Un duelo al crepúsculo

La tierra del suelo estaba revuelta y levantada por los combates que se habían sucedido allí durante toda la tarde. La final había atraído la atención de casi todos los habitantes del campo de entrenamiento para Santos. Había razones para la expectación. La única estudiante femenina que quedaba en el campo contra el que estaba reconocido como el más fuerte de los aprendices. El premio era nada menos que la Vestimenta de Bronce del Tucán.

La contendiente femenina era Paula Fizzianni. Había llegado al campo con ocho años desde Italia, y desde entonces había experimentado no sólo las duras vicisitudes de quienes intentan convertirse en los guardianes de Atenea, sino también los virajes caprichosos del destino. Y el que hoy se encontrara precisamente ella allí disputando la Vestimenta del Tucán contra precisamente él, era una de esas curiosidades cósmicas.

– Te ha llegado el momento de pagar -dijo Paula con el rencor vibrando en su voz-. Hoy me cobraré lo que le hicisteis a ella.

– Lo siento, pero no pienso renunciar a la Vestimenta.

El sol se había perdido tras las montañas y la luz del día se iba apagando rápidamente. De igual manera, Paula sentía que las fuerzas de las que disponía se agotaban por momentos, debido a toda una tarde de peleas por un premio tan valioso que ningún contendiente daba cuartel. Afortunadamente, su contrincante había tenido que librar los mismos combates, por lo que debía de estar igual de agotado, o eso esperaba ella.

– ¡Litsha -exclamó hablando para sí-! Estés donde estés, quiero que sepas que... ¡que voy a vengarte ganando la armadura que te pertenecía a ti por derecho!