Disclaimer : Nada de Final Fantasy VII me pertenece.
Bueno, aqui estamos, hoy 12 de Septiembre, cumpliendo con lo prometido. Espero que os guste este primer capitulo de mi nueva historia! Y no os preocupeis por las demas, que también pienso seguirlas! =)
1.
Era de noche. Un hombre contaba con una sonrisa siniestra unos billetes, que, al terminar el recuento, los apilaba en fajos atados con una goma elástica. Entre sus dientes sujetaba un largo puro, que se consumía por cada calada que daba. Pero no estaba sólo. Al otro lado de la mesa, dentro del oscuro despacho, iluminado únicamente por la luz tenue del escritorio, había otro hombre, un poco más joven que el fumador, que miraba expectante. Había un brillo extraño en sus ojos, un sentimiento de codicia los iluminaba. Estaba deseando que el hombre terminase de contar los billetes y se los entregase de una puñetera vez para irse de allí lo más antes posible.
-¿Y bien, Cyril? - dijo el joven, sin quitarle ojo de encima a Cyril. Éste dejó el ultimo billete sobre el resto, y con mucho cuidado, los ató con la goma elástica. Cyril levantó la vista y miró al joven a través de sus oscuros ojos negros.
-Has hecho bien tu trabajo, eso me consta. - comentó Cyril, sacándose el puro de la boca y colocándolo sobre el cenicero. De repente, parecía algo consternado. El joven lo miró, sospechando cada vez más de el. Tenía un mal presentimiento que, por momentos, crecía cada vez más, haciéndole difícil algo tan simple como respirar. - Pero… ¿no crees que esto… - señaló la cuantiosa cantidad de fajos de billetes que estaban a su derecha - … es demasiado dinero para alguien como tu? - cuestionó, volviendo a clavar sus penetrantes ojos negros en el joven, el cual no pudo evitar un leve escalofrío.
¿Qué tenía que decirle ahora a Cyril? No se le ocurría ninguna explicación coherente para la pregunta que le acababa de hacer.
-No lo sé, señor. -respondió, condescendiente. Cyril soltó una sonora carcajada y, metiéndose el puro de nuevo en la boca, abrió un cajón que estaba a su izquierda.
-¿No sabes? - preguntó, su voz grave no paraba de resonar en los oídos del cada vez más asustado joven, mientras Cyril rebuscaba con ansiedad un objeto en el cajón.
-No, señor. - volvió a contestar el joven. No sabía por qué, pero temía por su vida. ¿Qué estaría buscando Cyril Strife en su cajón?
Y entonces, el joven se dio cuenta de que el no era más que una simple marioneta, y que su vida no era importante para nadie. Él solo era el auxiliar, no era el sujeto. Él era quien realizaba el trabajo sucio. Claro… ¿cómo iba a permitirse Cyril mancharse las manos cometiendo asesinatos? Entonces cayó en la cuenta de la gran cantidad de secretos que Cyril ocultaba.
Todos conocían a Cyril Strife. Él era presidente de una millonaria multinacional, tenía mucho dinero, y sus hijos trabajaban junto con el en la empresa. Tenía varias mansiones esparcidas por el mundo, yates, hoteles a su nombre. Pero nadie conocía los oscuros secretos de Cyril.
Uno de sus trabajadores más leales (y por qué no decirlo, perteneciente a uno de los puestos más altos de la empresa), Sephiroth, era jefe de una banda ilegal, la cual se dedicaba a asesinar, al tráfico de personas, a las drogas y demás delitos. Cada año, millones y millones de dinero pertenecientes a Cyril y su empresa, promovían esos delitos. Delitos que nunca saldrían a la luz.
Además de eso, Cyril era el jefe secreto de un club nocturno, el famosísimo Cherries. En el la prostitución, los espectáculos de striptease y demás estaban permitidos. Pero claro, eso sólo se sabía de puerta para adentro. De puerta para afuera, Cherries era un precioso bar-cabaret, del que todos salían muy felices.
Cyril era un monstruo. Un monstruo oculto en las sombras, un monstruo que nunca permitía que se descubriera su identidad. Y es que, que la reputación de Cyril se mantuviera brillante era más importante que una vida cualquiera. Nadie podía rebelarse contra el. Eso supondría un rápido final.
Entonces, Cyril sacó de sus pensamientos al joven al levantar un revolver. En la mano derecha del hombre había un silenciador. Con cuidado, colocó el silenciador en la boca del arma y la levantó al aire, mirándola con admiración.
-Es preciosa, ¿verdad? - le preguntó al joven, refiriéndose al revolver que tenía en la mano.
El joven asintió, cada vez más inseguro, sabiendo que su vida corría peligro. El aire que entraba por su nariz era cada vez más abrasador, y quemaba todo lo que encontraba a su paso.
-¿Crees que una bala de esta preciosidad quede bien en tu cabeza? - le espetó Cyril, mirándole fijamente. El silencio se hizo presente un par de segundos. El joven no respondió nada, es más, no quería responder nada. De repente sintió la gran necesidad de marcharse lejos, muy lejos, donde Cyril nunca pudiese encontrarle. Pero sabía que eso era muy difícil.
Él tenía grandes despliegues por todo el mundo.
El joven ni siquiera tuvo tiempo de pensar en algo más. Respiró hondo, cerró los ojos y ese fue su final.
Cyril rió ante la imagen del joven muerto frente a él. Escondió el arma nuevamente en el cajón y se levantó de la cómoda silla acolchada. Dio un paseo alrededor del joven, y entonces hizo un chasquido con la boca, fuertemente molesto.
-¡Has manchado mi alfombra! - dijo, con asco. Esbozó una sonrisa repleta de maldad. Se deshizo del cuerpo y de cualquier prueba que pudiera incriminarle, aunque, cuando terminó su trabajo, se preguntó que quien se iba a preocupar por aquel pobre diablo que acababa de matar.
Se encerró en su despacho del Cherries, donde nadie conocía su identidad. Se acercó al armario y sacó una copa y una botella de vino, una de las más caras. Sonrió al acordarse de que el podía permitirse miles y miles de botellas más como esa, ya que el era uno de los hombres más ricos del mundo.
Se preguntó cómo se tomaría la gente la verdad sobre su persona. Verdad que nunca nadie podía saber.
Alguien llamó a la puerta en aquel momento.
-Adelante - dijo Cyril, con voz grave. Éste se puso a juguetear con la corbata negra, que apenas resaltaba sobre la camisa gris oscuro. Entonces entró un hombre de pelo corto y plateado, grandes ojos verde claro y ataviado con un traje oscuro.
-Ah, Sephiroth, eres tú. - repuso Cyril, mirándole con simpatía. - Pasa, pasa, no te quedes ahí sentado - dijo, instándole a continuar, señalándole la silla que estaba frente a su persona.
Sephiroth asintió levemente con la cabeza y se sentó frente a él. Éste le ofreció una copa de vino, pero Sephiroth la rechazó.
-¿Qué te pasa hoy? - preguntó Cyril con desdén. - Es la primera vez que me rechazas un vino.
-No me pasa nada, Cyril. - repuso Sephiroth. Su voz era aún más grave y triste que la del hombre.
-Bueno, si tú lo dices…
-¿Qué hay de nuevo? - inquirió Sephiroth, echando un vistazo alrededor del despacho.
-Nada . - ni siquiera a su más intimo amigo le contaba los intrincados asesinatos y delitos de los que era autor.
-Bueno… supongo que es mejor así. Ya sabes que es mejor no levantar sospechas, Cyril. - repuso el de pelo plateado, algo nervioso.
-¿Sospechas? - Cyril puso un fuerte puño sobre la mesa, en el cual destacaba una alianza de matrimonio.
Cyril estaba casado, pero era viudo. Su mujer había fallecido en un accidente de tráfico varios años después del nacimiento de su segundo hijo. Cualquier persona que no le conociera y sólo supiera ese dato, diría que quizá era por eso por lo que Cyril se había vuelto tan oscuro. Pero se equivocaban, tan sólo se equivocaban. Cyril había nacido con la maldad en la sangre. Su padre era igual de inmisericorde que el, y así se lo había inculcado. Así habían pasado los años para el. Y eso se notaba en su rostro.
El hombre era moreno, rondaba unos 50 años, pero su rostro estaba envejecido. El cabello negro estaba cortado al ras y no tenía barba. Era delgado, pero tenía demasiada fuerza. Sus ojos eran tan negros como el carbón, y en varias ocasiones, asustaban e intimidaban. Tenía cierto atractivo, pero nunca más se había vuelto a casar tras la muerte de su esposa Adele.
Los que conocían las dos caras de Cyril siempre se cuestionaban como era posible que Adele hubiese accedido a casarse con alguien tan sanguinario y falto de piedad como éste. Pero luego encontraban la respuesta en sus propias preguntas, ya que él sabia engañar con mucha facilidad. Todo lo que quería, lo conseguía, y el dinero nunca había sido problema para el, ya que había nacido en una familia adinerada.
Adele era demasiado buena persona como para estar con Cyril. Pero lo más impactante era que él sabía ser tan buena persona como ella, en el mundo de mentiras que había creado. Era como un horizonte, como una línea entre el paraíso y el infierno.
-Si, sospechas. - contestó Sephiroth, sin alzar mucho la voz. - Escucha, Cyril, has logrado mantener tu patrimonio a salvo de tus mentiras durante mucho tiempo, creo… - Sephiroth meditó unos momentos antes de continuar, eligiendo con mucho cuidado las palabras adecuadas - … que no es bueno precipitarse ni llamar mucho la atención si no quieres que todo tu mundo se caiga y se rompa en mil… pedazos. - concluyó, clavando sus ojos verdes en los de Cyril.
Cyril, el cual estaba tenso esperando la explicación de Sephiroth, pareció relajarse y soltó otra carcajada. Sacó del bolsillo de su chaqueta una caja y de ella sacó un puro. Lo encendió y se lo puso en la boca, mientras parecía pensar en lo que el joven le acababa de decir.
Entonces el moreno tomó aire y dijo, con mucha seguridad:
-Sabes que eso no va a pasar, Sephiroth. Es más, me acabas de decepcionar con ese, tan particular, punto de vista tuyo.
Sephiroth encajó eso como un golpe bajo.
-¿Por qué lo dices? - replicó con vehemencia.
-Oh, no no, tranquilo, Sephiroth. No te lo tomes a mal - dijo, al ver la reacción del joven. - Pero parece mentira que no me conozcas aún. Yo no permito errores en los demás, por tanto, no los permito en mi. - dijo, con un tono de superioridad, creyéndose sabio. - ¿Comprendes? - le espetó, con una ligera sonrisa. Sephiroth no tuvo más que asentir con la cabeza.
En secreto, Sephiroth deseaba dejar atrás esa vida de gángster que se había creado. Deseaba ser un hombre normal, sin manchas de sangre en sus manos. Deseaba que pudiera pasar más de un mes sin cometer un solo delito más. Pero, sin poder evitarlo, estaba atado a Cyril. Si Sephiroth lo dejaba, Cyril vería su mundo destruido por culpa de sus paranoias, y lo aniquilaría de inmediato.
En el fondo, Sephiroth sentía miedo. Pero, ¿ quién se compadecería de el, si no era más que un delincuente demasiado peligroso para la sociedad? Pero al igual que Cyril, nadie sabía su secreto, nadie sabía que el era jefe de una banda ilegal.
Así que tenía que conformarse y callar.
-Oye, cierra por hoy el Cherries. Tengo que llegar a casa temprano. Es una suerte que mis hijos no me pregunten donde paso las noches. - soltó una estruendosa carcajada.
El Cherries…
La música sonaba a tope en la parte baja del local, donde hombres ricos y de buena posición social iban a mancillar su reputación intentando acostarse con alguna camarera o stripper del local.
Ella sentía miedo. Pero no era algo nuevo, lo sentía desde hacía mucho tiempo.
Aerith. Así se llamaba la chica asustadiza que, en cuanto podía, se colocaba tras la barra, deseando que nadie reparase en ella, pero era algo casi imposible. Ella era una joven muy hermosa. Sus largos cabellos castaños brillaban y sus ojos verdes inspiraban ternura y confianza, aunque siempre que entraba en el local a trabajar sus ojos se teñían de miedo.
Entonces un hombre levantó la mano y chasqueó los dedos, mirándola fijamente, sacándola de lo más hondo de sus pensamientos, pensamientos que, dentro de su cabeza, se escuchaban muy alto, pensamientos que la hacían flotar sobre una nube. Deseos de salir de allí como fuera, de ser feliz.
Pero tenía que trabajar, puesto que su madre no podía hacerlo, no porque estuviera muy mayor, sino porque estaba enferma. No era una enfermedad grave ni preocupante, pero la dulce Aerith se sacrificaba por su madre todas las noches, y le impedía que hiciera muchos esfuerzos, tal y como le había aconsejado el médico.
-Eh, ¡guapa! ¡Ven, ven aquí! - dijo el hombre. Rozaba la cuarentena, pero estaba muy descuidado. Con temor, Aerith no tuvo otro remedio que acercarse, tal y como el hombre le pedía. Una vez estuvo cerca de él, el hombre pasó una mano por su pierna, acariciándola. Aerith sintió asco, pero a la vez miedo, ya que nadie le haría caso si gritaba, si intentaba zafarse de el. Entonces el hombre sacó un billete de valiosa cantidad, tiró de la mano de Aerith y se lo puso en la palma de la mano. - Dime… ¿Qué harías conmigo esta noche si te pago ese dinero? - cuestionó el hombre, mirándola de arriba abajo, con gran deseo en sus ojos.
Aerith puso el dinero sobre la mesa. El hombre la miró extrañado.
-Yo no soy una prostituta. - y dicho eso, se giró y volvió hacia la barra, mientras se repetía a si misma esas palabras. Sus piernas, sus manos, su boca temblaban del susto. Aunque llevara meses trabajando allí, no terminaba de acostumbrarse a aquella vida. Pero tenía que ser fuerte y afrontarlo.
Afrontarlo…
Fin del Capítulo.
