Era uno de esos días en los que cuidaba del bienestar de Emma. En donde el sueño había podido con él.

Era extraño, no podía ver nada, era como si todo estuviese en penumbras.

— No debes preocuparte. — le dijo una voz, que por lo que dedujo, se trataba de un niño de casi su edad. Lo extraño era, que todavía no podía ver nada.

— ¿Quién eres?

Escuchó una pequeña risa, está vez, de una niña.

— Sabemos que estás preocupado por Emma. Pero confía en nosotros, ella estará bien.

Poco a poco el lugar donde estaba se iba iluminando. Sin embargo, aun así, no logró verlos.

— Cuida bien de ella.

— ¡Nos vemos!

...

Abrió los ojos, parpadeando. Se enderezó, estirándose, para luego rascarse la cabeza.

¿Qué había sido ese sueño? ¿Y por qué los sentía tan familiares esas voces?

Negó, lo importante era el bienestar de Emma.

La miró, acomodando unos mechones que le cubrían la cara. Sonrió con cierta tristeza.

— Regresa con nosotros, Emma.