Una melodía podía escucharse, proveniente de un niño de no más 5 años, quien se hallaba bajo la sombra de un frondoso árbol.
En su libro podía leer las palabras "La tierra prometida de Nunca jamás". Su canto se vio interrumpido por la presencia de su progenitor.
Alzó la mirada, siendo notorio el color verde oscuro de su mirada. Sin contar el naranja oscuro que tenía por cabellera; Ray sonrió al verlo.
- ¿Otra vez leyendo eso, Yuu?
- Un buen libro nunca dejar de serlo. – cerró el libro, mirándolo sin expresión. Ray acarició su cabeza, como le recordaba cuando él era un infante. – Además, es mi favorito.
- ¿Se puede saber el por qué?
- Porque tú, mamá y el tío Norman son los protagonistas. – sonrió Yuugo con simpleza. – Pero si tuviera que decidir de entre ustedes, escogería a mamá.
- Hey, eso duele. – bromeó Ray, sentándose a su lado. Yuugo no borró su sonrisa.
- Perdón, pero, a decir verdad, mamá era la más valiente de ustedes tres. ¿O me vas a decir lo contrario?
Ray le jaló la mejilla suavemente, Yuugo se rió.
- Okay, admito que querer prenderse fuego no fue lo más inteligente que se me ocurrió.
- También el querer ser la carnada de varios demonios.
- Eso también.
- Aunque, en un principio no hayas sido muy cercano a mamá, sin duda... Al final, terminaste siendo su apoyo. Gracias por confiar en mamá... También, gracias por enamorarla y dejarme nacer.
- Y gracias a ti por ser mi hijo. – lo abrazó, poniéndolo entre sus piernas, abriendo el libro. – Para tener 5 años eres bastante listo.
- Soy hijo de Ray y Emma, ¿Qué esperabas? – le sonrió. Ray revolvió sus cabellos con cariño.
- Eres el futuro del que estamos orgullosos. Honestamente, no me arrepiento de nada.
- ¿Qué hacen mis chicos favoritos? – preguntó Emma, colgada boca debajo de la rama del árbol. Ray la miró con evidente molestia y preocupación, mientras Yuugo la miraba preocupado.
- Emma baja de ahí.
- Mamá, te vas a caer.
Y así pasó, al menos no cayó directamente al suelo. Ray se lanzó y usó como amortiguador; Emma soltó una risita nerviosa al sentir la mirada de reproche de su esposo y el como su hijo negaba. Las viejas costumbres nunca mueren, se dijo Yuugo.
Dejó a un lado el libro y se unió al momento. Siendo gratamente recibido.
Después de todo, su madre era, una chica de sonrisas soleadas.
Y este era el futuro del cual Ray y Emma estaban orgullosos. Del cual todos estaban los que estuvieron con ellos, estaban orgullosos; la familia que estaba creciendo, la de ellos, era su más grande orgullo.
Y eso su hijo lo sabía a la perfección.
