Lo único que se podía vislumbrar era muerte, sangre, cuerpos y hierbas vida. Esas malditas flores rojas.

Esas que cuando estaban en Grace Field, atravesaban y arrebataban las vidas de sus hermanos sin piedad.

En ese nauseabundo y espantoso panorama estaban todos, todos y cada una de las personas que habían conocido a lo largo de la travesía. Le dieron ganas de vomitar, de gritar, vociferar, llorar.

Pero todo aquello quedó en segundo plano cuando la vio a ella. Su mirada estaba vacía, sus ropas estaban maltrechas y sus pasos eran torpes y lentos; avanzó hacia ella, sólo para detener su caída.

Sentía miedo y desesperación a flor de piel como aquella vez en Goldy Pond. ¿Por qué tenía que pasar esto? ¿Por qué?

- ... Ray...

- No hables, por favor, Emma. – rogó con voz débil. Ella sonrió con tristeza, sintiendo como sus fuerzas la abandonan poco a poco.

- ... Lo siento, Ray. Por todo... Yo... Lo siento.

La sintió desvanecerse, pero no quería creerlo. No quería, se negaba.

- Emma... Emma, por favor. – la abrazó, desesperado, sintiendo como las lágrimas comenzaban a fluir libres por sus pómulos. – Por favor, Emma... Te necesito.

Sin embargo, sabía, que nunca más respondería. Que ella, se había ido, como todos los demás. Y sólo atino a gritar del dolor que sentía.

Ya nada importaba. Todo había acabado. Todo.

...

- ¡Ray! ¡Ray, despierta!

El aludido abrió los ojos de golpe, tratando de calmar su, hasta ahora, errática respiración. Emma lo miraba con preocupación.

- Ray, ¿Estás...? – la abrazó de improviso, cayendo con él al suelo. Aunque aquello no importaba, pues sintió como este temblaba y como su blusa se humedecía.

Lo abrazó devuelta, acariciando su cabello, brindándole su apoyo en silencio.

- No importa lo que hayas soñado, Ray... eso no pasará.

- ... No prometas cosas que no podrás...

- Yo lo prometo, porque sé que lo cumpliré. – se separó un poco de él, limpiando los rastros de lágrimas que todavía había en su rostro. Le sonrió con confianza. – Después de todo, lo mío es hacer lo imposible posible, ¿No habías dicho eso, Ray?

Él sonrió, vencido.

- Eres una rarita, y una tonta.

Ella sonrió. Así estaba mejor.