La pequeña estrella

Derechos: Los Vengadores, Thor, Loki y los mitos nórdicos no son de mi propiedad.

Resumen: Heimdall se convierte en padre y guardián de la reencarnación de Loki, abandonando por él sus deberes con Asgard. Los Vengadores se convierten en sus aliados en el cuidado del pequeño para evitar que termine en el mal camino, pero para ello todos guardaran el secreto de Thor, pues el pequeño con sólo oír los truenos a lo lejos siente temor y aunque no lo conoce tiene pesadillas con un hombre de grandes espaldas, cabellos rubios y ojos cerúleos.

Nota: Aparecen personajes de Los vengadores como de Thor, pero siendo Thor un vengador no creo que sea un crossover, si estoy equivocada sois libres de decírmelo para que lo mueva de sitio.

La suplicante

– Érase una vez un dios con algo de demonio, en un paseo por la tierra de los hombres encontró el corazón de una mujer en los restos de una hoguera y era tan goloso que no pudo resistirse y se lo comió de un bocado. Y como los dioses siempre hacen cosas inexplicables para el hombre, se quedó embarazado trayendo al mundo la primera hechicera.

– Conozco la historia hechicera, eso no explican tus motivos para aparecerte ante mí. – Habla Heimdall al espíritu de una mujer ante él.

– Ten paciencia guardián del Bitfröst. – Él observa al espíritu, la ha visto alguna vez con su cuerpo mortal en Midgard, jamás pensó que hablarían así. – Vengo despojada de todo cuanto fui, soy y seré. Vengo sin nada que poder ofrecerte, ruego a ti en suplica con sólo la esperanza en mi ser, para que protejas al hijo que he de tener. – El espíritu termina sus palabras esperando la respuesta del dios, rogando con todo lo que era por su aceptación.

Heimdall escucha aquella suplica sorprendido, él no era un dios al que los mortales rezaran y sin embargo ahí estaba el ánima de aquella hechicera vestida sólo con la esperanza totalmente a sus pies.

– Acaso no deberías rogar entonces a la diosa del hogar y la familia.

– No, te ruego a ti, aquel que puede ver los Nueve mundos, te ruego a ti que viste la estrella que se consumió en la oscuridad de las sombras, te ruego a ti que llenaste su soledad. Sólo a ti puedo implorar por su protección. Y a ti te doy la posibilidad de pagar tu traición.

El guardián escucha atentamente las palabras, les busca el sentido observando más allá de lo evidente.

– Dime hechicera, ¿quién es tu hijo? – Y aunque hace la pregunta, no necesita escuchar la respuesta para conocerla, el nombre flota sobre ellos esperando a ser pronunciado.

– Mi hijo es aquel que trajo al mundo a la primera hechicera, aquel que encanta con sus palabras, él que fue consumido por la luz del sol de Asgard y eternamente regresa a ese ciclo de sufrimiento y dolor que trae el triste final.

– Mientes, hechicera o no, sigues siendo una midgardiana, de tu vientre no puede nacer ningún dios.

– He dado todo cuanto fui, soy y seré para romper el ciclo del destino, pagare mi osadía de alterar el libro que ni dioses ni hombres han de cambiar. Sois libre de creerme o negarme, sólo puedo quedarme con la esperanza de que lo busques y protejas, en tus manos queda. – Terminó sus palabras mientras su espíritu desaparecía lentamente, dejando a Heimdall con la duda de si las palabras eran ciertas.

El recuerdo en las estrellas

No hace mucho tiempo Heimdall tuvo una suplicante a la que nunca contestó, pero cada vez que ve una pequeña estrella consumiéndose en el firmamento él la recuerda como si hubiese sido ayer, y la pequeña semilla plantada por las palabras de la súplica crecen en su interior.

No sabe porque lo hace, o más bien no quiere aceptar que una parte de él teme que no hacer nada ante la petición haya sido peor que comprobar si las palabras dichas eran ciertas, así que él que todo lo ve pregunta a las estrellas para que le muestren la verdad.

Las imágenes se muestran ante él tan claramente como si estuviesen ocurriendo ahora mismo, él ve al espíritu de la mujer encarnado despertando como la reencarnación de la primera hechicera, ve el lamentó de esta por el destino del dios del engaño y la ve hacer lo que toda buena hija del embaucador puede hacer, pactar con unos y otros para conseguir sus fines.

El libro del destino es alterado con sangre, el dios de las travesuras resurgirá en una nueva encarnación que no estaba escrita y la hechicera paga su osadía al traerlo al mundo, y aún con todo su interior destruido por el nacimiento del niño y su cuerpo desangrándose ella ora al guardián del Bitfröst para que proteja al pequeño.

La verdad resulta pesada al descubrirla, siente el peso sobre sus hombros como si fuera el árbol del universo con todos sus mundos, y una vez más el guardián mira hacía Midgard buscando la esencia del mentiroso, y cuando sus ojos lo encuentran no le gusta lo que ve.

Un niño solitario, un bebé pequeño y escuálido encerrado en la parte trasera de un coche un día demasiado caluroso, el pequeño sufre por el calor, la piel le arde y su magia latente está demasiado débil para sanarle. Y Heimdall piensa en la estrella que hace milenios cayó y se perdió en la tierra de los hombres, piensa en ojos verdes llenos de dolor, en sonrisas sinceras de un niño que se perdió, y abandona su deber en el puente del Bitfröst para romper los cristales del coche y dejar que el aire toque la blanca piel herida, sus dedos acarician la cabeza del infante con la promesa de regresar a por él y sostenerlo en sus brazos.

Ante El Padre de Todo

El guardián regresa a Asgard, no se detiene en el observatorio, sus pasos decididos lo llevan al palacio, miradas sorprendidas le observan avanzar mientras le abren paso con cierto recelo, el cuerno no ha sonado, pero temen que una nueva batalla se aproxime, los enemigos siempre acechan desde las sombras.

El Padre de Todo lo está esperando, él sabe que abandono su lugar sin aviso alguno, ahora espera para conocer el motivo.

– ¿Qué noticias traéis? – Pregunta el gran Odín observándole con su único ojo.

– Nada que Mugin y Hugin no os hallan mostrado. – Contesta seguro de que él lo sabía. – Vengo a pediros una audiencia en privado.

A una señal del Padre de Todo desaparecen todos los presentes, Frigga a su lado a punto de retirarse también, cuando Heimdall la detiene.

– Le ruego que se quede mi reina.

El silencio llena la sala de audiencias por unos instantes, las palabras no salían de boca del guardián, no sabía cómo empezar su petición.

– Merezco un castigo por abandonar mi deber y lealtad a Asgard, pero vengo a pediros el consentimiento para abandonar una vez más mi obligación con Asgard y cumplir mi obligación con un suplicante. – Atina a decir.

– Háblame como los amigos que somos en lugar de como al rey de Asgard. – Le pide Odín al ver el dilema de todo.

Y Heimdall así lo hace explicando todo sin dejarse ningún detalle, y antes de poder recibir respuesta alguna, siente al viento susurrándole en el oído el peligro que corre su protegido.

– Ve amigo mío que yo vigilare el puente por ti, ve y pon en lugar seguro a tu protegido y regresa a mí para poder encontrar solución a tu dilema.

Vengadores

El guardián va agradecido, en apenas un parpadeo el portal que abre le deja en Nueva York y espada en mano se propone terminar con lo que sea que este hiriendo a su protegido, el dios ve edificios siendo destruidos, a los compañeros del príncipe luchando contra un gigante de metal, pero nada de eso importa.

Su mirada busca a la pequeña estrella que ha jurado proteger y aunque no la encuentra, puede sentir su esencia cerca, es entonces cuando reconoce el coche al que rompió los cristales volcado y bajo uno de los pies metálicos del gigante. Sus dedos se crispan en la empuñadura de la espada, decide sacarlo de su camino, y sin duda en sus ojos blande el arma con destreza cortando las extremidades de la bestia metálica para lanzarlas lejos, mientras lo hace no grita por Asgard, no, él grita por dentro que es por su pequeña estrella, por su príncipe.

Coloca el coche en la posición correcta, arranca sus puertas como si fueran de papel, los Vengadores le rodean pidiendo explicaciones de sus actos, pero él no se detiene, el bebé no está, no lo entiende, puede sentirlo ahí, tan cerca que podría acariciar su cabecita otra vez y entonces nota la puerta oculta en la parte trasera, la arranca de cuajo con tal brusquedad que nadie diría que alguna vez fue la puerta del maletero, y entonces todos lo ven.

Pequeño, escuálido, desnudo, cabellos negros como el ébano adornado su cabeza, delicada piel blanca que parece haber sido mancillada, sucia y golpeada, todo él rodeado por una luz verde que desaparece cuando el dios lo coge. Abre los ojos en sus brazos, son grandes y del color de las esmeraldas. Los Vengadores presentes lo rodean sin saber que decir.

– Capitán América, Hombre de Hierro. – Los llama por el nombre que les da el Dios del Trueno. – Conozco vuestra nobleza, ruego protejáis mi estrella, volveré a buscarle. – Les dice pasando al infante a los brazos del Capitán, deposita un suave beso sobre la coronilla del pequeño y desaparece en el portal que él mismo abre.

– Llega sin invitación, destruye como Hulk, nos toma por niñeras y ni se molesta en presentarse. ¿Dónde quedo la educación?

El capitán no le hace caso, sus ojos se fijan en la pequeña criatura en sus brazos, se siente como si tuviese una mariposa entre sus manos, tan frágil que si apretase se convertiría en polvo.

Continuara…