dentro, no había perdido la cabeza. Lo más importante ahora era ella.Y debía ser fuerte y mantenerse de una pieza.
Se acercaban unos meses difíciles para las dos y Hermione no quería ni imaginar lo que estaba sufriendo su hija.
Finalmente, y sin decir nada, Hermione comenzó a desempaquetar las cajas y a ordenar todo en su nuevo lugar, sin apartar la vista de Claire, que, con una profunda tristeza reflejada en su rostro, hacía lo mismo.
-¿Has hablado con ella?-inquirió Harry a su mejor amigo. El pelirrojo despegó la cabeza del periódico y, dejándolo a un lado negó con la cabeza.
-Ya sabía yo que ese idiota acabaría haciéndole daño. Lo que no entiendo es como Hermione ha aguantado tanto tiempo. Tantos años soportando sus gilipolleces.
Harry no dijo nada. Ciertamente su amigo tenía razón. No entendía cómo Hermione había tardado tanto tiempo en poner fin a su matrimonio con Viktor Krum.
Después de la guerra, de tantas pérdidas y con la presión mediática, los tres amigos habían emprendido caminos distintos. Hermione se había refugiado en la fría Bulgaria y, después de unos meses les sorprendió a todos anunciando su relación con Krum. Ron lo había llevado mucho mejor de lo que Harry había podido imaginar. Al fin y al cabo, aunque entre ellos existió algo, eran demasiado jóvenes por aquel entonces y, una vez muerto Voldemort y acabado con la maldita presión de acabar con él, lo que fuera que había nacido entre ellos acabó igual de enterrado que el Mago Tenebroso.
Desde entonces habían seguido en contacto, pero Hermione poco a poco fue alejándose de ellos. Al principio se veían más a menudo. Después sólo en Navidades, verano y cumpleaños. Poco a poco tan sólo sabían de ella por sus cartas, cada vez más escuetas. Y, durante los últimos años sólo a través de lo que la prensa rosa decía sobre ella y el famoso jugador de Quidditch de la Selección Búlgara.
Y las noticias que recibían eran de todo menos alegres. Sus dos amigos habían estado muy preocupados por ella. Al principio trataron de verla y hablar con ella unas cuantas veces pero su amiga siempre les aseguraba que todo eran mentiras y que las cosas marchaban de maravilla entre ella y, su ya marido, Viktor Krum.
Pero ni Harry ni Ron eran imbéciles. Las cosas no estaban bien y, aunque lo intentaron, después de mucho tiempo insistiendo se dieron por vencidos y prácticamente no tenían contacto con la castaña.
Pero esta vez las cosas habían ido demasiado lejos. Y ella, su Hermione, estaba de vuelta en casa. De vuelta con su hija, sola, humillada y, como ambos amigos suponían, destrozada.
-Deberíamos ir a verla-sentenció Harry.
-No se tío… Ha pasado mucho tiempo desde la última vez… No se si deberíamos dejarle su espacio y que sea ella la que acuda a nosotros-contestó el pelirrojo.
-Puede que Ginny…-continuó Harry, si bien su tono de voz denotaba la inseguridad de sus palabras.
-Mi hermana no hará nada. Hace mucho tiempo que dejó a Hermione fuera de su vida, como ella hizo con todos nosotros y sabes como es de cabezota. Y de orgullosa.
Harry asintió y no pudo evitar sonreír para sí mismo. A fin de cuentas, Ginevra Weasleay era su mujer y la madre de sus hijos y él sabía perfectamente lo obstinada que era cuando creía tener la razón, aunque, en este caso, no podía menos que estar del lado de su mujer. Ellos seguían queriendo a Hermione como una hermana, pero después de ignorarles durante años y negarles su ayuda, habían llegado a un punto en el que su relación no estaba en muy buenos términos.
Querían ayudarla, pero si nuevamente ella volvía a rechazarles, no sabrían cómo afrontar la situación y, definitivamente, su amistad estaría en peligro.
Claire Krum terminó de deshacer sus últimas bolsas y se dejó caer en la cama en la que, a partir de ahora, sería su nueva habitación. En una casa extraña. En una ciudad desconocida. En otro país.
Había nacido y crecido en Sofía y tan sólo había visitado el país de su madre en alguna corta visita por el cumpleaños de tío Harry o Ron, y para pasar las navidades con los Weasley. Pero hacía muchos años de eso, casi no lo recordaba. Era muy pequeña cuando esos viajes habían tenido lugar y, aunque tratara de recordarlo, los recuerdos se mostraban borrosas. Aunque una cosa era cierta y es que, durante esos días que pasaba en Londres, recordaba perfectamente haber estado solo con su madre. Su padre jamás les había acompañado. Y eso era algo que siempre había estado dando vueltas en su mente. Pero, hasta el momento, el hecho de que su padre no hubiera asistido con ellas a todas esas reuniones familiares, no había cobrado forma. Las piezas empezaban a encajar.
Tenía tan solo once años, pero siendo hija de la célebre Hermione Granger, era indudable que había heredado la astucia de su madre. Ella era plenamente consciente de todo lo que había pasado. Quería a su padre, para ella había sido su héroe pero, no podía negar las evidencias cuando se las plantaban en las narices.
Su madre no lo sabía, pero Claire había traído consigo un ejemplar del la edición del Sofía Telegraph donde había podido leer el extenso reportaje sobre su padre publicado hace unas semanas.
La niña se levantó de la cama, se agachó para quedar frente al colchón, lo levantó y extrajo el el diario de debajo. Lo había escondido antes de que su madre pudiera haber sabido que lo tenía. Hermione sabía que Claire conocía de la existencia de ese reportaje, pero no había tenido el valor de hablar con ella sobre el tema y, si encontrara a su hija pequeña con el en las manos, no hubiera sabido cómo actuar.
Claire desdobló el periódico y lo abrió por la primera página. La noticia había ocupado la portada y siete extensas páginas. Lo había leído ya una veintena de veces, casi se lo sabía de memoria, pero no podía dejar de volver a releer aquellas palabras una y otra vez, como para convencerse de que realmente había sucedido lo que había sucedido.
"Виктор Крум откри с любовницата си репортера Рита Кандиков".
"Viktor Krum: de estrella a alcohólico infiel":
Tras la victoria de los Levski Sofía QD, el equipo al completo salió al centro más exclusivo y lujoso de la ciudad para celebrar que habían logrado alzarse con la décima copa de la Liga Nacional de Quidditch.
Esa noche estuvo marcada por los excesos del equipo; si bien el protagonizado por Viktor Krum nos dejó, sin duda alguna, totalmente impactados. Bien es sabido cómo acaban las juergas de los jugadores de los Levski Sofía y en especial para el gran Viktor Krum, famoso no sólo por su juego, sino también por sus innumerables altercados nocturnos.
Haciendo un rápido repaso por el historial de Krum, nos encontramos que ha protagonizado numerosos escándalos a lo largo de su carrera: peleas con la prensa, problemas con el alcohol, consumo del polvo blanco muggle más de moda e incluso polvos de Doxy, rumores sobre diversas amantes en las altas esferas búlgaras y un sinfín de descaros.
No olvidemos los rumores sobre el maltrato a su mujer, la heroína de guerra inglesa Hermione Granger y amiga del legendario Niño Que Vivió. Pero estas afirmaciones nunca fueron confirmadas por la familia Krum y lo último que este diario quiere es dar noticias falsas y sin fundamento.
Porque en el Sofía Telegraph, siempre decimos la verdad y contrastamos nuestros chivatazos queridos lectores.
Y eso es lo que hemos venido a hacer. No fueron suficientes las imágenes que Krum nos dejó la noche de la victoria, cuando, saliendo de uno de los clubes más exclusivos de la ciudad, fue fotografiado en una actitud más que cariñosa con la reportera deportiva Rita Kandikov ante lo cual, el jugador cargó contra los paparazzi hiriendo gravemente a uno de ellos.
Claire lanzó el periódico lejos, estampándolo contra una de las paredes de la habitación. Las siguientes páginas abordaban con profundidad la infidelidad de su padre con la reportera deportiva. Junto con imágenes y demás basura sobre sus problemas con el alcohol y sus ataques violentos a la prensa. Y esta vez, por mucho que su padre lo hubiera negado, las imágenes no engañaban y su madre no había podido aguantarlo más.
La niña era consciente de que la relación de sus padres nunca había sido como la que había podido observar en los padres de sus amigos. Si bien era cierto que su padre era un célebre deportista y que su vida no se parecía en nada a la de sus conocidos, había detalles que a la pequeña no se le habían podido escapar, por muy cría que fuera. Sus padres apenas cruzaban dos palabras a lo largo del día, no daban muestras de cariño (al menos no delante de la prensa) y su madre jamás parecía feliz.
Para Claire su madre era la mujer más hermosa que conocía, mucho más que la nueva amante de su padre, y le dolía ver que por culpa de él, estuviera marchitándose.
Era una niña sí, pero había ciertas cosas de las que podía darse cuenta perfectamente, aunque su padre la tuviera entre algodones y su madre nunca fuera sincera con ella. Y eso le había hecho madurar muy rápidamente.
Pero todo lo que había sucedido era cosa del pasado. Ahora se encontraban en un nuevo país, dispuestas a comenzar una nueva vida. Alejada de la prensa y de las excentricidades de su padre. Y ella estaría con su madre, para apoyarla y demostrarle todo lo que la quería, a pesar de las circunstancias, a pesar de que sabía perfectamente todo el dolor que separarla de su padre le suponía a Hermione. Era su madre y Claire haría todo lo posible por estar a su lado.
Al menos hasta que comenzara el colegio en unas semanas.
Hermione se alisó las invisibles arrugas de su falda. Nerviosa.
Llevaba años sin haber estado allí y ahora era el momento de enfrentarse a sus amigos, sincerarse y, por qué no, volver a retomar su relación. Los necesitaba. Más que nunca.
Habían pasado ya varios meses desde que se desató el escándalo con Viktor y la reportera, si bien no había tenido el valor de abandonarlo hasta hace unas semanas cuando, en un arrebato de furia y dolor, recogió a golpe de varita todas sus cosas y las de su hija, y se había desaparecido para marcharse de su hogar en Bulgaria y no volver jamás. Le dolía profundamente haber alejado a su hija de su padre, pues ella le adoraba, pero no podía dejarla a ella también atrás. Nunca se lo perdonaría.
Claire era la razón por la que había soportado tantos años a su lado, tantas humillaciones, tanto dolor. Por ella había continuado con Viktor, por ella había apartado la mirada de los escándalos, por ella había mantenido la cabeza bien alta en innumerables ocasiones en las que hubiera preferido rendirse y mandarlo todo a la mierda. Esa niña era el centro de su vida y Hermione no estaba dispuesta a perderla a ella también.
Era una mujer fuerte. Tenía 38 años y un par de ovarios bien puestos. Iba a salir de esa mierda ella sola, aunque las cosas se pusieran difíciles, aunque supiera que él iba a regresar a por ellas con todo el peso de su fama y su poder. Pero esta vez no se dejaría engañar de nuevo. No volvería a creer en sus promesas. No volvería a creer que había cambiado y que la quería. Y una puta mierda. Se acabó.
-Hermione…
Escuchar su nombre interrumpió sus pensamientos y alzó la cabeza para encontrarse directamente con los ojos verdes de Harry.
Hermione se mordió el labio e intentó sonreír a su amigo, más ese gesto no se vio reflejado en su mirada, algo que no pasó desapercibido para el mago.
-Me habían dicho que tenía una visita- continuó el moreno al ver el silencio de su amiga, -pero no tenía ni idea de que eras tú. Pasa a mi despacho, así podremos hablar tranquilamente.
Hermione se levantó de un brinco de la silla en la sala de espera del Departamento de Seguridad Mágica, en la que había estado haciendo sus cavilaciones durante un buen rato, esperando a que su amigo, Director de la División de Aurores, tuviera un hueco para recibirla.
Acompañó al moreno hasta el final del pasillo que conectaba con la sala, donde abrió unas grandes puertas de roble y la invitó a pasar haciendo un gesto con la mano.
Con el corazón latiendo a mil por hora, Hermione tomó asiento frente al gran escritorio de madera que presidía la habitación.
-¿Quiéres algo de beber? ¿Un té?-ofreció Harry mientras se sentaba tras el gran escritorio.
Hermione lo pensó durante unos segundos.
-¿Whisky de Fuego?-pidió finalmente. Si, una copa no le vendría mal. Le ayudaría a encontrar las palabras y enfrentarse a la mirada del auror.
Sin decir nada Harry asintió e invocó con su varita una botella y dos vasos. Sirvió dos copas y le ofreció una a la castaña. De un trago Hermione se bebió todo el vaso y se inclinó sobre la mesa para servirse otro. Mientras, Harry la observaba con una expresión mezcla interés mezcla preocupación. Hacía muchos años desde la última vez que había visto a su amiga y, ciertamente estaba muy cambiada. Continuaba siendo una mujer muy hermosa, pero el sufrimiento había hecho mella en ella y todo el dolor que había experimentado durante los últimos años, se reflejaba en su mirada y sus gestos. Ya no era la misma de siempre. Y un sentimiento de compasión se apoderó de Harry.
Se puso en pie y rodeó la mesa para sentarse junto a su amiga, que, con la cabeza agachada daba vueltas en sus manos a su segunda copa de whisky, sin atreverse a decir las palabras que quería decirle a su amigo. Harry detuvo el histérico movimiento de manos de su amiga y posó la mano sobre la de ella. Hermione elevó por fin su mirada y rompió a llorar. Por puro instinto Harry la rodeó con sus brazos y dejó que su amiga de desahogara.
Y así se quedaron. Ella derramando las pocas lágrimas que le quedaban en su interior y él, acariciando su espalda. Dándole consuelo y estando ahí para ella, porque al fin y al cabo, para eso estaban los amigos.
Draco sacudió los restos de Polvos Flu de su elegante túnica mientras se dirigía hacia el mostrador de identificación del Ministerio de Magia. Tendió su varita al mago de seguridad para que pudiera comprobar su identidad y, una vez le fue devuelta emprendió el paso hacia el final del hall, donde se situaban los ascensores.
-¡Draco!
El rubio se giró para encontrarse con su viejo amigo Theodore Nott que se acercaba a él sujetando un pesado maletín de piel en una mano y una pila de pergaminos en la otra.
-¿Qué hay Theo? -le saludó dándole una palmadita en la espalda.
-¿Qué haces aquí? A estas horas deberías estar en el spa o emborrachándote en el salón de tu casa- Draco hizo una mueca parecida a una sonrisa. La verdad que su vida, dejando a parte su matrimonio, no estaba nada mal. Hacía un par de años que había traspasado su empresa de consultoría mágica y las cosas, a nivel económico, marchaban bastante bien. Bueno, a los Malfoy siempre les había ido bien en los negocios por lo que tampoco hubiera sido un problema vivir de la fortuna de su familia si laboralmente no hubiera tenido éxito. Pero ahora Draco estaba tomándose las cosas con calma y disfrutando de una temporada sabática, dedicándose a malgastar el dinero, disfrutar de su hija y vivir sin preocupaciones, más o menos.
-Tengo algunos asuntos pendientes que tratar con el Ministro-contestó,-y me dije, así de paso os hago una visita a ti y a Pansy y me mofo un poco de vuestras mediocres vidas como precarios trabajadores del ministerio-se burló, aunque en el fondo no pensaba eso de sus amigos. Estaba orgulloso de que, después de la guerra, todos ellos hubieran salido bien parados y hubieran podido rehacer su vida e insertarse en la comunidad mágica, al principio con recelo, pero después con aceptación
Theo rió.
-Eres un jodido cabrón-contestó. Draco rió con él y continuaron caminando hacia los ascensores.-La semana que viene Luna y yo organizaremos una fiesta de despedida para los chavales. Antes de que partan a Hogwarts y abandonen el nido. Pero si vienes promete no fardar de tu nueva escoba o de tu nueva casa de vacaciones.
-Supongo que iremos, estará bien juntarnos todos de nuevo y agarrarnos una buena cogorza mientras los críos corren salvajemente por tu minúscula casa de campo.
-Cualquier excusa es buena, en mi minúscula casa de campo seréis bienvenidos. Le pediré a Luna que saque la vajilla buena-dijo mientras guiñaba un ojo al rubio.
Se pararon de pronto. Habían llegado al ascensor y esperaban a que llegara. Continuaron charlando y metiéndose el uno con el otro. Tenían casi 40 años, pero seguían siendo unos puñeteros críos algunas veces.
El ascensor se paró frente a ellos y las rejas de hierro se abrieron con un fuerte la conversación con su amigo, Draco se hizo a un lado para dejar salir a la gente, haciendo gala de sus modales Malfoy.
-¡Granger!- exclamó un sorprendido Theodore.
El rubio entonces apartó la mirada y la dirigió hacia el interior del ascensor. Le dio un vuelco al corazón cuando se encontró con Hermione Granger.
En carne y hueso.
Hacía años que no se veían. Y como ya había supuesto Draco, ella seguía teniendo el mismo jodido efecto en él que años atrás.
